jueves, 12 de noviembre de 2009
Nostalgias y vicisitudes de los judíos argentinos en Madrid
Mayo de 2005
Cafetín
donde llegan los hombres
que saben el gusto que dejan los mares...
Cafetín
y esa pena que amarga
mirando los barcos volver a sus lares...
Yo esperaba,
porque siempre soñaba
la paz de una aldea sin hambre y sin balas
Cafetín
ya no tengo esperanzas
ni sueño ni aldea para regresar...!
(..)
Bajo el gris
de la luna madura
se pierde la oscura figura de un barco
y al matiz
de un farol escarlata
las aguas del Plata parecen un charco...
¡Qué amargura,
la de estar de este lado
sabiendo que enfrente nos llama el pasado...!
Cafetín (tango)
Homero Espósito
Prólogo
Podría afirmarse que la historia de la humanidad es la historia de sus migraciones. Desde su cuna africana, se fue incorporando al mapa genético humano esa mezcla de insatisfacción y búsqueda que se convirtió en la brújula existencial del hombre con la que pudo asumir todo tipo de desafíos, superar los imposibles y soñar utopías con las cuales poder aproximar el horizonte.
En ese transcurrir, se topó con montañas inexpugnables, ríos caudalosos y mares embravecidos, pero no se detuvo ante ellos. Algunos se decidieron a afrontarlos con esfuerzo y empecinamiento, otros optaron por el ingenio y el heroísmo, hasta que, más tarde o más temprano, pudieron constatar que habían dejado de ser obstáculos. Pero, no se conformaron con ello, dejaron las proezas a cargo de los narradores de historias y marcharon rumbo a nuevos desafíos.
Esos héroes anónimos se convirtieron en leyendas que fueron alimentando la aventura humana. Otras veces, fueron nada más que protagonistas de pequeños e insignificantes instantes de esta larga historia construida con ahínco por hombres y mujeres. En esa persistente obsesión por probar y desechar, por soñar y plasmar, en esos simples y cotidianos hechos de la vida estaba encerrado el secreto de la realización humana.
A la hora de elegir entre la contemplación y la acción, el pueblo judío puede ser considerado como uno de los más audaces y consecuentes en la búsqueda de esas tierras soñadas y prometidas. Los designios divinos se construyeron a su imagen y semejanza para poder redoblar la apuesta y persistir en el intento, hasta llegar a que casi ningún rincón del planeta le resultara extraño.
Los caminos elegidos rara vez fueron una línea recta trazada en una planicie, con una temperatura agradable y un cielo límpido. Las inclemencias son la aventura de la vida misma. Los caprichos del devenir tejen y destejen todo tipo de entramados, generan infinidades de vínculos, producen encuentros y desencuentros. Pero, inexorablemente, esos hombres se vieron impelidos a concertar caminos de convivencia para hacer posible el primitivo descubrimiento humano de que la asociación siempre es más fuerte que la individualidad.
España ofreció su geografía y su historia para que dos mil años de diáspora encontraran un nuevo escenario de convergencia. Vinieron de tierras lejanas y diversas, con sus desdichas a cuestas. Volvieron sobre los pasos de sus abuelos para pisar nuevamente tierras europeas. Como ellos, dejaron atrás angustias y frustraciones, y se esperanzaron con nuevos sueños de realizaciones. Unos cruzaron el Atlántico, otros el Mediterráneo, sus historias se aproximaban, pero el tiempo y la distancia dejaron huellas inexorables y las cercanías aparentes necesitaban de abundantes dosis de paciencia para su maduración.
La patria se gesta a partir de lo vivido durante la infancia y la adolescencia. Se construyen afectos y vínculos, se establecen recuerdos imborrables, imágenes, olores, sabores y sonidos indelebles, se absorbe la herencia de los ancestros y se le da forma a una identidad que acompañará al individuo durante toda su vida. El contexto en que se desenvuelve deja su marca y establece particulares combinaciones de valores.
Los que dejaron atrás ese espacio propio ven como su patria se improvisa a destiempo en un nuevo y desconocido escenario. Hasta la más minúscula de las acciones demanda esfuerzos adicionales para reconstruir concepciones, códigos y actitudes acerca del mundo y cómo comportarse en él.
Los que llegaron desde el Río de la Plata, con sus maletas trajeron mates, tangos y asados; nostalgias, quimeras y pasiones; la creatividad, la fe en sus sueños y la templanza alimentada en tantas crisis y desencuentros. Llegaron con sus alforjas llenas de temores y recuerdos ingratos, con esperanzas de redención y prosperidad. Muchos de sus paladares ya han experimentado esos mágicos sabores y se proyectan desde este territorio peninsular.
La cosmopolita Madrid fue el terreno elegido por judíos marroquíes y sudamericanos, sefardíes y asquenazíes alcanzaron estas tierras con similares sensaciones de hacer posible tantos deseos postergados.
La unidad y la diversidad se entrelazaban en un juego dialéctico que encrespó las aguas. Sólo el tiempo podrá discernir si es posible que la serenidad y el entendimiento puedan encontrar la instancia superadora.
Los primeros contactos dejaron heridas e incomprensiones. Pero nuevas generaciones se alzan con su efecto cauterizador para encontrar los caminos posibles hacia el ansiado entendimiento en la diversidad.
I
Amores y odios en Sefarad
Desde tiempos inmemoriales se identificó a la mítica Sefarad con la península ibérica. Así se puede apreciar en el versículo 20 del libro de Abdías, el Tárgum de Jonatán y la Pesitta siríaca. Desde el siglo VIII, fue la usual denominación hebrea de las costas noroccidentales del Mediterráneo. Por esa razón, los judíos que se radicaron en España y Portugal adquirieron el gentilicio de sefardim, mientras que askenazim fue la denominación que distinguió a los que se instalaron en Europa central y oriental.
Su presencia en la península ibérica está documentada desde el siglo V antes de Cristo, pero el flujo humano se incentivó notablemente a partir de la diáspora desatada por las sucesivas invasiones de Israel por parte de asirios, caldeos y romanos, y la derrotada sublevación de Bar Kokebas (135 d.C.).
Durante largos siglos los hebreos convivieron en la península con romanos, cristianos, visigodos y musulmanes.
Doctos y mercaderes
Entre los sefardíes se destacaron algunos notables pensadores de la época fundacional hispana, como el malagueño Sholomo ibn Gabirol (Avicebrón) (1021/ 1058)), personalidad destacada de la llamada edad de oro del judaísmo español, filósofo neoplatónico y considerado como el gran poeta medieval en lengua hebrea; el escritor, médico, filósofo y teólogo toledano Yehudá Haleví (1085/ 1143); Salomón ben Maimón (Maimónides), nacido en Córdoba en 1135, autor de numerosas obras científicas, teológicas y filosóficas; y el poeta Sem Tob (1297/ 1370), cuyo lugar de natalicio fue Carrión de los Condes.
Desde la asunción de Alfonso X (1252/ 1284) el rol de los judíos comienza a ser de mucha utilidad para el desenvolvimiento de la monarquía castellana.
El historiador Yitzhak Baer sostuvo que “Alfonso el sabio dispensó a los judíos doctos de Toledo una hospitalidad tal, que no es posible encontrar nada semejante entre los gobernantes de su tiempo”.
Destacados miembros del colectivo integraron el equipo de traductores de esa ciudad castellana y tuvieron como un primer gran logro la redacción de un texto de historia universal (Grande e general Estoria). En ese ámbito se desarrolló la adaptación prosódica y sintáctica de la novel lengua románica. Fue a través de los doctos judíos que se pudieron traducir y redactar en castellano numerosos textos islámicos y griegos (el Antiguo Testamento, los Libros del Saber de Astronomía, entre otros), dando un impulso a la lengua que alcanzó el rango de idioma dos siglos antes que otras ibéricas y europeas del mismo origen latino.
Este rol importante jugado por la intelectualidad judía española tuvo también un efecto trascendente hacia el interior de la colectividad, dado que el castellano fue considerado como “lengua madre” y preservado en tal sentido durante los siglos de la nueva diáspora por venir.
Durante la Edad Media los judíos fueron considerados como los mercaderes de profesión por excelencia. Desde la época carolingia practicaron el comercio con regularidad, hasta tal punto que el gentilicio y el oficio adquirían entonces idéntica denominación. Su especialidad eran las especias y las telas preciosas, sus clientes preferenciales: la nobleza y el clero. Desde la España musulmana, donde contaban con una gran influencia económica, introducían en el resto de Europa a los productos originarios del Medio Oriente.
La acumulación de capital generada por estas redituables transacciones, paulatinamente, fue convirtiendo a los judíos en prestamistas y banqueros. Este papel fue comúnmente exagerado, dado que cuanto más desarrollada era una región menor incidencia tenían en el manejo del crédito, su influencia crecía a medida que se penetraba en sociedades menos evolucionadas y, particularmente, en el oriente europeo.
Sus principales competidores, desde el siglo XIII, fueron los banqueros cristianos, especialmente los lombardos, flamencos y franceses. En general, se dedicaron al préstamo prendario a interés, aprovechando el espacio que les dejaba la taxativa prohibición papal de practicar la usura a los cristianos. Los beneficiarios preferenciales de su actividad crediticia eran las monarquías, los nobles y hasta la propia iglesia.
El renacimiento del comercio fue menguando su influencia, salvo en Barcelona, donde algunos enriquecidos comerciantes tomaron parte en el tráfico marítimo como armadores o comanditarios de buques.
Los judíos se instalaban en los lugares donde contaban con cierta protección del soberano territorial, lo cual significaba que dependían de sus humores, caprichos e influencias. Así fue que sufrieron sucesivas expulsiones, de Inglaterra en 1290; de Francia en 1306 y 1393.
En España, la monarquía y la nobleza tenían una dependencia creciente de sus préstamos. Ese flujo de fondos permitió acuñar moneda durante prolongados períodos y solventar la ofensiva final contra el poder musulmán en Granada.
Los conocimientos aquilatados por muchos de sus hombres también cumplieron roles destacados en la realización de grandes obras y fueron fuente de consulta autorizada y permanente para los monarcas.
Un imperio conventual
A fines del siglo XIII comienzan a dictarse leyes restrictivas para los judíos en las distintas comunidades españolas. Se les prohíbe ocupar cargos públicos, su tradicional oficio de recaudadores de impuestos y hasta sus bailes y festejos. A pesar de esta dinámica represiva, la monarquía continuaba utilizando a los hebreos en misiones diplomáticas.
Su particular rol en la sociedad generaba malestar entre la población y en no pocas ocasiones fue utilizado para expiar otras problemáticas, llegándose a culparlos de ser la causa de plagas, epidemias y otras calamidades. La iglesia y algunos interesados en apropiarse de sus bienes canalizaron la iracundia popular hacia el asalto de las aljamas, que eran los sitios de asentamiento de la comunidad judía en las localidades importantes.
Así ocurrió en 1348 y fundamentalmente en 1391, cuando se ejecutaron a cientos de judíos y se saquearon sus viviendas. Estos trágicos acontecimientos volvieron a producirse en 1473.
Esta saga de eventos persecutorios generó el caldo de cultivo para decretar la expulsión de los judíos y el inicio de los truculentos procesos propiciados por la Inquisición.
Durante el reinado de Enrique IV (1455/ 1474) se incrementaron las posturas antijudías, a partir de la incidencia creciente de los sectores más recalcitrantes de la Iglesia en el círculo íntimo del monarca. El rol más destacado lo cumplió el fraile franciscano Alonso de Espina, confesor del rey, quien proponía una “acción común para extirpar el mal del país”, considerando que “eran los hebreos, los moriscos, los conversos herejes y los demonios”.
Promediando el reinado de ese monarca, se inauguraron los procesos inquisitoriales donde se escucharon por primera vez, públicamente, argumentos que propugnaban la expulsión de los judíos.
