jueves, 12 de noviembre de 2009

Del Barquillo a Chueca Transformación y glamour de un barrio madrileño.

© Bernardo E. Veksler. 2005

Publicado por Editorial Vision Net . Madrid (España)








Prólogo

Hay momentos en que la historia que el investigador se propone contar se asemeja a un cuento, en otras ocasiones, el hilo narrativo, para adecuarse a la necesidad de despertar el interés del lector, parece tomar cuerpo en la realidad.
En quinientos años de historia fueron sucediéndose situaciones contrastantes y los lineamientos que fueron adquiriendo los distintos episodios produjeron numerosos meandros narrativos.
Una barriada surgida en medio de la bucólica ruralidad de extramuros. La multiplicación de iglesias, conventos y ermitas que emergieron en su territorio, le aportaron la característica típica de un suburbio medieval, plagado de misticismo y temores inquisitoriales.
Mientras sus aislados pobladores veían pasar la vida por los caminos que la enmarcaban, fueron sorprendidos con su fulgurante inclusión como ámbito de intramuros que catapultaron sus primeras transformaciones.
Una mezcla de humilde dignidad, arrogancia y valentía conformaron el dialéctico perfil de los “chisperos”. Sus casas bajas y precarias, sus muros y rostros ennegrecidos por el fragor en el yunque impregnaron de identidad al barrio. Su ingenio arropó a centenares de balcones madrileños y su talante impregnó de protagonismo a innumerables novelas y zarzuelas haciendo trascender las cualidades de sus hombres y mujeres.
Ostentosos palacetes de cortesanos y burgueses fueron desalojando de los viejos espacios a polígonos, jardines y huertas, su provocativa presencia se injertó con la precariedad chispera, generando nuevos contrastes.
Sus calles convertidas en escenarios de heroicos combates, de fiestas paganas y procesiones religiosas, de rumores, leyendas y misterios, aportaron un atractivo adicional para la narración de su historia.
Durante largas décadas se retrajo en el olvido, su postergación detonó a la marginalidad rondando sus esquinas y a los vecinos con las quejas a flor de labios por esas inmerecidas condiciones de vida.
Como fruto de un conjuro benéfico, se trastocó rápidamente en un lugar de atractivo turístico, de refinados gustos, diversión nocturna y glamour aportado por uno de los colectivos contemporáneos más dinámicos.
Su denominación actual es reciente, antes, lució el nombre de las pequeñas barriadas del Barquillo, de las Salesas, de las Maravillas, del Refugio o el Hospicio. Luego, pasó a ser parte del distrito Centro e institucionalmente conocido como Justicia. Pero, su transformación de los últimos años impuso a Chueca y los madrileños paulatinamente fueron identificando al lugar con el nombre de esa plaza de austera historia.
El impacto de su influencia hizo que se desconociesen las fronteras alcanzadas por las fuerzas centrífugas que su magnetismo desató.
Esta historia podría haber sido escrita por un ingenioso narrador de cuentos, sin embargo, es la rueda de la historia que tuvo esa caprichosa manifestación en el devenir de esta barriada y que reviste del suficiente encanto como para ser contada.


El Autor


I
Barriada de extramuros


En la última etapa del dominio musulmán y con la conquista cristiana se dejó atrás la mera fortaleza y Madrid comenzó a dinamizarse como un centro poblacional destacado. Alrededor del Alcázar comenzaron a construirse las primeras viviendas, que alojaban a comerciantes y artesanos que fueron encontrando su sustento en el lugar. El conglomerado contaba entonces con una superficie de diez hectáreas.
Durante el siglo X se fueron consolidando a extramuros los primeros arrabales. Eran núcleos de población que no gozaban de los privilegios que tenían los habitantes del interior. La primera mención a la existencia de estas barriadas data de 1190, cuando en un texto de época se trata despectivamente a sus pobladores.
El caserío se fue asentando a ambos lados del camino a Alcalá, entre Bailén y la plaza de San Miguel; el barrio mozárabe estaba situado más al sur, en la vaguada del arroyo de San Pedro (calle Segovia), y la judería en la Aljama del Campillo (Lavapiés).
En 1454, ya estaban formados “gran parte del caserío entre el arrabal de San Ginés y la muralla –hasta la acera oriental de la calle Escalinata-; toda la acera oriental de las cavas de San Miguel y Cuchilleros, frente a la cerca de este sector, desde la puerta de Guadalaxara hasta el camino de Toledo (..) Al norte el barranco de Hontanillas se poblaba de casas en competencia con las huertas y en su extremo oriental documentamos las tenerías “viejas” ya en el reinado de Enrique IV (1455- 1474). A levante, San Martín y San Ginés han emprendido su carrera para ganar el espacio hacia la Puerta del Sol...” (1)
En sus primeros tiempos, los barrios estaban constituidos por unas pocas manzanas, su denominación surgía de alguna calle que cobraba relevancia, por algún edificio o suceso que aportaba identificación al lugar. Así, la zona que nos ocupa es la resultante de la suma de pequeños núcleos urbanos que, fruto de los sucesivos ensanches y crecimiento edilicio, necesitó ser identificado de una manera más genérica.

Creciendo al lado del camino

Los primeros espacios suburbanos de la Villa de Madrid estaban poblados de arbustos y una nutrida fauna, lentamente fueron ocupados por huertas y cultivos para abastecer a la creciente población urbana.
Entre serranías, cursos de agua y llanuras, los alrededores de Madrid manifestaban sus contrastes. “Si las tierras a levante y, sobre todo, al sur, habían sido colonizadas principalmente por el cereal, otras partes se mantenían incluso vírgenes y conservaban la flora autóctona. Así sucedía al trasponer el límite septentrional de la villa, donde el monte bajo mediterráneo principiaba su dominio. Muy cerca estaba lo que sería la vastísima dehesa de Amaniel, que por constituir la mayor de las municipales desde comienzos del siglo XV se tituló de la Villa.” (2)
Sus primeros hombres fueron demostrando cierta especialización por las tareas agrícolas, sus terrenos se fueron cubriendo de huertas, viñas y olivares. La lucha por la subsistencia fue encontrando las tierras más aptas para el desarrollo de los cereales en Vallecas, Aravaca, Villaverde, Carabanchel, Getafe y los Torrejones, desde donde se abastecía a la población de trigo, cebada y panizo.
La barriada se fue desarrollando a partir de la expansión sufrida por Madrid especialmente en la segunda mitad del siglo XV. La característica de la zona era de montes poblados de encinas y con abundante fauna para la caza mayor.
En el siglo XVI las actividades económicas madrileñas se fueron diversificando y concentrando en tres zonas, las comprendidas por las calles Toledo y Alcalá, Alcalá y Fuencarral, y entre esta y San Bernardo. Las tres cuartas partes de las transacciones comerciales y de los artesanos se efectuaba en esas zonas. En tanto, en derredor de la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y la calle Mayor, en medio de un bullicio permanente, se desarrollaba el menudeo y la mendicidad.
Al finalizar el siglo, comenzaron a apreciarse algunos cambios. Esta última zona concentró las actividades de lujo y actividades financieras. En el Rastro comenzaron a desarrollarse, alrededor del matadero, el comercio de carnes y los gremios artesanales especializados en el trabajo en cuero. En tanto, los herreros comenzaban a radicarse en las inmediaciones de la calle Hortaleza.
Más de la mitad de los madrileños se dedicaba al sector servicios, sólo el treinta por ciento estaba dedicado a actividades artesanales y el resto a actividades primarias.
Las primeras referencias al lugar, hoy conocido como Chueca, lo describen como un apacible arrabal de quintas, jardines, conventos y unas pocas mansiones.
El postigo de San Martín, ubicado en la actual plaza de Callao, construido en 1556, habilitaba el acceso a la villa de los pobladores del lugar.
Las escasas construcciones estaban bastante aisladas unas de otras. Se destacaban la quinta del Divino Pastor, la del conde de Vocinguerra de Arcos, la ermita de San Pablo y alguna que otra vivienda de construcción rústica al costado del camino a Fuencarral, cuyo término municipal llegaba hasta estos lugares.
En tiempos de Felipe II fueron talados los bosques para facilitar la ampliación urbana. “Madrid se extendía al hilo de sendas y caminos, pero no por igual en todos los sentidos, cosa que no permitía los desniveles del río, sino orientándose principalmente hacia el Norte y el Este. Por eso Madrid no es una ciudad concéntrica sino excéntrica. Las líneas matrices fueron los caminos radiales que acudían a las antiguas puertas. Así surgieron calles fundamentales como la de San Bernardo, Hortaleza y Fuencarral (unidas en Montera), Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Atocha y Toledo. Su toponimia se forma con el nombre del lugar a donde conducía el antiguo camino.” (3)

Se multiplican los conventos

Las nuevas sedes religiosas fueron el basamento de la expansión urbana y la organización barrial madrileña. En 1129, el monarca autorizó el poblamiento del barrio de San Martín en torno al monasterio benedictino del mismo nombre, en lo que sería luego la calle Arenal.
Un siglo después, los conventos y ermitas comenzaron a multiplicarse más allá del límite amurallado de entonces. Surgieron el de Santo Domingo (1212), San Francisco (1217) y San Ginés (1358). El arrabal de Santa Cruz data del siglo XIII con una ermita situada a la salida del camino de Atocha. Los arrabales de San Millán y Santa Cruz registran sus datos más antiguos a mediados del siglo XV.
El Madrid cristiano se va formando en torno a las parroquias, dando su nombre a numerosos barrios y calles. También, los gremios de oficios van surgiendo alrededor de estas parroquias creando una unión entre curas, frailes y obreros manuales al margen de las influencias cortesanas.
Felipe II fundó diecisiete conventos, Felipe III catorce y Felipe IV diecisiete. En el reinado de este último, había tantos conventos en Madrid que sobrepasaban en cantidad a los de cualquier otra ciudad del mundo cristiano. Los edificios, sus huertas y jardines ocupaban la tercera parte de la superficie de la ciudad.
El barrio del Barquillo también recibió a la avanzada de instituciones religiosas. En 1585, se construyó el convento de carmelitas descalzas llamado San Hermenegildo y fue considerado el más importante de la orden de toda la cristiandad.
Con el nuevo siglo el lugar se impregnará de numerosas construcciones religiosas. En 1603, fue fundado el convento de San José, ubicado a la altura de la calle Clavel. Tres años después, se construyó el convento de Santa Bárbara, que se transformó en iglesia en 1622. En 1630, surge el colegio de Nuestra Señora de la Presentación. En esos años se construyó también la Iglesia de San Ildefonso y, en 1639, el convento de los Capuchinos de la Paciencia, en la actual plaza Vázquez de Mella.
Después surgen los conventos de Agonizantes de San Camilo(1643) y de los Basilios (1665), el oratorio del Espíritu Santo (1676); luego, los conventos de San Pascual (1683), de Santa Teresa (1684) y de Mercedarias Calzadas de San Fernando (1698).
La vida de los madrileños transcurría bajo la absoluta influencia de la Iglesia, sus rituales y ceremonias alimentaban gran parte de los vínculos sociales existentes y sus preceptos imponían férreos límites morales con sus correspondientes premios y castigos.
A las afueras de la puerta de Fuencarral, se realizaban entonces las ejecuciones ordenadas por la Inquisición. En 1680, se realizó un Auto de Fe en la Plaza Mayor donde acudieron los inquisidores de todos los tribunales del reino. Con la asistencia de un nutrido público, que “aplaudía frenético y alborozado espectáculo tan repugnante”, con la presencia de los reyes y de gran parte de la nobleza, ciento veinte reos fueron llevados al tablado. Luego de la misa y el sermón, se dio lectura a las causas y a sus sentencias, saliendo en procesión hacia la puerta de Fuencarral, que era el lugar del suplicio o quemadero. La ejecución y quema de los condenados duró desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche. “Quedaron así satisfechas, como se decía entonces, la justicia divina y la vindicta humana; mientras la nación perecía de hambre, celebraba el pueblo el triunfo de la religión a la luz de aquellas tristes hogueras...”(4).
La influencia de la Iglesia no dejaba de crecer. “Con los últimos Austrias, Madrid se transforma, además, en una ciudad oscurantista, y hasta fúnebre, terreno abonado para la milagrería, la superstición y el terror inquisitorial; una ciudad conventual, con nada menos que sesenta y dos grandes casas religiosas a finales del siglo XVII”(5).
El casco urbano de la capital del reino se componía de trece parroquias. Ya habían aparecido los anexos de San Lorenzo y San Ildefonso, pertenecientes a las parroquias de San Sebastián y San Martín, respectivamente. En la centuria siguiente, se crearían la de San Marcos y la de San José.
El clero alcanzó una relevancia inusual en la vida madrileña. A mediados del siglo XVIII –según el censo de Ensenada- había en la ciudad 4657 eclesiásticos (1324 seculares, 2587 regulares y 746 monjas) alcanzando a un índice de 4,3 por ciento, es decir que por cada veintitrés laicos existía un eclesiástico.

Madrid capital

En 1561, Felipe II decide el traslado de la Corte desde Toledo a Madrid. Desde entonces la villa creció sin cesar, "... dos años después de obtener su credencial de capitalidad, contaba con unas 2.520 casas (...) Once años más tarde los edificios se han duplicado y llegan a 4.000, dando un nuevo salto en 1597, en el que alcanza la cifra de 7016. Después el ritmo amaina y durante el período borbónico los avances son muy escasos"(3).
El precio de ese crecimiento tuvo consecuencias ambientales: "...el establecimiento de la Corte, que debía ser para esta comarca la señal de una nueva vida, sólo fue de destrucción y estrago. Sus árboles, arrasados por el hacha destructora, pasaron a formar inmensos palacios y caseríos de la Corte, y sirvieron a sus crecientes necesidades. Desterrada la humedad que atraían con sus frondosas copas para filtrarla después en la tierra, dejaron ejercer después su influjo a los rayos de un sol abrasador, que secando más y más aquellas fuentes perennes, convirtieron en desnudos arenales las que antes eran fértiles campiñas"(6).
La conversión en capital hizo que sus límites crecieran de tal manera que en muy pocos años se borraron los trazados anteriores, sus cercas fueron destruidas y sus puertas avanzaron inexorablemente, quedando sólo algunas referencias históricas de sus antiguas ubicaciones.
Como reflejo de ello, la calle de Alcalá se convirtió en el escenario de “demostraciones solemnes á que dieron lugar las guerras, los levantamientos y tumultos populares, las entradas triunfales, y las ceremonias y festejos de la corte y de la villa. En algunas ocasiones, y según lo han requerido las circunstancias, se ha visto cubierta de tropas y cañones, de fosos y barricadas; en otras, por fortuna más frecuentes, se ha mirado engalanada con los arcos de Tito y de Trajano, con las agujas de Luksor, con los templetes alegóricos de Atenas y Corinto.”(6)

La muralla se mueve

Desde la proclamación de Enrique III, Madrid fue el escenario de numerosas reuniones de Cortes y visitas oficiales. Esto continuó con los dos monarcas siguientes, generando en la villa una gran presencia de burócratas y servidores reales, notarios y abogados, artesanos y colaboradores del séquito cortesano.
Este incesante crecimiento originó que la muralla exterior debiera ser extendida hacia finales del siglo XIII. Así quedaron incluidas las barriadas de San Martín, San Ginés y Santa Cruz.
En la segunda mitad del siglo XVI la población madrileña creció aceleradamente. En 1550, contaba con ocho mil habitantes, veinte años después los cuadruplicaba, para llegar al fin del siglo a contar con más de 82 mil pobladores. Los orígenes predominantes de los nuevos residentes fueron la Cornisa Cantábrica y Castilla La Nueva.
Madrid "no se desarrolló en forma radiocéntrica, desde el interior a la periferia por sucesivos anillos, como ocurre en ciudades como Milán o París, sino por círculos tangentes, con una orientación definida de Oeste a Este. El origen de Madrid es el Alcázar, el vértice defensivo más fuerte... El Alcázar es el punto de tangencia de los sucesivos círculos, cada vez mayores... Un crecimiento parecido solían tener las ciudades costeras por el hecho de la barrera del mar. Aquí el papel del mar lo hace el exiguo Manzanares...". (3).
El crecimiento demográfico y edilicio arrastrará “cuantas puertas hubiera en la muralla de la ciudad, y a la muralla misma. Nada podría ser obstáculo al tráfico comercial. Desde 1566 todos los postigos han de quedar permanentemente abiertos; en 1565 se desmontan los postigos de Santo Domingo; en 1567 se empieza a demoler la Puerta de Valnadú; en 1569 la Puerta Cerrada...” (1)
A fines del siglo XVI, las construcciones ya habían rebasado la cerca existente, fruto del aumento de la población en un doscientos por ciento durante el reinado de Felipe IV.
En 1625, el rey mandó a construir otra muralla privilegiando intereses fiscales y sanitarios. El nuevo trazado incluyó a la barriada del Barquillo y contó con dos portillos (Santa Bárbara y Recoletos) y tres puertas (Fuencarral, Bilbao y Alcalá) en sus inmediaciones. Las calles Carranza y Sagasta eran los límites de la ciudad por el norte, siguiendo el recorrido de esta cerca.
Como dijo Pérez Galdós “...la calle de Fuencarral, cansada de que la puerta de Bilbao detuviera con toda la pertinancia de un centinela su marcha hacia la carretera de Francia, ha dado en los hocicos a su guardián de piedra, extendiéndose por la llanura con todo el desahogo del que recobra la libertad.”(7)
Este crecimiento trajo consigo numerosas transformaciones urbanísticas. El auge de la construcción de viviendas puso en discusión la elevada cotización que alcanzaban los inmuebles y desde 1561 en adelante fueron incesantes los reclamos al Consejo de Castilla para que le ponga un freno.

II
Un Barquillo en movimiento



La zona se fue desarrollando al ritmo aletargado del medioevo, sus nuevos pobladores se asentaron ocupando zonas de sembradíos, huertas, estanques y vertederos.
Una de las primeras referencias al barrio fue la fundación de un pequeño hospital para atender la demanda de la creciente población madrileña. En 1438, se creó el hospital de Pestosos, ubicado en las inmediaciones de la actual plaza de Alonso Martínez.
En el siglo XVI se tiene conocimiento de la existencia extramuros de “las denominadas pueblas, terrenos de labor pertenecientes a personas nobles (..) se convirtieron solares a menor precio por estar situadas fuera de la cerca (..) La Puebla de don Juan de la Victoria Bracamonte o Puebla Vieja (..) estaba entre la Corredera de San Pablo y la calle de Fuencarral. La Puebla de Peralta o Puebla Nueva (..) se situó junto al Portillo de Santo Domingo (..) La Puebla de González Henso estaba situada a ambos lados de la calle Torija... ”(8).
Otros espacios ocupados por casas campestres fueron las zonas ubicadas entre la calle del Barquillo y el paseo de los Recoletos y la situada entre el paseo del Prado y Marqués de Cubas.
Hacia 1542 el lugar empezó a transformarse, el Concejo de la Villa compró a Bracamonte sus extensas propiedades para urbanizarlas. Entonces, “la primera calle trazada tomó el nombre de Puebla Vieja de Juan Victoria (de la Puebla) y, enseguida, en torno a ella, empezaron a “insinuarse tímidamente” las denominadas del Barco, Valverde, de la Ballesta, de la Luna, del Molino de Viento, del Rubio, del Espíritu Santo, del Tesoro, de las Minas, de las Pozas...”(9).
La mayoría de las calles principales fueron antiguos caminos absorbidos por el caserío, San Bernardo, Fuencarral, Hortaleza, Recoletos, entre otros. A mediados del siglo XV ya formaban parte de la tradicional red de caminos bordeando la plaza del Arrabal, pero perdieron transitoriamente importancia porque Concepción Jerónima y Carretas enlazaban con la dinámica Atocha.
La necesidad de nuevas tierras para urbanizar hizo más frecuente las transacciones inmobiliarias. “Los altos del Barquillo, detrás del molino de aceite de la villa” era ya un lugar donde se manifestaba la especulación y comienza a nombrarse a “la calle de las Infantas”.
Entre los primeros establecimientos productivos del lugar estaban unos tejares, instalados en el siglo XVII, que buscaban abastecer la expansión de la industria de la construcción. También, a la izquierda de la puerta de Alcalá hacia la puerta de Recoletos, se construyó “con destino á hornos y tahonas un caserío que se llamó Villa Nueva, compuesto de cuarenta y dos edificios” y se construyó “la gran panera” que tenía capacidad para “100.000 fanegas de grano” (6).
También se fueron radicando los talleres metalúrgicos y las viviendas de sus trabajadores. Estos asentamientos formaban parte de los denominados barrios bajos, con calles de trazados irregulares y que despaciosamente fueron adquiriendo nombre e identidad.
El sector más primitivo del barrio estaba a la vera de la calle Hortaleza, “humilde, abigarrado y castizo, constituye el sector más antiguo, con varios largos siglos de existencia (..) Sus pequeñas vías se fueron abriendo (..) rematando en uno de sus extremos con los portillos de los Recoletos y de Santa Bárbara (..) El núcleo más añejo, con sabor típico madrileño , es el muy famoso barrio de los “chisperos” que empieza ya a sonar bajo ese nombre en el siglo XVI.”(10).
La zona “chispera” por excelencia fue la comprendida por las calles Pelayo, Fernando VI, Barquillo, Augusto Figueroa, Barbieri y San Marcos. Sus habitantes tenían fama de alborotadores, especialmente en el trayecto de la primera de las arterias transcurría una vida bastante bulliciosa y relajada.

Vagancia y mendicidad

Mientras la Corte disfrutaba en su microclima frívolo "del bullicio y esplendor de las fiestas palaciegas", en las barriadas las condiciones de vida eran paupérrimas, sus calles eran "...tortuosas, desiguales, costaneras y en el más completo abandono: sin empedrar, sin alumbrar de noche y sirviendo de albañal perpetuo y barranco abierto a todas las inmundicias. La salubridad, la comodidad del vecindario y el ornato de la población, desconocidos absolutamente; la misma seguridad, amenazada continuamente..."(6).
Los madrileños durante largos períodos pasaron momentos críticos: “endeudados, mal alimentados, obligados a prescindir de calefacción o de la compra de ropas, y tienen que recurrir a las instituciones asistenciales o a la caridad pública... Todos se ven amenazados o afectados en mayor o menor grado por la miseria...”(11).
Gran cantidad de vagos y menesterosos se fueron congregando en Madrid generando una creciente inquietud. La constante expansión de la urbe no dejaba de atraer a la marginalidad de las localidades aledañas en busca de mejores oportunidades. Fueron convirtiéndose en una parte significativa de la población, alcanzando a unas 20 mil personas a principios del siglo XVII y a más de 30 mil en sus postrimerías.
El pensamiento cortesano, que tenía su impronta sobre la sociedad, consideraba deshonroso el trabajo manual. Por el contrario, la vagancia imperaba en todas las clases sociales y no era mal vista. En el siglo XVIII, este concepto se transformó levemente cuando Carlos III proclamó que "Los oficios pueden ser tenidos por honrados y honestos; que el uso de ellos no envilece a la persona o a la familia que los ejercite...".
Sin embargo, la mendicidad perduró como una característica constante de la vida de la ciudad. Salvo en el breve lapso comprendido entre 1856 y 1865, nunca hubo pleno empleo. Entre los mendigos se distinguían los marginados por el escaso desarrollo del mercado laboral y aquellos que voluntariamente se orientaban por esa vida denigrante, gracias a la devaluada imagen que el trabajo que tenía en la sociedad española.
Había un magnetismo especial para atraer al lumpen, Unamuno así lo cree: “Madrid pulula en vagabundos y atrae al estéril vagabundaje callejero. Madrid es el vasto campamento de un pueblo de instintos nómadas...”.
Pío Baroja describe a esta ciudad como “un pueblo raro, distinto a los demás, uno de los pocos pueblos románticos de Europa, un pueblo en donde un hombre, sólo por ser gracioso, podía vivir. Con una quintilla bien hecha se conseguía un empleo para no ir nunca a la oficina. El estado se sentía paternal con el pícaro, si era listo y alegre. Todo el mundo se acostaba tarde. De noche las tabernas, las calles y los colmados estaban llenos; se veían chulos y chulas con espíritu chulesco; había rateros, había conspiradores, había bandidos, había matuteros, se hacían chascarrillos y epigramas en las tertulias...”
Otro elemento de descontrol, era la gran cantidad de visitantes que tenía la ciudad, a mediados de siglo XVIII, se estimaba en ochenta mil los forasteros que entraban y salían cotidianamente para ofrecer sus productos y concretar distintos tipos de transacciones o gestiones.