En 1483, asume como inquisidor general el fraile Tomás de Torquemada y se profundizó más aún la persecución de los judíos. Entre sus primeras medidas estuvo la anulación de todos los edictos papales favorables a los conversos y comenzaron a sustanciarse los procesos más encarnizados y generalizados para lograr “la pureza cristiana”.
A pesar de este clima de crispación, había judíos notables que continuaban cumpliendo papeles importantes en Castilla. Tal es el caso de Abraham Senior, que administraba los impuestos del reino y contaba con una alta estima de la reina Isabel. Así ocurría también con su yerno, el rabino Meis Melamed, quien aparece con su título religioso y su nombre hebreo, en 1491, cuando ejercía la función de “contador del Rey”.
Fue determinante también el papel cumplido por algunos destacados físicos judíos al otorgar el aval a las tesis defendidas por Cristóbal Colón, posibilitando así la navegación hacía el poniente y la concreción de la epopeya colonizadora americana.
El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos firmaron el decreto por el cual otorgaban al colectivo un plazo de cuatro meses para abandonar el territorio español, inhibiéndolos de poder llevarse sus bienes muebles, oro, plata, monedas, caballos y armas. Esto generó un apremio inusitado por liquidar sus patrimonios a precio vil.
Los judíos se marchaban prácticamente con lo puesto. Junto al dolor de la partida conservaron como reliquias durante varios siglos, las llaves de sus casas de Sevilla, León, Toledo, Córdoba, Cuenca, Alcalá y otras ciudades de su Sefarad. Se estima en unos trescientos mil los judíos que emigraron de España en ese lapso.
El pánico generado por este agobiante clima persecutorio provocó una gran cantidad de conversiones al catolicismo por conveniencia o forzadas. La existencia de los “marranos”, como se denominaba a los conversos, sirvió de excusas para nuevas ofensivas inquisitoriales donde todos estaban bajo sospecha de tener sangre impura. De ellas no pudieron liberarse ni siquiera Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Baltasar Gracián, Baltasar de Alcázar, Fernando de Rojas, entre otros escritores. Esta involución en que se sumergió la sociedad española perduró durante trescientos setenta y siete años.
La aljama de Lavapiés
Durante el reinado de Alfonso VII (1126/ 1157), el fanatismo de los almorávides impulsó a numerosas familias judías del sur peninsular a emigrar hacia Madrid en busca de refugio, al haber detectado una mayor tolerancia entre los cristianos hacia sus creencias y hábitos. Estas presunciones se confirmaron durante casi dos siglos, luego sobrevendrían persecuciones, saqueos y crímenes hasta dejar a los judíos sólo dos caminos la emigración o la conversión.
La judería madrileña tenía su núcleo de población en el paraje denominado entonces aljama del Campillo, en las cercanías de la sinagoga que estaba donde se alza hoy la iglesia de San Lorenzo, en el barrio de Lavapiés. El lugar estaba separado del resto de la villa por pronunciadas pendientes.
Ese arrabal no podía ser muy extenso, dado que siglo y medio después de las expulsiones, la actual calle Argumosa continuaba siendo el límite de las edificaciones y la arteria principal era la calle de la Sinagoga -unía la plaza con el antiguo templo-, que luego se denominó calle de la Fe.
Los dramáticos acontecimientos de 1391 tuvieron como escenario preferencial a la barriada de Lavapiés. Aunque se desconoce la cantidad de asesinados y de forzados conversos, existen indicios de que las mayores matanzas de judíos fueron perpetradas en las actuales calles de la Fe, Salitre, Ave María, Sombrerete y Jesús y María.
Las inmediaciones de la plaza de Lavapiés se mantuvieron como lugar de residencia de los “marranos” después de las severas medidas adoptadas por los Reyes Católicos. Con su cristianización la sociedad preservó a numerosos profesionales cualificados, entre ellos médicos, boticarios, físicos y comerciantes, pero por mucho tiempo sufrieron el desprecio tanto de judíos como de cristianos.
Durante la larga vigencia de los tribunales de la Santa Inquisición, muchos conversos tuvieron una doble vida y continuaron clandestinamente con sus prácticas religiosas, dando lugar a numerosas denuncias, procesos y condenas por parte del tribunal.
Uno de esos casos ocurrió durante el reinado de Felipe IV. Una familia judía que residía en la calle de las Infantas, habilitó allí una tienda y para aparentar ser católicos colocaron una imagen de Cristo crucificado. Al poco tiempo fueron denunciados por llevar a cabo reuniones nocturnas, junto a otros judíos, para denostar a la imagen con blasfemias y golpes.
Al enterarse el Tribunal del Santo Oficio, envió a sus dependientes a la casa de la familia judía. Los enviados aseguraron haber llegado en el momento justo en que el crucifijo era reducido a cenizas.
Los acusados de participar en esa extraña reunión fueron detenidos en julio de 1630. Dos años después se celebró un auto de fe en la Plaza Mayor -con la presencia del rey y todo su séquito-, donde como colofón fueron condenadas a la hoguera siete personas y cuatro estatuas. La vivienda sacrílega fue destruida y se erigió en el lugar, a manera de desagravio, el convento e iglesia de los capuchinos de la Paciencia, que con su posterior demolición dio lugar a la actual plaza de Vázquez de Mella.
Décadas después habría funcionado una sinagoga clandestina en la calle Caballero de Gracia y luego en la Angosta de San Bernardo, cuyo rabino presuntamente era Francisco de Córdoba. Algunos investigadores concluyen que esta actividad ilegal habría contado con algún aval oficial, por la sospechada pertenencia al grupo de la princesa de Ursinos y de Juan Fernández del Solar, agente de negocios del marqués de Valdeolmos.
Una gran redada se produjo, en mayo de 1718, contra la hermandad judía que aparentemente continuaba reuniéndose para practicar ayunos, colaciones y rezos. Luego de los tormentos a que fueron sometidos, se acusó a un centenar de personas de guardar observancia de la ley de Moisés, entre otros cargos.
Este clima intolerante fue propicio para que muchos conversos se abrazaran al catolicismo como a una tabla de salvación. Así, se fueron incorporando subrepticiamente a la sociedad, contribuyeron a forjar las estirpes más ilustres del país y a enriquecer las creaciones culturales españolas.
Retorno a Sefarad
Este asfixiante control religioso, social y político perduró hasta 1833, cuando se abolió el nefasto tribunal inquisitorial. Luego de casi cuatro siglos de intolerancia, los liberales comenzaron a imponer normas constitucionales que reconocían la libertad religiosa.
Esos años sólo dejaron el testimonio de algunas tímidas huellas de la presencia judía. En la tercera década del siglo se instalaron en Madrid el banquero francés Buschenthal y Daniel Weisweiller, representante de Rothschild. En 1845, un comerciante judío llamado Cachinari se estableció en la ciudad y logró un gran respeto de sus clientes. Lentamente fueron haciendo actos de presencia otros, por lo general, provenientes de Marruecos y Bayona (Francia). Veinte años después, el colectivo alcanzaba un suficiente número de integrantes como para peticionar al gobierno un predio para la instalación de un cementerio, la solicitud fue resuelta favorablemente.
Del Censo de población de 1877 surge una incipiente comunidad de cuatrocientos seis judíos en España, de los cuales treinta y uno residían en Madrid. A fines de siglo, las estimaciones rondan entre uno y dos millares en todo el reino.
La comunidad de la ciudad inauguró su sinagoga en 1917 y funcionó hasta 1938. En 1924 el gobierno decretó el reconocimiento a los sefarditas de su calidad de ciudadanos españoles. Esa medida, a la que se acogieron numerosos judíos, resultó ser luego una providencial forma de preservación ante la campaña de exterminio nazi.
El retorno a Sefarad de las familias judías se produce tímidamente, en particular en los momentos de predominio de las corrientes liberales y republicanas, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y se hace notorio a partir de 1930. El reducido número de integrantes de la colectividad se irá nutriendo por el éxodo de los judíos alemanes que huyen del nazismo.
La guerra civil encontrará a una clara mayoría de preferencias judías ubicadas en el campo republicano, pero también hubo algunos banqueros y comerciantes que aportaron cuantiosos recursos a los líderes del alzamiento militar.
Antes de la contienda, los judíos residentes en España oscilaban entre seis y siete mil, de los cuales entre mil a mil quinientos vivían en Madrid. Durante la Guerra Civil, su presencia casi se redujo a los brigadistas internacionales, que conformaron la unidad judía Botvin que integró la II Compañía, batallón Palafox, de la Brigada XIII.
Al finalizar los tres años de cruentos enfrentamientos, la comunidad madrileña estaba compuesta por unos pocos centenares de individuos y de los antiguos judíos de principios de siglo casi no quedaban vestigios.
Con la extensión del dominio nazi, comienzan a llegar algunos desplazados por la Segunda Guerra Mundial, en su gran mayoría en tránsito hacia otros destinos. Se estima en 37.500 los judíos que sobrevivieron a las persecuciones gracias a la limitada acogida brindada por el gobierno español.
A fines de 1948, se autorizó el funcionamiento de un oratorio y, un año después, se constituye la comunidad madrileña, que deberá esperar hasta 1965 para ver aprobados sus estatutos y, tres años más, para lograr su definitivo reconocimiento legal.
En 1950, los judíos de Madrid apenas sumaban un centenar de personas, a los que se agregaban unas pocas decenas de estudiantes de origen marroquí. La colectividad experimentará su incremento más significativo a partir de la crisis del canal de Suez y por la independencia de Marruecos (1956), hasta entonces protectorado español. En este país el colectivo judío congregaba a unas cuatrocientas mil personas.
La emigración de los sefardíes del norte de África, se había iniciado con la constitución del Estado de Israel (1948) y aumentó entonces sustancialmente. Sus destinos se distribuyeron entre Francia, España e Israel. Este flujo migratorio se mantendrá de forma continuada hasta la década del setenta, por la conmoción producida en el mundo árabe por las guerras de los Seis Días (1967) y de Yom Kipur (1973).
Hasta ese momento, entre el medio millar de miembros del núcleo judío madrileño predominaban los asquenazíes, provenientes de Alemania, Hungría y otros países europeos. Con los nuevos residentes, serán los sefardíes los que alcanzarán un predominio numérico absoluto.
El gobierno hispano históricamente dispensó a la comunidad judía marroquí un trato preferencial; por los apoyos recibidos durante el alzamiento franquista, al considerarla un aliado estratégico y como una cabecera de playa en una sociedad mayoritariamente opuesta al protectorado. Por otra parte, la acendrada hispanofilia que las sucesivas generaciones de sefarditas marroquíes cultivaron desde su expulsión de España, crearon las condiciones para que su reinserción en la península fuera menos traumática que cualquier otro intento de radicación.
Los marroquíes eran fundamentalmente originarios de las ciudades norteafricanas de Tánger y Tetuán, así como de las plazas hispanas de Ceuta y Melilla. En sus lugares de origen la tradición y la religiosidad adquirieron un fuerte peso en la vida cotidiana como un mecanismo de auto preservación ante la hostilidad del contexto social. Los sefarditas insertados en la capital española consolidaron un modelo comunitario dogmático y fuertemente religioso.
En las décadas de los setenta y noventa, una nueva vertiente se sumará al colectivo, los judíos sudamericanos que emigraron a partir de la instalación en sus países de cruentas dictaduras militares y de las sucesivas crisis económicas que los afectaron.
Con esta nueva composición los judíos residentes en España suman en la actualidad unas sesenta mil almas. De ellos, unos diez mil habitan en Madrid.
II
Los judíos de las pampas
Durante muchos siglos las comunidades judías prosperaron en distintas regiones del oriente europeo. Pero, con el ocaso zarista el colectivo fue acosado de manera creciente, como una forma de encontrar un chivo expiatorio ante los fracasos políticos y el agobiante caos reinante en la transición entre los siglos XIX y XX. Esto provocó persecuciones permanentes y una oleada de pogromos sangrientos. Simultáneamente, las guerras ruso-turcas, a la vez que agravaban las condiciones de vida de las masas rusas, produjeron consecuencias dramáticas para las comunidades judías otomanas.