Violencia en las calles

Como consecuencia de esta situación, la violencia callejera y especialmente nocturna era muy habitual. Los embozados eran dueños de la calle, sin temor a represalias, robaban, asaltaban y apaleaban a sus víctimas. Las cuchilladas y balazos eran cosas de todos los días bajo el amparo de la escasa iluminación de las calles. El uso del capote y la montera convertían a los dueños de la noche en verdaderos hombres sin rostro. La grave inseguridad desbordaba todos los intentos de ponerle coto a través de las rondas de los uniformados.
Por otro lado, eran muy comunes las refriegas y alborotos de todo tipo en los arrabales que se acentuaban por la rivalidad existente entre los distintos barrios. Bastaba que se encontraran grupos representativos de distintas barriadas para que estallara la pedrea, con lanzamientos con honda y a mano, generando verdaderas batallas campales. Como un espectáculo deportivo, cada enfrentamiento contaba con gran cantidad de espectadores que también llegaban a ser alcanzados por los proyectiles.
Las más comunes eran las batallas entre manolos, majos y chisperos, pero no eran las únicas. Los “manolos” era el apodo de los hombres de Lavapiés, dado la gran cantidad que llevaban ese nombre a raíz de la costumbre de los judíos conversos de bautizar así a sus primogénitos. Los “majos” eran los atildados hombres de las Maravillas y los “chisperos” eran el apodo de los que vivían en el barrio del Barquillo. Allí, prevalecía el trabajo sobre el hierro, que ennegrecía las casas y los rostros de su gente, por esa razón, despectivamente, también eran apodados como los “tiznaos”.
Las zonas de Embajadores y Toledo, las puertas de Segovia, Santa Bárbara y Conde Duque eran los escenarios habituales de los enfrentamientos. En las verbenas, en la de San Antonio o en la del Carmen, casi nunca faltaba una disputa. A pesar que se impusieron severos castigos –azotes y galeras- a los participantes, no se lograban erradicar los disturbios.
Esta situación de descontrol impulsó a Carlos III a instalar un sistema de alumbrado público y a aumentar la dotación de los uniformados que hacían las rondas nocturnas.
En 1746, fue subdividida la ciudad en cuarteles de la policía urbana para mejorar el control y la represión. La población del Barquillo ascendía ya –según el Censo de 1787- a 16.149 personas y la de Maravillas a 22.859 personas.
El estado de inseguridad que afectaba a Madrid quedó reflejado en los 1594 partes policiales que, en 1867, debieron efectuarse por diversos hechos delictivos, de los cuales 784 tuvieron una causa violenta. Ese año fueron arrestados 1616 hombres y 190 mujeres por haber lesionado a sus contendientes de rencillas. En los barrios ubicados al norte de la Puerta del Sol, predominan los robos sobre los hechos violentos, esta tendencia se invertía en los arrabales ubicados al sur.

Yunques y fraguas

La lucha por la subsistencia abarcó las principales preocupaciones de aquellos primitivos madrileños. Desde la dominación musulmana se experimentaron con cereales y huertas que utilizaban las afluencias naturales de agua para su regadío. La ganadería, en un lugar secundario, ocupó la dehesa de Amaniel (luego de la Villa).
Progresivamente la producción se fue diversificando. A comienzos del siglo XVI, ya existían casi un centenar de especialidades. Los artesanos del cuero y textiles eran los más numerosos, pero había un notable crecimiento de la metalurgia. Esta expansión hace que Madrid comience a alcanzar relevancia económica en toda la región castellana.
La actividad de los artesanos del hierro se remonta a las épocas más primitivas de la villa. El “Fuero de Madrid”, de 1202, se ocupó de los “Herreros de azada” y se estableció el precio de sus servicios.
A mediados del siglo XV, la metalurgia adquirió cierta prosperidad y se incrementó el número de artesanos dedicados a esos menesteres, sus distintas especialidades eran caldereros, cerrajeros, cuchilleros, herradores, herreros, jubeteros, etc. Los mudéjares se destacaron en estos oficios.
En una primera etapa estaban muy dispersos por la villa. En 1496, en una de las primeras medidas de ordenamiento, se los quiere concentrar en torno a la plaza del Arrabal y la calle de la Ferrería. Desde 1510 comienza el traslado de herreros y caldereros junto a la cava inferior a Puerta Cerrada.
Con Felipe II continúa el intento de ordenamiento, los curtidores fueron trasladados a las inmediaciones del barrio de Lavapiés y las fraguas fueron reubicadas en torno a la calle Barquillo.
Según un informe de las Cortes de 1657, en Madrid había 6361 personas dedicadas a actividades de producción o distribución, eran los maestros de diversas profesiones, pero se desconoce la cantidad de trabajadores que estaban a su servicio. Los más numerosos eran los sastres (504), taberneros (430), dueños de posadas (264), zapateros (250), tenderos de aceite y vinagre (230), joyeros (219) y herreros y caldereros (190), entre otros.
Desde el gobierno se impulsaron algunas actividades productivas que multiplicaron las familias trabajadoras que se instalaron con su prole en las barriadas suburbanas. En este plan, se dispuso, como un primer ámbito de desarrollo, la creación de un polo industrial en el cordón de tierras que va desde la entonces Puerta de los Pozos (Bilbao) hasta la Puerta de Recoletos, para que allí se instalen tiendas, talleres y oficinas. Complementariamente, los oficios considerados peligrosos por las condiciones de trabajo o por el riesgo de producir incendios debían ubicarse en la periferia de la ciudad.
En el siglo XVIII, se vive un período de expansión económica en toda España y es notable en Madrid. Con el control político que la nueva dinastía consolida en todo el reino, su capital va alcanzando relevancia en esta materia.
Los herreros comenzaron a convertirse en la “aristocracia del barrio” y a prestigiarse con los productos de su esfuerzo e ingenio expuestos en la ornamentación madrileña.
Las características artesanales predominarán por largo tiempo en los rubros productivos madrileños. A mediados del siglo XIX, la cifra de artesanos era cuarenta veces superior a la de obreros fabriles. En tanto, los sirvientes ocupan un elevadísimo número (40 mil sobre una población de 300 mil).
En esos años, había en Madrid 57 fábricas y talleres de herrería, pero, a medida que la caballería pierde incidencia, su actividad se centra en la construcción y reparación de carruajes, y en el herrado de los animales; especializándose en la fabricación de rejas, ventanas y portales, llaves y toda clase de herramientas.
En 1920, ya sólo quedaban once herrerías en Madrid. Pero sus obras artísticas adornando balcones y fachadas continúan vigentes como testimonio de su habilidad e ingenio.

Pobres e infelices

Durante el reinado de Carlos III (1759/1788), después de reiteradas protestas, los gobernantes van a mostrar cierta preocupación por los padecimientos de los pobladores de los arrabales. El Consejo de Castilla así lo expresa: “Los barrios de Lavapiés, Maravillas, Barquillo y otros, que por estar retirados del centro de Madrid no se habitan ni se ocupan sino por gente pobre e infeliz y cuyos edificios miserables e incómodos no son capaces de otros inquilinos, quiere el Rey ... que no sean como hasta aquí albergue de pobres sin oficio y destino, de gente de mal vivir, de majas y gitanas y de toda especia de canalla, sino de personas honradas y aplicadas a servicios útiles y convenientes”(11).
Estas inquietudes oficiales no producirían grandes modificaciones de las penosas condiciones de vida de los madrileños. Los funcionarios extranjeros que se sumaron al gabinete real se proponían concretar algunos cambios en la ciudad. En 1765, se dispuso un sistema de “iluminación simétrica, lucida y clara de 4408 faroles de cristal puestos en sus palomillas de hierro (..) Se encienden con escalera y arden con velas de sebo hasta pasadas las doce desde el toque de las oraciones”(12). También procedieron a la numeración de cada manzana y vivienda -instalando en los muros azulejos de porcelana con los respectivos datos-, a la plantación de arboledas y al empedrado de algunas calles céntricas.
“Ya a finales del XVIII resultaba perceptible la zonificación horizontal y vertical. El pueblo bajo ocupaba los cuarteles de Lavapiés, Rastro y Barquillo, y por otra parte, dentro de un mismo inmueble, se reservaban los principales para las familias de mayor rango. Sin duda este proceso se acusó mucho más en el XIX (..) Las instancias de pobres en demanda de auxilio configuran otra fuente que permite delimitar los sectores más miserables del mapa urbano, con un foco intenso en las bocacalles del tramo medio de San Bernardo. Mediante estos listados se comprueban noticias de época que señalaban algunos cuarteles meridionales -Avapiés, San Isidro, San Francisco- además de Maravillas, Afligidos y Barquillo, como los de más humilde nivel, y hacia donde afluían principalmente las oleadas de inmigrantes”(12).
Para 1815, las calles de Madrid, estrechas en su mayoría, estaban obstruidas "por los puntales y escombros de las fincas ruinosas y por la acumulación de los materiales para las obras; por las basuras que en medio de ellas colocaban los vecinos para que dos veces por semana fuesen recogidas alternativamente por los barrenderos; rebosando los pozos inmundos por encima de las losas y ensuciadas las esquinas y los quicios de las puertas por causa del desaseo general y de la falta de recipientes; estas calles, así dispuestas, estaban interceptadas, además, a toda hora por multitud de perros, cabras, cerdos, pavos y gallinas, que los vecinos de los pisos bajos sacaban a pastar a la vía pública...”(13).

Real Barquillo

La calle del Barquillo registra antecedentes desde el siglo XVI, con la instalación del convento de San Hermenegildo. En la centuria siguiente identificará con su nombre a todo el barrio. Así lo atestiguan las monjas del convento conocido como las Góngoras, cuando, a fines del siglo XVII, proponen la construcción de uno nuevo en los terrenos del marqués de Colares “en el barrio que llaman del Barquillo”.
En el mapa de 1635, trazado por Wit, esta vía ya ostenta su dibujo rectilíneo alcanzando los terrenos del antiguo convento de Santa Bárbara.
Hasta fines del siglo XVIII, la mayor parte de la acera izquierda, entrando por Alcalá, estaba ocupada por la posesión de los duques de Frías, que se extendía hasta la calle Góngora. Sobre ese predio se abrieron con posterioridad las calles Arco de Santa María (Augusto Figueroa) y San Francisco (Gravina) que la comunicaron con Hortaleza.
En esa época, la calle alcanza notoriedad. El arquitecto Pedro de Ribera modifica sustancialmente, hacia 1730, el convento de las Carmelitas y luego la iglesia de San Hermenegildo, de cuya huerta formaba parte la actual plaza del Rey.
María del Pilar Cayetana de Silva, la duquesa de Alba, emprende la construcción del palacio Buenavista, entre esta calle y el paseo de los Recoletos. En 1759, fue el marqués de Gamoneda quien mandó construir su vivienda en el lugar.
Su trayecto era recorrido con frecuencia por los monarcas y su séquito para visitar el monasterio de las Salesas Reales, fundado por Bárbara de Braganza.
Será conocida entonces como la Real calle del Barquillo, calificativo que sólo contaron las vías de Lavapiés y Almudena. Cuando se le incorporaba la palabra real al nombre de una calle era porque se encontraba bajo la protección del soberano, era considerada importante, de dimensión aceptable y trayecto definido.

III
Cambios y convulsiones


La movilización popular que enfrentó al gabinete de Carlos III, conocida como el Motín de Esquilache, tuvo un desenvolvimiento preferencial en las calles del barrio del Barquillo.
Bajo la apariencia del rechazo a una norma que imponía a los madrileños un cambio de vestimenta, hubo otras razones que fueron acicateando la ira popular.
Especialmente, el reiterado aumento del precio del pan y de otros alimentos, que fueron parte de los puntos más sostenidos por la pueblada.
El frío invierno de 1766 incrementó notablemente las necesidades populares y los madrileños ingresaron en una vorágine de reclamos donde los ánimos se caldeaban más y más.
Como parte del plan de modernización propuesto por el gobierno, se dispuso la prohibición del uso de sombrero chambergo o galeo y la castiza capa larga, sustituyéndolos por el redingote o traje militar y el tricornio.
Esta medida encendió la mecha de la discordia. “Hambre y españolismo iban a desencadenar la tormenta que conmovería por unos días las tranquilas aguas del antiguo Régimen. El odio se concentraba contra el marqués de Esquilache, venido de Italia con Carlos III y todopoderoso en la gestión administrativa. Un buen observador de la política española advertía entonces infructuosamente al rey sobre este personaje cuyo poder “hasta que el odio penetre en las clases populares estará seguro”” (14).
El motín se inició el Domingo de Ramos de 1766, en la plaza de Antón Martín, cuando algunos individuos se negaron a sufrir el corte de las capas y atacaron a un alguacil. Esa rebeldía entonó a la multitud reunida que se enardeció gritando vivas al rey y sus odios contra Esquilache.
La manifestación se dirigió entonces hacia la casa de las Siete Chimeneas (plaza del Rey), lugar de residencia del odiado funcionario, que fue saqueada por la turba. También apedrearon las casas de otros personajes.
Al día siguiente, los reclamos callejeros no decrecen y se manifiestan en el propio Palacio, obligando al monarca a salir al balcón para escuchar las peticiones populares.
Tres días después de iniciado el motín, Esquilache se encuentra viajando a Italia y las medidas más irritantes fueron derogadas: la prohibición de las capas largas y sombreros gachos; la guardia Valona sale de Madrid; el precio del pan se reduce de catorce cuartos a ocho, la libra de tocino a dieciséis; la de aceite y jabón a catorce y se dicta el perdón a todos los amotinados.

Encarnizados combates

El motín de Aranjuez que terminó con la carrera del prominente Manuel Godoy tuvo también sus manifestaciones en el barrio. El estallido del 19 de marzo de 1808 tuvo considerable apoyo en Madrid, según recuerda Mesonero Romanos de sus años de infancia, cuando “un desusado resplandor que entraba por los balcones, una algazara inaudita que se sentía en la calle, unos gritos desentonados, formidables de alegría o de furor. ¡Viva el Rey! ¡Viva el Príncipe de Asturias! ¡Muera el Choricero! (apodo de Godoy por su origen extremeño) Estos eran los que sobresalían entre las roncas voces de aquella muchedumbre desatentada”.
Los desórdenes callejeros continuaron con el asalto de las propiedades de Godoy, de sus familiares y de sus adictos. Su residencia de la calle del Barquillo, esquina a la plaza del Rey, fue saqueada, sus muebles y enseres arrojados por los balcones para luego ser quemados. Lo mismo ocurrió con la casa de su hermano en la calle Alcalá y con la del famoso dramaturgo Leandro Fernández de Moratín, en Fuencarral, 17.
Días después, se desenvolverá la trágica gesta patriótica que también tuvo como escenario destacado a las barriadas de los chisperos y de las Maravillas.
En los enfrentamientos contra el ejército de Murat, el 2 de mayo de 1808, los hombres y mujeres del barrio volvieron a demostrar su valentía y arrojo. Nuevamente el lugar se convirtió en campo de batalla, especialmente en las inmediaciones del parque de Artillería, cuyo portal de ingreso estaba en la actual plaza Dos de Mayo.
Antiguamente, este predio pertenecía a la suntuosa mansión de los duques de Monteleón. En sus extensos jardines –a los que se habían adosado las huertas del convento de las Salesas Nuevas- tenían los artilleros sus cañones, ganado, municiones y pertrechos. En su superficie se trazaron las actuales calles de Ruiz y Monteleón, hasta Carranza, la del Divino Pastor, desde San Andrés hasta San Bernardo, la Galería de Robles y la calle de Malasaña en su totalidad.
Las características del predio y sus edificaciones hacían casi nulas las posibilidades de operar su defensa.
La movilización de los madrileños en busca de armas para resistir a las tropas de Napoleón tuvo su punto culminante en ese cuartel. Allí, se hallaba una compañía francesa, cuando llegó al lugar un grupo de militares comandados por los oficiales Luis Daoíz y Pedro Velarde, quienes intimaron a los invasores a rendirse ante la inminencia del ingreso de las masas, que vociferaban y presionaban sobre los portales. Persuadidos, los franceses entregaron sus armas.
Los sublevados irrumpieron en el cuartel y se apoderaron del armamento galo. Pero, no demoraron los franceses en enterarse de las incidencias y enviaron al lugar al batallón de Westfalia que comenzó a avanzar por la calle Fuencarral. La resistencia combinada de militares y paisanos le infligieron gruesas bajas, pero la llegada de un número de refuerzos enormemente superior en efectivos y recursos decidió la contienda.
El combate fue terriblemente sangriento, allí sucumbieron Velarde y Daoíz, y una innumerable cantidad de madrileños.
El 4 de diciembre de 1808, la heroica resistencia trasladó su trágico escenario a la infructuosa defensa de la Puerta de Bilbao.

Perfiles chisperos

Los populares chisperos aportaron sus hábitos culturales a las características del perfil castizo madrileño, protagonista de multitudes de relatos, obras de teatro y zarzuelas
El escritor Francisco Azorín los describe así: “Sabían colocarse bien la chupa y la redecilla; además de manejar excelentemente el martinete, conocer los secretos de la fragua y estar familiarizados con el fuego, supieron trabajar muy bien la madera y, a veces, sintieron la afición taurina; fueron, asiduamente, sobresalientes guardaespaldas de políticos; vividores de timos; guapos de garitos y mancebías y hasta de fáciles duquesas; dominaron siempre, en su expresión, el desparpajo.”
Los cronistas de Villa los calificaron de “prestigiosos torneros, broncistas, ebanistas”, que soñaban con convertirse en toreros o conquistar con sus galanteos a alguna noble dama.
“Los chisperos se jactaban de ser una clase valiente , quizá su diario contacto con la fragua, su destreza en doblegar hierros, les hacía creerse hechos de un material resistente y en consecuencia de un aire bravucón y pendenciero. Cuentan que cuando de defender su hacienda se trataba, daban su sangre si era preciso y así lo demostraron con ocasión de la entrada en Madrid de las tropas de Napoleón; los chisperos lucharon bravamente contra el invasor por la puerta de Recoletos y el portillo de Santa Bárbara. Cuenta Azorín que también las hembras de estos hombres eran de armas tomar y que paseando el general Legrand, hombre de confianza de Napoleón por una calle del barrio, “unas chisperas, desde un balcón, arrojaron un tiesto de claveles que le abrió la cabeza y cubrió de flores su cadáver”(15).
Su bravura estuvo acompañada por un cierto candor cuando, tiempo después, los galos ayudaron a Fernando VII a recuperar el poder absoluto y sin ningún rencor “cubrieron de flores el camino que pisaba el mismo ejército francés y abrazaban y permitían que sus mujeres abrazasen a los soldados invasores (..) El pueblo madrileño ha tardado mucho en ser liberal, pero los chisperos, no solo han tardado, sino que nosotros creemos que han muerto sin haberlo sido” (16).

Convulsiones continuas

Los sectores humildes madrileños, además de ponerle el cuerpo a las balas, soportaron crisis alimentarias gravísimas. Así, gran número de las revueltas, saqueos y motines que se extendieron durante casi todo el siglo XIX tuvieron como motivación común las agobiantes carencias materiales que soportaban.
En ese sentido, 1812 será uno de los años más trágicos, se ha estimado en unos veinte mil los fallecidos por inanición entre septiembre de 1811 y julio del año siguiente. Estas calamidades fueron reflejadas por Goya en sus famosos grabados “Los desastres de la guerra”.
Las transformaciones económicas, ambientales y sociales generaron durante todo el siglo continuas convulsiones, guerras civiles y revoluciones. La invasión de los ejércitos napoleónicos coadyuvó a potenciar esa inestabilidad y el estado insurreccional de las clases populares.
Hubo frecuentes luchas entre liberales y absolutistas, republicanos y monárquicos, que derivaron en choques violentos por la vigencia de las libertades democráticas, con una gran participación de la población de los arrabales.
Las tropas liberales, en 1822, derrotaron a los batallones de la Guardia Real y obligaron a Fernando VII a aceptar un gobierno hostil. Poco después "la tortilla se daba vuelta". El 7 de noviembre de 1823, Rafael de Riego, el principal caudillo que se alzó contra el absolutismo y en defensa de la vigencia de un texto constitucional, fue ahorcado en la plaza de la Cebada por los efectivos del rey.
En 1834, se desató una epidemia de cólera. Circuló por Madrid, con gran aceptación popular, la versión de que los causantes eran los miembros de la Iglesia, que habían contaminado las aguas. Las masas indignadas irrumpieron en distintos templos y lincharon a decenas de religiosos.
El palacio de Frías sirvió durante un tiempo de residencia de la embajada de Francia. En las puertas de este edificio hubo un combate, en 1837, cuando se sublevó el tercer regimiento de la Guardia y un contingente de cazadores provinciales y paisanos armados intentaron penetrar en el palacio para hacerse fuertes en él contra los insurrectos que permanecían en el cuartel del Soldado, en la calle Barbieri.
Para esa época, la Puerta del Sol ya se había convertido en el espacio simbólico ciudadano donde se expresaban las demandas y estados de ánimos de la población.
En 1854, un pronunciamiento militar contó con un amplio respaldo en las barriadas madrileñas. La rebelión popular derivó en 280 barricadas instaladas en las calles de la ciudad, las más numerosas estaban en las inmediaciones de la Puerta del Sol. La rendición de la guarnición significó el derrumbe del gobierno.
La revolución de 1868 puso fin al reinado de Isabel II, al combinarse una sublevación militar con una reacción de la ciudadanía, que se agolpó en los lugares más simbólicos para entonar el himno de Riego, símbolo del liberalismo revolucionario. Se instauró una nueva experiencia que dio lugar a las primeras elecciones democráticas.

Cambios edilicios

En el siglo XVIII, el barrio de los chisperos tuvo cambios drásticos en su fisonomía, van despareciendo los espacios libres y la distancia entre las casas; se construyen algunos edificios señoriales de la nobleza y la alta burguesía, especialmente en la calle Barquillo. También se pretende mejorar su aspecto para adecuarlo a los ilustres visitantes que la recorren.
Esta iniciativa fue generando un efecto emulador. La imagen que va adquiriendo la calle hace que aumenten los interesados en residir allí y se construyan nuevas casas o refaccionan las antiguas, convirtiéndose en una de las arterias más aristocráticas de Madrid y eje del barrio.
Este contraste edilicio con el núcleo urbano de los chisperos comenzará a ejercer presión y se procede al refinamiento de las viejas construcciones. No obstante, los dos sectores mantendrán claramente sus características, generando una conjunción de picaresca y solemnidad, humildad y alcurnia.
Numerosas calles se abren camino hacia Barquillo e intercomunican al barrio. Gravina, San Marcos y la del Arco de Santa María (Augusto Figueroa) lograrán su intersección con aquella. La calle del Soldado (Barbieri) fue ampliada hasta la de Infantas. También se creará la primera plaza en territorio chispero sobre la vieja huerta del convento de San Hermenegildo, formándose la plaza del Rey.
Con las medidas oficiales que, en 1836, arremetieron contra la acumulación de tierras de la Iglesia, fue derribado el convento de los Capuchinos de la Paciencia y se despejó el terreno para que surja la plaza de Bilbao (luego Vázquez de Mella). Como consecuencia de otra operación de derribo cayeron bajo la piqueta los viejos edificios donde estuvieron la Galera y las prisiones militares, y se comunica la calle San Gregorio con Figueroa. Años después, en un ensanchamiento de la calle Gravina, a fines del siglo XIX, surge la plaza San Gregorio, denominación que se mantuvo hasta mediados del siglo pasado cuando se le adjudica el nombre del compositor Federico Chueca.
Estas transformaciones brindaron una mejor estructuración a calles, aceras y fachadas. Su tradición de zona de tertulias se fue adecuando a los nuevos espacios y establecimientos que surgieron.
Desde la tercera década del siglo XIX, el aumento de la población impulsó la construcción de viviendas, alzándose centenares de casas en forma fulminante. Algunos sectores comenzaron "a disfrutar de más comodidad y abundancia en los bastimentos, de más elegancia en los vestidos, en las habitaciones, en los muebles, en todas las necesidades de la vida que fueron desconocidas a nuestros mayores". (6).

Pobres y hacinados

Mientras se producían estos cambios, muchos barrios humildes no contaban con una elemental infraestructura urbana. El grado de insalubridad en que se vivía se reflejaba en la elevadísima tasa de mortalidad. La vivienda popular se convertía en un grave problema, pero los gobernantes no tenían prisa por resolverlo.
La pujante ciudad, a mediados de siglo, contaba ya con 280 mil almas y la necesidad de viviendas era una demanda creciente que fue aprovechada por especuladores inmobiliarios que dieron origen a un tipo de vivienda colectiva (las corralas) que aumentó el rendimiento del espacio disponible, dando lugar a lo considerado por muchos autores como la "miseria de la vivienda madrileña del siglo XIX"(17).
"Madrid, ciudad de carácter hasta cierto punto rural en tiempo de los Austrias, fue devorando sus jardines y huertas interiores y elevando su caserío. De esta congestión se hizo eco Larra en su célebre artículo "Las casas nuevas": "donde la población se apiña, se sobrepone y se aleja de Madrid, no por las puertas, sino por arriba, como se marcha el chocolate olvidado sobre las brasas".
Como ejemplo de ello, en la esquina de Barquillo y Belén estaba la famosa casa “de Tócame –Roque, edificio que tenía un patio central y en la que vivían más de 72 familias de chisperos muy dados a la camorra y a la gresca”(18).
Las viviendas del centro de la ciudad, donde se alojaba la mayor parte de la gente, seguían siendo insalubres, sobre todo aquellas donde vivían los grupos sociales más pobres.
Los barrios de los nuevos vecinos no respondieron a ningún plan prefijado, carecían de servicios y comodidades, y reflejaron la orientación segregadora que predominaba en los niveles de decisión de la ciudad (19).
Sin embargo, no eran las peores viviendas, existían las denominadas “casas de dormir”, “en las que un simple jergón o un colchón, en el mejor caso, acoge a parados, mendigos, prostitutas, criadas sin ocupación y por supuesto sin dinero, por unos pocos céntimos se puede pasar una noche en una de estas casas. En una misma estancia pueden juntarse cincuenta o sesenta personas cada noche, ocupando un lugar sucio, en el que no entra el aire ni la luz...”(20).
Hubo promotores de hacer más planificada la distribución espontánea de las clases sociales en Madrid. El denominado "Plan Castro", de 1860, propuso hacer conciente esta distribución geográfica cuando intentó ubicar en determinadas áreas a la aristocracia (calles Serrano y la Castellana), a la alta burguesía (barrio Salamanca), clase media (Argüelles), artesanado (Chamberí), proletariado (Lavapiés) y campesinado (desde Embajadores a Carabanchel). Finalmente, el crecimiento demográfico sobrepasó a las previsiones, la especulación inmobiliaria hizo imposible la concentración proletaria en las zonas previstas y el modelo imaginado no se consumó.

IV
Fiestas, copas y burdeles

Las fiestas desde épocas inmemoriales adquirieron gran importancia en Madrid. La pesadumbre de la atmósfera medieval en ocasiones se veía compensada por la participación popular en diversas celebraciones. “...el pueblo tenía su evasión y contrapunto en las fiestas, en las juergas tabernarias y en el permanente espectáculo de la vida cortesana; era el pueblo de los chisperos y de los manolos, con sus equivalentes femeninas, y también el de los pícaros y buscavidas que siguen correteando por las obras de nuestros clásicos(5).”
El madrileño gustaba del paseo callejero y del espectáculo, del espacio propicio para exhibirse y aparentar. Así acudían con frecuencia, tanto en silla de mano o en coche. Las damas aristocráticas eran seguidas de abundante cantidad de pajes y lacayos, hasta tal punto que, en 1723, una norma limitó el desfile cotidiano. Se ordenó que el acompañamiento no superara los dos lacayos y se reglamentó su forma de vestir.
Desde el poder se advirtió que en los eventos festivos la población encontraba una saludable válvula de escape para sus intereses y se fueron institucionalizando para que los excesos de esos días de celebraciones sean los únicos tolerados. A comienzos del siglo XVIII, la gestión municipal se desenvolvía a través de comisiones, entre ellas había algunas específicas para estos menesteres: “Autos y fiestas del Corpus”, “Verbenas”, “Traslado de toros”, “Corrales de Comedias”, “Pésamen y Enhorabuenas”.
Las romerías de los alrededores de la capital tenían una espontánea y gozosa concurrencia que desbordaba los ámbitos establecidos. También alcanzaban esplendor los bailes de máscaras, que en una sola noche, en febrero de 1768, superaron los tres mil trescientos concurrentes.
En torno a la ermita de San Marcos se celebraba la romería del “trapillo”. Algunos sostenían que se trataba de un festejo de los artesanos; pero, al ver la popularidad que alcanzaba la romería, se fueron integrando algunos nobles. Luego, la celebración se fue perdiendo y se redujo a la costumbre de ir a merendar. Según los dichos populares, el festejo fue creado por un monarca que quiso así distraer a un marido celoso de su pretendida esposa. Por esa razón, se colgaba en la puerta de Fuencarral unos cuernos y un trapillo. Lo que había comenzado como una romería de cánticos y bailes terminó convirtiéndose en un evento plagado de altercados, por lo que dio lugar a su prohibición. Esta tradición se perdió a finales del siglo XVIII.(21)
En la calle Hortaleza, desde tiempos inmemoriales, se viene celebrando la tradicional fiesta de las Vueltas de San Antón, primera de las fiestas populares del año.
La tarde del 17 de enero, en la acera de la iglesia de ese nombre, una prolongada fila de personas en compañía de sus animales espera el correspondiente turno para que el cura arroje agua bendita sobre su mascota. En tanto, que en el primer portal que da a la calle Farmacia, se congregan largas filas de vecinos para adquirir los famosos panecillos que pueden ser preservados durante todo el año.
Además de los oficios religiosos, las tradicionales vueltas por los alrededores, se bendice la cebada que servirá de alimento de las cabalgaduras, que acuden vistosamente enjaezadas.
Existe constancia de su celebración desde el siglo XVII. Entonces, el Concejo madrileño alimentaba a una manada de cerdos para la ocasión, que eran adornados con cintas y campanillas y puestos a correr detrás de un cebo. El animal ganador era coronado con una tocado de ajos y cebollas. Luego se nombraba a un mozo como rey de los cochinos, se lo vestía como San Antón y, montado en burro, se dirigía hacia la ermita de San Antón que estaba en el Retiro. Allí se pedía bendición para el sustento de hombres y animales, para luego regresar a la iglesia y concretar la bendición sacerdotal.
“Después era la bacanal sin freno. La tremenda algarabía de berridos, relinchos y rebuznos, junto con los gritos y los cánticos de la plebe que comía y bebía sin saciarse jamás. Llegábales la noche, y aquel tropel tumultuoso, donde acababan por tener lugar todos los desmanes, hasta los más sangrientos, era una orgía sabática”(22).
Así era la fiesta hasta que, en 1697, se prohibió por irreverente, reaparece fugazmente en el siglo siguiente, pero vuelve a ser suprimida por las desgracias que ocasionaba. Al instalarse, en 1794, la iglesia de San Antón en la calle Hortaleza, el festejo fue reconvertido con las características que llegó a nuestros días.
Entonces, los balcones y ventanas se adornaban, las calles se poblaban de puestos donde vendían los panecillos y las damas y petimetres se convertían en espectadores de la procesión de caballerías, mulos y otros animales.
Un diario de 1882 así reflejaba la celebración: “La tradicional romería de San Antón se verificó ayer tarde con una aglomeración de gente extraordinaria. Las calles de Hortaleza y Fuencarral presentaban un aspecto pintoresco. Los jinetes y las cabalgaduras recorrieron las principales calles de la corte, deteniéndose en la Escuela Pía, obtenían la bendición.
El gobernador dispuso que no circularan los tranvías del Norte para evitar desgracias y para mayor comodidad de los transeúntes”(23).

Pintoresquismo

Cuando la calle San Marcos no tenía salida a Barquillo, en ese lugar, en 1847, fue edificado el circo que se llamó de Paul. Tuvo un breve receso sirviendo de local para la bolsa, para abrirse más tarde al público como Skating – Ring, pista de patinaje, también sirvió de salón de baile para rivalizar con el Capellanes y como escenario del cante flamenco. Una habanera lo refleja en la siguiente estrofa:
“No me lleves a Paul
que me verá papá.
Llévame a Capellanes,
que estoy segura
que allí no irá.”
La famosa casa de Tócame – Roque (nombre adjudicado a una disputa entre hermanos por su sucesión) inspiró a Ramón de la Cruz para su sainete “La Petra y la Juana o El buen casero”
El barrio del Barquillo, como su inmediato de San Antón y el de Maravillas, era el ámbito típico dela chispería de la corte, que iba a buscar pelea con la manolería de Lavapiés. La suciedad que sus labores impregnaba en los rostros y vestimentas provocaba el desprecio de los siempre bien vestidos y prolijos manolos de los barrios bajos.
En otro sainete de la Cruz abordó esta temática. “Los bandos de Avapiés o la venganza del Zurdillo” pinta una de aquellas contiendas, en la que triunfan los del Barquillo, que por su mayor fortaleza física solían ser los vencedores. La rivalidad llegaba de barrio a barrio y los jóvenes solían enfrentarse con abundantes pedreas y con coplas en sus carteles como desafío:

“Si no me habéis conocido
en el pico del sombrero
soy del barrio del Barquillo
traigo bandera de fuego”

y contestaban los otros:

“Aquí están las Maravillas
con deseos de reñir;
menos lengua y más pedradas,
señores del Barquillí.”

La referencia al pico de sombrero se debía a que en la calle del Barquillo, en 1727, se instaló una fábrica de sombreros, que fue considerada la mejor de Madrid.
Los duelos y cruces violentos eran hechos cotidianos. Uno de ellos fue el incidente protagonizado por Manuel Lucas Blanco, un prometedor torero que vio frustrada su carrera, al iniciar una discusión con un miliciano nacional en una botillería de la calle Fuencarral. De los insultos pasaron a los golpes y en la riña el torero mató al uniformado. El hecho podría haber quedado diluido en las numerosas rencillas de la época, pero las presiones de la Milicia impusieron el castigo: la ejecución en el garrote vil. Condena que se cumplió en pocos días, sin que ningún torero se atrevieran a pedir su indulto ni la reina a concederlo para no contrariar a la fuerza.
En el número 14 de Barquillo, a principios del siglo XX, se habilitó una barraca para la proyección de películas, alternando con espectáculos de variedades. En ese predio luego se construyó un teatro que se denominó de la Infanta Isabel, donde se cultivó la comedia.
En el número 1, estaba la entrada del Teatro Apolo y el muy concurrido Café Cervantes, ubicado en la planta baja del palacio de Casa Irujo. A mediados del siglo XIX, en ese lugar había un pequeño teatro que tenía una gran concurrencia de público. La atracción eran los monos amaestrados que presentaba un titiritero llamado Donato. Alcanzó gran notoriedad, pero un rumor acabó con su exitosa trayectoria. Se divulgó que la leche utilizada en los productos ofrecidos a su clientela, previamente era utilizado para los baños de inmersión de la marquesa de la Laguna, que vivía cerca de allí.
En 1866, el Café de San Nicolás, ubicado en Fuencarral y San Mateo, contrató a ocho coristas del Teatro de la Zarzuela para que canten por las noches, acompañadas de un piano, causando gran sensación y logrando un permanente aforo completo.
En 1900, un aviso publicitario anunciaba que: “Los días 7 y 8 de marzo recibirá en sus habitaciones de Hortaleza 12 la célebre vidente – pitonisa del Cercano Oriente Madame Aixa, que ve el porvenir y dice la suerte por sólo tres pesetas. Avise la visita con tres días de antelación”. Según recuerdan se trataba de una señora muy robusta, vestida con abundantes telas de seda y que olía a ajonjolí; las escaleras que llevaban a su piso estaban permanentemente colmadas de gente aguardando su turno(24).
En tanto, el “gabinete profiláctico de la calle Santa Brígida, 4” ofrecía el mataladillas radical Ladilline, también revistas “frívolas y de doble sentido”.
En la calle Piamonte, en esa época existía una cuadra de alquiler de caballerías. Los hombres y mujeres de entonces tenían el hábito de recorrer las sendas para jinetes que había en el Paseo de la Castellana y en el de Colón, y en el Retiro. Muchos jóvenes encontraban diversión en quedarse en las inmediaciones para ver los muslos de las amazonas más agraciadas.

Barrio de burdeles

La ciudad tenía una gran cantidad de mujeres ocupadas como trabajadoras del sexo. Muchas de ellas se agrupaban en algunas calles según la categoría de sus clientes y la tarifa que percibían.
Las que trabajaban “a cincuenta céntimos” se las encontraba en Cruz Verde, Ceres y los prostíbulos de la calle San Bernardo. En tanto, en Abada y Pizarro estaba la mayor concentración de establecimientos. También había otras meretrices que se instalaban en las calles Borrego, Aduana, Libertad y Barbieri.
En la calle Peligros, hubo un tiempo que aparecieron las francesas, que provocaron gran atracción entre los hombres y recelos entre sus colegas españolas, porque ofrecían sexo oral. En una acera estaban las galas y en la otra las españolas, quienes se ponían furiosas por la demanda que tenían sus rivales, a las que apodaban despectivamente “las mamonas”(25). Las prostitutas galas llegaron a ser alrededor de quinientas en Madrid.
Las mujeres con una clientela más distinguida estaban en los salones de la calle San Marcos. El precio del servicio rondaba los cinco duros y el burdel más conocido era “La Milagritos”.
En tanto, el más famoso de los burdeles fue el que estuvo instalado en Gravina, 20, “con telephone, cuartos de baño, agua corriente, esmerado servicio, regido por Madame Tedy”. Este salón fue el primero en atreverse a contar con exóticas y hermosas mujeres negras.
En 1900, existían unas mil quinientas prostitutas censadas, en sus orígenes habían sido criadas, mujeres seducidas y abandonadas u obligadas, o víctimas de la pobreza. Se estimó "que, en realidad, entre quince y veinte mil mujeres ejercían la prostitución clandestina"(26).
También había diversos clubes nocturnos. En el cabaret “The For Teen”, ubicado en la calle del Barco, 34, actuaba una bailarina de rumbas conocida como “La Gallega”. Salía semidesnuda al pequeño escenario, sólo vestida con un breve taparrabos, debajo del cual ocultaba una madeja de cordoncillo, en medio de sus sugestivas contorsiones, la punta del hilo pasaba de mano en mano sin poder lograr el ansiado despojo de su minúscula vestimenta.
También el barrio era escenario de juergas trasnochadas, una crónica de época relata que “unos jóvenes de familias poderosas, en completo estado de embriaguez y ocupando varios coches de punto, atravesaron las calles céntricas de Madrid, acompañados de unas palomas torcaces, reclutadas en varios sitios de esos que llaman “lugares de perdición”... trasladaron su orgía vulgar a una casa de mala nota de la calle de la Libertad, de donde la dueña... los expulsó, yendo entonces aquella gente a cobijarse en otro establecimiento similar de la calle de San Marcos, en el cual las cosas pasaron a mayores, pues, según se dice, hubo alguna ninfa abofeteada, otra bañada a la fuerza y la tercera botada en paños menores –o menos que menores- por el balcón a la calle, después de haber sufrido, contra su deseo tales atentados...”(25).

Nuevas diversiones

Las principales diversiones de los madrileños a la hora del cambio de siglo consistían en acudir, en las noches de verano, a los llamados jardines de Delicias, del Buen Retiro, del Paraíso. Asistían a las múltiples y variadas verbenas, a las tertulias en los más de sesenta cafés que había por toda la ciudad y a las diversas salas de baile, que estaban en su esplendor.
"Más abajo de las Ventas están los bailes de organillo, los hay de todas las clases y categorías, desde aquel en que bailan señoritos calaveras, modistillas y horteras, hasta el más popular, en el que dan vueltas los soldados, las criadas y los guardias civiles... Aquí no baila más que la gente de pupila, los que se traen de la calle a las mujeres, los chulos, los que tocan el organillo y no trabajan porque los mantienen las mujeres; las de la Fábrica de Tabacos, cerilleras, las chalequeras y las golfas de profesión..."(27).
Los teatros también demostraban tener un gran magnetismo para los madrileños. Las salas de la Cruz y del Príncipe, con un aforo de 2500 espectadores cada una, contaban con una gran aceptación popular las funciones de tragedias, clásicos y conciertos. En 1908, con una población de 600 mil habitantes, la ciudad contaba con treinta y cinco teatros, en los que se estrenaron cuatrocientas catorce obras. Los espectáculos de variedades y el circo también tuvieron una buena acogida. Entre los teatros del barrio estaban: Apolo (Barquillo), Fuencarral, Ideal Room (glorieta de Bilbao) y Princesa (Tamayo).
El cinematógrafo comenzaba sus primeras incursiones con gran repercusión, primero en barracas habilitadas para las proyecciones y luego con la construcción de salas específicas para ese fin (Ideal, 1915, y Real Cinema, 1918). En pocos años, las salas de cine sumaron cuarenta y siete. En el barrio estaban el Bilbao (Fuencarral, 124), Gravina (Gravina, 15) y el Príncipe Alfonso (Castaños, 6).
Las corridas de toros conservaban el interés ancestral de los madrileños llegándose a ofrecer un espectáculo por mes. También, comenzaban las primeras carreras detrás de un balón a raíz de una práctica deportiva importada desde Inglaterra y la pelota vasca hacía furor entre los madrileños.



V
Cambio de siglo y deseos de cambio


En esa época empiezan a manifestarse preocupaciones oficiales por mejorar las deplorables condiciones de vida de los barrios populares. El Ayuntamiento dispone el empedrado y alcantarillado de numerosas calles, el barrido y recolección de basuras, el control higiénico de mercados, mataderos y cementerios, entre las medidas encaradas.
Otras inquietudes del ascendente liberalismo fueron la educación y la asistencia. Surgen las casas de socorro y los asilos municipales, en 1876, ya existían 92 escuelas públicas gratuitas de enseñanza primaria.
No obstante, las tasas de natalidad, mortalidad y mortalidad infantil continuaban siendo muy elevadas, debido a la persistencia de las epidemias (cólera, sarampión y gripe) y la desnutrición (por las crisis agrarias).
El crecimiento de la población madrileña -llegó al cambio de siglo con medio millón de habitantes- se operó por el aumento notable de la inmigración desde otras regiones españolas, dado que el crecimiento vegetativo fue negativo durante dieciséis años. En 1888, los inmigrantes residentes representaban cerca del sesenta por ciento de la población total de la ciudad. La mayoría "provenía de la propia provincia de Madrid (...), seguido por el grupo formado por los originarios de las dos mesetas castellanas"(26).
La tasa de natalidad marcaba profundas diferencias entre las distintas zonas de la ciudad, reflejando de alguna manera las características sociales de cada una de ellas. Mientras, en 1897, la tasa media fue de 31,35 por mil, en el distrito Centro alcanzó el 22,52 por mil y en Congreso el 20,83; en Inclusa, la tasa alcanzaba el 62,71 por mil.
La situación crítica que vivían los sectores más pobres hacía que gran parte de su prole no llegara al primer año de vida. Entre 1880 y 1884 hubo un promedio anual de 16.281 defunciones, 4.525 correspondieron a menores de un año y 3.267 a niños comprendidos entre uno y cinco años. "...de los 15.640 niños que nacieron anualmente por término medio en el último quinquenio del siglo, no alcanzaron el primer año de vida más que 11.332 y el décimo año tan sólo 7.607. Esta situación empezará a cambiar a mediados del segundo lustro del siglo XX". (26).
El tipo de alimentación proporcionaba a la clase trabajadora pocas defensas para hacer frente a cualquier enfermedad. La carne sólo era parte de la dieta de las familias acomodadas, el resto se debía conformar con raciones de tendones, ternillas y vísceras. El sustento se tornaba crítico cuando por distintas razones se encarecían los productos básicos como pan, carne, alubias y carbón.
"La miseria aparecía como un mal aceptado por las autoridades, que impasibles ante la falta de vivienda y las pocas expectativas de empleo, forzaron a muchos de los recién llegados a engrosar el número de los marginados sin medios de subsistencia"(26).
La población inmigrante tenía como destino los barrios más pobres, en precarias condiciones de habitabilidad e higiene. Se llegaron a horadar numerosas cuevas en los alrededores de la ciudad, donde se instalaron familias recién llegadas, que fueron conocidas como "los trogloditas".
La gran mayoría de los madrileños arrendaba sus viviendas. Según un informe de 1902, existían en Madrid 438 casas de vecindad, en las que vivían 52.655 personas, un promedio de 120 personas por edificio.
En las primeras décadas del siglo XX el precio de los alquileres se elevó notablemente, lo que generó que muchas familias tuvieran que compartir habitación, hacinándose en buhardillas o en las corralas. La mayoría de ellas no contaba con agua corriente ni luz, tenían un solo retrete por hilera y su ventilación era pésima, haciendo que los edificios estuvieran impregnados de un olor insoportable.
En 1878, se inauguró el tranvía del Norte, que comunicaba Puerta del Sol con Chamberí y Cuatro Caminos. Era el más barato de la época, para el trayecto entre Sol y Barquillo el costo del pasaje era de diez céntimos. Al poco tiempo, la compañía acordó rebajar el precio al ese valor para todo el recorrido “en atención a que los barrios por donde pasa son de gente modesta que no podía pagar tanto”(24).

Más trabajo y más menesterosos

Empiezan las transformaciones en la industria de la construcción, surgen sociedades anónimas que emplean a más de mil obreros en las grandes construcciones. También, aumenta el ritmo de instalación de grandes fábricas y las imprentas adquieren importancia en la ocupación de mano de obra.
Los jornaleros eran parte de los subempleados; sin calificación, estaban dispuestos a cualquier trabajo por míseras remuneraciones y periódicamente aumentaban el nutrido contingente de menesterosos.
El mantenimiento del orden en la nueva sociedad burguesa requería que los pobres, huérfanos, enfermos o delincuentes queden convenientemente recluidos en sus respectivas instituciones: los niños eran acogidos en la Inclusa que, construida en 1846, albergaba a cinco mil pequeños cada año -de los que moría la quinta parte-, y en el Hospicio (1848). Los enfermos sin recursos eran derivados al Hospital General, fundado en 1832, y los delincuentes, a la cárcel del Saladero, donde los presos se hacinaban con espantosas condiciones higiénicas hasta que en los ochenta se abrió La Modelo(26).
Las entidades benéficas eran numerosas; en 1874, había diez, una por cada distrito. A finales de siglo los distritos Hospicio e Inclusa tuvieron dos entidades cada uno, atendían a cuarenta mil enfermos y distribuían alimentos a quince mil personas.
La mendicidad y la vagancia por las calles de Madrid era una constante. En las autoridades predominaba el criterio “caritativo” y “limosnero”, manifestándose más preocupados por la apariencia que por las causas del problema.
A fines del siglo XIX, era incontenible el número de personas socorridas en los asilos. En el de Moncloa, los asistidos nunca bajaban de ocho mil por día, aún en los períodos de mayor demanda laboral.
El entonces gobernador Alberto Aguilera fue noticia por las tres mil raciones de garbanzos patatas y tocino que había repartido en persona. En tanto, en una reunión celebrada en la Casa de la Villa, para tratar el tema de la mendicidad, la preocupación predominante era la imagen que ésta “ofrece a los ojos de los extranjeros un espectáculo impropio de un pueblo culto”. El gobierno quería terminar con el problema de la mendicidad “para que nuestro nombre no padezca en el extranjero” (4).

Expectativas renovadas

La consolidación de un nuevo eje de poder entre la burguesía y la nobleza comenzó a gestar cambios traducidos en intentos de remozamiento de la ciudad.
En el siglo XX, la ciudad se desbordó por el norte y el este, con un crecimiento lento por el sur y el oeste. Su población aumentó en casi cien mil habitantes en las primeras dos décadas, llegando a 752 mil en 1930. El 39 por ciento tenían entre quince y treinta y cinco años, y sólo el 35 por ciento era nativo de Madrid.
Comienza la construcción de la Gran Vía (1910-1929), que hace desaparecer a dieciocho calles y mutila a otras veintidós. La plaza de España ocupó el solar del antiguo cuartel de San Gil y se inauguró la primera línea de metro, que unió Sol con Cuatro Caminos (1919).
Emergen los edificios del Palacio de Correos y Comunicaciones, Telefónica, Círculo de Bellas Artes, Metrópolis, Palacio de la Equitativa (Banesto), entre otros.
La caída de Primo de Rivera, en 1930, fue saludada con júbilo popular y con una manifestación de mujeres al son de las cacerolas. Las elecciones municipales convocadas por su sucesor, reflejaron un contundente rechazo a la monarquía al conquistar los republicanos y socialistas casi cincuenta mil concejales y cuarenta y una de las cincuenta capitales de provincia. La alianza logró el 69,2 por ciento de los votos madrileños, alcanzando los índices más elevados en Hospital, Inclusa y Latina.
Tres días después, fue proclamada la república, asumiendo Eduardo Ortega y Gasset (representante del distrito Hospicio) como gobernador de Madrid.
La salida del monarca se constituyó en un gran acontecimiento festivo. Los vecinos de los barrios populares del sur y del norte llegaron masivamente a la Puerta del Sol, también lo hicieron desde los suburbios, expresando sus expectativas de cambiar una vida colmada de carencias. Los manifestantes eran mayoritariamente obreros y artesanos, jornaleros, empleados y estudiantes.
En 1931, había 45.783 niños de entre tres y catorce años que no iban a la escuela, en tanto que el total de escolarizados era de 78.471 niños. Fue uno de los primeros desafíos que tuvo que asumir el flamante gobierno, disponiendo la construcción de numerosas escuelas.
La floreciente industria de la construcción, en las primeras décadas del siglo, ya ocupaba cuarenta mil obreros; en 1933, duplicó los trabajadores empleados. Los obreros de esta industria fueron el núcleo fundamental del movimiento obrero madrileño. La Sociedad de Albañiles “El Trabajo”, fue durante mucho tiempo la entidad gremial que más afiliados aportó a la UGT. También los anarquistas de la CNT tuvieron un muy activo sindicato de la construcción.
No obstante, el sector más numeroso era el terciario, que ocupaba a la mitad de la población en 1900 y, en la tercera década del siglo, alcanzó el 55 por ciento. Madrid seguía siendo una ciudad de servicios, predominando los trabajadores del comercio y transporte, y los empleados domésticos que agrupaban a setenta mil personas.
La instauración de la II República convirtió a Madrid en la capital de un nuevo estado que clamaba por su modernización y la resolución de la angustiosa vida de los sectores más humildes de la población.
La demolición de las antiguas caballerizas reales dio origen a los jardines de Sabatini, se construyó un nuevo Mercado Central de Frutas y Verduras y se abrió a la comunidad la Casa de Campo. Muchos de los proyectos diseñados entonces se vieron abortados por el comienzo de la contienda que marcará la vida de los españoles por varias décadas.