En este marco, la desesperación reinante hizo madurar las condiciones para la masiva emigración de los judíos asquenazíes hacia América. Eran los descendientes de los judíos llegados, a principios de la era cristiana, desde Palestina o Babilonia, que ahora se veían forzados a iniciar una nueva diáspora.
La pampa gringa
El Nuevo Mundo siempre fue percibido por los europeos como una tierra donde era posible empezar una nueva vida, sin las continuas persecuciones y penurias que soportaban. Entre 1824 y 1924, más de cincuenta y dos millones de europeos abandonaron su tierra, el 93 por ciento se decidió a cruzar el Mar de los Sargazos, un 72 por ciento lo hizo rumbo a Norteamérica y el 21 por ciento restante se dirigió hacia el sur del hemisferio. De los once millones que llegaron a América Latina, más de la mitad se afincaron en la Argentina.
Ese país ofrecía entonces enormes posibilidades de progreso, dado que sus extensas y fértiles tierras estaban en gran parte improductivas. Su escasa población, la inmensidad de su territorio y el continuo desplazamiento de la frontera agrícola complementaba el escenario ideal para que sea tomado como un destino preferencial.
El gobierno argentino también coadyuvaba a que su territorio fuera elegido como destino de los emigrantes europeos. Desde su etapa fundacional sus principales líderes asumieron la máxima que “gobernar es poblar”. En 1880, se sancionó una ley para posibilitar esa idea y fue nombrado un “agente honorario en Europa con especial encargo de dirigir hacia la República Argentina la inmigración israelita iniciada actualmente en el Imperio Ruso” (del texto del decreto presidencial).
El país aumentaba sin cesar sus saldos exportables agropecuarios y en las primeras décadas del siglo XX se convertía en una de las principales potencias económicas mundiales, a partir del enorme superávit de su balanza comercial.
Su magnetismo aumentaba y millones de personas decidieron tomarla como su tierra de promisión. Multitudes de italianos, españoles, alemanes, franceses, sirio-libaneses y también judíos soñaron que la emigración a la Argentina consumaba sus aspiraciones.
Los judíos que se instalaron en el país fueron mayoritariamente originarios del este europeo (Polonia, Ucrania, Lituania, Rumania y Rusia) y de la cultura asquenazí.
En sus comienzos no fue un proceso espontáneo ni simple, la emigración era un proyecto sumamente complicado por los recursos que se necesitaban para concretarlo y por los obstáculos burocráticos que imponía la monarquía rusa.
Los asquenazíes recibieron con beneplácito la propuesta del barón Mauricio de
Hirsch de convertirse en colonos agricultores en las pampas argentinas. En 1891, éste fundó la JCA (Jewish Colonization Agency), convencido de que sólo en la Argentina se ofrecían las condiciones necesarias para implementar una colonización masiva de inmigrantes judíos.
No obstante, el primer contingente que llegó al río de la Plata, en agosto de 1889, fue subsidiado por el gobierno argentino. Tras numerosas penurias, 138 familias (820 personas) fueron asentadas en el norte de la provincia de Santa Fe y algunos de ellos fundaron allí la primera colonia agrícola judía, que denominaron Moisés Ville.
Por su parte, el representante de Hirsch, el científico judío alemán Wilhelm Loewenthal, negoció con el presidente argentino Carlos Pellegrini y con terratenientes privados la adquisición de 3.250.000 hectáreas.
A pesar de no haberse cumplido las previsiones de asentar a centenares de miles de colonos judíos, durante los primeros cinco años de existencia de la JCA se levantaron cinco grandes colonias en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, con una superficie total de 200.619 hectáreas, donde se asentaron 6.757 colonos, con sus familias, en 910 chacras.
En 1913, la obra de la JCA se extendía con el establecimiento de colonias en La Pampa, en el sur de la provincia de Buenos Aires, en el norte de la provincia de Santa Fe y en la de Santiago del Estero. Más de 18.900 personas se sostenían con la producción de las chacras y un número adicional de siete mil peones trabajaban en tareas agrícolas con la esperanza de llegar a ser colonos propietarios.
El total de tierras argentinas compradas por la JCA para ser colonizadas pronto llegaría a superar las 600 mil hectáreas. Éste era el balance de la mayor experiencia agraria judía en América Latina.
Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff, publicado en 1910, fue la primera gran expresión literaria de la utopía rural americana de los que huyeron de la opresión zarista, fue la Sión reencontrada en las pampas argentinas. Gerchunoff desarrolló esa alegoría en prosa tomándola del poeta nicaragüense Rubén Darío, que había atribuido un idéntico espacio de Tierra Prometida al escribir la Siónida en el Nuevo Mundo en su Canto a la Argentina:
¡Cantad judíos a la Pampa!
Mocetones de ruda estampa,
dulces Rebecas de ojos francos,
Rubenes de largas guedejas.
Patriarcas de cabellos blancos
y espesos como hípicas crines.
Cantad, cantad Saras viejas
y adolescentes Benjamines
con voz de nuestro corazón:
¡Hemos encontrado a SIÓN!
Desde los primeros años del siglo, el movimiento rural entró en un espiral de reclamos y movilizaciones que potenciaron el cooperativismo agrario. En ese proceso tuvieron una gran participación los colonos judíos y derivó en la conformación de la Federación Agraria Argentina.
Esta singular experiencia agrícola fue objeto de interés mucho antes de la creación del Estado de Israel. En 1930, se publicó en Tel Aviv un texto con las memorias del agricultor Mórdejai Alperson, de Colonia Mauricio. En los años sesenta se editaron en hebreo las primeras memorias noveladas y relatos literarios autobiográficos. Luego, en 1975 y 1983, aparecieron las más completas historias del proyecto colonizador e inmigratorio, fruto de la investigación académica del profesor Haim Avni de la Universidad Hebrea.
Heterodoxia y liberalidad
A partir de la instauración del nazismo y de su posterior expansión, miles de judíos centro europeos siguieron los pasos de estos pioneros y se instalaron en el país. Así, el colectivo judío se aproximó al medio millón de personas.
En su gran mayoría se identificaban con la cultura asquenazí, especialmente, en cuanto a las adquisiciones culturales que tomaron de las sociedades europeas en las que vivieron antes de su emigración a la Argentina. En este sentido, su gastronomía, los restos de la lengua ídish, las tibias prácticas religiosas y la elevada interacción con la sociedad circundante, son algunos de los productos del contacto entre lo judío y lo gentil que trasladaron al otro lado del Atlántico.
En 1920 arribaron al país los primeros contingentes sefardíes, provenientes de Damasco y Alepo, y hacia la década del cuarenta alcanzaron cierta relevancia numérica. La convivencia con los “turcos” era compleja y distante, los prejuicios recíprocos se imponían sobre la identidad común y los casamientos entre parejas de ambas corrientes eran excepcionales. Tuvo que pasar una generación para que esa relación prejuiciosa pudiera superarse, hasta llegar a que un representante sefardí fuera presidente de toda la colectividad.
Históricamente los judíos asquenazíes fueron elaborando distintas estrategias de adaptación al entorno, suavizando los elementos de la praxis judía que pudieran dificultar su convivencia en las sociedades circundantes. El modelo de relación adoptado reivindicaba las propuestas de la Haskalá, la ilustración judía que soñaba con la plena integración de los judíos en las sociedades anfitrionas.
Horacio Kohan señala que “hay una vieja tradición de los judíos argentinos de fidelidad a la vida familiar y tradicional pero no en el ámbito de la sinagoga, sino en el hogar y en la vida social, con los amigos... La primera preocupación de un judío argentino era ser socio de un club deportivo y social antes que de una sinagoga o de una comunidad religiosa. Nuestra vinculación con la sinagoga pasaba por las grandes festividades, un acontecimiento tanto social como religioso, y lo que se podía practicar en el ámbito del hogar, la celebración de la pascua, que eran fundamentalmente ocasiones de encuentro familiar”.
Abraham Rotenberg considera que los judíos argentinos “En cien años de presencia activa habían adquirido los rasgos de su entorno y también soportando conductas típicas de un país de inmigración masiva: prejuicios contra los foráneos y una simultánea liberalidad en aceptarlos, porque casi todos eran hijos de extranjeros”.
La burguesía argentina desarrolló una estrategia para asimilar a los masivos contingentes de inmigrantes que se instalaron en su territorio. A través del sistema educativo, del servicio militar obligatorio y de una prédica constante exaltó los valores de la nacionalidad y logró insuflar en las nuevas generaciones gran parte de sus concepciones patrióticas.
En un país predominantemente católico pero de enseñanza laica y obligatoria la comunidad judía se desarrolló en un clima de liberalidad innata. La inmensa mayoría se integraba en instituciones de carácter solidario, cultural, educativo o religioso que evolucionaban con criterios de laicidad y, al mismo tiempo, de respeto por las tradiciones que constituían su identidad. Así, la sociedad argentina le fue aportando a los judíos su innegable cuota de carácter, templanza y creatividad.
“El judío argentino –continúa Rotenberg-, simpatizante o activista sionista, con fidelidad a Israel, aunque sin renunciar a la vida política y cultural argentina, en los años setenta había madurado un arquetipo intelectual alerta e inquieto, con una amplia información sobre todo lo novedoso que se producía en el mundo judío y gentil.”
Refugiados nazis
Desde comienzos del siglo, hubo sectores de la cúpula militar que habían adoptado como modelo a las concepciones imperantes en sus colegas prusianos. Así, se adoptó la marcha de las tropas y las voces de mando a su estilo, su armamento y el adoctrinamiento de la oficialidad con las enseñanzas de von Clausewitz, Sclieffen y Von der Gorz. Esa influencia perduró con la asunción de Hitler y, luego de su caída, posibilitó que numerosos capitostes nazis contaran con un amparo oficial, sobre todo durante el primer gobierno peronista, que fue cuando sigilosamente se insertaron en el país.
Así, miles de nazis, colaboradores del régimen de Vichy y funcionarios ustasbas –algunos notorios criminales- fueron provistos de salvoconductos, dinero, alojamiento y pasajes para instalarse en Argentina. En ese operativo, no sólo participaron funcionarios gubernamentales, también estuvieron implicados destacados miembros de la Iglesia Católica (el salesiano José Clemente Silva, el obispo austriaco Alois Hudal, el sacerdote croata Krunoslav Draganovic y la organización Caritas croata de Buenos Aires) y una red de solidaridad con los exiliados nazis que incluyó a funcionarios suizos, noruegos y del Vaticano.
Las estimaciones sobre los aláteres de Adolf Hitler radicados en el país oscilan entre cinco mil y 35 mil individuos. Entre ellos, algunos personajes relevantes como Adolf Eichmann, Erich Priebke, el “Méngüele danés” Carl Vaernet, Gerahrd Bohne y el genocida de los campos de exterminio polacos Josef Schwammberger. En 1949, hasta el auténtico Josef Mengele se embarcó para la Argentina. Diez años después, ante la inestabilidad política del país, se trasladó a Paraguay y, luego, sintiéndose reconocido por una de sus víctimas, se radicó en Brasil donde cambió su identidad.
El fundamento empleado por el gobierno de Juan Domingo Perón, para justificar este operativo, fue que era muy productivo para el país utilizar a los jerarcas nazis en el desarrollo tecnológico. Incluso llegó a proclamar que gracias a ese aporte se había logrado dominar la energía nuclear, luego se comprobó que el anuncio era falso.