Décadas conflictivas

Desde los primeros años del siglo XX, se augura una potenciación de crisis y conflictos que, como suele ocurrir, tienen como principales víctimas a los más desprotegidos. Los barrios humildes fueron los reducidos espacios donde los dramas humanos que afectaron a España se concentraron produciendo una exacerbación acentuada del sufrimiento.
Las calles del barrio serán paulatinamente invadidas por el dinamismo de diversas entidades gremiales y políticas que convocaban a creciente cantidad de militantes y afiliados. En el número 15 de Gravina, estaba la sede de la Agrupación Femenina Socialista y la Casa del Pueblo, que tenían habitualmente una gran concurrencia;. Desde 1908 la sede central socialista y gran centro difusor de sus ideas estuvo ubicado en Piamonte, 2. En el mismo edificio funcionaban la Cooperativa Socialista Madrileña, los Estudiantes Socialistas y la Sociedad de Profesores Racionalistas, entre otras entidades afines.
La primera oleada de conflictos obreros en Madrid se desarrolló entre 1919 y 1923, a raíz de la carestía de los productos de primera necesidad. Los obreros de la construcción fueron los principales protagonistas de las huelgas, junto a los panaderos y los metalúrgicos.
Los tiempos se aceleraban y los enconos llevaban irremisiblemente a enfrentamientos de enormes magnitudes. Los sectores monárquicos no se conformaban con el desplazamiento sufrido y cada vez más activamente manifestaban su voluntad de terminar con la experiencia republicana. La Falange entraba en acción y los comunistas y anarquistas contestaban. Ambos sectores replicaban con su consigna preferida “ojo por ojo, diente por diente”.
En tanto, los conflictos gremiales fueron incorporando métodos más violentos adecuados a las nuevas contingencias. 1936 comenzó con un notable aumento de la conflictividad, desarrollándose numerosas huelgas, manifestaciones y enfrentamientos armados. Mayo, junio y julio fue el período de mayor conflictividad. En cinco meses hubo ciento treinta huelgas, setenta y un asesinatos y diez asaltos de iglesias.
En junio, los falangistas asesinan a cuatro obreros que salían de la Casa del Pueblo de la calle Piamonte. Unos días después, cuatro pistoleros ejecutan, en su domicilio de la calle Hortaleza, al teniente José Castillo, que había actuado con contundencia en la represión de los falangistas. Esto produjo un notable aumento de la excitación de las fuerzas de izquierda que radicalizaban cada vez más sus propuestas.

El frente Madrid

Mientras el toma y daca de falangistas y republicanos se multiplicaba, el grueso de los madrileños vivían ajenos al inminente alzamiento militar de Melilla. Incluso, luego de haberse difundido la proclama falangista, no se llegó a considerar por muchos días como algo preocupante.
La sublevación militar liderada por Franco sostuvo un foco insurrecto en Madrid, pero fue sofocado rápidamente con una gran participación de los milicianos. El gobierno distribuyó armas entre los seguidores socialistas en las sedes de la Casa del Pueblo. No se contempló hacer lo propio con los militantes anarquistas, quienes asaltaron las armerías de las calles Hortaleza, Carretas y Red San Luis y adoptaron a un convento de la calle Fuencarral como cuartel de la CNT.
Algunos madrileños, en medio de la sublevación, alcanzaron el patio del Parque de Artillería de Monteleón y se proveyeron de armas.
Los asaltos a instituciones religiosas se multiplicaban. En el barrio, sufrieron las incursiones populares los conventos de San Plácido (San Roque) y Agustinos, el convento y colegio de Servicio Doméstico (Fuencarral) y la iglesia de San Ildefonso. En tanto, el gobierno preservaba a la iglesia de Santa Bárbara y otros once templos, de los 276 existentes en Madrid.
Los socialistas se concentraron en su sede de Piamonte, en tanto, el Comité Ejecutivo del PSOE funcionaba en la calle Carranza.
A partir de la sublevación, comenzaron a desarrollarse acciones contra la “quinta columna” falangista con un alto grado de descontrol. La Inspección General de Milicias Populares fue la entidad encargada de esos operativos. Tenían varias sedes en el barrio, en las calles San Bernardo, Fuencarral, Génova y San Lorenzo, eran las tristemente célebres “checas”.
Esta entidad tuvo una función claramente represiva de los disidentes y su funcionamiento se inspiró en la policía política estalinista. Se dedicaban a ejecutar a los opositores a través de los llamados "paseos". Los lugares de ajusticiamiento de los paseados eran fundamentalmente las orillas del Manzanares, el final del Paseo de las Delicias, los mataderos de Legazpi, la Plaza Villa de París y la Casa de Campo, entre otros.
También en los sótanos del Círculo de Bellas Artes hubo una “checa” muy activa, que llegó a contar con poder para extraer a los detenidos de las cárceles, someterlos a torturas con el fin de arrancarles delaciones. Una dependencia de estas entidades estuvo en la calle Fomento, 9, como una extraña paradoja, en el mismo edificio donde funcionó el Tribunal de la Inquisición.
En tanto, en Víctor Hugo, 9, estaba la sede de la Brigada de Investigación Criminal que tenía la mayor cantidad de efectivos volcados para esas tareas.
Durante ciento ocho días -del 21 de julio al 2 de noviembre- hubo en Madrid unos siete mil asesinatos, alcanzando en agosto un promedio de noventa y tres por día.
En septiembre, en su vivienda de la calle San Mateo, fue secuestrado Cristóbal Colón, duque de Veragua, y su cuñado, duque de la Vega. Este hecho alcanzó una gran repercusión internacional. A pesar de ser localizado por una embajada en el Centro Socialista de Velásquez, no se pudo evitar su ajusticiamiento, apareciendo los cadáveres en la calle Fuencarral.
El edificio de las Escuelas Pías de San Antón se convirtió en la Prisión Nº2 de hombres y llegó a contar con ochocientos reclusos, ocupando las aulas, pasillos y comedores de la institución.
En ese entonces, el número de milicianos que circulaban por Madrid era tal, que algunos restaurantes llegaron a poner carteles pidiendo que no se dejen las armas en el guardarropa pues eran causas de confusiones y enfrentamientos.
La ciudad soportó los ataques de la aviación y disparos de los cañones instalados en el cerro de Garabitas. Fueron comunes los bombardeos en alfombra y con bombas incendiarias que llegaron a arrasar zonas enteras de la ciudad. En el lenguaje popular de la época se llamó sotaneros a los que buscaban refugio en los sótanos y estaciones del Metro, y azoteístas a los que subían a las azoteas para observar el “espectáculo”.
En uno de los primeros bombardeos aéreos, los explosivos cayeron en la plaza Cibeles, los jardines del palacio Bellavista y en la calle Barquillo, con un saldo de un soldado muerto y varios heridos.
Eran las primeras horas de los largos tres años de enfrentamientos que impondrá la finalización de la experiencia republicana y el inicio de la prolongada dictadura franquista.




VI
Luz al final de un largo túnel

Concluida la Guerra Civil, se iniciaron los trabajos de reconstrucción de una ciudad semidestruida. Los lugares más afectados eran Argüelles, Casa de Campo y la Ciudad Universitaria, que había quedado totalmente en ruinas. El gobierno de facto quiso que la Plaza de Moncloa fuera el lugar emblemático de Madrid y que las nuevas construcciones sirviesen de exaltación del nuevo régimen. Así se pudo apreciar en el Arco de Triunfo, el Ministerio del Aire y otros edificios.
A finales de la década del cuarenta se va ampliando más aún el perímetro urbano al anexionarse las poblaciones próximas: Chamartín de la Rosa, Carabanchel Alto y Bajo, Canillejas, Canillas, Hortaleza, Barajas y Vallecas; luego El Pardo, Vicálvaro, Fuencarral, Aravaca y Villaverde. De los 68,4 kilómetros cuadrados que tenía el núcleo urbano en 1940, pasó a 607,8 en 1970 y triplicó su población en el mismo tiempo superando los tres millones de habitantes(28).
Faltarían todavía a los madrileños soportar varias décadas de oscurantismo y opresión, de resistencia y pugna por lograr espacios saludables y progresistas de convivencia.
Junto al cambio del clima político que incubaban los españoles, surgirá una nueva cultura ciudadana que reivindicará su participación en los asuntos de interés común, dando origen al movimiento asociativo. Serán las asociaciones de vecinos y de cooperativistas las que en mayor medida encauzarán estas demandas. Como prueba de ello está la movilización contra la carestía de la vida que, en 1976, convocaron las entidades que agrupaban a los vecinos de los barrios populares.

Explosión de hartazgo

Tras cuarenta años de franquismo, España comenzaba a dar sus primeros pasos de la transición hacia la democracia. Los jóvenes de entonces venían demorados en vivir la liberalidad que a unos pocos kilómetros sus colegas europeos llevaban varios años gozando.
La música fue un disparador, luego se sumaron otras expresiones culturales a esa nueva forma de entender la vida. A partir de ello, surge la denominada “Movida madrileña”, que fue un movimiento confuso y desestructurado, pero que expresaba ese deseo irrefrenable de encontrar el ansiado camino de la libertad, cuestionando y desaprendiendo lo enseñado e impuesto por el unilateral pensamiento totalitario.
Eran los primeros tiempos de noches de copas con las estrellas como cielo en la plaza de Tribunal o en la del 2 de Mayo, de reuniones abiertas, donde surgieron ideas, amores y canciones. Donde comenzó a irradiarse el desenfado de Almodóvar y Alaska, la ironía y crítica de Sabina y Miguel Ríos, entre tantos otros cantautores, poetas y músicos que cumplieron el papel de agentes multiplicadores de la masiva voluntad de poner fin a la tenaz represión y oscurantismo.
Tanto deseo postergado dio lugar a desenfreno y excesos; pero, indudablemente, esos jóvenes contribuyeron, en gran medida sin saberlo, a dinamizar los cambios de una sociedad que estaba deseosa de poder visualizarlos.
La “Movida madrileña” disparó y potenció tendencias que estaban comenzando a ser percibidas por los españoles. En diciembre de 1975, días después de la muerte de Franco, se llevaron a cabo las I Jornadas de Liberación de la Mujer que logró congregar a medio millar de féminas y constituyó todo un símbolo de los tiempos por venir.
Estos cambios de humores sociales comienzan a imponer una adecuación de las actitudes de los hombres del poder. Una serie de reformas jurídicas intentan poner a España de acuerdo con los tiempos que corren. En 1978, se despenalizó el adulterio, el amancebamiento y la venta de anticonceptivos.

Saliendo del armario

“En la última época de Franco se había relajado bastante la persecución a los gays. Antes la policía hacía redadas, simplemente por estar en un bar te llevaban a la comisaría, te daban palizas, vejaciones y había gente que la mandaban a centros de rehabilitación. Esto es algo que en este país se ha hablado muy poco, esperemos que en el futuro se hable más. Era tremendo”(29).
En 1977, se produjo la primera salida a la calle de forma masiva de los homosexuales, irrumpiendo con sus reivindicaciones de minoría oprimida.
Permanecía vigente la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) -que había reemplazado a la Ley de Vagos y Maleantes- que equiparaba a los homosexuales, proxenetas y rufianes. Eran considerados peligrosos quienes ejercieran “actos de homosexualidad”. En 1979, estos conceptos fueron eliminados por un decreto ley, pero recién en 1996, con el denominado “Código de la Democracia”, se reduce a la mínima expresión la intervención del Derecho Penal en esta temática, equiparando la homofobia con la xenofobia.
Las asociaciones de homosexuales fueron legalizadas en 1980. Dejaron de haber redadas y los medios de comunicación comenzaron a tratar y debatir su problemática. En 1986, se funda COGAM -entidad que nuclea al colectivo de gays, lesbianas y transexuales- a partir de movimientos preexistentes que se habían disgregado. Desde ese momento la prédica reivindicativa va sumando esfuerzos y obteniendo resultados.
Hasta ese entonces, los locales frecuentados por la homosexualidad madrileña eran Rimmel y el café Figueroa, que ya era un clásico de la “zona del pecado”. A pesar de no ser un lugar exclusivo del colectivo, también el café Gijón era un punto de encuentro como la terraza del café Teyde, ubicada junto al anterior.
El cine Carretas, con sus proyecciones de películas continuadas, era un lugar de encuentros furtivos. En 1995, casi un millón de gays, lesbianas y transexuales se congregaron frente a ese local como homenaje a los duros años en que cobijó a los amores clandestinos.


VII
El glamour de Chueca

Como lejanos antecedentes de la transformación vivida por el barrio se encuentran unos pocos negocios autotitulados como “casas de modas”. Eran considerados los comercios de más alta factura de Madrid y, en su mayoría, estaban regenteados por modistas extranjeras. En el barrio, en la década del veinte, existían cuatro de la docena de las más afamadas casas de modas de la época, eran: “Soeurs Cotret”, en Fernando VI, 10; “Kowarik”, en Almirante, 16; “Leville”, en Fuencarral, 43 y “Samatón”, en Barquillo, 5.
Eran tiempos en que la vida urbana fue tomando posiciones para desplazar definitivamente a los rasgos rurales que Madrid aún conservaba. La mentalidad dominante, los gustos, ocios y valores respondían a los deseos y aspiraciones de la clase media, con gran influencia de las modas impuestas en París, Londres y otras ciudades europeas.
Pero, sólo resultaba una pequeña referencia dentro de un barrio que, con el transcurso de las décadas, fue siendo ganado por el abandono y la marginación, antes de su reciente resurgimiento.

La prehistoria

En la plaza de Chueca existió un urinario que fue un primitivo punto de encuentro clandestino de la homosexualidad, en esos tiempos, resultaba muy peligroso la ostentación de esa orientación sexual. El lugar también fue identificado en los años de la transición a la democracia como una zona de tráfico de estupefacientes.
Cuando empezaron sus incursiones homosexuales por el lugar, el barrio era verdaderamente deplorable. Una composición de lugar incluía: a yonquis circundando la plaza, sentados en la escalera del metro o al acecho; la suciedad acumulándose en las aceras, la delincuencia asolando las tiendas y los edificios conquistados por la ruina.
Arnaldo Gancedo (presidente del COGAM) recuerda la zona de la plaza de Chueca, en la década del ochenta: “la palabra más concreta para definirla es cutre. Estaba llena de yonquis, todo abandonado, había como una tristeza. Los comercios estaban cerrando, sólo abrían algunos bares gays, desde las diez de la noche. Era un barrio medio muerto”. Luego agrega que los edificios y calles del barrio “eran tristes, grises, las plazas estaban descuidadas, todo muy abandonado...”
Era un momento de transformaciones en el comercio madrileño, empezaban a surgir los supermercados y la demanda se inclinaba por abastecerse en esos grandes establecimientos. Eso producía una importante merma en las ventas de los pequeños comercios tradicionales (ultramarinos, colmados, etc.), cuya clientela fundamental era la gente mayor que predominaba en el barrio. Además, había una creciente cantidad de robos que generaba gran inquietud en el vecindario. Esta suma de factores coadyuvaba para que el comercio tradicional de la zona estuviera en franca crisis.
El perfil socioeconómico del área de influencia de la calle Fuencarral, en la década del noventa, no era muy auspicioso. “Las condiciones laborales de la población, quedan reflejadas en una tasa de actividad del 37,5 por ciento(..) con una tasa de paro del 8,7 ciento” y un índice “del 24,2 por ciento correspondiente a los jubilados”. En tanto, “el grupo de trabajadores fijos es del 47,2 por ciento” y los trabajadores eventuales un 19,3 por ciento. “La presencia de profesionales o trabajadores por cuenta propia es de 14,5 por ciento” y un 12,5 por ciento de empresarios que cuentan con trabajadores a su cargo(30).
En los niveles de ingresos predominaban los grupos familiares con remuneraciones entre dos y cinco veces el salario mínimo interprofesional (64,3 por ciento), un 27,5 por ciento de la población del barrio ostentaba remuneraciones inferiores a dos veces el salario mínimo y sólo un 8, 2 por ciento tenían ingresos superiores a la quintuplicación del salario mínimo.
Los mayores de 65 años eran el 25,7 por ciento, los jóvenes representaban el 14,3 por ciento y los niños el 6,7 por ciento de la población. En tanto, que las mujeres eran claramente mayoritarias ( 56,2 a 43,8 por ciento de hombres).
Desde hace unos años la población gay se convocó espontáneamente en la decisión de regenerar el barrio que los había acogido siempre más o menos en secreto y consumó con creces sus propósitos.

El barrio gay

Poco a poco se fueron abriendo bares, saunas y otros establecimientos al servicio de ese colectivo, primero en forma semiclandestina, luego fueron ganando una creciente visualización.
“Había un sitio de ambiente en Chueca, también había locales gays al otro lado de la avenida Castellana y del Paseo de los Recoletos. Acá comenzaron a abrirse, algunos llevan casi treinta años, y atrajeron a una clientela joven. En la otra orilla, como la llamábamos se posicionó como sitio de gente más mayor. En Chueca se fue concentrando todo”, recuerda Gancedo y agrega que“en los primeros tiempos se daba lo que llamo el síndrome Cenicienta, la gente gay salía a partir de las doce de la noche, venía un montón de homosexuales de otros lados a estos bares a conocer a otros hombres.”
“Hace como quince años –continúa Gancedo-, un grupo de gays y lesbianas reaccionaron y empezaron a pensar que no podían vivir en las cuevas eternamente”.
La afluencia se fue haciendo cada vez más notable y de la masividad surgió la audacia y el valor para abandonar las prevenciones iniciales. “Todo este tipo de historias hizo que no solamente los gays y lesbianas fueran más visibles, sino que demandaran negocios abiertos también durante el día. El primer lugar que se abrió de día, con un enfoque claro, fue la librería Berkana y estaba en la calle de la Palma. En ese negocio había gays y lesbianas que ejercían de gays y lesbianas durante el día. El primer café que se abrió, con grandes ventanas a la calle, fue el “XXX” de la calle Clavel. El éxito fue porque la gente estaba harta de ir a sitios cerrados, tocar un timbre para poder entrar, la gente quería ver y ser vista. Luego se abrió un restaurante que se llamaba “El Armario”. Empezaron a abrirse comercios y, al haber oferta, comenzó a aumentar la demanda y a instalarse nuevos negocios”(29).
En los años noventa, se sumaron librerías, negocios de moda, agencias de turismo, inmobiliarias, gimnasios y un sinfín de otros comercios que exhibían en lugares destacados los símbolos gay, los colores y banderas del arco iris. Que, además de ofrecer los productos apetecidos y servicios especializados para el colectivo, también comenzaron a apoyar públicamente sus reivindicaciones y crearon un ambiente humano de fructífera convivencia con la comunidad heterosexual y que convirtieron al barrio en un lugar de atracción multifacético.

Transformaciones

En esta popular zona de Madrid se ha conformado uno de los espacios más dinámicos de la ciudad. Muy poco queda de ese barrio marginal y abandonado de hace un par de décadas; como el Ave Fénix, de las ruinas surgió un territorio alegre y próspero.
Chueca, desde hace ya varios años, vive un resurgir importante, el tráfico de droga callejero ha desaparecido casi por completo; la delincuencia descendió significativamente; las calles han ganado en limpieza y orden, mejorando su aspecto y se ha disparado el auge económico.
La irrupción del glamour en los alrededores de la plaza de Chueca, impulsó la emulación. Mientras los nuevos locales competían en decorados, diseños y buen gusto, muchos de los negocios más tradicionales tomaron la decisión de aportar también a la mejora del lugar con imaginación y creatividad.
Desde ese punto neurálgico, se fue irradiando la influencia innovadora hacia las zonas aledañas del barrio.
Los edificios son prácticamente los mismos pero “la mayor parte han sido rehabilitados, acondicionadas sus fachadas, han ampliado la plaza Vázquez de Mella, que era un lugar de aparcamiento horroroso, feísimo. Ahora es una plaza abierta, diáfana, que le ha dado presencia a toda la zona, se han ganado espacios, las aceras se han ensanchado. Lo bonito es que se han mantenido las construcciones de los siglos XVIII o XIX. Es un barrio que no ha cambiado mucho, lo que ha cambiado es que ahora está todo más cuidado y que hay alegría”(29).
Los viejos habitantes del barrio, visualizando los fulminantes cambios operados fueron evolucionando en su manera de concebir y convivir con sus flamantes vecinos. La buena educación, sus modales refinados, su cordialidad y buen gusto terminaron por ganar un espacio de respeto entre los antiguos pobladores.
Es muy común encontrarse con personas mayores compartiendo los bancos de la plaza con chicos y chicas de moderna apariencia, conversando amistosamente o saludándose en los pasillos del mercado.
Emilio lleva más de 30 años regenteando su carnicería de la calle Pelayo y, según comenta, parece que nunca le ha ido mejor. “El barrio -dice- está en su mejor momento y eso los comerciantes lo notamos. Hace diez años, en esta calle sólo estaba mi carnicería, un afilador de toda la vida y un bar. Ahora no hay un local libre y claro, eso genera mucho dinero para la zona. Por una buhardilla, aquí al lado, están pidiendo 18 millones, cuando hace no muchos años, nadie quería venir a vivir a esta zona por la cantidad de droga y de delitos que había”.
En los últimos años, el barrio ha conocido una mejora evidente en cuanto a seguridad ciudadana (en toda la zona centro los delitos bajaron un 14 por ciento con respecto a 1998), y calidad de vida de sus vecinos. La zona ha ganado en habitabilidad y, también, en color (31).

Peso económico y político

Según estimaciones de los institutos demoscópicos existe entre un seis y un ocho por ciento de la población española que es homosexual. Estos tres o cuatro millones de españoles están ubicados, preferentemente, en las capas medias y superiores de la pirámide social, desempeñándose como profesionales universitarios, docentes, artistas, comerciantes y empresarios.
Esta ubicación y el peso que conquistaron mediante sus movilizaciones han hecho de este colectivo un sector con una creciente incidencia política. También se han efectuado estudios sobre su capacidad de consumo, considerándose que un homosexual medio gasta en ocio casi el doble que el español tipo y tres veces más que los heterosexuales en su cuidado personal. Además, lee más libros, acude más veces al cine o al teatro. Su capacidad económica ha motivado a que muchas empresas realicen publicidad dirigida al sector y lancen productos específicos.
Medio millar de empresas están dedicadas exclusivamente al colectivo gay, que dispone de sus propias revistas, empresas de servicios, editoriales, librerías, discotecas, agencias de viajes, hostales, etc.
Por otro lado, la iniciativa de empresarios y comerciantes homosexuales fue el gran motor de la transformación vivida en Chueca. En ese marco, en su zona de influencia existen unos 250 comercios específicos que ofrecen sus productos al colectivo.
Las inversiones efectuadas, su poder de consumo y el mercado generado han hecho que este sector empiece también a contar con una cuota de poder construida sobre la base de su creciente potencialidad. Estos rasgos también han generado la idea de que su poderío económico ha sustentado la aceptación que están logrando entre la población.

Orgullo gay

El Día del Orgullo Gay se ha convertido en una de las fiestas populares de mayor concurrencia de Madrid y es todo un símbolo de la aceptación social alcanzada.
Cuentan que la historia de estos festejos comenzó a fines de la década del sesenta, en un barrio de Nueva York, cuando la muerte de la actriz Judy Garland consternó a un numeroso grupo de homosexuales que, en un ambiente de ánimos caldeados, se enfrentó a la policía para defender su derecho a la libre expresión.
En la capital española se celebra desde 1987 y fue una constante de sus primeras ediciones la quema de un armario como símbolo de la voluntad de dejar atrás la clandestinidad y los temores. Sus consignas se centraban principalmente en la defensa de la libertad individual para declarar abiertamente que se es homosexual, sin temor a sufrir discriminación o rechazo por parte de la sociedad o en el trabajo. Madrid se puso así a la par de ciudades como Amsterdam, Holanda y Berlín, pioneras en estos actos.
De las reacciones colectivas y la visibilidad en las aceras, se fueron sucediendo los cambios “... y surge la palabra orgullo, que a veces la gente no la entiende. Es una palabra muy fuerte y a nadie le gusta, pero actualmente es necesario un exceso de autoestima para poder sobrellevar todas las estupideces, barbaridades e insultos, faltas de respeto que sufrimos en aquella época y que seguimos sufriendo”(29).
A medida que sus reivindicaciones se fueron materializando, junto a los reclamos pendientes se expresaban también las alegrías por los logros obtenidos.
Sus celebraciones se asemejan a las tradicionales verbenas, aportándole la música, el escenario y los vestuarios que caracterizan al sector. También suelen hacer conciertos de artistas solidarios o de exponentes del propio colectivo.
El escenario habitual del festejo es el barrio de Chueca, la plaza Vázquez de Mella y los desfiles multitudinarios por la calle de Alcalá y la Gran Vía. Donde se pueden apreciar en la primera fila a los referentes políticos de la mayoría de los partidos y centrales sindicales, y las aceras colmadas de madrileños y turistas convocados por el cada vez menos inusual desfile.

Luces y sombras

Esta evolución tuvo sus obstáculos y contratiempos. “Los momentos más conflictivos fueron cuando Álvarez del Manzano era alcalde, ha sido un alcalde pésimo para gays y lesbianas”, recuerda Gancedo las continuas inspecciones y controles desproporcionados que ejercía el Ayuntamiento sobre los negocios de Chueca, como una manera velada de trabar su funcionamiento. “Esto se puede decir ahora que está gobernando el mismo partido, pero el talante del alcalde es completamente diferente”, añade.
Donde tal vez más se perciba la evolución vivida es en la actitud de los principales referentes de la sociedad, “los políticos han cambiado porque han cambiado las maneras de verlo de la sociedad. Aquí ha habido un trabajo de más de dieciocho años del colectivo, no tenemos el matrimonio porque lo hayamos pedido ahora. Son muchos años montando la murga permanente y haciendo manifestaciones, hay pocas en Madrid que llegan a convocar a un millón de personas. Hemos conseguido que cambien los políticos porque han entendido que lo nuestro es una cuestión de derechos humanos, como dijo el ministro de Justicia: “o la igualdad es para todos o no es igualdad”. La sociedad española en más de un setenta por ciento está de acuerdo en que se reconozcan nuestros derechos. Ellos lo que han hecho es recoger un clamor popular. Hubo que trabajar mucho para que ese cambio se diera, porque España venía de una herencia muy homofóbica”(29).
A pesar que la jerarquía católica mantiene una continua guerra de declaraciones con el colectivo, las numerosas instituciones religiosas del barrio nunca generaron conflictos y se sumaron silenciosamente al beneplácito general por los cambios operados.
“Chueca es un ejemplo de cómo una zona deprimida y deteriorada puede salir adelante, transformarse y convertirse en un espacio de diversidad, libertad, respeto y creatividad. Representa todo lo positivo que puede pasar en un barrio que estaba en una situación horrorosa y como se la puede dar vuelta completamente si hay gente que cree en el proyecto y apuesta y pone de su parte”(29).

Quo vadis Chueca

Chueca es el resultado de la ocupación espacial ejercida por una minoría social que intentó afirmar con ello su identidad. También fue el reflejo de las transformaciones vividas por España.
Chueca es un símbolo de otra cultura, es uno de los barrios gay más importantes del mundo, pero ya ha dejado de ser sólo eso, para transformarse en una de las áreas más concurridas y con una oferta muy diversificada en cuanto a ocio, cultura y consumo.
“Hoy estamos asistiendo al siguiente paso, que ya ha pasado en otras ciudades europeas –reflexiona Gancedo-, que los gays y lesbianas llegan a una zona deprimida, la reflotan, la ponen bien y entonces empieza a venir mucha gente heterosexual porque el barrio está más bonito, hay buenos restaurantes, y empieza a haber una invasión y los gays y lesbianas terminan yendo a otro lado porque ya no se sienten a gusto en esa zona. Todavía no hemos llegado pero vamos en ese camino. Fuencarral era una calle más del barrio gay, hoy ya no lo es, es una calle llena de comercios, caros además, y viene bastante gente heterosexual. Tiene una parte positiva que es la visibilidad y una negativa que junto a la gente que entiende el problema gay y lo respeta, vienen otros que no son respetuosos. Allí hay conflictos y acaban provocando problemas”.
No obstante, el presente muestra a un barrio donde la convivencia amable y respetuosa se ha convertido en un hecho adquirido que ha dejado de sorprender. Sus transeúntes pueden apreciar ese clima especial que se produce cuando se puede gozar de la libertad. En sus calles se entrecruzan parejas gays o lesbianas abrazados, turistas y curiosos, llamativos travestis, gente mirando sus distinguidos escaparates, la población castiza, amas de casa con sus bolsas de compras, jóvenes bulliciosos e inmigrantes de los más diversos orígenes. Es el punto de encuentro de la modernidad y vanguardia madrileña con los antiguos reductos que persisten con sus particulares atractivos, todo ello lo convierte en un lugar de paseo obligatorio para todo visitante de Madrid
Sus bares de copas, los restaurantes selectos, las tiendas de modas, sus salas de arte y espectáculos, sus sofisticados cafés y la vigencia de algunas tabernas y cervecerías tradicionales han convertido a Chueca en un barrio abierto, moderno y cosmopolita. Hasta tal punto que se puede apreciar a simple vista que la mayoría de los habitúes del barrio han dejado de ser gays y lesbianas.
La eclosión comercial ha contagiando con su espíritu de renovación a áreas vecinas como el barrio de Malasaña y Alonso Martínez, entre otros. Es un fenómeno adicional impuesto por Chueca, su exitosa experiencia ha irradiado aceleradamente su influencia hacia los alrededores hasta llegar a perder los límites conquistados por el efecto emulador.









Anexos



I
Leyendas y misterios de Chueca



La casa de las siete chimeneas

Esta mansión fue proyectada y construida entre 1574 y 1577. El lugar era conocido como de los “baldíos de Barquillo” y estaba en las afueras de la villa, donde predominaban huertas, olivares y eriales. El palacio a poco de terminarse se fue rodeando de jardines.
En 1583, la casa fue adquirida por el comerciante genovés Baltasar Cattaneo, y desde entonces fue popularmente conocida como «casas de Cataño». Este, realizó una ampliación del inmueble, resultando un caserón de planta rectangular, de dos alturas y un tejado a cuatro aguas rematado por siete chimeneas, que fue considerado como una representación de los siete pecados capitales.
En esa época se tejieron numerosas versiones sobre lo que ocurría en su interior. El vecindario aseguraba que el rey Felipe II tenía allí una de sus numerosas amantes. Para desarticular esos rumores propició el casamiento de la joven Elena -hija de un caballero al servicio del rey- con un capitán. Oficiando el monarca de padrino de la boda, obsequió a los novios con siete arras de oro -nueva referencia de los siete pecados capitales- que, según los mentideros de la época, auguraban desgracias a la flamante esposa.
El militar finalmente falleció en la batalla de San Quintín, en Flandes. Al enterarse de la desgracia, la mujer se recluyó en sus aposentos, hasta que al cabo de unos meses apareció muerta con signos de violencia. Pero el cadáver desaparece y el padre de la mujer es acusado de haberla emparedado en algún lugar de la casa.
Al poco tiempo, el caballero aparece colgado de una viga del edificio. El rey ordena una investigación y que se aplique la pena capital a los asesinos. Con esta iniciativa, Felipe II hizo recrudecer las versiones de sus amoríos con Elena o que, en realidad, era su hija ilegítima y que eso desató su ira.
La mansión quedó desabitada por muchos años y así comenzó a surgir la leyenda de apariciones de una misteriosa mujer toda vestida de blanco que recorría por las noches sus tejados. Con el pasar de los años la leyenda fue quedando en el olvido.
En 1590, el doctor Francisco Sandi y Mesa compró la casa y fundó en ella el mayorazgo de la familia de los Colmenares -desde 1716 Condes de Polentinos- siendo de su propiedad hasta 1881.
En el siglo XVIII, su nueva función de residencia nobiliaria conllevó la realización de algunos cambios, como la ampliación del antiguo caserón con la construcción de un edificio anexo, transversal, resultando en conjunto una planta en forma de «L».
En 1766, comenzó a habitarla el marqués de Esquilache. Ese mismo año fue el escenario de los violentos disturbios que protagonizaron los madrileños contra el poderoso ministro de Carlos III. Durante el motín popular la mansión fue asaltada y se generaron cuantiosos destrozos en su mobiliario y ornamentos.
Luego de los incidentes la casa fue ocupada sucesivamente por los embajadores de Nápoles, Francia y Austria. También fue habitada por el conde duque de Olivares y Manuel Godoy.
A fines del siglo XIX la casa fue adquirida por el Banco de Castilla y comenzaron a efectuarse nuevas reformas edilicias. En el transcurso de las obras aparece un esqueleto humano, al parecer de mujer, y varias monedas de oro del siglo XVI. El hecho provocó que la antigua leyenda fuera nuevamente puesta en circulación.
En 1960, la casa vuelve a ser noticia. El edificio -ubicado en la Plaza del Rey- es sometido a una serie de refacciones y aparece el cadáver de un hombre entre los escombros. Con el hallazgo vuelven a alimentarse todo tipo de versiones, convirtiendo al palacio de las siete chimeneas -junto al de Linares (Casa de América)- en uno de los que más historias fantásticas generaron en Madrid.
En 1948, fue declarado Monumento Histórico-Artístico. Desde la década del ochenta es sede del Ministerio de Educación y Cultura.



La leyenda del soldado

La actual calle de Barbieri fue conocida antiguamente con la denominación de la del Soldado, a raíz de haber sido el escenario de una trágica historia amorosa en el siglo XVII.
Almudena Gontili era una rica y agraciada joven que había despertado la pasión de un soldado de las guardias españolas. El militar se propuso todo tipo de estratagemas para conquistarla, pero reiteradamente fue rechazado por la muchacha que había decidido convertirse en novicia del convento Caballero de Gracia.
Al advertir la irreversible voluntad de la joven, el soldado decidió asesinarla. Una vez concretado el crimen, cercenó la cabeza, la colocó dentro de un saco y lo depositó en la puerta del convento.
Luego huyó presuroso, hasta que, poco después, su andar despertó las sospechas de un grupo de sus camaradas y lo detuvieron. Acosado por el remordimiento, enseguida confesó su crimen.
En un juicio sumarísimo fue condenado a la pena capital y ejecutado en la plaza Mayor. Cortándosele la mano para clavarla en el lugar del asesinato.
Unos días más tarde, comenzó a circular la versión que durante las noches de luna, en un muro aledaño a la casa de la joven, aparecía la imagen del rostro del soldado.
Los temores llegaron a alcanzar a gran parte de la comunidad. Entonces, un grupo de intrépidos hombres se dispuso a salir al encuentro del “alma en pena” del soldado. Portando faroles y hachas una noche se dirigieron al lugar, al cabo de unas horas de vigilancia, pudieron comprobar que el origen de todas las especulaciones era un dibujo que había efectuado el soldado con pintura fluorescente y cuyos rasgos se resaltaban a la luz de la luna. Así se puso punto final a la leyenda.

La monja de las llagas

En 1829, una joven ingresó a un convento que estaba ubicado en la calle Caballero de Gracia. La novicia adoptó el nombre de Sor Patrocinio y muy pronto alcanzó notoriedad y fama de santa al aparecerle unas misteriosas llagas en sus manos, pies y otras partes del cuerpo. Estas afecciones fueron vinculadas con las sufridas por Jesús y otras religiosas santificadas.
A pesar de no contar con la exclusividad, las llagas dotaron a la mujer de una gran trascendencia en la época, llegando a ser frecuentada por los reyes y los miembros del consejo. Esta notoriedad tendría cierta incidencia política y provocaría a Patrocinio serias consecuencias.
En 1835, se abre un proceso en su contra y se le libra orden de prisión. Ante la negativa a entregarse, se determina su reclusión en el convento de la Concepción Francisca.
Durante su reclusión, recibió la visita del líder político liberal Salustiano Olózaga, quien había sido su pretendiente años atrás y quería reiniciar el romance.
Una comisión de médicos, integrada por Diego de Argumosa, Mateo Seoane y Maximiliano González, consideró que las llagas podían ser curadas e intervienen, al tiempo certifican su superación y dictaminan que se debían a causas voluntarias.
La monja fue desterrada a conventos de Talavera de la Reina y Torrelaguna. Regresando a Madrid en 1844, para ingresar nuevamente al convento de sus comienzos.
Esta historia había quedado en el olvido, pero, cinco años después, una desconocida disparó contra la monja frente a la puerta del convento, sin que tuviera mayores consecuencias para su vida. Entonces recrudecen todo tipo de versiones.
Poco después, Patrocinio es acusada de complicidad en el atentado contra un cura y se ordenó su destierro en Roma. En tránsito hacia la capital italiana, se instala en un convento de Montpellier. Al cabo de unos meses, es autorizada a regresar a España, siendo desterrada a un convento de Jaén. Luego sería trasladada a León y a Cantabria, hasta que fallece en 1891.

Crimen y castigo

El portal con el número 109 de la calle Fuencarral fue escenario de un crimen que apasionó a los madrileños de la época y tuvo extrañas connotaciones. En 1888, fue encontrada muerta Luciana Borcino, viuda de Vázquez, propietaria de la vivienda.
Higinia Balaguer, empleada doméstica de la familia, quedó como la única imputada por el crimen, siendo condenada y ejecutada. Pero, para muchos fue un chivo expiatorio o, al menos, no la única responsable.
Al estilo del sensacionalismo televisivo de la actualidad, la historia no dejó de ser incorporada a todo folletín que se editara. Su causa judicial fue seguida con un interés inusitado y los madrileños se dividían en bandos de opinión. Al trascender diversos folios del expediente judicial muchas buenas reputaciones se esfumaron.
Con el transcurso de los días, se conocieron intimidades y el perfil poco presentable del hijo de la víctima, conocido como “el marquesito”. Este alcanzó notoriedad cuando, tiempo después, fue protagonista de una agresión a varios parroquianos de un bar, en Vigo, y cuando arrojó a una mujer por la ventana de una pensión de la calle Montera, donde residía. Finalmente, terminó trabajando de fotógrafo en Ceuta.

El Nazareno

En la calle Regueros estaba ubicado el campo santo de la parroquia de San José, donde eran enterrados los pobres de la feligresía.
Allí se le dio sepultura a un extraño personaje que arribó a Madrid a fines del siglo XVIII. El hombre en cuestión logró rodearse de una alta cuota de misterio y excentricidad. Llevaba el pelo acomodado en bucles y la barba partida en tirabuzones.
Lo llamaban el Nazareno y nunca lo habían visto comer ni beber. Los vecinos del lugar ponderaban su vida virtuosa. Al morir fue llevado al campo santo y su cadáver, según versiones de la época, se mantuvo incorrupto. Esto conmocionó al vecindario que diariamente acudía masivamente a observarlo, hasta que las autoridades ordenaron su entierro.
Décadas después, cuando se derribó la capilla del cementerio para erradicar aquel enterramiento abandonado, comenzaron a retirarse los restos humanos para trasladarlos al campo santo general del Norte.
Cuentan que los operarios quedaron paralizados de su asombro cuando encontraron que uno de los cuerpos estaba entero. Se supuso que se trataba del Nazareno y sus restos fueron depositados en la parroquia de San José.

El herrero ciego

Cuentan que en el siglo XVII, existía un taller de herrería regenteado por Blas Nieto. A pesar de su oficio, un día estaba martilleando un hierro candente y las chispas saltaron sobre su rostro, quedando abrasados sus ojos. Sus colaboradores asistieron de inmediato al accidentado que se lamentaba desesperadamente de su dolor. Le aplicaron unas vendas caseras con un emplaste y paulatinamente lo fueron calmando.
El herrero pasó cuarenta y cinco días internado en el Hospital General, atribulado por su situación y por advertir que ese oficio se había acabado para él.
Un día quiso levantarse para acudir a misa en la capilla del hospital, por ser devoto de la Virgen de los Pobres. Cuando llegó el momento de la eucaristía, se puso de pie y pidió a uno de presentes que lo condujera hasta la lámpara de la Virgen. Una vez allí, ante el estupor de la concurrencia, Nieto introdujo sus manos en el aceite y se untó sus ojos con la viscosa sustancia, mientras suplicaba por su porvenir y que si no podía vivir de la fragua, estaría condenado a depender de la mendicidad. Entonces ocurrió el milagro, Blas Nieto abrió sus ojos y, ante el asombro de los presentes, comprobó todo lo que había a su alrededor. Fue el conocido como el milagro del herrero de la calle de la Cruz.

La mártir Malasaña

Con motivo de los sucesos del 2 de mayo de 1808, se divulgó una historia sobre la que existen versiones encontradas sobre el origen de la denominación de la calle Malasaña.
Fernández de los Ríos atribuye el nombre al chispero Malasaña, quien desde su casa, en la calle San Andrés, habría defendido una de las entradas del parque (de Artillería Monteleón), ayudado por su mujer y su hija Manuela, de diecisiete años. Esta, fue alcanzada por las balas francesas en el momento que abastecía de cartuchos a su padre y murió en el acto. El padre, con el cadáver de su hija delante, continuó haciendo fuego hasta que consumió el último gramo de pólvora.
En tanto, Pedro de Répide consideró al anterior relato como una leyenda y dio su versión de los hechos. Manuela Malasaña era una bordadora de dieciocho años, que vivía en el número 18 de la calle mencionada. Habiéndola detenido los soldados franceses cuando se dirigía hacia su domicilio, le registraron sus pertenencias y encontraron unas tijeras propias de su oficio. A raíz del hallazgo, fue fusilada en cumplimiento del bando que prohibía la tenencia de armas.





Fuentes:
Del Río López, Ángel. Duendes, fantasmas y casas encantadas de Madrid. Ediciones La Librería. Madrid, 1995.
Reyes García y Ecija, Ana María. Leyendas de Madrid. Mentidero de la Villa. Ediciones La Librería. Madrid, 2002.
De Répide, Pedro. Las calles de Madrid. Ediciones La Librería. Madrid,
Página Web del Colegio de Arquitectos de Madrid. www.coam.es
Del Río López, Ángel. Viejos oficios de Madrid. Editorial La Librería. Madrid, 1993.
Rodríguez, Miguel María y Martín, Manuel. Dos de Mayo, capítulo del libro Madrid Tomo IV. Espasa Calpe. Madrid, 1978/80.






II
Placas conmemorativas

Apodaca, 9

Homenaje al escritor Antonio Paso y Cano, quien falleció en esa casa en 1958. Había nacido en Granada en 1870 y a los quince años ya se desempeñaba en la redacción del diario El Defensor de Granada.
Cinco años después se trasladó a Madrid y comenzó a colaborar con los diarios El Resumen, El País y El Heraldo.
Escribió numerosas obras teatrales del “género chico” como La alegría de la huerta, La marcha de Cádiz, El niño judío y El asombro de Damasco, entre las más conocidas.
Su producción abarcó también otros géneros como la revista, la comedia, el sainete y el juguete cómico alcanzando unas doscientas setenta las obras de su autoría. Entre ellas: Los ojos negros, La gallina de los huevos de oro, Genio y figura, El orgullo de Albacete, Las mujeres bonitas, La sal por arrobas, Los jardines del pecado, La luz de bengala, El bateo y El arte de ser bonita.
También dirigió varios teatros madrileños, cooperó con la fundación de la Sociedad de Autores y con el Montepío de Autores Españoles.

Augusto Figueroa, 29

La Sociedad General de Autores colocó esta placa en esta casa por ser allí donde nació, en 1901, el escritor Enrique Jardiel Poncela.
Su vocación literaria se canaliza en primera instancia en el periodismo, en La Correspondencia de España, a cuya dirección accedió en 1922.
Poco tiempo después escribirá su primera novela (El plano astral) con el fin de presentarla en un concurso organizado por el Círculo de Bellas Artes. A pesar de no resultar premiada fue recomendada por el jurado y se convierte en un incentivo para su despegue como escritor. Así publicará semanalmente una serie de narraciones policiales tituladas La novela misteriosa.
Luego abandonó el periodismo y se dedicó por entero al humorismo, colaborando en las principales revistas de la época, derivando más tarde hacia la creación teatral. Su obra inaugural fue Una noche de primavera sin sueño, estrenada en el Teatro Lara en 1927.
Su prolífica actividad literaria se canalizó en varias novelas: Pirulís de La Habana, Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía!, Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, La tournée de Dios, Mi prima Dolly, La aventura del Metro y La hoguera. También en famosas comedias: Usted tiene ojos de mujer fatal, Angelina o el honor de un brigadier, Cuatro corazones con freno y marcha atrás y Margarita, Armando y su padre.
Su humor era cerebral y muy original, anticipándose a Ionesco y Beckett en el teatro del absurdo. Consideraba que las comedias “para que tengan un ritmo trepidante, hay que empezar a escribirlas con imaginación generosa sumando líos, barullos, laberintos cada vez más difíciles, para ver luego como se desenredan y desenlazan”.
Al finalizar la guerra civil, estrena Un marido de ida y vuelta, Los ladrones somos gente honrada y Eloisa está debajo del almendro. Forma una compañía teatral y parte hacia la Argentina presentando su producción en el Teatro Cómico de Buenos Aires. Su estilo no convenció al publico porteño y allí comenzaron sus sucesivos quebrantos económicos.
Regresa a España y trata infructuosamente de obtener un éxito con alguna reposición, pero los tiempos habían cambiado y sólo logra una sucesión de reveses con la crítica.
Su periplo negativo lo desmoralizó y una cruel enfermedad acabó con su vida, en 1952.


Barco, 5

Homenaje a Ildefonso Cerdá, considerado como el primer teórico del urbanismo contemporáneo. La placa fue colocada en la casa donde residió durante unos meses de 1876.
Había nacido, en 1816, en la localidad de El Cerdá, perteneciente al municipio barcelonés de Centellas. Se gradúa en la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos e ingresa en el escalafón del Estado, donde tiene destinos en Murcia, Teruel, Tarragona, Gerona y Barcelona.
Unos años después solicita la baja de la Jefatura de Obras Públicas y se dedica de lleno a su pasión: el urbanismo y la política. Fue diputado a Cortes por Barcelona, concejal de su Ayuntamiento y vicepresidente de la Diputación Provincial. Con el advenimiento de la I República, dejó de lado sus posturas monárquicas para alinearse con la extrema izquierda. Con la restauración, se negó a firmar declaraciones de adhesión y declinó un título nobiliario concedido por Alfonso III.
La gran obra por la que pasó a la historia fue el famoso ensanche de Barcelona, hasta entonces rodeada de murallas que imposibilitaban su expansión. Levantó un plano topográfico de la ciudad y sobre él trazó su proyecto que incluía ordenanzas precisas y la reparcelación de numerosos solares. Lo presentó ante el Ministerio de Fomento, donde fue aprobado. Esto generó grandes cuestionamientos de parte de sus colegas, la prensa y las autoridades catalanas que se enardecieron por no haber sido consultados y la omisión de varios proyectos existentes con en el mismo propósito.
Fue autor de una obra técnica precursora como Teoría general de la urbanización, que incluía tres tomos: Teoría general, Estadísticas de Barcelona y Aplicación de las teorías al caso de esta ciudad.
Al residir temporalmente en Madrid, para gestionar algunas cifras adeudadas por el Estado, residió en la casa de la calle del Barco. Luego se marchó a Cantabria, donde falleció el mismo año.


Barquillo, 6

Homenaje al pintor Giacomo Amigoni, quien, a mediados del siglo XVIII, vivió en una casa ubicada en las proximidades del lugar. Nació en 1675, en principio se creía que era veneciano, luego se concluyó que su ciudad natal fue Nápoles.
Desde muy joven fue un intenso viajero, residiendo en Roma, los Países Bajos, Munich, Londres y, finalmente, al ser nombrado pintor de cámara por Fernando VI, se afinca en España.
No existen muchos datos sobre su producción anterior a su llegada a la Villa y Corte. Entre las obras detectadas prevalecen los contenidos mitológicos de sus frescos. Han sido halladas en el castillo de Schlessheim, en el palacio de lord Tankerville, en Powi Hause y en el londinense Covent Garden, retablos en la catedral de Mónaco y en varias iglesias de Venecia.
Su principal trabajo al servicio real español fue la decoración de la Sala de Conversación –luego Comedor de gala- del palacio de Aranjuez y dos grandes lienzos: La copa en el saco de Benjamín y José en el palacio del Faraón, alojados hoy en el Museo de Arte de Cataluña.
Fue profesor en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pintó a la Infanta María Antonia y al Marqués de la Ensenada, y los cuadros Santa Faz y Fiesta en el jardín, todos ellos pertenecientes a la colección del Museo del Prado.
Murió en Madrid en 1752.

Barquillo, 7

Homenaje a Eduardo Marquina, quien fuera presidente de la Sociedad General de Autores de España y residió en ese lugar.
Había nacido en Barcelona, en 1879. Se inició en el periodismo en una revista de la ciudad condal. También cultivó la poesía publicando sus Odas en el Diario Catalán.
Luego escribió con Luis Zulueta un poema dramático Jesús y el diablo, que le permitió dotarse de recursos como para emprender su viaje a Madrid. En el primer año del siglo XX logró publicar dos nuevos libros: Églogas y Las vendimias.
Con la ayuda de Ruperto Chapí, consigue estrenar su primera obra teatral -El Pastor- que logró escaso apoyo del público. Se toma revancha con la zarzuela Las hijas del Cid, que fue premiada por la Real Academia Española. Más adelante su sendero de éxito continuó con Doña María la Brava y En Flandes se ha puesto el sol, entre otras.
En 1934, fue nombrado presidente de la Federación Universal de Autores. Al año siguiente estrena con éxito la adaptación de La Dorotea de Lope de Vega y En nombre del Padre. El alzamiento falangista lo sorprendió en Buenos Aires, realizando allí una intensa campaña en su favor.
Con Franco en el poder, asume la presidencia de la Junta Nacional de Teatros y Música y de la Sociedad General de Autores. También es elegido académico de la Real de la Lengua. Falleció en 1946, en Nueva York, al contraer una neumonía.

Barquillo, 11

Plaqueta colocada por los aragoneses residentes en Madrid en recuerdo del jurista y político Joaquín Costa. Había nacido, en 1846, en Monzón (Huesca).
Tras un fugaz paso por los estudios de arquitectura, decidió incursionar en la carrera de Derecho que culminó con notas sobresalientes. Asumió la cátedra de Legislación comparada de la Universidad Central y obtuvo las notarías en Granada del cuerpo de abogados del Estado. Luego se desempeñó en Guipúzcoa, Guadalajara y Huesca, y, más tarde, conquistó el concurso de catedrático supernumerario de la Comisión de Legislación Extranjera, dependiente del Ministerio de Gracia y Justicia.
Desde 1883 fijó su residencia en la Villa y Corte, alcanzando la plaza de notario. En numerosas ocasiones pronunció discursos considerados memorables que fueron recopilados y publicados en un tomo de la Biblioteca Jurídica de Autores Españoles. Luego ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Entre su frondosa obra se destacan: El juicio pericial y su procedimiento, La vida del Derecho, Estudios jurídicos y políticos, Colectivismo agrario en España, Reconstitución y europeización de España, Crisis política de España, Derecho consuetudinario y economía popular de España.
Su salud quebrantada lo hace alejarse de Madrid rumbo al pueblo oscense de Grau. Allí, fundó la Liga de los Contribuyentes de Ribagorza, para combatir los abusos oficiales, presidió en Zaragoza la Asamblea de Federaciones Agrícolas y creó la Liga Nacional de Productores, constituyendo un programa político de regeneración de la riqueza agrícola nacional.
Ingresó al Partido Republicano, pero decepcionado, poco después, abandonó ese espacio militante. Fue elegido diputado a Cortes por Madrid, Zaragoza y Gerona.
Su enfermedad siguió avanzando y terminó con su vida en 1911.