También hubo importantes remesas de fondos nazis hacia Argentina que utilizaron el santuario suizo para sus transferencias. Según el informe difundido por Alfonse D´Amato, titular del comité de Bancos del Senado de los Estados Unidos, varios miembros del círculo íntimo de Hitler utilizaron valijas diplomáticas helvéticas para girar parte de sus fortunas a Buenos Aires. Entre los mencionados se encuentran Hermann Goering, Joseph Goebbels y Joachim von Ribbentrop; sólo el primero habría remitido unos veinte millones de dólares. El documento desclasificado por el gobierno norteamericano está fechado el 16 de diciembre de 1946.
Entre las inversiones a que se destinaron esos recursos se encuentran algunas empresas metalúrgicas, químicas y grandes explotaciones agropecuarias argentinas.
Una localidad cordobesa, Villa General Belgrano, fue fundada y aún hoy es identificada con la inmigración nazi; también en la ciudad de Bariloche hubo presencia de personeros de ese régimen.
Así se corroboraron las simpatías existentes con los nazis en las filas militares y en los grupos ultraderechistas nativos. Estos sectores periódicamente emprendieron campañas antisemitas y para ello contaron con la protección desde algunos ámbitos oficiales.
Antes de su derrocamiento, Perón eliminó los archivos con las constancias de esos operativos. En 1996, otro peronista completó la tarea de borrar las huellas, el entonces presidente Carlos Menem incineró gran cantidad de expedientes de la Dirección General de Migraciones para eliminar los datos y las complicidades con las radicaciones de los seguidores del fürer. Pero, la operación había sido demasiado grande como para borrar tantos vestigios dejados en el camino.
Represión y caos
A pesar de tantas expectativas promisorias, el país no se consolidó ni económica ni políticamente. Las crisis recurrentes, enfermizas pugnas de sectores, inexplicables vaivenes políticos y sucesivos golpes militares hicieron que se frustraran las aspiraciones de millones de personas y que se incubaran, junto a los sueños de grandeza, intolerancias, arbitrariedades, corrupciones y salvajes persecuciones.
El peronismo fue parte de esas contradicciones, por un lado, extendió los derechos sociales, pero, por otro, reprimió con dureza a los disidentes.
La pérdida de conquistas sociales se profundizó notablemente con los gobiernos que sucedieron a las primeras dos presidencias de Juan Domingo Perón. A la par, se agudizó la represión sobre la militancia de izquierda, sectores del peronismo y la clase trabajadora.
Estas coyunturas reaccionarias provocaron periódicas explosiones de ira popular que imponían movimientos pendulares en la orientación política de los gobernantes, que preparaban, a su vez, nuevas oleadas represivas.
En esta convulsiva situación, muchos miembros de la colectividad judía tuvieron gran participación en el arco político argentino. En el movimiento estudiantil, en todas las fuerzas de la izquierda argentina, en el radicalismo y aun en el propio peronismo hubo exponentes destacados.
En 1966, un golpe militar descargó su furia autoritaria contra las universidades y provocó una fuga masiva de los más destacados intelectuales, profesores y estudiantes.
Los generales pretendieron ahogar a la sociedad en su corsé represivo.
La autocracia se sorprendió por el efecto producido por el Mayo Francés, que hizo desperezar las rebeldías juveniles sin respetar las fronteras. La reacción popular estalló en 1969 (Cordobazo y Rosariazo) y terminó con los sueños de perpetuidad del dictador (Juan Carlos Onganía).
La restauración democrática permitió el regreso de Perón al poder y puso en evidencia todas sus contradicciones e inconsecuencias. Simultáneamente, se desarrolló una guerrilla urbana que distorsionó la causa popular y regaló argumentos para una nueva y más sanguinaria oleada represiva.
En 1976, Jorge Rafael Videla inauguró una dictadura genocida inédita por su perversión y criminalidad. Decenas de miles de desaparecidos, detenidos, torturados y exiliados fueron la resultante de siete años de la barbarie represiva desencadenada.
Los judíos argentinos, a pesar de representar el uno por ciento del total de la población, sufrieron un índice diferencial de persecución. Los desaparecidos de la colectividad alcanzaron un porcentaje del nueve por ciento, dando contundencia al ideario de los dictadores. Sintiéndose dueños de vidas y haciendas, las hordas represivas cotidianamente descargaban su furia a los gritos de “judíos, putos, comunistas...”.
Este asfixiante estado de indefensión, llevó a numerosos argentinos a abandonar el país, entre ellos, miles de judíos iniciaron un nuevo éxodo. Las geografías más insólitas se convirtieron en destino de los que huían del exterminio que implementaba el gobierno militar.
El fin de la dictadura y el nuevo renacimiento democrático auguraron un período de normalidad institucional con grandes expectativas de mejoras sociales, económicas y en la convivencia ciudadana. Este clima esperanzador posibilitó el retorno de muchísimos exiliados.
Pero la crisis económica no dejaba de sembrar alertas sobre el tiempo por venir. En 1989 estalló una hiperinflación que atropelló todas las variables económicas y empujó a las angustias más extremas a porciones importantes de la sociedad. Una ola de saqueos a supermercados y comercios irrumpieron por las calles de las principales ciudades aportando los colores de un decadente cuadro social. Crecieron desmesuradamente los tradicionalmente bajos índices de desocupación, la descomposición de la estructura social disparó por las alturas a las magnitudes de pobreza, marginalidad y delincuencia.
A pesar de que esta situación se convirtió en caótica y que los argentinos no podían imaginar un grado de involución mayor, la dinámica de la situación prometía una profundización de las penurias soportadas hasta entonces.
Después del fracaso radical, tomó la posta el pintoresco Carlos Menem, liderando durante una década a la convergencia peronista liberal que hizo posible una decadencia mayor. La corrupción generalizada, la inmoralidad reinando con desparpajo en los despachos oficiales y la pérdida de todo elemental principio republicano llevaron al país a soportar la crisis más aguda que haya vivido nunca.
Veinte millones de personas soportando niveles de pobreza extremos, expusieron con toda contundencia el fracaso de una dirigencia política que logró la extraña paradoja de que, en un país exportador de alimentos, millones de personas pasaran hambre.
El estallido del sistema bancario aportó la cuota crítica para que la inmensa mayoría de los argentinos alcanzara la conciencia de que la situación resultaba insoportable.
En diciembre de 2001 el pueblo se echó a las calles y un patético presidente provocó una represión sanguinaria como paso previo a su huida del poder. En pocas horas se sucedieron varios presidentes y el país se hundió en el más profundo de los caos.
El último café
Este cuadro provocó una aguda desesperanza e impulsó a nuevos sectores a la búsqueda de otros horizontes. Los consulados españoles, italianos y de otros países recibieron miles de solicitudes de visas, permisos de residencia y de nacionalidad.
Los judíos argentinos fueron parte de esa masiva emigración fundamentalmente de profesionales y jóvenes de clase media que volvían sobre los pasos emprendidos por sus ancestros.
La estimación oficial es que en la actualidad los argentinos en el exterior rondan los 750 mil. Esta revelación exhibe otra de las dramáticas consecuencias que se dispararon con la crisis de 2001. En el corto lapso de un par de años, emigró del país una cantidad de ciudadanos superior a la población de la gran mayoría de las provincias argentinas.
Un alto porcentaje de este flujo migratorio se radicó en España. Cuando el Río de la Plata conservaba el magnetismo para quienes soñaban con la prosperidad y muchos españoles la tomaron como destino, aquí surgió la afectuosa referencia a la Argentina como la "quinta provincia gallega". Ahora podría decirse que se ha constituido la provincia argentina número veinticinco en tierras ibéricas. Hasta tal punto que ya se está hablando en los despachos oficiales argentinos de la existencia de una provincia ultramarina, la de los residentes en el exterior que por primera vez tiene características no coyunturales.
“Elegimos como destino España –señala Rotenberg- por numerosas razones: la apertura democrática, la relativa cercanía del idioma (después comprobaríamos la veracidad de la reflexión de Bernard Shaw con respecto a Inglaterra y Estados Unidos: “dos países separados por un mismo idioma”). Presente estaba, además, nuestra visión heroica de la guerra civil, el orgullo por la presencia judía en el pasado, su enriquecedor aporte a la cultura común y nuestro dolor por su trágico destino.”
Las anteriores migraciones de argentinos tuvieron que ver con la existencia de perseguidos políticos que cuando la situación que originó el exilio desaparecía emprendían con ansías la vuelta al terruño. Nunca habían llegado a semejantes magnitudes y a presentar las actuales características de irreversibilidad.
A pesar de algunos contados retornos y de las afirmaciones oficiales en ese sentido, existen signos de permanencia del fenómeno y que la tendencia continúa -aunque en forma mucho más moderada- en expansión.
III
Exilio en Madrid
Hasta la década del setenta la presencia argentina en España era casi insignificante, se limitaba a un puñado de miles de profesionales que se instalaron en estas tierras por razones esencialmente laborales.
Solly Wolodarsky fue parte del puñado de rioplatenses que se habían instalado entonces en Madrid y recuerda que “vivíamos casi todos concentrados en Chamartín. La mayoría de los argentinos, que éramos muy pocos, estábamos por razones profesionales, eran ejecutivos de grandes compañías, desplazados por algunos negocios concretos. En mi caso, yo tenía un contrato con la Televisión Española junto a un grupo de especialistas como Chicho Ibáñez Serrador, Lazaroff y otros. Querían insuflar un aire distinto porque consideraban con razón que la TVE era muy provinciana”. Luego, agrega: “Recuerdo a un ejecutivo de una petrolera, a un representante de la fábrica de pinturas Alba, a un arquitecto que había venido con un contrato de trabajo y a algunos artistas. Había un par de decenas de argentinos en Galicia, que eran hijos de gallegos que vinieron porque tenían propiedades y se quedaron allí, eran nacidos en la Argentina pero eran más gallegos que argentinos. Me acuerdo que en el consulado los funcionarios calculaban que en toda España no llegaban a cinco mil los argentinos, ese era el panorama del año 1969, cuando yo llegué.”
Unos pocos años después la colonia argentina creció considerablemente a raíz de las contingencias ocurridas en la ribera occidental del río de la Plata.
La primera oleada migratoria se produjo a mediados de la década del setenta y fue originada por la expansión del terrorismo de estado, durante los últimos tramos del gobierno peronista, y la instauración de la dictadura militar del general Jorge Rafael Videla. Se trataba en su mayoría de políticos, intelectuales y simpatizantes de la izquierda que huían de la represión y el genocidio desatado en la Argentina.
Los emigrados arribaban a una sociedad en plena expansión democrática. “La España de los años 69/70 –describe Wolodarsky- no tenía nada que ver. En los ochenta era completamente otro país, en normas de conducta, en seguridad, la juventud actuaba de una manera muy distinta, la apertura, el estallido de un país contenido... El gobierno de Franco se mantenía sobre la fuerza, el estricto control de la educación, la cultura y todas las conductas y, sobre todo, el bienestar económico de una clase social emergente, la burguesía industrial española” que se instala en la cima de la sociedad y “con la muerte de Franco reclama su lugar y se modifica toda la estructura del país, cambia la ética, la moral, las costumbres, el bienestar, la salida al exterior, la llegada de libros, etc.. Es un estallido brutal que modifica totalmente la España que yo conocí.”
Eran los tiempos de la transición que desembocaría en un gobierno socialista. Los que inauguraban sus primeras horas de abrupto exilio, se encontraron con un alto grado de comprensión y solidaridad en los ámbitos oficiales. Se les ofrecía protección y ayuda para que puedan tener cubiertas las necesidades básicas y hacer los primeros intentos por insertarse en la nueva sociedad.
A pesar de ello, no fue sencillo para los recién llegados emprender ese camino. “Un exiliado por la violencia de un día para otro reacciona mal, porque sufre un cercenamiento y no tuvo el debido tiempo para la elaboración de su salida del país, entonces la relación con los españoles se hace difícil...”, afirma Wolodarsky.
Además de sus nostalgias, los recién llegados sufrían las consecuencias de su fervor político y del clima de sospecha generalizada que existía por la presencia de informantes al servicio de la dictadura militar que se infiltraban entre los exiliados. “Había un fuerte prejuicio –recuerda Kohan- entre los que llegamos en aquellos años, de tratar de relacionarnos lo menos posible con los propios argentinos. Por múltiples razones, no sabías a quien tenías enfrente, si era de un bando o del otro; lo cual te obligaba a mantener cierta prevención. En segundo lugar, muchos argentinos disfrutaban de la peor fama de aprovechados, trepadores, estafadores, etc. Hoy con la distancia que me dan los años, puedo ser más comprensivo y darme cuenta que estaba lleno de gente que intentaba sobrevivir como mejor podía en las condiciones más difíciles imaginables, sin familia, sin amigos, sin un trabajo, sin códigos comunes, pero en aquel momento resultaba muy molesto identificarse como argentino y sentirse parte de esa mayoría condenada por una buena porción de la sociedad española.”
Wolodarsky aporta su óptica sobre esos críticos momentos: “Con algunos había diálogo pacífico, respetuoso, pero con otros no. Sostenían que tenían la verdad, que era de los Montoneros, su postura sobre la guerra civil y de la liquidación por la fuerza de la opresión militar (..) les teníamos desconfianza e ideológicamente estábamos muy en desacuerdo, considerábamos que eran un instrumento de Perón y de provocación, y que no era el camino adecuado para la democratización. Entonces con la gente que venía expulsada de Argentina, una vez que uno superaba la relación de acogimiento, de ayudar a superar las cosas más primarias, al intentar avanzar a otro estadio, en mi caso el choque ideológico era muy grande.”
En los años ochenta, con el esperanzador renacer de la democracia, hubo una importante cantidad de argentinos que retornaron al país.
Nuevas oleadas
Posteriormente, se produjeron otras dos oleadas migratorias motivadas en las caóticas condiciones económicas que dejaron como herencia los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
En los años 1989 y 1990, la hiperinflación desatada, los saqueos populares a los supermercados y la notable pérdida de poder adquisitivo tonificó el desaliento y la decisión de numerosos argentinos de buscar un destino lejos de su tierra.
En 2001, la profunda crisis que disparó la caída del presidente Fernando de la Rúa produjo nuevas y más intensas condiciones para una masiva emigración. El desánimo generalizado a partir de la miseria reinante, el descrédito de los políticos locales, la incautación de los ahorros depositados en los bancos y la drástica devaluación de la moneda hizo que más de medio millón de argentinos consideraran que estaban colmados de frustraciones y dijeran un adiós casi definitivo a la tierra que tanto le había prometido a sus abuelos.
El arquitecto Jorge Litwak se congratula de haber tomado la decisión de migrar, “En la Argentina yo había perdido las esperanzas. No conocía a nadie, pero llegar aquí me llenó de energías para seguir adelante y a los cuarenta años empecé de cero... En el lugar de origen, cuando empezás de cero, se tiene un entorno que te contiene, tu familia, amigos, compañeros de facultad o de trabajo, siempre hay alguien a quien pedirle que te tire una soga... Cuando llegué aquí no tenía ni siquiera eso.”
El destino preferente de los nuevos emigrantes fue España. La cifra oficial conocida indica que, a partir de 2000, la colonia argentina se multiplicó por lo menos por diez.
Según el Ministerio de Interior hispano, entre 1995 y 2000, los residentes en España rondaban las 17.068 personas de promedio, con ligera tendencia a la baja. Pero a partir de 2000, la curva representativa de la colonia argentina se disparó hacia arriba como un corcho de cava, alcanzando en la actualidad una cifra estimada entre 175 mil y 220 mil.
La colonia puede discriminarse en tres sectores: ciudadanos europeos nacidos en la Argentina, los que no cuentan con otra nacionalidad y los que se encuentran en situación irregular.
El grupo que tiene una mayor dificultad para ser cuantificado es el de los argentinos con nacionalidad europea. Se estima que agrupan a no menos de 65 mil personas: 40 mil con ciudadanía española, los ítalo argentinos reunirían la mitad de esta cifra y serían unos cinco mil los que cuentan con la nacionalidad de otros países europeos.
Los que carecen del amparo de la doble nacionalidad alcanzan a 110 mil individuos, según los registros de los municipios españoles. Casi la mitad de ellos se empadronaron durante 2003.
En tanto, los que residen en condición irregular sumarían unos ochenta mil, según las entidades que representan al colectivo. Gran parte de ellos conservarían ese estatus dado la escasa cantidad que se presentaron a regularizar su situación (unas 23 mil solicitudes).
Este notable crecimiento de la comunidad argentina se refleja también en la cantidad de alumnos inscriptos en el sistema educativo español. En 2004 se registraron 22.848 estudiantes en los distintos centros de enseñanza. Esa cifra triplica a las surgidas del censo realizado por las autoridades educativas en el período 2001/2002, donde los estudiantes de origen argentino ocupaban 7.600 pupitres.
Pese a la precariedad laboral y la incertidumbre que afecta a gran parte de los emigrados, el 95 por ciento de los que se encuentran indocumentados dice sentirse a gusto en la península; el 68 por ciento afirma que no regresaría a la Argentina aunque tuviera trabajo, y sólo uno de cada tres asegura que volvería en el caso de que las cosas en el país mejoren.
Tal diagnóstico surge de las 12.100 respuestas recogidas por el censo de ciudadanos indocumentados en España, efectuado por el Ministerio del Interior del gobierno argentino a través de su página web. En ese relevamiento, se concluye que las motivaciones de esa negativa a regresar al país desbordan las razones puramente económicas.
Tradicionalmente, Barcelona fue la ciudad que acogía a una mayor cantidad de argentinos. Hasta 2001, el padrón municipal apenas superaba los dos mil registrados; tres años después los empadronados ascendían a 9.516 personas. La Casa Argentina en la ciudad quintuplicaba esa cifra en su estimación de los residentes en la zona.
A partir de la década del noventa, Madrid se convirtió en el destino preferente de los emigrados del Río de la Plata. Así, de los 5.122 empadronados al 1 de enero de 2002, se pasó a contabilizar a 12.092 personas tres años después.
Como dato aleatorio, la ciudad condal contó con un llamativo incremento de ciudadanos italianos (121%), en el lapso comprendido entre 2001 y 2004. En tanto, que en la capital del reino los que ostentaban la ciudadanía itálica pasaron de 3.839 -en noviembre de 2001- a 8.339 personas -en enero de 2005-, un sugestivo incremento del 217 por ciento. Es de suponer que una gran mayoría de ellos, para arribar a la península ibérica, no atravesó el Mediterráneo sino el océano Atlántico.
Perfiles argentinos
Los datos aportados por distintas fuentes oficiales permiten delinear algunas de las principales características de la colonia instalada en España. El censo de residentes efectuado por el gobierno argentino, revela que en la corriente migratoria prevalecen con nitidez los provenientes de la ciudad de Buenos Aires y su conurbano.
En tanto, que la pintura del emigrado de las Pampas que compone la estadística oficial española concluye que tiene una edad promedio de 35 años; predominando los pertenecientes a la clase media y los que cuentan con estudios superiores.
En 2004, un total de 2.603 profesionales argentinos lograron que su título fuera homologado académicamente. El sesenta por ciento de esas convalidaciones corresponden a los graduados en medicina, junto con los ingenieros en distintas disciplinas y los arquitectos representan el grueso de los egresados universitarios emigrados. Así lo revela la encuesta "Resoluciones favorables de homologación de títulos extranjeros universitarios", elaborada por el gobierno español en ese año. En ella, los expedientes de los graduados argentinos encabezan con holgura a los presentados por cualquier otro colectivo proveniente de países de América o de Europa.
En ese mismo estudio se incluyen otros datos interesantes. Del total de títulos presentados ante el Ministerio de Educación de España para ser homologados, el 30 por ciento (casi seis mil) fueron argentinos. Tal cantidad equivale al 40% de la producción anual de profesionales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la más importante del país.
El éxodo de cerebros, característico de la emigración argentina, se viene produciendo como un goteo constante y no sólo como consecuencia de la última crisis que produjo la ola de radicaciones en el exterior más notable de la historia del país. Por ejemplo, de cada millar de argentinos que se radicaron en Estados Unidos, 191 fue personal especializado. Argentina cuenta con la más alta oferta de recursos humanos calificados del continente; como reflejo de ello, unos siete mil de sus científicos se encuentran radicados en el exterior.
Un 35 por ciento de ellos se encuentran desplegando sus conocimientos en España. Según el Censo 2001 del Instituto Nacional de Estadísticas, los argentinos ocupan el tercer lugar del rubro “técnicos y profesionales científicos e intelectuales” con 2.416 personas. Se estima que la actualización de estos datos arrojaría cifras más contundentes todavía sobre la radicación de científicos argentinos en España.
Además de su abrupta irrupción por tierras hispanas, la colectividad hizo ruido propio al insertarse rápidamente en sectores de alta exposición. Se hizo sentir en las agencias de publicidad -los creativos argentinos arrasaron con premios en los festivales de San Sebastián- y pronto los mensajes comerciales con acento criollo se fueron insertando copiosamente en los anuncios radiales y televisivos.
También fueron numerosos los que lograron instalarse en el mundo del espectáculo: músicos, compositores, actores, directores, escenógrafos, artistas plásticos, escritores, etc. La trascendencia de esta presencia se debió en parte a la llegada de propuestas teatrales exitosas y a la enorme aceptación de varias películas criollas, que asignaron un alto nivel a la labor creativa que se gestó en el Río de la Plata en tiempos de aguda crisis.
Por otra parte, también se abrieron negocios típicamente porteños. En los últimos dos años, los restaurantes argentinos existentes en Madrid se multiplicaron y pasaron a ocupar un rubro propio en las guías de ocio. También se introdujeron las típicas heladerías y hasta los característicos kioscos.
Pero la gran mayoría de los más de 175 mil argentinos residentes en tierras españolas escriben su historia cotidiana con esfuerzos y sin estridencias, con la ilusión de prosperar y superar las nostalgias de despedidas no deseadas y tantos afectos distantes.
IV
Por las calles de Madrid
Entre mate y matze
Hasta la mitad de la década del setenta, sólo un puñado de judíos de origen argentino transitaba por las calles madrileñas. “Aun contando con nuestras esposas e hijos –recuerda Wolodarsky- éramos muy pocos. Teníamos contacto, había unas pautas de conducta del judaísmo argentino que traíamos y conservamos hasta la actualidad”. Luego rememora la vida de esos años: “era una ciudad más pequeña, más tranquila, más barata, se vivía a otro ritmo, casi se conocían todos, las prisas eran relativas, el tráfico no era el de ahora, todo estaba más a mano y la gente era muy amable. Si no se introducía en el mundo de la política, pues, uno vivía muy bien.”
A raíz de la instauración de dictaduras militares en varios países sudamericanos comenzó a llegar a España un flujo de refugiados políticos, principalmente argentinos, parte de los cuales –alrededor de un diez por ciento- eran judíos.
En general, conservan vivencias gratas de sus primeras incursiones por las calles de la cosmopolita capital española. “Llegamos a Madrid en 1976 – recuerda Rotenberg-, época de incertidumbre política -hacía poco había muerto Franco- aunque se respiraba en la atmósfera la necesidad y la decisión de una apertura democrática. Veníamos de un clima irrespirable, y Madrid, a pesar de las indecisiones, era para nosotros una gran fiesta. Agradezco haber sido testigo y a veces partícipe, del proceso democratizador español, con sus altibajos, intentos golpistas y consolidación definitiva: constituye una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.”
Kohan aporta los sinsabores de sus primeros tiempos: “Yo llegué en 1978 a Cataluña, en ese entonces se hablaba que había unos cien mil argentinos en España. En mi caso no fue fácil porque cierto nacionalismo conspiraba bastante con la integración de los extranjeros en general. Me he encontrado con situaciones difíciles, gente que decía: “y ustedes qué vienen a hacer aquí, ya tenemos bastantes problemas para que nos llegue toda esta oleada”. Llegar a Madrid a principios de los ochenta, fue como una bocanada de oxígeno, sentí que estaba en una sociedad notablemente más cosmopolita, abierta y menos preocupada de los orígenes de cada cual.”