Barquillo, 34

Placa colocada en recuerdo de la casa donde nació, en 1758, Francisco Javier Castaños y Aragoni, vencedor de la batalla de Bailén.
En mérito a los servicios prestados por su familia a la realeza, siendo todavía un niño, Carlos III le concedió el empleo de capitán de infantería.
Al concluir sus estudios en el aristocrático Seminario de Nobles, es destinado al Regimiento de Saboya participando de la Guerra delos Siete Años en Alemania. Después combatió en la guerra contra Inglaterra y en la reconquista de Menorca. En la campaña de África participó de las defensas de Orán y Ceuta, y se encargó de custodiar los Pirineos en la guerra contra Francia.
Cuando alcanzó el grado de brigadier, en el monte de San Marcial, recibió un tiro que le atravesó la cabeza, penetrándole la bala debajo de la oreja derecha, con orificio de salida por arriba de la izquierda. Se recuperó, fue ascendido a mariscal de campo y destinado al cuartel de la Villa y Corte. A pesar de que Godoy lo desterró a Badajoz, es ascendido a teniente general y asume como jefe de la Comandancia del Campo de Gibraltar, donde lo sorprendió la invasión de las tropas de Napoleón.
Comienza a organizar los efectivos reunificando militares de distintos orígenes y paisanos dispuestos a enfrentar a los invasores. Sale al encuentro de las tropas del general Dupont, encontrándose los dos ejércitos en las llanuras de Bailén, el 19 de junio de 1808, donde libró la famosa batalla, derrota a los franceses, haciendo prisioneros a su general en jefe y a veintitrés mil soldados.
Después organizó el ejército de Extremadura, sitió Badajoz y Astorga, participó en la batalla de Arapiles y en la de Vitoria. Es nombrado Capitán General de Cataluña y con su ejército penetró en Francia y se apoderó del Rosellón.
Fernando VII lo nombró miembro del Consejo de Regencia que gobernó el país hasta la mayoría de edad de su hija Isabel.
Murió en Madrid, en 1852, habiendo obtenido el título de duque de Bailén.


Barquillo, 49

La casa de Tócame Roque fue construida a mediados del siglo XVIII.
El compositor Ramón de la Cruz situó allí su famoso sainete La Petra y el Juan.
La curiosa denominación de la casa proviene de una disputa entre los dos hermanos herederos de la misma. Uno de ellos sostenía reiteradamente su postura afirmando ante su hermano “¡Tócame Roque!”. Frase que se hizo popular para identificar al inmueble.
Allí residía un numeroso vecindario chispero que mantenía continuamente trifulcas y disputas verbales. En el sainete se describe ese clima generado por la gran concentración de familias en un mismo edificio.


Beneficencia, 2

Placa colocada en la casa donde vivió y murió el notable músico José Serrano Simeon. Había nacido en Sueca (Valencia), en 1873. Hijo de un músico, se crió con permanentes incentivos y no sorprendió cuando a los cinco años ya sabía solfeo y a los siete tocaba el violín en forma sorprendente.
Estudió en el Conservatorio de Música y Declamación de Valencia. Al tiempo compuso una marcha fúnebre para la procesión del Viernes Santo, la que luego utilizaría en la ópera La venta de los gatos.
Desde sus primeras actuaciones públicas logra un gran impacto y es animado a continuar sus estudios en Madrid.
Sus primeros tiempos en la capital no fueron muy auspiciosos. Las recomendaciones que llevó no fueron de mucha utilidad y se encuentra desamparado en la gran ciudad. Una tarde, al pasar por el Teatro de la Zarzuela, se presenta ante el maestro Caballero y éste lo emplea para que escriba lo que él compone. Cuando llega el final de la temporada el maestro le encarga una canción dedicada a la diva de la compañía. Serrano compone La mujer del mataor, que tuvo una enorme ovación del público, pero Caballero olvidó su promesa de hacerlo subir y presentarlo en el escenario.
No obstante, lo ocurrido trasciende y, a pesar de su abatimiento, los hermanos Álvarez Quintero le entregan el libreto de El motete, para que compusiera una música. Ese incidente se convirtió en la puerta abierta para su exitosa carrera.
En la casa de la calle Beneficencia compuso famosas zarzuelas como La alegría del Batallón, El trust de los Tenorios, El amigo Melquíades, Alma de Dios, Los de Aragón, Los claveles, La dolorosa y La canción del olvido.
También fue autor del himno regional valenciano, La canción del soldado y Valencia, canta. Falleció en su casa de Madrid, en 1941.

Churruca, 15

Placa colocada en la casa donde vivió por treinta años el escritor sevillano Manuel Machado, quien había nacido en 1874. Su padre era folclorista y se trasladó a la Villa y Corte con toda su familia, cuando él contaba con ocho años.
Mal estudiante, lo envían a su ciudad natal para que concluya con sus estudios. Allí se diplomaría en Filosofía y Letras. Durante su estancia tomó un estrecho contacto con los típicos andaluces de entonces: gitanos, cantaores y bailaores de flamenco, toreros, etc.
Después se radica en París, donde toma contacto con Oscar Wilde, Amado Nervo y Rubén Darío, entre otros. En esa etapa se impregnará de modernismo y de las corrientes francesas de parnasianos y simbolistas.
Su vida bohemia continuará luego en Madrid, utilizando su piso de la calle Fuencarral para tertulias en forma permanente, a la que acuden Valle Inclán, Villaespesa, Sawa, Cancines Assens y Maeztu.
Colabora con varios periódicos y funda las revistas Electra y Juventud, en las que defiende la nueva poesía, a partir de su primer libro Alma. Entre los pocos elogios que recibió se encontraban los de Juan Ramón Jiménez, que le permitió adquirir prestigio y publicar su nueva obra poética La muerte de José Palomo Anaya.
Luego fundó la revista Alma española y promovió en su casa la creación de la Academia de la Poesía Española, con la pretensión de rivalizar con la Real Academia. Publicará El mal poema y su primer obra teatral Amor al vuelo.
Con su hermano Antonio escribió varios textos teatrales: Desdicha de la fortuna o Jualianillo Valcárcel, Juan de Mañana, Las adelfas, El hombre que mandó en la guerra, La Lola se va a los puertos, La prima Fernanda y La duquesa de Benameji.
Con Gómez de la Serna fundó el periódico La Libertad, con claras posturas revolucionarias y de apoyo a los sindicatos obreros. No obstante, verá con buenos ojos a la llegada al poder de Primo de Rivera y su prédica de liquidar el sistema de partidos políticos.
Así accedió a la función pública y fue nombrado jefe de Investigaciones Históricas, director de la Biblioteca y del Museo Municipal.
Desde su periódico comenzó a mostrar agresividad con el movimiento huelguístico. La sublevación franquista lo encontró en Burgos. Trabajó en la Oficina de Propaganda del Movimiento Nacional, publicando sonetos de exaltación a Franco. Muchos atribuyen a ello su nombramiento como académico de la Lengua.
Mientras desempeña este cuestionado rol, su madre y su hermano deben huir del país y refugiarse en Francia. Luego de la guerra civil, va a visitarlos pero ambos ya habían fallecido. Murió de una neumonía en 1947.


Clavel, 3

Conmemoración de la presencia en ese sitio del gran compositor italiano Gioachino Rossini, quien, en la década de 1830, vivió en la conocida Fonda de Genieys. Había nacido en Pésaro, en 1792, en un hogar de músicos de ópera. Allí, rápidamente forjó sus primeros conocimientos melódicos.
Estudió en Bolonia, donde luego de unas primeras incursiones en el canto se dedica de lleno a la composición. A los diecisiete años estrenó su primera ópera La cambiale di matrimonio.
La cumbre de la gloria la alcanza, en 1816, con El barbero de Sevilla y, poco tiempo después con Otello. Su producción fue prolífica y durante casi una década fue considerado como el indiscutible maestro del género lírico de su país.
En 1822, se casó con la soprano española Isabel Colbrán. Luego residió en Londres y en París, donde escribió su última obra maestra Guillermo Tell. Después del descollante éxito que logró, decidió abandonar la composición de óperas y sólo dedicarse a escribir algunas cantatas y piezas religiosas, entre ellas, su Stabat Mater, compuesta durante su residencia madrileña.
Luego, se trasladó a Bolonia, donde fallece su mujer. Poco después se casó con la actriz y modelo Olympe Pélissier, y se marchó a vivir a París. En su estancia en la capital francesa permutó sus cualidades musicales por las gastronómicas, acostumbrando a agasajar a sus invitados con los platos exclusivos de su producción, entre ellos los canelones que llevan su nombre. Falleció en esa ciudad en 1868.

Clavel, 3

Placa colocada en el lugar donde estuvo el palacio Masserano, que, entre 1811 y 1812, acogió, siendo niño, al afamado escritor Víctor Hugo.
Nació en Besançon en 1802. Su padre, José Leopoldo Hugo, era comandante de las tropas napoleónicas y fue destinado para acompañar a José Napoleón en la invasión a España. Su destacada actuación lo hizo merecedor de ascensos, del título de conde y del cargo de gobernador Militar de Madrid.
Durante esa gestión desaparecerán numerosas obras de arte, entre ellas, cuadros de Velázquez, Goya y Murillo que se exhiben en la actualidad en los museos del Louvre y Luxemburgo.
El general Hugo trasladó a su familia y la alojó durante dos años en el palacio Masserano, que entonces ocupaba la esquina de las calles Clavel y Reina, donde se encuentra colocada esta placa.
El joven Víctor continuó sus estudios en el Colegio de Nobles de Madrid y en el Liceo de Luis el Grande, donde comienza a perfilarse su vocación de poeta y literato, escribiendo algunas de sus obras primigenias.
Con su regreso a París comenzó su etapa más prolífica, iniciándola con su novela Han d´Islande. Durante años no dejó de escribir todo tipo de obras, llegando a un momento estelar cuando estrenó Hernani, que luego se representó en casi todos los teatros de Europa.
Logró convertir en un verdadero acontecimiento la presentación de su novela Notre Dame de París como la puesta en escena de Lucrèce Borgia y Marion Delorme.
En 1840, reúne en un volumen sus Odes a Napoleón, que le proporcionaría su ingreso a la Academia Francesa.
Luego de ser convencional constituyente, funda el periódico L´evenement, desde donde desarrolla una campaña de apoyo descarado a Luis Bonaparte. Poco después, al sentirse poco considerado por sus compañeros de ruta, rompió con el partido y se alineó en posturas de extrema izquierda, convirtiéndose en uno de sus más destacados líderes y teniendo una gran actuación contra el golpe de estado que elevó al trono a Napoleón.
El siguiente paso fue el exilio en Bruselas, donde escribió Napoleón le petit y una de sus obras más populares La légende des siècles.
En 1862, publica Les misérables, obra de gran contenido social e intriga. Tras la caída del imperio regresa a París. En 1871 fue elegido diputado en la Asamblea de Burdeos. Para luego dimitir por haber defendido a Garibaldi, contra la opinión mayoritaria de los franceses.
En 1876 fue nominado senador, siendo luego reelegido. En 1885, ante su fallecimiento es declarado el luto nacional.

Conde de Xiquena, 12

Placa colocada en recuerdo del arquitecto Luis Bellido y González, quien tuvo una dilatada actividad en la realización de obras y edificios públicos. Había nacido en Logroño, en 1869 y obtiene su título en 1894.
Se desempeñó como arquitecto municipal en Lugo y Gijón. En Asturias, concretó las construcciones del Seminario, de las iglesias de San Juan y San Pedro de los Arcos, en Oviedo; de Santo Tomás, en Avilés; de San Lorenzo, en Gijón; y las parroquias de Cabañaquinta, Pola de Laviana y Tapia de Casariego, y restauró 34 templos.
En su traslado a Madrid, logró el cargo de Arquitecto de Propiedades del Ayuntamiento y se ocupó de proyectar y realizar el nuevo Mercado de Ganado y Matadero Municipal, instalado en Legazpi, las Tenencias de Alcaldía de los distritos de La Latina y Universidad, la restauración de la Casa de Cisneros, Torre de los Lujanes y Teatro de la Comedia, y la rehabilitación del antiguo Hospicio para su conversión en Museo Municipal.
En 1939, alcanzó su jubilación, luego de cuarenta y nueve años de actividad profesional. Contribuyó a la creación del Colegio de Arquitectos, colaboró en muchas revistas especializadas, fue presidente del Consejo General de Arquitectos y de la sección Arquitectura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Falleció en Madrid en 1955.

Desengaño, 10

Homenaje al héroe nacional cubano José Martí, quien vivió en una humilde pensión que estaba ubicada en este lugar.
Hijo de un militar valenciano y una canaria, nació en La Habana, en 1853.
El poeta Rafael María Mendive se ocupó de su formación infantil. A los quince años publicó un artículo en la revista El Diablo Cojuelo, y poco después fundó La Patria Libre, donde apareció publicada su primera obra teatral Abdala.
Por su postura independentista es sometido a un consejo de guerra y condenado a seis años de trabajos forzados. Luego, en 1871, será desterrado a España.
En Madrid, aprovecha su estancia para estudiar Derecho y Filosofía y Letras, graduándose en Zaragoza. Allí escribió La adúltera y numerosos panfletos de denuncia de la política represiva de los efectivos coloniales españoles, en particular denunciando el fusilamiento de estudiantes habaneros por sus ideas políticas. También le fue fructífera su residencia madrileña para concurrir a tertulias de nivel en la biblioteca del Ateneo y numerosos espectáculos artísticos.
Al ver el poco interés oficial obtenido por su prédica, se convence de una opción radical para independizar a la isla.
Luego de viajar por Francia, Inglaterra y Estados Unidos regresó a La Habana. Más tarde, se dedicó a la labor docente en Guatemala. Allí escribe su poema La niña de Guatemala y el texto Patria y Libertad. Tiempo más tarde, estrenó en México Amor con amor se paga.
Regresó a la capital cubana con la intención de ejercer la abogacía, pero fracasa en el intento por su resistencia a jurar fidelidad a España. Contrariado promueve una campaña de agitación cultural y revolucionaria contra la ocupación colonial y es deportado a Venezuela. Luego se dirige a Nueva York, convencido que es el único lugar donde puede desarrollar su actividad patriótica. Allí, colabora con periódicos ingleses favorables a la causa emancipadora, crea el Partido Revolucionario Cubano y, en 1895, organiza la invasión a Cuba. En una acción militar cayó herido de muerte y se convierte en el héroe de la nación cubana.

Fuencarral, 2

Homenaje al libertador sudamericano Simón Bolívar, por encontrarse en ese lugar la casa que habitó María Teresa del Toro, su esposa.

Fuencarral,4

Placa colocada por el Círculo de Bellas Artes, el 13 de febrero de 2003, en homenaje al fotógrafo Alfonso Sánchez García, con motivo de cumplirse el quincuagésimo aniversario de su muerte.
Alfonso, como era más conocido, había nacido en 1880. Entre 1910 y 1939 tuvo allí su estudio.
En la lápida se lo considera como un cronista excepcional de la historia de Madrid y de España.

Gran Vía, 2

Placa colocada en memoria de Nicolás Peñalver Zamora, más conocido como conde de Peñalver, quien fuera uno de los principales promotores de la apertura de la Gran Vía y de una de las más importantes reformas urbanísticas realizadas en Madrid.
Nació en 1853, en Zaldua (Guipúzcoa), estudia Derecho y se vuelca de lleno a la actividad política. En 1884, es elegido senador por Cuba y luego en representación de Oviedo.
Sus acciones más trascendentes fueron al frente del Ayuntamiento de la Villa y Corte en 1892 y en el período 1895/6. Entre sus medidas se destacaron la creación de la Asociación Matritense de Caridad y la Banda Municipal.
Su principal logro fue la consumación de su ansiado proyecto de apertura de la Gran Vía, que concretó Alfonso XIII en 1910. Esta “cirugía” urbana demandó cuatro etapas durante veintiún años, afectando un área de 141.500 metros cuadrados y a 319 inmuebles que fueron expropiados.
El primer tramo se concluyó en 1918 y abarcó el recorrido entre Alcalá y Red de San Luis, que se llamó Conde de Peñalver. La segunda etapa avanzó hasta la plaza de Callao y finalizó en 1922, adjudicándosele el nombre de avenida de Pi y Margall. El último tramo demandó dos fases, llegó hasta la Plaza de España, se inició en 1925 y fue interrumpido por la guerra civil. Luego se la bautizará con una denominación única como avenida de José Antonio, luego reemplazado por el de Gran Vía.
Peñalver falleció en Madrid, en 1916.

Gran Vía, 2 – fachada a Fuencarral

Homenaje a la cantante lírica Adelina Patti, quien, en 1843, nació en el lugar donde se colocó la placa conmemorativa.
Hija de destacados protagonistas del bel canto, rápidamente asimiló los conocimientos y aptitudes de sus progenitores y se convirtió en una niña prodigio, al ser presentada, con sólo ocho años, ante el público neoyorquino interpretando Sonámbula, obteniendo un clamoroso éxito.
Su debut formal se concretó en 1859,en el Teatro de la Ópera Italiana, donde interpretó Lucía de Lammermoor. Al alcanzar un impacto notable por su labor, de inmediato es contratada por el resto de la temporada, incorporando obras como El Barbero de Sevilla, Don Pasquale, L`elisir d`amore, Mosé, Puritani, La Traviata, Don Giovanni, Rigoletto, Ernani e Il trovatore.
En poco tiempo es requerida en las principales ciudades del mundo, actuando en Filadelfia, Boston, Washington, San Francisco, Nueva York, Londres, Berlín, Bruselas, Ámsterdam, París, Hamburgo y Viena.
En 1863, se presentó en el Teatro Real interpretando la obra que la había lanzado a la fama en su infancia. En la temporada 80 /81 volverá a actuar en Madrid interpretando La Traviata y, luego Lucía, para lo cual se debió ampliar el patio de butacas. Cinco años después, repetirá el éxito en el Teatro de la Zarzuela y, en 1888, volverá al Real.
En 1895, abandonó las tablas y se recluyó en el castillo que había adquirido en Gales, sólo actuó a partir de entonces por causas benéficas. Falleció en Escocia en 1919.

Gravina, 19

Placa colocada en el lugar donde se erigía la parroquia de San José, que fue el templo donde contrajo matrimonio Simón Bolívar con María Teresa del Toro, en 1802.
El libertador sudamericano nació en Caracas, en 1783, en el seno de una acaudalada familia de hacendados. Su formación la completará en Madrid, donde estudia matemáticas, lenguas antiguas y modernas, historia, danza y esgrima. En su estancia madrileña conoció a su futura esposa. Pero, el matrimonio tendrá una corta duración, porque la mujer morirá diez meses después.
Luego viajó a París, donde tomó contacto con la Francia napoleónica, a Roma y a Estados Unidos. En 1810, regresó a su tierra natal, en medio de las convulsiones independentistas que cruzaban a Hispanoamérica, y se puso bajo las órdenes de Francisco Miranda, quien encabezó la lucha emancipadora que se materializó en 1819, en Colombia, y, dos años después, en su tierra natal y Ecuador. Luego, combinará esfuerzos con José de San Martín para liberar al Perú.
En medio de enfrentamientos entre los criollos y el desencanto que esa situación le generó, falleció en 1830.

Hortaleza, 104

Placa colocada en recuerdo de la editorial Obras de Pérez Galdós, fundada por el escritor, en 1897, y dirigida hasta su cierre en 1904. Esta empresa estaba ubicada en el entresuelo del edificio.

Libertad, 16

Placa colocada en memoria de Micaela Desmaisières y López de Dicastillo, Santa María Micaela, quien nació en ese lugar, en 1809.
Hija de militar y madre aristocrática. En su infancia, durante los veranos en el palacio materno de Guadalajara, dio clases domésticas y doctrina a los jóvenes del lugar. También asistió a enfermos y desvalidos, especialmente durante la epidemia de cólera de 1834.
Heredó de su tío sus títulos y hacienda, y se dedicó a su compleja administración. La conflictiva situación española, motivó su traslado a Francia. Luego de la ruptura sentimental con su novio, intervienen varios mediadores para lograr infructuosamente que éste cumpla con su palabra matrimonial. Quedó muy deprimida por el fracaso y, luego de desechar a numerosos pretendientes, se casó con José Oriol de Despujol, pero enviudó en 1843.
Desde entonces se dedicó de lleno a las obras de caridad, fundó las juntas de socorro a domicilio y la Casa de la María Santísima de las Desamparadas para recoger y reeducar a prostitutas. Para cumplir sus fines consumió su fortuna y debió efectuar cuantiosas colectas.
A los 37 años ingresó en la Hermandad de Nuestra Señora de Belén, tomando el nombre de Sacramento.
Una vez consolidada su sede de Madrid, se dedicó a trasladar su proyecto a otras poblaciones. Hasta 1865, en Madrid contaba con más de mil jóvenes atendidas.
Falleció ese año, al contagiarse de cólera, cuando se marchó a Valencia para combatir un brote de esa enfermedad.


Libertad, 23

Homenaje del Ayuntamiento al pintor Eduardo Rosales, quien tuvo su estudio en ese lugar. Nació en Madrid, en 1836, y tuvo vocación por la pintura desde muy pequeño. A los quince años logró ingresar a la Escuela Superior de Pintura y Escultura, teniendo como maestros a Luis Ferrant y Federico de Madrazo.
Su primera obra es el retrato de su tío Blas Martínez Pedrosa. A temprana edad pierde a sus padres, víctimas de la epidemia de cólera que se había desatado en la ciudad.
A pesar de la miseria que ensombreció su vida, poco tiempo después, logró concretar uno de sus sueños: viajar a Italia, gracias al aporte de un amigo.
En 1859, mejoró un poco su existencia al lograr una beca del Ministerio de Fomento. Luego consiguió la mención honorífica de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862 por su obra Nena y, tres años después, logró su primer gran éxito con El testamento de Isabel La Católica, que fue adquirido por el gobierno. Conquistando más tarde por el mismo trabajo la medalla de Primera Clase y la Cruz de la Legión de Honor otorgada por Napoleón III.
Por sus crecientes problemas de salud, debió trasladarse a Murcia. En 1868, se casó con su prima y, poco tiempo después, comienza a perder la visión y presiente su final. No obstante, siguió pintando con fervor. Mujer saliendo del baño –de la colección del Museo del Prado- es la primera de una serie de obras suyas de esa época.
En 1871, se presentó a la Exposición Nacional con cuatro cuadros: La condesa de Santovenia, Don Juan de Austria presentando a Carlos I, Doña Blanca de Navarra y La muerte de Lucrecia, que fueron considerados su testamento pictórico.
También fueron obras de su creación: Entrada de Amadeo de Saboya en Madrid, Hamlet y Ofelia, Doña Juana la Loca en Illescas y un mural para la iglesia de Santo Tomás.
En 1873, lo sorprendió la muerte cuando había sido designado primer director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma.


Libertad, 28

Lápida colocada en el lugar donde vivió, entre 1656 y 1677, Pedro de la Torre, arquitecto mayor de Felipe IV.
Se ignora la fecha y lugar de su nacimiento, aunque se presume que fue en Cuenca en las proximidades del año 1600. Se desconoce también la formación que adquirió.
Recién se encuentran rastros de su labor a partir de 1624. En 1647, intervino en el trazado del Ochavo de la Catedral de Toledo.
En 1650, ya se titula como Arquitecto Real cuando se formaliza el contrato para la realización del retablo de la iglesia de Santa María de Tordesillas.
Entre sus obras se destacan: la capilla mayor de la iglesia de San Andrés, capilla de San Isidro, convento de Benedictinos de Monserrat y el convento de Hábeas Christi. Murió en 1677.


Pelayo, 63

Homenaje al pintor Julio Romero de Torres, quien tuvo su estudio en esta vivienda en el lapso comprendido entre 1916 y 1930.
Nació en Córdoba en 1874, en el mismísimo Museo Provincial de Bellas Artes, donde residían sus padres.
Siendo muy joven pintó sus primeros cuadros La huerta de Morales y Los últimos sacramentos. En 1895, obtuvo una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su cuadro Mira que bonita era, que es adquirido por el Museo Logroño. Participó en las obras de restauración de la mezquita.
En 1904, conquistó una nueva medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra Rosarillo. Luego pintó Mal de Amores y los seis murales para la escalera principal del Círculo de la Amistad.
Al año siguiente, presentó, en la nueva edición de la Exposición, el cuadro Vividoras del amor, que es calificado de inmoral. Esta oleada de críticas lo llevó a organizar, en la madrileña calle de Alcalá, una exposición conjunta con Antonio Fillol y José Bermejo, que habían pasado por contingencias parecidas. El evento generó un enorme éxito y se le rindió un homenaje por parte del ambiente intelectual de la ciudad.
Luego de ese espaldarazo, pintó Bendición; Carmen y Fuensanta; La musa gitana; Nuestra Señora de Andalucía; Amor místico y amor profano; Ysolina Gallego; El retablo del amor; Ángeles y Fuensanta; Carmen; Pastora Imperio; La gracia; El pecado y Eva gitana, entre otros.
En su residencia madrileña, pintó Marta y María; La musa gitana; Gran corrida de toros patriótica; La muerte de Santa Inés; Musidora; Rivalidad; La esclava; Conjuro y La virgen de los faroles.
En febrero de 1930, bastante enfermo, culminó su última obra La chiquita pinconera y fallece tres meses después. El pueblo cordobés le rindió uno de los homenajes más destacados que se tenga memoria y comenzó una suscripción para realizar un monumento en su memoria.