Así, Madrid se fue convirtiendo en el principal conglomerado judío español, alcanzando un número aproximado a las diez mil almas.
“Encontrarse con un judío confeso, en 1976, constituía para un español un acontecimiento inusual. (..) Recuerdo el asombro de mis interlocutores españoles cuando les informaba sobre mi condición judía. Me habitué a las reacciones más insólitas. Desde el “déjese de bromas, cómo va a ser judío un hombre tan encantador como usted”, hasta la abierta confesión de la existencia de “una abuela que los viernes de noche encendía velas y un día por año ayunaba”. (..) A la curiosidad por lo judío se agregó la confusión de lo judeo argentino. Resulta complejo, cuando no imposible, discernir lo uno de lo otro, y a menudo la intuición sustituía al conocimiento para percibir que este tipo de argentino se diferenciaba, en matices sutiles, del que habitualmente habían conocido”, rememora Rotenberg.
Choque de culturas
Los judíos argentinos tenían un carácter liberal, en gran parte laicos, y en sus vivencias desconocían experiencias de ghettos, salvo por sus lecturas o las trasmisiones orales de sus ancestros. Al intentar el contacto con sus colegas residentes en España, descubren convicciones y pautas de conducta que contrastaban notablemente con las que aquilataban en sus alforjas.
La apariencia de contar con identidades comunes, puede derivar en conclusiones apresuradas sobre las posibilidades de rápida integración. “Se cree que las semejanzas, la pertenencia es tan clara que acabará por neutralizar, amortiguar los efectos de la diferencia. He visto los efectos devastadores de este proceso en muchos de los argentinos emigrados en Madrid. El dolor de encontrarse con una realidad que llama y convoca, que resulta familiar pero que, al mismo tiempo, desaloja en su diferencia”, sostiene Mónica González Oleaga.
El encuentro entre ambos grupos resultó traumático, y el denominador común judío apareció como insuficiente para salvar las profundas diferencias culturales que los separaban.
Las comunidades judías se van impregnando del contexto sociocultural en que se desenvuelven y adquieren particularidades que las distinguen de las que se han asentado en otras latitudes. Por lo tanto, no resulta tan simple la convergencia de las diferentes historias que han construido y la coexistencia de las divergentes visiones del judaísmo adquiridas.
Para el judío argentino la práctica religiosa no era un elemento determinante. La particular conformación de la comunidad judía en los confines del “Nuevo Mundo” resultó la antítesis de lo experimentado por los provenientes de Marruecos. Argentina vivió durante décadas con las características de una sociedad abierta, solidaria y de bienestar, con una dinámica de gran movilidad social, donde los judíos se fueron integrando con el resto de los sectores sociales. Estas vivencias, hicieron que asuman la idiosincrasia del país como un elemento cultural más, el mestizaje entre lo argentino y lo judío se fue convirtiendo en algo perfectamente compatible para conformar su identidad global.
“La vida judía hispánica no se parecía en absoluto a la que experimentamos –recuerda Kohan-. En primer lugar, porque un sector mayoritario de la comunidad judía de Madrid era de origen marroquí, sefardí, con unas tradiciones familiares, religiosas y culturales bastante diferentes de las que traíamos los argentinos. A nosotros se nos consideraba poco menos que judíos apostatas o no judíos porque violábamos absolutamente todas las normas rituales, éramos exageradamente liberales, no respetábamos el shabat, comíamos cualquier cosa (..) teníamos una vida social más abierta, no recluida en la familia...”
Wolodarsky aporta otros matices sobre esta colisión cultural, que “no era únicamente con los judíos argentinos, incluso había choques entre los asquenazíes que habían formado la comunidad y los sefardíes que llegaron en los años 50/ 60. Hubo un proceso nada suave en la comunidad hasta que los sefardíes se hicieron cargo de la vida comunitaria. Entonces, para un argentino de formación asquenazí que caía dentro de ese círculo era muy difícil integrarse”.
Kohan añade que “los judíos de Tetuán no se hablan con los de Tánger y así... De modo tal, que no sólo hay una fractura importante entre los judíos de origen marroquí y el resto, sino que aun dentro de los judíos marroquíes hay diferencias notables.”
La actitud abierta hacia la sociedad gentil de los llegados desde el Río de la Plata, conforma una praxis del judaísmo que enfatiza más en los aspectos culturales y éticos que en los religiosos. Para ellos, su identidad judía transcurre más por el camino de las relaciones entre los hombres y los espacios que se van edificando en el terreno sociocultural.
Esta apertura, la gran cantidad de matrimonios mixtos y el poco seguimiento de las normas, son para los ortodoxos un indicador de un proceso de asimilación al medio en el que se ven inmersos los judíos argentinos. Estos, por su parte, califican a esa caracterización como una muestra de la visión dogmática de la continuidad del judaísmo que tienen los marroquíes, basada exclusivamente en la transmisión genealógica y biológica, y olvidando el relevante papel que jugó el proselitismo en la difusión del judaísmo durante algunos períodos históricos, como es el caso de las épocas griega y romana.
Este carácter del judío argentino llevaba a una confrontación entre praxis y discurso con los provenientes de otras vertientes. “A nosotros nos gusta mucho discursear y discutir mucho –afirma Wolodarsky-. Lo primero que hace un judío asquenazí argentino cuando tiene un poco de conciencia, es escribir un libro sobre la identidad judía. Entonces siempre está discutiendo su identidad judía, hay innumerables libros escritos (..) Los sefardíes de Madrid no discuten su identidad, son judíos. Así nacieron, viven y mueren como judíos. No hay dudas sobre su pertenencia al pueblo de Israel.”
Raíces en el aire
La segunda generación de los emigrados, por lo general, paga consecuencias adicionales por la decisión paterna de cortar inesperadamente con la historia en el lugar de sus orígenes y, sin anestesia, se ven obligados a confrontar con una realidad desconocida.
La ausencia del núcleo familiar amplio dificulta la gestación de modelos. Los adultos poseen una referencia psicológica y social más estructurada a pesar del choque cultural que pueden sufrir. Pero los hijos de los inmigrantes padecen la ausencia de puntos de referencia claros, más aún si en el país de acogida se sienten excluidos.
El sociólogo Federico Zukierman llegó con su familia en 1992, a la edad de 16 años. Sus primeras vivencias recorren senderos plagados de dificultades para adaptarse a “la escuela secundaria, acá todo era más disciplinado, en el sentido memorístico, yo venía de la ORT (escuela secundaria de la colectividad judía de Buenos Aires) que tenía un método pedagógico más participativo, grupal, me chocó mucho la visión del alumno como número, como individuo y en su relación con los demás. Llegué dejando mis amigos en la Argentina, tuve que empezar de cero y hasta que no llegué a la universidad no hubo un antes y un después.”
Un adolescente aprecia sobremanera la vida de relación con sus congéneres, pero en los primeros pasos por la nueva geografía se topan con algunos obstáculos infranqueables, “... cuesta más hacerse amigo de un español, porque al principio hay una barrera. Acá todo es mucho más formal, hasta que te abre las puertas una persona, hasta que se sincera..., son más encorsetados, más tradicionalistas.”
El músico Maximiliano Barrera Kohan llegó casi en la misma fecha, pero contaba sólo once años. Esa época de su niñez no fue muy grata, recuerda “una sensación muy característica, que creo que le ha pasado a todos los inmigrantes, el de llegar y sentirse como una marioneta, que se está flotando, no se sabe donde está. El acento es distinto, la comida, la gente... Fue duro porque fui a un colegio público, allí los niños fueron muy crueles, había tres o cuatro salvajes en clase que me señalaban como argentino. Tenía una profesora que era una cosa terrible, me gritaba, me decía que aprenda a hablar bien (..) Así que en un año me hice español, no me quedó más remedio...”.
Luego, el afán de un adolescente por asociarse e integrarse fue delineando nuevos caminos y vinieron mejores tiempos: “... después me asimilé muy bien, no tuve ningún problema, tengo mucho que agradecer a España, doy gracias por estar aquí, la verdad es que se me ha tratado muy bien, quitando a esos niños crueles, que espero que ya no sean tanto...”
No obstante, la saudade persistía, “empecé a apreciar al tango, lo que era un buen asado, cuando llegué aquí me inundaban las tortillas de patatas por todos lados. Uno al principio tiene la huella de la comida, la familia, los amigos, le cuesta elegir... Los primeros años son más bien nostálgicos, se acuerda lo que dejó, lo que no tiene y después hay momentos en que uno se olvida y empieza a sentir a la gente, a tener las primeras novias, a sentir el idioma, a amar el país... ”
Al cabo de unos años el fervor juvenil puede hallar las energías necesarias para ir eliminando los obstáculos. “La universidad fue para mí la adaptación social –recuerda Zukierman-, tener amigos íntimos, conocer España, también a nivel de asociaciones y ONG´s, conocer en profundidad a la gente y empezar a sentirme como español, cinco años después de llegar. El síntoma es estar en un café, sentir que tenés los mismos valores que un universitario español, los gustos por la misma música, un equipo de fútbol, un horizonte de vida, de ocio, de cultura...”
También llegaron los tiempos de los descubrimientos, “... ellos reconocían mis diferencias, yo podía ser singular en lo universal, ser argentino y judío en España y sentirme como en casa. En ese momento me di cuenta que podía ser yo mismo en un entorno distinto y me reconocían y me querían como en la Argentina. Es el momento en que te olvidas donde estás, cuando las fronteras desaparecen mentalmente y ya te sientes como uno más. Muchas veces somos más españoles que los propios españoles, reconocemos cosas que ellos a lo mejor por estar acostumbrados les pasan desapercibidas...”
En ese proceso adaptativo, se van encontrando las opciones personales más satisfactorias. “Yo me integré a través de los argentinos en un centro de documentación donde se analizaba la prensa y durante diez años pertenecí a ese grupo que era un colectivo muy plural y heterodoxo... Mi integración en España no pasó cien por cien por la comunidad judía, si hubiera pasado a lo mejor me sentiría un poco incompleto. Yo le pedí lo que me podía dar, no le pedí peras al olmo, la ecuación en mi caso fue positiva.”
En busca de una identidad
El ser humano ha demostrado contar con una gran capacidad para adaptarse a los cambios, pero, pocos cambios resultan ser tan traumáticos como los que tienen lugar cuando se afronta a una sociedad desconocida.
La aspiración de encontrar una vida mejor, debe ser abonada con costos muy altos, un cambio que se proyectará necesariamente sobre su descendencia. El deslumbramiento inicial que ejerce la vida en el primer mundo, la ilusión de sumarse a sus niveles de consumo, poco a poco, van develando que ese cambio no ha sido gratuito y aparecen los síntomas del “duelo” por todo lo que se ha dejado en el camino.
“El exilio nos transformó –recuerda Rotenberg- de inmediato en seres anónimos, sin referencias, sin pasado. Necesitábamos una identidad y suponíamos que podíamos hallarla en la Comunidad Judía.”