Plaza del Rey, 7

Homenaje del Ayuntamiento al compositor y musicólogo Francisco Asenjo Barbieri en la casa donde vivió y murió.
El afamado músico nació en Madrid, en 1823, y desde muy temprana edad mostró sus cualidades musicales, que se impondrían a las ansias paternas de que prosiga estudios de medicina o ingeniería.
Al fallecer su padre, su madre queda en el desamparo y debe compartir la vivienda otorgada a su hermano, que era el conserje del Teatro de la Cruz, donde llevó a cabo tareas domésticas.
El niño Barbieri abandonó sus estudios y se sumergió en el conocimiento del pentagrama a partir de los aportes de un músico de ese teatro. Con mucho esfuerzo logró ingresar al Conservatorio, donde estudió clarinete, piano, canto y composición, bajo la batuta de Ramón Carnicer.
Acosado por las carencias económicas, logró un contrato para actuar como primer clarinete del V Batallón de la Milicia Nacional.
Luego de algunos intentos con partituras de ópera italiana, se decide a escribir zarzuelas y logró estrenar su primera obra (Gloria y peluca) con gran éxito. Este espaldarazo lo impulsó a constituir una sociedad con Arrieta y Gaztambide para levantar y gestionar una sala de espectáculos que se dedicara a ese género. En 1856, se inauguró el Teatro de la Zarzuela. La primera pieza estrenada allí fue El diablo en el poder.
Para ese entonces ya contaba con una veintena de obras escritas, casi todas ellas estrenadas en el Teatro del Circo. Allí, en 1851, obtuvo el mayor triunfo logrado por una producción musical en España, hasta ese momento, con Jugar con fuego.
Entre sus zarzuelas se destacan: Por seguir a una mujer, La espada de Bernardo, Galanteos en Venecia, Un día de reinado, Los diamantes de la corona, Mis dos mujeres, El sargento Federico y Entre dos aguas.
Continúan sus éxitos y estrena uno de las obras cumbres de su carrera: Pan y toros. Con ella ocurre un curioso hecho. Habían llegado a Isabel II algunos comentarios sobre que el argumento tenía referencias poco laudatorias para la corona. Aunque no se justificó la medida y habiendo superado la estricta censura previa existente, en 1867, se prohibió su representación.
Esta arbitraria decisión logró enervar a los autores. José Picón, autor del libreto, prometió públicamente que no cejaría su rebeldía hasta que fuera recibido por la reina para expresar su desacuerdo y trasmitirle el perjuicio económico ocasionado. Finalmente, fue recibido en palacio y, a pesar de las promesas reales la medida no fue revertida. Intentando apaciguar los ánimos, Isabel II le envió un sobre con quince mil pesetas en concepto de “donativo”.
El envío fue rechazado y se le exige un peritaje para determinar el monto del resarcimiento. Prosperó el reclamo y la corona debió pagar 300 mil pesetas.
Su prolífica producción abarcó 72 zarzuelas, con una trilogía de obras: Jugar con fuego, Pan y toros y El barberillo de Lavapiés. También incursionó en la literatura con Cancionero musical de los siglos XV y XVI y Los últimos amores de Lope de Vega.
En las postrimerías de su carrera, obtuvo un logro rutilante ser el primer músico elegido miembro de la Real Academia Española. Falleció en 1894.

Sagasta, 12

Placa colocada por la Sociedad General de Autores de España en memoria del compositor Jesús Guridi, quien vivió y murió en esa vivienda.
Nació en Madrid, en 1886. Perteneció a una familia de músicos y entre sus primeros juegos se encontró el piano familiar.
A edad temprana se despertó su vocación y su formación fue encomendada a Valentín Arín. Este, al ver sus cualidades decidió no cobrar sus clases y esperar un reconocimiento futuro por su labor.
Después de sufrir un grave revés económico, la familia decidió partir hacia América, pero, al intentar embarcar en Bilbao, sus parientes convencen a su padre para que desista de viajar y contribuyen para el sustento familiar.
En la capital vizcaína, el joven Guridi encontró un ambiente propicio para su perfeccionamiento. Se sumó a un grupo de entusiastas músicos denominado “El cuartito”, que se reunían casi todas las noches. Allí, conoció a los profesores Sainz Basabe y Alaña que aportaron a su formación.
Con sólo catorce años, consiguió su primer triunfo con la Sociedad Filarmónica. Luego, se marchó a París para estudiar piano, órgano y composición en la Schola Cantorum.
En 1907, regresó a Bilbao y se presentó con un concierto compuesto en su totalidad por obras de su autoría, con un éxito notable. Más tarde, compuso una de sus principales obras, la ópera Mirentxu. Tras su estreno en Bilbao, continuó representándola en Barcelona, Pamplona y Madrid.
Fue nombrado director de la Sociedad Coral, organista de los Santos Juanes y profesor de órgano del Conservatorio madrileño.
Entre sus obras, se destacan Saison de semailles, Diez melodías vascas, Egloga, Leyenda vasca, Una aventura de Don Quijote –premiada en un certamen del Círculo de Bellas Artes- y otra ópera Amaya, que se estrena en Bilbao y luego en el Real. Sus canciones populares vascas se fueron convirtiendo en emblemáticas, entre ellas: Acuarelas vascas, Elegía, Sinfonía pirenaica, Amanecer, Nostalgia, Serenata, Castillo de leyenda, La aldea en fiesta, Gran fantasía y la Misa en honor de San Ignacio de Loyola.
Falleció en Madrid en 1961.

Sagasta, 30

Homenaje de la Sociedad General de Autores de España al Maestro Alonso, en el centenario de su nacimiento. La lápida fue colocada en la casa donde vivió y murió.
Francisco Alonso nació, en 1887, en Granada. Desde muy pequeño demostró sus cualidades musicales, aprovechándose del piano materno.
Después de haber iniciado sus estudios de Medicina, decidió volver a las fuentes y dedicarse de lleno a su vocación. En su adolescencia compuso varias canciones, entre ellas el pasodoble Pólvora sin humo para una banda de obreros.
Poco después, en 1905, escribirá su primera zarzuela La niña de los cantares.
Luego se instaló en Madrid en busca del éxito, que le será esquivo en los primeros tiempos. Con la zarzuela Música, luz y alegría y la partitura del pasodoble Banderita alcanzará los primeros escalones de la popularidad.
Recién en 1924, alcanzó el consenso colectivo de ser uno de los grandes del género, a partir del estreno de La linda tapada y La Bejarana, y de La calesera, el año siguiente.
Luego compuso La Parranda, Diga usted señor platero..., La morería, La picarona, Las Leandras, Rosa la pantalonera, Las corsarias, Tres días para quererte, Róbame esta noche y Luces de Madrid.
En la década del cuarenta fue uno de los cuatro compositores clave de la producción lírica junto a Guerrero, Moreno Torroba y Sorozábal.
Fue elegido presidente de la Sociedad General de Autores de España y falleció, en 1948, ostentando ese cargo.


Plaza de San Ildefonso, 4

Homenaje al pintor romántico madrileño Leonardo Alenza, quien asentó su estudio, presumiblemente, en ese lugar.
Nació en 1807, en el seno de una humilde familia. Fue discípulo de José de Madrazo y Juan Antonio Rivera, y siguió artísticamente a Francisco de Goya, dedicándose a plasmar las escenas y costumbres populares de la ciudad.
Su formación estética coincidió con el momento de confrontación entre los estilos seudo clásicos y románticos. Compartiendo criterios con Esquivel, Espalter y Gutiérrez de la Vega.
Ilustró las obras de Quevedo en la edición de 1847 de Castellanos y Castelló.
Su trayectoria es pródiga a pesar de su corta vida. Entre sus trabajos se destacan: Dos manolas asomadas al balcón, El ajusticiado, El duelo a navaja, El viático, La sopa boba, El avaro moribundo, El ventorrillo, Fiesta de Carnaval, El alma española, La niña en el mesón y Gitana diciendo la buenaventura. También dos lienzos (Militares en un café y Lectura en el café) para decoración interior y la fachada exterior (Partida de ajedrez) del famoso Café de Levante, que estuvo ubicado en la calle de Alcalá junto a la Puerta del Sol.
Retrató a José Amador de los Ríos, Agustín Argüelles, el torero Francisco Montes y su autorretrato, y pintó La tabernera de la plaza de San Ildefonso, entre otros. Sobre motivos históricos realizó los siguientes cuadros: La entrada en Segovia del rey – niño Don Fernando, Fernando VII descendiendo al sepulcro, La muerte de Daoiz, La jura y proclamación de Isabel II (que le valdría el título académico de la Real de Bellas Artes) y David venciendo a Goliat. También llevo a cabo numerosos dibujos de gitanos, toreros, arrieros, mozas, mendigos, episodios de calles, ventorros y ferias pueblerinas.
Falleció a los 38 años, cuando gozaba de consideración y prestigio, pero no de recursos, dado que debió ser enterrado de limosna por sus amigos.

Plaza de San Ildefonso y San Joaquín

Homenaje del Ayuntamiento al pintor alemán Anton Rafael Mengs, nacido en Aussig en 1728.
Luego de trabajar en Roma -donde realizó El Parnaso para la villa Albani-, en Dresde -bajo la protección de Augusto III- y en Nápoles; a instancias de Carlos III se trasladó a España, siendo nombrado pintor de cámara.
Su vivienda estaba ubicada en el lugar donde se colocó la placa y residió allí entre 1761 y 1769.
Mengs era un representante del neoclasicismo y realizó en Madrid los frescos del Palacio Real, la decoración del teatro de Aranjuez (Crucifixión) y varios retratos. También tuvo a su cargo los diseños de la Real Fábrica de Tapices. Francisco de Goya hizo junto a él sus primeros trabajos.
Falleció en Roma en 1779.

Santa Teresa, 2

Lápida colocada por el Círculo de Bellas Artes para homenajear al poeta José Zorrilla, quien falleció en ese lugar.
Nació en Valladolid, en 1817. A los nueve años de edad su familia se trasladó a Madrid y estudia en el colegio más elitista de entonces: el Real Seminario de Nobles.
Cuando muere Fernando VII su padre es desterrado a Lerma. Entonces, él decide continuar sus estudios de leyes en Toledo. Pero su bohemia lo llevaría a prestar poca atención a la carrera y privilegiaría el andar libre por las calles y los escritos poéticos.
A pesar de las quejas y amenazas paternas, decide abandonar definitivamente los estudios, dedicarse a la lectura de los clásicos y a asistir a tertulias y teatros. En tren de rebeldía se marcha a Madrid.
En 1837, su suerte se jugó al pie de la tumba del suicida Mariano José de Larra, a quien le dedica estos versos:

Ese vago clamor que rasga el viento
Es la voz funeral de una campana
Vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana

Al llegar allí, lo invadió un intenso temblor, las lágrimas le surcaron el rostro, empezó a vacilar y a perder el sentido. Roca de Togores tomó la cuartilla y continuó con la lectura. Esa misma tarde su nombre fue repetido en todos los círculos literarios de la ciudad.
Colaboró con El Porvenir y luego cubrió la vacante dejada por Larra en la redacción de El Español. Publica su primer tomo de versos y las leyendas: Para verdades, el tiempo, para justicias, Dios; La sorpresa de Zahara y A buen juez mejor testigo.
Contrajo matrimonio con Matilde O`Reilly, dieciséis años mayor que él. Poco tiempo después enviudó y falleció el hijo de esa relación. A partir de ese momento, la pesadumbre que lo invade hará que se concentre en sus versos.
Estrena el drama Juan Dándolo, y continúa con otros títulos: Cantos del trovador, Margarita la tornera, El capitán Montoya, Flores perdidas, Remedos y fantasías, La azucena silvestre, El desafío del diablo, Un testigo de bronce, Más vale llegar a tiempo que rondar un año y El zapatero del Rey.
Luego de visitar París y quedar impresionado por el ambiente literario de esa ciudad, regresó y se instaló en la casa de su padre en Torquemada, donde escribió María y un cuento de amores, Ira de Dios, Una historia de locos, Granada, Cuento de cuentos, Cuentos de un loco y La flor de los recuerdos.
Se convierte en el poeta nacional romántico con un gran reconocimiento popular y su pluma no descansa y concluyó las siguientes obras: Cada cual con su razón, Vivir loco y morir más, Ganar perdiendo, El eco del torrente, La mejor razón, la espada, El puñal del godo, La Creación y el Diluvio, La oliva y el laurel, El rey loco, El alcalde Ronquillo, Traidor, inconfeso y mártir y El excomulgado. Luego salió a la luz una de sus obras más difundidas Juan Tenorio.
Más tarde viajó a México y frecuenta la corte del fugaz emperador Maximiliano de Austria, quien lo nombra director del Teatro Nacional. Siguió su derrotero por Cuba, donde publicó La rosa de Alejandría y Dos rosas y dos rosales. Al regresar a Madrid, se entera del fusilamiento del implantado monarca y escribe El drama del alma.
En 1855, ingresa formalmente en la Real Academia Española, después de haber dejado pasar cuarenta años desde su elección. Es condecorado con la Gran Cruz de Carlos III y recibe una pensión que gozó muy poco tiempo, dado que su quebrantada salud lo lleva al desenlace final en 1893.

Válgame Dios, 2

Homenaje al pintor Eduardo Rosales, quien falleció en ese lugar, en la vivienda que ocupara hasta el 13 de septiembre de 1873 (Ver Libertad, 23).

Válgame Dios, 3

El Ayuntamiento homenajeó con esta placa al científico Leonardo Torres Quevedo, colocada en la casa donde vivió.
Nació en Santander, en 1852, en el seno de una familia de buen pasar.
Concluyó brillantemente su carrera en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, y durante un tiempo ejerció su profesión en una empresa de ferrocarriles. Pero su gran devoción por la mecánica y la inventiva lo llevó a abandonar el empleo y dedicarse de lleno a la investigación y al descubrimiento.
El primero de ellos fue la armadura flexible para dirigibles, dispositivo que facilitó notablemente su ascenso y descenso, como también su transporte. La patente la adquirió la empresa francesa Astra y a partir de entonces los dirigibles serían bautizados como Astra Torres.
Un artículo del New York Herald hizo referencia al invento: “Un globo de construcción francesa ha hecho recientemente, en sus pruebas de recepción por el Almirantazgo inglés, 83 kms. Por hora. Su concepción, completamente nueva, debida al eminente ingeniero español Torres Quevedo, parece aunar de una manera muy feliz las cualidades de los flexibles y de los rígidos”.
Inventó también una máquina de calcular, que fue presentada con éxito en la Academia de Ciencias Francesa.
Otro de sus logros fue el Telekino, un aparato destinado a dirigir a distancia un barco sin tripulación. La máquina ajedrecista creada por él permitió las primeras partidas con un dispositivo mecánico. También diseñó un trasbordador que fue utilizado en las cataratas del Niágara con el nombre de Spanish Niágara Aerocar.
Fue electo, en 1901, miembro de la Real Academia Española de Ciencias y sucedió a Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española. Además ostentó el título de doctor “honoris causa” de las universidades de París y Coimbra.
El gobierno español creó y puso bajo su dirección el Centro de Ensayos de Aeronáutica y el Laboratorio de Automática.
Falleció, en 1936, en el inmueble donde se colocó la lápida en su memoria.

Valverde, 44

Homenaje del Ayuntamiento de Madrid a las actrices Guadalupe, Matilde y Mercedes Muñoz Sampedro y a los esposos de las dos primeras, los actores Manuel Soto y Rafael Bardem, quienes vivieron desde principios del siglo XX en esa vivienda.
Esta familia fue cuna de una numerosa trouppe de artistas que aún hoy continúan descollando.
De las tres hermanas la que más trascendencia adquirió fue Guadalupe, Guadita como la llamaban, quien nació en Madrid en 1895.
Desde muy pequeña se destacó haciendo imitaciones y actuando en comedias infantiles. Ante la crisis del comercio paterno, decide incursionar en el teatro para contribuir con la familia. Se dirige al Teatro Imperial, en 1910, y es admitida en una prueba con una remuneración de cuatro pesetas diarias.
Luego se destacó en el papel de “la Moñitos”, en Pepita Reyes, que le permitió sumar dos pesetas más a sus ingresos.
En su labor artística conoció al mallorquín Manuel Soto, con quien se casó.
En la compañía de Rosario Pino le adjudicaron el papel de “Lucía” en el Tenorio de Zorrilla, de esa actuación se derivaron otros ocho papeles.
También participó de la naciente industria cinematográfica, actuando en La Dolores, Polizón a bordo, El difunto es un vivo, El hombre de los anuncios, Eloisa está debajo de un almendro, Ella, él y sus millones, Los jueves milagro, Maribel y la extraña familia, Vacaciones para Ivette, Un adulterio decente, Aunque la hormona se vista de seda, Lo verde empieza en los Pirineos y Polvo eres, esta última en 1974, un año antes de su fallecimiento.
Del matrimonio nació la actriz teatral y cinematográfica Luchy Soto, quien contrajo matrimonio con el famoso actor Luis Peña.
Del matrimonio entre su hermana Mercedes y Rafael Bardem, nació Juan Antonio, el famoso director cinematográfico.

Plaza de Vázquez de Mella, 7

Placa instalada en homenaje al cronista de la Villa y autor de numerosas obras históricas costumbristas Ramón Mesonero Romanos, en el lugar donde estuvo la casa en que vivió.
Nació en Madrid en 1803. Su primer obra fue Mis ratos perdidos o bosquejo de Madrid 1820 –1821, que posibilita su ingreso a la redacción del periódico El Indicador de las novedades.
En 1831, publicó el Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa, donde canaliza sus investigaciones sobre la historia de la ciudad. Al año siguiente, adoptó el seudónimo de “El curioso parlante”, que le permitió alcanzar gran popularidad en las descripciones de la sociedad de las postrimerías del reinado de Fernando VII. Sus artículos fueron recopilados y editados con el título de Escenas matritenses.
En 1861, publicó El antiguo Madrid. Paseos histórico – anecdóticos por las calles y casas de esta Villa.
Fue miembro de la Real Academia Española y, luego, concejal del Ayuntamiento. Cronista oficial de la Villa, participó en la fundación de la Caja de Ahorros, en las Escuelas de Párvulos, de la Sociedad Económica Matritense y de la Biblioteca Municipal, creada con su donación.
En la placa conmemorativa consta la siguiente inscripción: “A don Ramón de Mesonero Romanos, autor de las Escenas Matritenses, cronista de la villa, el Ayuntamiento de Madrid, 1885”.
Falleció en 1882, en la casa que ocupó durante gran parte de su vida.


Plaza de Vázquez de Mella, 9

Placa colocada por el Ayuntamiento en memoria del pintor madrileño Eduardo Chicharro, quien vivió en esa casa.
El homenajeado nació en Madrid en 1873. Desde muy pequeño mostró sus condiciones y vocación por el dibujo y la pintura. Siendo un púber, pintó un buque con una gran bandera española y lo envió a la redacción de El Liberal, que estaba realizando una suscripción pública para donar un crucero de guerra al estado español y es subastado con éxito.
Chicharro se sintió animado para continuar pintando “marinas” y logra vender la primera de ellas por veintiséis reales.
Algunos contratiempos en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y en la de Artes y Oficios, lo llevan a ingresar en el estudio escuela de Manuel Domínguez, donde se realizó como pintor.
Su primera tela expuesta fue La tienda de la Lamparilla. Luego pintó Patio del Albaicín, Gitanos del Sacro Monte y Mala estrella. Vuelve a solicitar el ingreso en la Escuela de San Fernando y es admitido. En esta institución logró varios premios extraordinarios y algunos en metálico.
Luego trabajó al lado de Sorolla, de quien aprendió a educar la percepción del ambiente al aire libre y la sensibilidad a la luz; que se verá reflejado en su gran cuadro Las uveras, que obtuvo la segunda medalla en la Exposición Nacional Anual de 1897. Con La familia del anarquista Riego la víspera de su ejecución, ganó la oposición de la Academia Española de Roma.
Al recorrer la ciudad eterna y observar las pinturas de la Capilla Sixtina exclamó: “Hay algo más que Velázquez”. Desde entonces quedará cautivado por Miguel Ángel.
Sus obras se van nutriendo con El milagro de Bolsena y Pigmalión, El drama de Reinaldo y Arminda, con el que gana su primera medalla de oro. Luego se sucederán La verbena, Desnudo en blanco, El número 39, Dolor, El cofrade, Castilla, El jorobado de Burgohondo, El tío Carromato, Las tres esposas, La fiesta del pueblo, Los pieles rojas, La Venus de la rosa, El fetiche, Enigma y El Ángelus.
En 1910, funda la Asociación de Pintores y Escultores de Madrid, que conduce en tres ocasiones. Luego es nombrado director de la Academia Española de Roma. En esta etapa pintó una de sus mejores obras Las tentaciones de Buda, que le demandó seis años de trabajo y le permitió conquistar la Medalla de Honor de la Exposición Nacional de 1922.
Con la II República fue nombrado, primero, Inspector General de Escuelas de Arte y Oficios Artísticos y, después, director General de Bellas Artes.
En su última etapa pintó El alguacil Araujo, uno de sus máximos lienzos. También se destacó como retratista (Alfonso XIII y Victoria Eugenia, conde de Romanones, Carmita Balestra, entre otros) y por su colección de desnudos.
Falleció en 1952, en su domicilio madrileño, en cuya fachada fue colocada esta placa.




Extractado de los libros Plan Memoria de Madrid, Guía de Placas Conmemorativas y de Personajes ilustres de la historia de Madrid. Guía de placas conmemorativas, de Miguel Álvarez; y otras fuentes del autor.









III
Origen de la denominación de las calles

Almirante

Hasta el siglo XVII esta arteria no alcanzaba el Paseo de los Recoletos y el tramo entre la calle del Barquillo y de las Salesas era conocido como el Rincón de San Cristóbal. La salida a Recoletos estaba obstruida por el suntuoso palacio de Gaspar Henríquez de Cabrera, almirante de Castilla, duque de Medina de Ríoseco, al que debe su denominación esta calle.
El palacio y sus jardines eran magníficos, con numerosas estatuas, fuentes y estanques.
El propietario debería tener algún resentimiento con el rey Carlos II, pues tenía expuesto en un lugar privilegiado de su mansión a un cuadro que lo caricaturizaba.
Cuentan que el duque había tenido un sueño en el que veía a las religiosas paseando por los salones de su palacio. Entonces decidió convertirlo en monasterio para poder cumplir con su sueño. Así, en 1683, fundó el convento de San Pascual en esas instalaciones, construyendo su vivienda en la zona contigua.

Plaza de Alonso Martínez

Allí estaba ubicada la antigua glorieta de Santa Bárbara y la puerta del mismo nombre. En las afueras de la antigua cerca, en el sitio conocido como el Campo del tío Mereje, estaba ubicado el campamento gitano del que escribió Cervantes en “La Gitanilla”.
En ese lugar fue establecida por Felipe V, en 1720, la fábrica real de tapices. En tiempos de Carlos III el famoso pintor Antonio Rafael Mengs tuvo a su cargo la dirección de esa fábrica y bajo su orientación se dio a conocer como pintor de cartones para tapices Francisco Goya y Lucientes.
Entre el paseo de Santa Engracia y la calle Almagro estuvo el famoso circo de Colón, pintoresco detalle de la vida madrileña de fines del siglo XIX, con sus pantomimas acuáticas y sus nadadoras, los éxitos de Geraldine, las primeras prácticas hipnóticas de Onodroff y las danzas de la Bella Chiquita, que escandalizaba a la Sociedad de Padres de Familia.
En 1891 se cambió el nombre de glorieta de Santa Bárbara por el de plaza de Alonso Martínez para rendirle homenaje al político ante su reciente fallecimiento.
Manuel Alonso Martínez había nacido en Burgos, en 1827, y fue electo diputado muy joven en las Cortes de 1854. Por su destacada labor fue nombrado ministro de Fomento y tuvo participación en la obra del Canal de Isabel II. En 1856 fue gobernador de Madrid.
Estuvo inhibido políticamente desde hasta la restauración. Al llegar esta, fue miembro de la comisión de nueve integrantes que redactó el proyecto de Constitución de 1876.
Dejó su impronta en materia jurídica en las reformas que derivaron en la promulgación del Código Civil y el establecimiento del Jurado.

Hermanos Alvarez Quintero

La denominación de esta calle se debe a los dramaturgos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, nacidos en Utrera, en 1871 y 1873, respectivamente.
Escribieron unas doscientas piezas teatrales caracterizadas por su dotes de observación, gracia y acentuada pinturas de ambientes y tipos. Su frondosa producción se inició con Esgrima y amor, La media naranja y las zarzuelas La buena sombra y La patria chica. Pero sus obras más representativas fueron los sainetes, entre ellos, El ojito derecho, Solico en el mundo, El patio, Las de Caín, y El mundo es un pañuelo. También cultivaron el drama sentimental en sus obras Malvaloca y Cancionera.

Apodaca

Lleva el nombre de Juan Ruiz de Apodaca, conde de Venadito, perteneciente a una familia de marinos, cuyo más glorioso hecho naval fue la derrota propinada a la escuadra francesa de Rosilly en aguas de Cádiz, en 1808, que abrió paso a la victoria de Bailén.

Argensola

Esta calle debería denominarse de los Argensola, ya que fueron tres los hermanos (Lupercio, Leonardo y Pedro, y el hijo de Lupercio, Gabriel) los que se destacaron en las letras españolas.
Lupercio completó sus estudios en Huesca y en Zaragoza, y manifestó prontamente sus cualidades como poeta, destacándose sus tres tragedias: “La Isabella”, “La Alejandra” y “La Filis”, elogiadas por Cervantes en el “Quijote”.
Tomó parte en los acontecimientos de la capital aragonesa cuando buscó allí asilo Antonio Pérez. Después fue nombrado cronista mayor de la corona de Aragón. Fue secretario del virrey de Nápoles, ciudad donde lo encontró la muerte.