Wolodarsky complementa con su visión el proceso vivido por muchos compatriotas, los que emigraron “no eran sólo judíos laicos, que se podía admitir, eran judíos agnósticos, ateos, librepensadores, negadores de la relación judía y sus costumbres, se consideraban argentinos cien por cien. Después de vivir un tiempo en España, descubren varias cosas. Primero, que no son españoles ni lo van a ser nunca. Segundo, que no son más argentinos, porque después de vivir una cantidad de años aquí, cuando pueden volver a Argentina, regresan a otro país. Se van adecuando a España, sus hijos estudian aquí, comen a las dos, hay tiempo para una siesta, cosas elementales pero que van constituyendo otra forma de vida. Vuelven, comparan, intentan, pero ya son como argentinos inadecuados. El país fue por un lado y ellos fueron por otro. Se encuentran faltos de identidad y la gente para vivir sin identidad tiene que tener una fuerte personalidad, una conciencia que se puede vivir sin ella. En esa búsqueda se dan cuenta que son judíos y se aferran a esa identidad. Muchos tratan de acercarse a la comunidad, participan de alguna fiesta, mandan los chicos al colegio judío, de forma tangencial se van integrando, llegan a recuperar esas cosas perdidas en la niñez y las recuperan como su identidad. Eso da como resultado distintos grados de integración, las experiencias son muy diversas.”
Un proceso distinto fue el vivido por el comerciante Silvio Steiner, quien provenía de una familia con acendradas tradiciones y perteneció a importantes centros de la colectividad judía bonaerense, pero su búsqueda de contención en la comunidad madrileña fue infructuosa. Sus primeros contactos le arrojaron como conclusión que se trataba de “un núcleo selecto, cerrado... Junto a mi esposa nos entrevistamos con el rabino y con el presidente de la comunidad de la calle Balmes, pero sólo nos encontramos con su desinterés”. Emigrado en 2001, pudo establecer algunas relaciones con otros judíos argentinos, “nos veíamos cada semana a tomar un café, pero acá la gente no es muy sociable, no se da el hecho de encontrarse en la casa de uno o de otro, no se da entre los judíos ni entre los no judíos, no lo sienten así”.
Steiner logró “contactos brillantes, muy buenas relaciones, pero la mayoría no sabe que soy judío. Nunca lo mencioné porque tengo miedo de decir que soy judío y que eso me cueste tener que dar explicaciones que no estoy en condiciones de dar. Ante los españoles soy argentino. Creo que ninguno de los españoles que me conocen saben que somos judíos, tanto con los que tengo vínculos comerciales o con los que se relacionan profesionalmente con mi mujer. A veces hay insinuaciones por nuestra apariencia física, la respuesta es que somos de origen polaco, pero acá yo soy argentino, no soy judío, duele decirlo porque yo quiero asumir mi identidad, yo sé lo que soy... En la Argentina cuando éramos chicos nos decían “judíos de mierda”, porque acá no, cuando sabemos que este es un país totalmente xenófobo, que supera largamente a la Argentina. Duele negarlo, pero...”
García Canclini sostuvo que "el proceso de integración se define por las identidades que en su trama se constituyen y, viceversa, que las identidades se construyen en el proceso de integración". Así, en su búsqueda de inserción en la nueva sociedad cada individuo va compartiendo varias identidades dentro de sí mismo y dentro del propio grupo de pertenencia.
“Nunca he tenido las identidades puras –afirma Zukierman-. Las identidades postmodernas son eso: identidades múltiples, y a mí me enriquece tener identidades múltiples, no me crean conflictos. Es como un juego teatral. Uno es todo al mismo tiempo... Pero, a veces me gusta ser más argentino, cuando juega la selección; en temas políticos me siento más judío; en temas culturales me siento judío y español. Esa triple visión me ha enriquecido, me veo español con la perspectiva argentina, no veo al mundo como si lo viera un no judío, lo veo desde el punto de vista de la tradición que me legaron mis abuelos, por lo ocurrido en los años treinta y en la Segunda Guerra Mundial (..) Mi familia ha sido muy laica y yo soy el único autodefinido judío. Mis hermanos son judíos por su madre. Para mí esto es como una especie de provocación que a mí me gusta mucho. La gente española que es tan homogénea, estructurada, un judío argentino y de izquierda los vuelve locos. Me ha divertido mucho jugar a este juego”.
Barrera Kohan avanzó por otros derroteros: “ yo, además de judío argentino español tuve más identidades, fui ácrata, punk, siempre de izquierdas, tenía un cacao de identidades en la cabeza, tremendo... Mi acercamiento al judaísmo fue un poco posterior, encontré ciertas dificultades..., había una enorme diferencia entre sefardíes y asquenazíes, había como ghettos y a mí me confundía mucho. Mi identidad judía la encontré con los judíos argentinos y en otro tipo de asociaciones. Tuve problemas porque tenía amigos españoles y una novia que no era judía y eso generaba cierto rechazo. Entonces, mi opción personal fue un poco un escape de todo eso. No me planteaba si era o no judío, si era argentino o español, simplemente vivía con mis amigos, con los que me llevaba bien. Ahora me encuentro satisfecho con mi identidad judía, como laico... La identidad argentina no ha desaparecido porque ya llevo más tiempo en España que en Argentina. Creo que uno es de donde se cría, de donde recibe las primeras palabras, las primeras comidas. Siempre me voy a sentir argentino, porque me siento de ahí, parte de esa cultura, de su forma de hablar y su actitud ante la vida. En el trabajo en esta radio (Sefarad) convergen de manera perfecta mis identidades, aquí estamos trabajando argentinos para un público español y para una audiencia del judaísmo mundial, el hecho de trabajar en esta radio es el mejor síntoma de que no hay ningún tipo de traumas. Yo creo que me adapté perfectamente bien y me siento muy orgulloso de esta múltiple identidad”.
Ser judío
El choque de distintas vertientes culturales judías producido en la geografía de Madrid hizo surgir algunas posturas extremas. Aunque minoritarios, hubo quienes sostuvieron que no existía la menor identidad entre los judíos provenientes de Marruecos y los de Argentina; por otra parte, algunas voces estimaron que las diferencias entre los grupos eran de forma y minimizaron el conflicto. La gran mayoría vivió las vicisitudes de ubicarse en diversos puntos intermedios entre ambos polos.
¿Es posible encontrar un denominador común que permita la pertenencia al colectivo judío de seres con tal diversidad de hábitos, costumbres, creencias e historias?
¿Puede encontrarse una comunión entre una suma tan dispar de culturas, tradiciones, hábitos alimenticios y concepciones del mundo?
El sector predominante consideró durante mucho tiempo que el “laicismo dogmático” de los sudamericanos constituía una manera de asimilación al contexto social que puede degradar al colectivo e interrumpir la transmisión biológica y genealógica de los judíos.
En tanto, los laicos, replican que la religiosidad es sólo una de las diversas vertientes que constituyen su identidad, que es necesario trascender esos conceptos y asumirse desde perspectivas históricas, sociológicas y culturales que posibiliten una relación equilibrada, justa y placentera entre los hombres.
“Somos judíos, hemos decidido serlo –afirma Kohan-, somos porque nuestra madre era judía, venimos de una tradición familiar... Nadie ha dado con una definición unívoca de quien es judío y espero que no lo hagan nunca. Creo que lo bueno de ser judío es que tiene esta enorme posibilidad abierta de ser lo que uno quiere ser. Esto no es un fenómeno nuevo, es común a toda la historia del judaísmo, por eso nunca hubo un Papa, una autoridad suprema ni una interpretación única. Siempre se ha peleado, se ha discutido muchísimo, siempre ha habido quien respetara más o menos el sábado, las leyes dietéticas, la asistencia los viernes a la sinagoga o en determinadas festividades. Esto no ha sido nunca motivo de conflicto. Si algo ha caracterizado al judaísmo es este espíritu abierto que permitía que se pudiera ser judío de cualquier forma, de la manera que cada uno sintiera o quisiera. Yo creo que debería seguir siendo así por muchos siglos, esta es la condición de la posibilidad de pervivencia del judaísmo...”
En el mismo sentido se expresa Wolodarsky: “hace poco escuché una frase que me parece que es la más oportuna. Hay unos trece, catorce o quince millones de judíos en el mundo, hay trece, catorce o quince millones de formas de ser judío. Para mí, ser judío es quien se reconoce judío, esa es la única definición. Si no se acepta esa posibilidad que cada uno que quiera ser judío lo sea a su modo, peor para ellos, el pueblo judío reducirá su número constantemente si aquellos intolerantes no aceptan este tipo de definición”.
V
Haciendo camino al andar
Tras varios años de infructuosos intentos de acercamiento con la cúpula de la comunidad, en 1992, se constituyó la asociación Hebraica Madrid, al estilo de las entidades que agruparon a los judíos en la Argentina. Esta estructura comunitaria propia fue, por un lado, el reflejo de las dificultades que se presentaron para la integración en el seno del agrupamiento tradicional; pero, por otro lado, la construcción de un canal para llenar el vacío existente en el desarrollo de actividades culturales que respondieran a las apetencias intelectuales del sector.
Sus estatutos la definen como una “asociación cultural, social y deportiva”, que tiene el propósito de ser “un marco judío amplio, no excluyente, pluriideológico y democrático”, que propende a la elaboración colectiva en cuestiones relacionadas con la problemática, los intereses y las necesidades del pueblo judío, contemplando su proyección en la sociedad madrileña, con el fin de intercambiar “estímulos y realizaciones”.
Hebraica Madrid fue constituida inicialmente por unos doscientos socios, que declararon su propósito de integración con las diversas corrientes que conforman el mundo judío de la diáspora, contemplando su participación en otras instituciones “tanto judías como no judías”, en la realización de actividades de interés común que fomenten el conocimiento y respeto mutuo entre los integrantes de la sociedad, y que combatan la intolerancia en todas sus expresiones.
Su sentimiento de identidad se manifiesta en los aspectos culturales, gastronómicos y evocativos, en un intento de suplir la deficitaria formación que la mayoría de sus miembros tienen sobre las fuentes tradicionales del judaísmo.
“Esta institución suple con sus actividades las carencias derivadas del exilio –afirma Rotenberg-. Pone su acento en la convivencia societaria: celebración colectiva de festividades judías, reuniones lúdicas para niños y adolescentes, actos culturales, deportes. De gran capacidad de trabajo y pletóricos de iniciativas, ocupan un lugar destacado – y necesario- en la vida judía local.”
Su desenvolvimiento coadyuvó a que las sucesivas oleadas de judíos provenientes de Latinoamérica tuvieran un espacio de contención. “Yo llegué cuando nacía Hebraica Madrid, mi integración fue a través de la colectividad argentina, entonces no sufrí el shock cultural”, recuerda Zukierman.
Con el transcurrir de los años, se vivieron momentos de apogeo y declinación de sus convocatorias. “Tratamos de integrarnos a Hebraica Madrid pero es muy limitado porque no tiene recursos. En un espacio de cuatro por cuatro, una vez por mes se reunían veinte personas y hoy es mucho menos, la gente se fue perdiendo...”, señala Steiner.
Muchos integrantes de la entidad sienten nostalgias de los años en que la conducción estaba en manos de Carlos Schatzman. Litwak lo recuerda como “un líder indiscutido, a pesar de sus 65 años era un tipo muy activo, simpático, militante, trabajaba en Hebraica en sus horas libres como ninguno. Siempre estaba pendiente de todos los detalles para que las cosas salieran bien. Por ejemplo, la comida de Pesaj este año no se hizo, pero cuando estaba él, la cocinaba en su casa con su mujer y la concurrencia nunca bajaba de cincuenta personas. Llamaba a uno por uno. Era un motor de actividad y un punto de encuentro. Desde que se fue a Israel, se sintió mucho su ausencia”.
A través de Hebraica Madrid, además de poder encontrar un espacio social y recreativo se promueven distintas actividades culturales. En la actualidad, se realizan cines debates, se proyectan películas habladas en idish y se llevan a cabo mesas redondas sobre diversas problemáticas atinentes al sector. En esos encuentros se saben degustar platos típicos de la cocina asquenazí. Incluso, las contadas actividades culturales llevadas a cabo por la entidad oficial cuentan con una alta participación de los socios del agrupamiento.
Fermento cultural
“El hombre o la mujer desarraigada, arrancado de su marco, de su medio, de su país, sufre al principio, pues es más agradable vivir entre los suyos. Sin embargo, puede sacar provecho de su experiencia. Aprende a dejar de confundir lo real con lo ideal, la cultura con la naturaleza. No por conducirse de modo diferente dejan estos individuos de ser humanos. A veces se encierra en el resentimiento, nacido del desprecio o de la hostilidad de sus huéspedes. Pero si logra superarlo, descubre la curiosidad y aprende la tolerancia. Su presencia entre los “autóctonos” ejerce a su vez un efecto desarraigante: al perturbar sus costumbres, al desconcertar por su comportamiento y sus juicios, puede ayudar a algunos de entre ellos a adentrarse en esta misma vía de desapego hacia lo convenido, una vía de interrogación y de asombro”.
Este pensamiento de Tzvetan Todorov, parece haberse convertido en un lema de muchos judíos argentinos de Madrid, quienes fueron imponiendo su impronta en diversas facetas de la vida social, hasta convertirse en un revulsivo y dinámico fermento cultural.
Un grupo preocupado por la elaboración intelectual, entre los que se destacaron Arnoldo Liberman, Horacio y Chela Kohan, en 1986, fundaron la revista Raíces. Trimestralmente vienen publicando artículos que responden a diversas opiniones de los integrantes del colectivo español y del exterior, siendo el único medio gráfico que cumple ese rol divulgador. Kohan sostiene que “la preocupación es que sea un órgano abierto a todas las opciones, a todas las posibilidades, a todas las modalidades del judaísmo. Lo hemos venido reflejando en los más de sesenta números editados en veinte años y esperamos seguir así por muchos más (..) Si algo quisiéramos es que hubiera mucho más debate, no hay peor enemigo de la vida cultural que la apatía”.
Desde hace algo más de un año, Radio Sefarad difunde su programación por Internet, su emisión es sostenida por la federación de entidades judías de España. El director, el jefe de redacción, el realizador y otros destacados integrantes de la emisora son argentinos.
Otro grupo, con apetencias intelectuales, fundó el Círculo de Reflexión sobre la Problemática Judía Contemporánea para bucear sobre la historia, la cultura y la actualidad del judaísmo.
Los argentinos, también, tuvieron una activa participación en el Centro de Estudios Judeo Cristiano donde se llevan a cabo actividades sociales y culturales extracomunitarias.
En el ámbito de las prácticas religiosas alternativas algunos argentinos participaron en la constitución de Bet El, un centro donde se plasman las actividades de culto de la corriente conservadora, diferenciada de la ortodoxa que predomina en la comunidad oficial.
Algunos miembros del colectivo judeo argentinos alcanzaron notoriedad en la sociedad española en distintas disciplinas artísticas, científicas y profesionales.
En la música popular se abrieron camino Ariel Rot, Andrés Calamaro, Claudio Gabis, Alejandro Stivel y Sergio Aschero. En la música clásica: Daniel Baremboin, Mabel Perelstein, Silvia Leivinson Scholwsky, Oscar Gerschensonh, Adolfo Waitzman y Ángel Harkatz
Como actrices Cecilia Roth y Zulema Katz, y el director teatral Jorge Eines.
En el terreno literario Mario Muchnik, Marcos Barnatán, Arnoldo Liberman, Marcelo Cohen, Noemí Grumberg, Solly Wolodarsky, León y Rebeca Grimberg, Marcelo Brodsky, Daniel Schoffer, Mario Satz, Alicia Kauffman, Abrasha Rottemberg, Juan Groch, Alberto Szpumberg, Matilde Gini de Barnatán, Silvia Tubet y Elina Wechsler.
En las artes plásticas: Abraham Dubcovsky, Nelly Rivkin, Diana Raznovich, Miguel Czernikowski, Adolfo y Viviana Barnatán, Luis Cohen Fusé y Liliana Kancepolski.
Un papel de vanguardia ocuparon los psicoanalistas Arnoldo Liberman, León y Rebeca Grimberg, Silvia Tubert, Jorge Belinsky, Daniel Schoffer, Viviana Adato, Bernardo Arensburg, Valentín Baremblit, Adolfo Berenstein, Eduardo Braier, Sula Eldar, Marta Glasserman, Diana Gerszenson, Marta Hendler, Marcela Isgut, Graciela Kasanetz, Clara Kirmayer, Víctor Korman, Eduardo Kuffer, Nora Levinton, Ruth Liberman, Estela Paskvan, Juan y Marta Pundil, Hugo Rotmitrowski, Ricardo Saiegh, Fanny Shutt, José Slimovich, Nicolás Spiro, Lidia Zafiro, Oscar Waisman y Silvia Yankelevich.
“Creo que los judíos argentinos –señala Kohan- dedicados a alguna de las múltiples expresiones de la cultura no se han manifestado en toda su plenitud en España, quizás por la condición de inmigrante, las dificultades de adaptación, el tiempo que lleva este proceso conspira un poco con la creatividad (..) Da la impresión de que esa presencia es mucho más pobre de lo que es el potencial real...”
En tanto, Wolodarsky sostiene que “la condición de argentinos no fue ninguna ayuda para trascender en ninguna actividad. Hay un viejo dicho que dice “el que vale, vale, y el que no vale, no vale”. Eso, más o menos, fue el rasero con el cual se fueron integrando. Un buen médico es bueno en cualquier lugar...”
Caminos convergentes
Como se ha apuntado, la interacción de las diversas corrientes y expresiones del colectivo judío no ha sido un camino despojado de obstáculos y tensiones; aunque, en los últimos tiempos parecen percibirse algunos síntomas de superación que podrían augurar la viabilidad de un proceso de convergencia.
Ese curso pasa por una etapa de desmalezamiento del terreno, con aspectos concientes y espontáneos, que tiende a clarificar las diferencias, malos entendidos y prejuicios que entorpecieron hasta el presente el encuentro de un sendero común. No obstante, aún persisten visiones muy dispares.
Para Wolodarsky “hay un error fundamental, de considerar que la masa de adherentes de la comunidad judía oficial es ortodoxa, no es verdad. Hay muchos matices en este judaísmo marroquí que cada vez es menos el factor dominante de la comunidad. Hay grupos más ortodoxos que tienen su peso específico, no son los dominantes, ni siquiera tienen en estos momentos la conducción de la comunidad. Dentro de los grupos judíos marroquíes, que son los mayoritarios, hay muchísimos matices y los grupos ortodoxos cerrados no son tan definitorios dentro de la comunidad. Involucrar a toda la comunidad judío marroquí en un solo paquete es un profundo error”.
En tanto, Kohan considera que “la Comunidad Judía de Madrid ha cometido un grave error al autodefinirse como ortodoxa y excluir toda otra forma de vida. Hasta hace un tiempo era la comunidad de todos los judíos independientemente de su origen, su rasgo de fidelidad al judaísmo y su práctica religiosa. Ahora ya no es posible, con lo cual se están estableciendo espacios muy distintos unos de otros... La confluencia no ocurre en lo institucional, si no en otros espacios sociales, culturales, abiertos y muchos de ellos no institucionalizados.”
“Hoy existe una representación de argentinos en la Junta -analiza Wolodarsky- y yo soy director de radio Sefarad que es una emisora patrocinada y pagada por la Federación de Comunidades Judías de España, que en un 95 por ciento son sefardíes. Es decir, depende del individuo esta relación, depende de la comprensión recíproca que se puede establecer, pero lo que no se puede establecer es quien es mejor que el otro. Si hay buena voluntad no hay problema. Pero las buenas voluntades y la comprensión recíproca llevan tiempo, como en cualquier matrimonio. Si no hay ganas de que el matrimonio funcione, no funciona y para eso hay que hacer concesiones mutuas”.
Para Steiner “hubo una apertura de Balmes, integrando a varios argentinos en puestos administrativos, pero aún siguen siendo cerrados porque en el fondo piensan que somos invasores...”
Wolodarsky aporta otra visión de la evolución vivida: “la vida comunitaria judía de nosotros asquenazíes en una comunidad predominantemente sefardí fue muy difícil. Los sefardíes tuvieron que aprender a convivir con los argentinos y estos tenían que aprender a vivir con los sefardíes. Estamos hablando de primeras generaciones de inmigrantes en ambos lados, con su bagaje cultural... Los hijos ya van a funcionar de otra manera... Nos hemos aprendido a conocer y a tolerar y hasta establecer vínculos de amistad.”
Las voces más jóvenes abonan ese optimismo. Zukierman considera que “la comunidad ha cambiado, no es lo que la gente cree que es. Hoy es un colectivo muy plural, no homogéneo... Es una comunidad globalizada, cosmopolita, por más que los dirigentes sigan siendo los de siempre, la base ha cambiado y los dirigentes, poco a poco, van siendo concientes de ello... Están surgiendo parejas de judíos españoles de siempre con venezolanos, mexicanos, argentinos, con algunos miembros de la comunidad de Melilla, por ejemplo. El tabú se les está rompiendo por el lado del nuevo enfoque generacional, no encuentran la tasa de reemplazo, se está formando un colectivo muy heterogéneo, hay como una revolución silenciosa, lenta, no muy estructurada, pero a largo plazo va a cambiar el horizonte comunitario.”
Los encuentros entre jóvenes judíos hacen evaporar las diferencias y los orígenes, se divierten, debaten, estudian y se enamoran sin los prejuicios que atormentaban a sus progenitores. La diversidad, poco a poco, se fue convirtiendo en una saludable, vigorosa y encantadora realidad de la que no quieren separarse. En lugar de una fuente de discriminación, las particularidades acopiadas en cada lugar de origen se fusionan y producen nuevas y creativas formas de convivencia. En ese espíritu cosmopolita que se está construyendo pesa más la búsqueda del aporte que la obsesión por perpetuar diferencias.
En tiempos donde resulta difícil imaginarse historias con un final feliz, las nuevas generaciones judías de Madrid parecen empecinadas en contradecir esas tendencias.
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González Oleaga, Marisa. Como en un caleidoscopio: argentinos y españoles ante la crisis. Revista de Ciencias Sociales Circunstancia, del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. Madrid, año I, número 2, septiembre 2003
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Rotenberg, Abraham. Encuentros, reencuentros y desencuentros. Revista Raíces Nº21. Madrid, invierno 1994/ 1995.
Entrevista efectuada por el autor a Horacio Kohan, editor de la revista Raíces, efectuada el 5/4/05.
Entrevista efectuada por el autor a Solly Wolodarsky, guionista, productor y director de programas de TV en España, Italia, Israel, Argentina y Brasil, y director de radio Sefarad, efectuada el 11/4/05.
Entrevista efectuada por el autor a Federico Zukierman, sociólogo, vicepresidente de Hebraica y jefe de Redacción de Radio Sefarad, realizada el 15/4/05.
Entrevista efectuada por el autor a Maximiliano Daniel Barreda Kohan, realizador y editor musical de Radio Sefarad, realizada el 15/4/05.
Entrevista efectuada por el autor a Silvio Steiner, comerciante, realizada el 22/4/05.
Entrevista efectuada por el autor a Jorge Litwak, arquitecto, realizada el 22/4/05.
Atxotegui, Joseba. Director del SAPPIR -Servicio de Atención Psicopatológica y
Psicosocial a los Inmigrantes y Refugiados- Hospital de Sant Pere Claver. Barcelona. Los duelos de la migración: una aproximación psicopatológica y psicosocial.
García Canclini. Néstor. Culturas Híbridas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
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Gracias por subir tu ensayo. Un excelente aporte para preservar nuestra memoria histórica. Nombras a mi hermana, cantante y colaboradora en la formación vocal de muchos cantantes españoles, perteneció a las primeras oleadas de argentinos que a los comienzos de los 70 se lanzaron a cruzar el charco para abrir su horizonte.¿Atavismo?...¿aventura?... ¿búsqueda de posibilidades?...encontré tu blog por casualidad llegando a puerto partiendo de mi apellido...(Es muy extraño encontrar a tu familia en las páginas de un libro cuando no eres tú misma quien lo escribe). Gracias nuevamente.
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