Bárbara de Braganza

Se llamó también calle de San José y a mediados del siglo XIX era conocida con el nombre de Costanilla de la Veterinaria. Luego toma el nombre de la esposa de Fernando VI, que fue fundadora dela sede de las Salesas Reales.
Este convento fue obra de los arquitectos Carlier y Moradillo, quienes diseñaron un suntuoso edificio. Su construcción, entre 1750 y 1757, generó un enorme costo que propició todo tipo de críticas, una octavilla de la época lo denunciaba así:
“Bárbaro gasto
Bárbara renta.
Bárbaro pueblo.
Bárbara reina.”
La parte que la reina destinó para sus habitaciones era llamada “el palacio”. La galería norte del edificio posteriormente fue la entrada principal del Palacio de Justicia.
En ese lugar estuvieron las monjas hasta que el 28 de octubre de 1870 se firmó el decreto de exclaustración y el convento se transformó en sede judicial.
Se instalaron en el edificio algunos juzgados, posteriormente albergó a la sede del Tribunal Supremo.
Durante el mandato de José Canalejas, el antiguo monasterio de las Salesas también sirvió como sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, utilizando la estancia que había sido destinada a residencia del presidente del Supremo.
En uno de esos salones se reunió durante algún tiempo la Academia de la Poesía, fundada en 1910. Pero ese mismo año un gran incendio destruyó el extenso palacio, decidiéndose luego su reconstrucción.
El templo de Santa Bárbara es uno de los más bellos de Madrid. La verja tiene pilares de granito coronados por jarrones, entre otros detalles interiores y exteriores de una gran suntuosidad.

Barbieri

Esta calle se denominaba anteriormente del Soldado. Cuentan que vivía allí una agraciada y opulenta joven que era pretendida por un soldado. Éste codiciaba tanto la belleza de la joven como su riqueza y no desfallecía en los intentos por conquistarla, pero la joven lo rechazaba sin dudar y decidió ingresar como novicia en un convento. Ante el fracaso de sus intentos, el militar la asesinó. Pero, fue rápidamente detenido, juzgado y ejecutado.
En esta calle, en el edificio que había servido de Inclusa, se instaló, en 1818, la reclusión de mujeres. A mediados del siglo XIX todavía existía el cuartel de guardias que fue escenario de cuantiosas asonadas de la época isabelina.
El actual nombre fue establecido en 1894, en homenaje al afamado músico Francisco Asenjo Barbieri. Este, en 1851, estrenó la obra “Jugar con fuego” y fue el triunfo más resonante de la época para una producción musical.
Barbieri también se destacó como literato y llegó a ocupar un sillón en la Academia Española.
Murió en 1894, a la edad de 71 años.

Barceló

Debe su nombre al marino mallorquín Antonio Barceló, que fue considerado como el terror de los piratas. En 1782, estuvo en el sitio de Gibraltar y luego participó de la expedición a Argel.
Su nombre quedó ligado durante mucho tiempo a un modismo popular: “hacer más daño que Barceló en el mar”.

Barco

Esta calle tuvo anteriormente la denominación de Juan de Alarcón. Se abrió sobre terrenos que eran propiedad del abad de Santo Domingo de Silos y del prior de los reyes de Castilla, vendidos luego a Juan de la Victoria Bracamonte, al marqués de Leganés y a la marquesa de Villaflores. Sobre una parte de ese predio edificaron su convento los monjes basilios y un monasterio de las mercedarias descalzas.
Cuando se estaba construyendo este último, el confesor Juan Pacheco de Alarcón dijo que aquello parecía un barco y así surgió su denominación.
En el número 22 se erigió el monumental colegio de los Agustinos y en el 24 se instaló la Escuela Normal de Maestras.

Barquillo

Esta denominación se origina en tiempos que esta calle pertenecía a la jurisdicción de Vicálvaro. Una de las versiones remonta el nombre a la existencia de un barquillo en la laguna de la finca que tenía la marquesa de las Nieves. En ese lugar luego se instaló el monasterio de las Descalzas Reales.
Antes de su trazado existen documentos del siglo XVI que fijaban la denominación del lugar como las tierras “que dicen al Barquillo”.
La importancia de esta calle data del siglo XVIII, por ser el camino para llegar al monasterio fundado por Bárbara de Braganza, con lo que tomó esa vía el aditamento de Real, que ya tenían las de Lavapiés y Almudena. También generó atractivos la construcción del palacio de Buenavista y las existencias anteriores del monasterio de San Hermenegildo, de cuya huerta formaba parte la actual plaza del Rey.
La fundadora del palacio de Buenavista fue la duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, quien no pudo ver concluida su obra.
En la esquina de la calle del Almirante, en 1845, se instaló un presidio modelo con capacidad para quinientos reclusos, que fue de avanzada para la época, pero no duró muchos años.
Esta vía gozó durante mucho tiempo de una gran animación que contrastaba con su estrechez. Cuando por ella transitaba el tranvía (llamado “el Cangrejo”), los comerciantes elevaron sus quejas y, por esa razón, el recorrido sólo llegaba hasta la calle del Saúco (Prim).
En el número 1 estuvo el teatro Apolo, en el lado contrario el palacio de la Casa Irujo, considerado como una de las mejores residencias particulares de la época. Allí, también estuvo el famoso café de Cervantes, que contaba con un pequeño teatro a mediados del siglo XIX. En esos terrenos, luego, se edificó el edificio del antiguo Banco del Río de la Plata, más tarde ocupado por el Banco Central.
En el número 11, estuvo el palacio de Lombillo. En ese edificio fue creado, en 1880, y funcionó, hasta 1926, el Círculo de Bellas Artes. También fijaron domicilio en su trayecto el Colegio Oficial de Arquitectos, el club Atlético de Madrid, y la Federación Nacional de Tiro.

Belén

Sucesivamente fue denominada también como de Jesús y María y del Nombre de Jesús. Su nombre actual proviene de una capilla que la condesa de Castellar hizo levantar en ese paraje dedicada a la Virgen de Belén. Allí, se celebraban con una romería las fiestas de Navidad.
Como el paraje era apartado y la condesa vivía en una quinta de su propiedad, trataron de convencerla de que no permaneciera en el lugar. Un día fueron robadas las alhajas de la virgen y el juez supuso que los autores habían sido los pobres que acudían a la ermita para recibir las limosnas de la condesa. Esta rechazó por infundada la acusación. Luego se descubrió al autor cuando intentó vender las joyas a un platero de la calle Santiago, confirmando la versión de la condesa.

Beneficencia

Esta calle hasta el siglo XIX se la llamaba de San Benito, y por dar a ella la fachada del Hospicio (hoy Museo de la Ciudad) se le dio la denominación actual.
Por mucho tiempo fue un callejón sombrío, casi no tenía portales de viviendas en la mayor parte de su recorrido y era considerado como un lugar mal frecuentado y sucio.
En su trayecto tenía su casa y jardines Estefanía de la Cerda, que fue protectora del pintor Vicencio Carducho, a quien habilitó un estudio en el lugar. Ahí fue donde pintó su cuadro “El martirio de Santa Bárbara”.
En esta arteria se encuentra el principal de los templos protestantes de Madrid.

Glorieta de Bilbao

Toma su nombre de la puerta de Bilbao que allí se hallaba instalada, ante la cual finalizaba su recorrido la calle Fuencarral.
Ese acceso a la Villa también era llamado de los Pozos de la Nieve, por hallarse a su derecha aquellas tierras que, en el siglo XVII, enriquecieron a Paulo Charquias.
A poca distancia, al norte de esa puerta, estaba la charca de Mena y algunas casas y merenderos en los primeros pasos del barrio de Chamberí.
La defensa de la puerta de Bilbao -el 1 de diciembre de 1804- fue el episodio más memorable del ataque a Madrid de las tropas napoleónicas.
En el lugar, hasta fines del siglo XIX, se juntaban las familias a tomar sol y se organizaban bailes los domingos. Allí, también existió un teatro de verano llamado de las Maravillas que gozó de fugaz popularidad por la representación de sátiras políticas, una de ellas fue “Los Presupuestos de Villapierde”. Muchas de esas obras quisieron ser censuradas por los gobiernos de la época. En el solar del teatro luego se erigió un cine llamado “X”.

Campoamor

Antiguamente era conocida como Costanilla de Santa Teresa, por haber sido abierta en terrenos de ese convento. La denominación actual es en homenaje a Ramón de Campoamor, una de las más famosas figuras literarias del siglo XIX.
Vivió entre 1817 y 1901. Perteneció a la generación del romanticismo. Entre sus obras se destacan el poema “El drama universal”, la comedia “Cuerdos y locos”, “Doloras”, “Humoradas”, “El ideísmo”, entre otras.
Campoamor era el poeta predilecto de las mujeres de su época, gozó de gran reconocimiento en vida. Solía detener su carruaje delante de una librería en la Carrera de San Jerónimo para recibir los saludos de sus admiradores.

Plaza de Chueca

Luego del derribo de los viejos edificios donde estuvieron la Galera y las prisiones militares, y la apertura de la calle de San Gregorio hacia la de Santa María del Arco (Figueroa); en un ensanchamiento de la calle Gravina surge esta plaza.
En sus proximidades estuvo la huerta de los duques de Frías y por allí se abrió la calle Figueroa hasta alcanzar Barquillo.
Su primera denominación fue la de plaza de San Gregorio Magno, como la calle que desemboca en ella. Se debía a la existencia de una estatua de ese santo en la puerta principal de la quinta de los marqueses de Minaya, cuya entrada estaba en ese lugar.
En 1943, se cambió su vieja denominación por la actual, en homenaje al afamado compositor madrileño Federico Chueca (1846 – 1908) autor de Agua, azucarillos y aguardiente, conjuntamente con Miguel Ramos Carrión, y de La Gran Vía, con Felipe Pérez González y Joaquín Valverde. Esta última fue estrenada el 2 de julio de 1886, en el teatro Felipe.
Durante mucho tiempo contó con un urinario -que era sitio de citas clandestinas de la homosexualidad en época de la dictadura-, también tuvo un quiosco de cupones y varias cabinas telefónicas.

Churruca

Lleva este nombre en homenaje al marino Cosme Damián Churruca, quien fue uno de los héroes del combate de Trafalgar, donde murió a bordo de la nave San Juan que estaba a su mando.
Su frondosa experiencia de marinero lo llevó a escribir numerosos textos, entre ellos: “Treinta y cuatro cartas esféricas y mapas geométricos”, “Carta particular geométrica de Puerto Rico”, “Carta esférica de las islas Caribes de Sotavento”, “Instrucciones sobre puntería” y “Método geométrico para determinar las inflexiones de una quilla de un buque quebrantado”.

Clavel

Fue ensanchada por la transformación que generó la construcción de la GranVía.
El origen de su nombre se debe a una historia protagonizada por Felipe III y su esposa. Jacobo de Gratis había fundado un monasterio donde residían la Madre María de San Pablo y otras cuatro siervas en un piadoso y devoto olvido. Era un convento pobre, con una huerta escasa de productos.
Una tarde, la pareja real decidió visitarlas y no salieron de su asombro por las austeras condiciones de vida de las religiosas.
Los ilustres visitantes convocaron a otras personalidades como al propio De Gratis, a Bernardino de Almansa, arzobispo de Santa Fe; a Francisco Solórzano, alcalde, y al duque de Lerma. El rey se propuso comprar las viviendas contiguas para ampliar el convento, esas propiedades pertenecían al arzobispo y al alcalde.
Luego de exponer su propósito, comenzó una competencia entre los caballeros presentes para satisfacer la voluntad del monarca. Cuentan que Margarita de Austria, la reina, para zanjar la disputa, eligió del jardín los cuatro claveles más bonitos y se lo entregó a cada uno de los hombres, poniendo fin a la contienda y quedando todos obligados a contribuir para cumplir con ese fin.
En la esquina con la calle de la Reina existía un palacete que alojó a la mariscala Junot, duquesa de Abrantes, embajadora de Francia y en los días de José Bonaparte, gobernadora de Madrid.
Ese edificio también cobijó a la condesa de Jaruco, una de las hermosuras más célebres de su época y amante del rey napoleónico. Al fallecer, su cadáver fue el primero en ser inhumado en el cementerio de la Puerta de Fuencarral. Pero la noche siguiente a ser enterrada, sus deudos extrajeron el cadáver de la fosa y le dieron sepultura en el jardín del palacete de la calle del Clavel.

Colmenares

Esta calle se abrió a fines del siglo XIX en terrenos de Segundo Colmenares, dueño del antiguo teatro del Circo.
En el número 5 estuvo instalada la Academia de Jurisprudencia. La inauguración del edificio fue un acto muy solemne y se celebró el 25 de noviembre de 1883, asistiendo a ella el rey Alfonso XII y el príncipe del imperio alemán que luego fue Federico III.

Colón

Anteriormente se denominaba Santa Catalina la Vieja y su nombre actual pareciera poco apropiado con la figura que pretende homenajear.
Tan interesante como desventurada fue la vida de Cristóbal Colón. Reiteró las visitas a diversas cortes sin ser comprendido, vivió bordeando la miseria durante su prolongado periplo en busca de apoyo a su expedición hasta alcanzar el estrado de Isabel de Castilla. Descubrió tierras desconocidas para los europeos, pero ese territorio no fue bautizado con su nombre; luego padeció persecuciones y culminó tristemente su vida en Valladolid.
Tardíamente fue reconocido y premiado con títulos como el de Gran Almirante, Adelantado de las Indias, duque de Veragua y marqués de Jamaica.

Conde de Xiquena

Primitivamente se llamó calle de los Reyes Alta y luego de las Salesas. A partir de 1901 se la denominó como hasta el presente en memoria de José Álvarez de Toledo, poseedor de aquel título y duque de Bivona, quien había fallecido en 1898.
Fue gobernador de Madrid, diplomático y ocupó los ministerios de Gracia y Justicia, Ultramar y Fomento.

Corredera de San Pablo

La denominación se originó en la existencia de un pequeño santuario dedicado al apóstol San Pablo, junto a la quinta de Vocinguerra de Arcos, hacia donde se halla la sede del Tribunal de Cuentas.
Allí se celebraba la verbena en víspera de la festividad del santo. Los puestos de flores y frutas se ubicaban siguiendo la línea de las correderas y las hogueras comenzaban desde la plaza de San Ildefonso. Había familias que pasaban la noche en el lugar, el bullicio y la alegría de la concurrencia eran constantes durante toda la velada, esperando la hora de la primera misa en la ermita.
Al ampliarse la población esta verbena quedó unida a la de San Pedro, pasando a celebrarse en el Prado y en la Plaza Mayor, quedando el antiguo camino de la romería como la denominación de Corredera de San Pablo.
La parte denominada Alta también fue conocida con el nombre de San Ildefonso, porque durante toda las mañanas se convertía en mercado. En una de sus casas, la tercera antes de llegar a la calle de San Vicente, por la acera derecha, fue donde nació María Teresa del Toro, la esposa de Simón Bolívar, el caudillo de la independencia sudamericana.
En tanto, en la Corredera Baja se halla el Teatro de Lara que fue construido en 1879 por el opulento empresario que le dio el nombre. En la misma calle estaba el Teatro Cervantes y una sala cinematográfica que presentaba algunos números de variedades. En lugar de esta barraca, en 1908, se construyó el Teatro Salón Nacional.
Casi enfrente de la calle del Pez estaba ubicado la entrada del Refugio, que servía de hospedaje nocturno para menesterosos.

Hernán Cortés

Antiguamente se la conocía como de San Pedro y San Pablo y así aparece en los planos de Texeira y Espinosa.
Lleva el nombre en homenaje al conquistador del imperio azteca, quien había nacido en Medellín, en 1485, y fue soldado en la campaña de Italia. En 1518, fue a América y emprendió la conquista de México.
Fue famosa su decisión de quemar las naves para contagiar a sus hombres el espíritu del todo o nada, eliminando la opción del retroceso.
Las crueldades cometidas por los expedicionarios contra los indígenas enturbió en gran medida su imagen romántica
Carlos V lo hizo marqués del Valle de Oaxaca y capitán de Nueva España.
Murió, en 1547, retirado en Sevilla.

Desengaño

El nombre de esta calle en una curiosa historia divulgada en los mentideros de la villa. Cuentan que el acaudalado Jacobo de Gratis pretendía infructuosamente el favor de una joven de la que estaba enamorado. Una noche, al merodear por las proximidades de la casa de su amada, en la Puebla de Juan de la Victoria Bracamonte, un lugar bastante descampado en ese entonces, se cruzó con el príncipe Vespasiano de Gonzaga, de quien sospechaba era su competidor. Invadido por la ira lo desafió a cruzar las espadas.
Cuando se estaban batiendo, vieron que una figura de mujer toda cubierta de negro pasaba a su lado, perseguida por dos caballeros y un zorro, que asustó sobremanera a los combatientes al ver resplandecer sus ojos en la oscuridad.
Cuando estuvieron cerca los dos hombres, los reconocieron y, luego de un breve diálogo, se unieron en búsqueda de la misteriosa mujer. Tuvieron que apresurar sobremanera el paso para poder alcanzarla. Cuando lo lograron, la encontraron inmóvil, sin que se pudiera percibir su rostro.
Todas las preguntas que le formularon quedaron sin respuestas. Casi temblando se acercaron y Jacobo se atrevió a levantarle el velo, quedando paralizado por el horror al visualizar el rostro de una momia muy bien conservada y vestida de terciopelo. “¡Qué desengaño!”, gritaron al verla los demás.
Se alejaron raudamente del lugar, pero una luz los distrajo, era una antorcha que alguien sostenía mientras caminaba lentamente. Cuando comenzaron a correr hacia ella, se apagó y escucharon pasos que se alejaban.
Desenvainaron las espadas, dispuestos a acometer contra el misterioso caminante nocturno, pero sorpresivamente reapareció dando aullidos el zorro de los ojos chispeantes. Los caballeros lo juzgaron como un hecho encantado, no obstante, intentaron atrapar al zorro, pero este también desapareció.
Los caballeros consideraron que la sucesión de hechos misteriosos era suficiente por esa noche y decidieron retirarse del lugar, sin saber que se trataba de una astucia concretada por otros caballeros que se rieron del susto y estupidez que demostraron sus colegas.

Farmacia

En los siglos XVII y XVIII se la conocía como calle de San Juan y de San Juan Bautista respectivamente. La actual denominación se debe a que se hallaba en su trayecto el edificio de la Facultad de Farmacia, construido por Fernando VII.
Era una casa baja, con cuatro rejas en la fachada, y sobre cuya puerta estaba colocado el escudo de armas del Real Colegio, con una leyenda que decía: “Medicamenta non mella”.
En el laboratorio de la sede se dieron los primeros cursos de Química después de creada la Facultad de Farmacia, hasta que se habilitó para ella una casa en la calle Alcalá, contigua a la parroquia de San José.
En 1814, el estudio fue trasladado a la calle del Barco, donde se invirtieron grandes sumas en el alquiler de una vivienda. Para cubrir el propósito de construir un edificio, el gobierno dirigió una circular a todos los farmacéuticos del reino, invitándoles a que contribuyeran con un donativo para levantar la casa de la Facultad.
Con lo recaudado se compró una casa en la calle de la Farmacia, en cuyo solar se construyó el edificio, una casa de dos plantas, con un jardín para el estudio de la Botánica aplicada y una biblioteca temática muy completa. Allí se encuentra la Real Academia de Farmacia.

Fernando VI

Antiguamente se llamaba calle de las Flores y luego llevó el nombre del monarca entre la calle Argensola y la plaza de las Salesas, el tramo restante era una continuación en escuadra de la calle Barquillo.
Fernando VI era hijo de Felipe V y de su primera mujer, María Luisa de Saboya. Su reinado fue uno de los pocos en el que dominó un período de paz, donde pudieron dedicarse esfuerzos y recursos a cuestiones más productivas que las bélicas.

Augusto Figueroa

Antiguamente era conocida como la calle del Arco de Santa María, pero, en 1904, se le cambió su denominación por la actual.
En 1849, fue adquirido un trozo de la huerta de los duques de Frías para que esta vía llegue a la calle Barquillo y a la esquina con la calle Barbieri, donde daba el cuartel de la Guardia Valona. Allí se sucedieron numerosas asonadas militares durante el siglo XIX.
El Arco de Santa María era una puerta de acceso a la caballeriza del marques de Torrecilla, donde estaba el lienzo que representaba a Nuestra Señora de la Soledad. Esta calle era de las más pintorescas del barrio, especialmente en su cruce con la calle Pelayo, esquina ocupada por el mercado que estaba allí instalado. Había ahí dos cafés, el de la Paz, que llevaba el mismo nombre que otro más céntrico, y el de la Alhambra, que luego se llamó de la Libertad.
Augusto Figueroa fue un periodista malagueño que tuvo importante participación en los periódicos El Resumen y el Heraldo de Madrid, cuyas sedes estaban en el número 8 de la calle de la Reina.

Antonio Flores

Esta calle lleva el nombre del escritor que hizo una gran labor dedicado al costumbrismo madrileño.
Antonio Flores había nacido en Elche, en 1817. En 1844, dirigió el periódico El Laberinto y muchas de sus ediciones las escribió en soledad.
Entre sus libros se encuentran: Doce españoles de brocha gorda; Fe, esperanza y Caridad y su serie de cuadros Ayer, hoy y mañana, que describe al Madrid del siglo XIX. Fue académico de la Española y uno de los más originales escritores de su época.

Florida

Se llamaba anteriormente calle de las Flores, junto a un tramo de la calle Fernando VI.
Durante mucho tiempo la tapia del Hospicio la encerraba y correspondía a un extenso terreno que se llamó Plaza de Armas del Cuartel de Guardias de Infantería Española. Este predio fue en parte vendido al marqués de Leganés para incorporarlo a sus casas y el resto fue cedido al Hospicio.
Hasta principios del siglo XX, en sus aceras se conservaban unas casas bajas, muy pintorescas, que fueron construidas en el siglo XVII. Se destacaban sus volados aleros.
Antiguamente, se llevaba a cabo en su recorrido una verbena, a fines de agosto, llamada de San José de Calasanz.
El origen de su nombre se debe a que en el lugar estaba la mansión de María de la Vega, condesa de la Florida.
Cuentan que la condesa tenía una criada mora, que no había querido convertirse al catolicismo. Ella era la que cuidaba los bellos jardines y animaba su trabajo cantando en su lengua hermosas canciones de alabanza al creador de las flores y los árboles.

Fuencarral

Su nombre se lo debe a ser el camino que comunicaba con esa población, cuya jurisdicción llegaba hasta estos lugares.
Antiguamente su recorrido concluía en la glorieta de Bilbao, la parte comprendida entre ese lugar y la glorieta de Quevedo se llamaba calle de la Mala de Francia por ser la salida de postas y diligencias hacia la carretera de Irún.
Hasta el siglo XVI era una zona de montes de encinares y abundante fauna. Las escasas construcciones de la época eran la quinta del Divino Pastor, la del conde de Vocinguerra de Arcos, el ermitorio de San Pablo y unas pocas casas en extremo rústicas que se instalaban a la vera del camino de Fuencarral.
Felipe II dispuso la tala de árboles para dar cabida al creciente aumento demográfico de Madrid. De entonces data la formación de esta calle, que rápidamente se convirtió en una de las más importantes de la corte. Se construyeron suntuosos palacios de la nobleza, se instalaron monasterios y entre unos y otros fueron construyéndose viviendas populares.
La apertura de la Gran Vía cercenó el nacimiento de esta arteria que antes empalmaba con la calle Montera. Esta reforma urbanística también significó la demolición del edificio que contaba con el número dos y que fue construido por el marqués de Murillo en el siglo XVIII. Se unía con las casas contiguas de Apodaca y del marqués de Vera. En su piso bajo vivió María Teresa del Toro cuando se casó con Simón Bolívar.
En el número 4 vivió Antonio Canovas del Castillo, en cuya vivienda se conspiraba contra la primera República. En el número 6, en el tercer piso, residió la afamada cantante Adelina Patti. En tanto, que en el sotabanco del mismo edificio vivió la madre del famoso matador de toros Salvador Sánchez, más conocido como Frascuelo.
En el portal número 17 vivió Leandro Fernández Moratín que fue perseguido por afrancesado y tuvo que huir de Madrid.
En el número 20 y 22 estuvo hasta la exclaustración el convento de la Virgen de la Asunción y San Dámaso, conocido como de los Agonizantes de San Camilo de Lelis, fundado en 1643.
Más adelante se encuentra el ermitorio de la Virgen de la Soledad, fundado en 1712. El retablillo, en sus primeros tiempos, estaba rodeado de exvotos, manos y cabezas de cera, muletas de impedidos que sanaron y otras ofrendas de la devoción popular, parecía más un santuario campesino que un oratorio urbano, que en torno a él se levantó sorpresivamente la ciudad.
Entre las calles Beneficencia y Barceló está la interesante fachada del ex Hospicio, cuyo origen se remonta al siglo XVII, declarado monumento nacional, fue construido por Pedro de Rivera. Los hospicianos debían llevar un uniforme de paño pardo llevando al pecho una placa de bronce con la cruz trinitaria triangulada, la imagen de la Virgen y su hijo, las armas reales y las de Madrid.
Enfrente, en el número 81, se encuentra el Tribunal de Cuentas. Los orígenes de esta institución se remontan a la Edad Media, con la creación de la “Casa de Cuentas” en 1436. Sufriendo desde esa época cuantiosas reformas orgánicas y traslados edilicios, hasta situarse en el solar del antiguo palacio del conde de Aranda.
El edificio fue construido entre 1860 y 1863 por el arquitecto Francisco Jareño y Alarcón, realizado con trazas clásicas y estructurado entorno a un patio interior. En este predio estaba ubicada antiguamente la quinta del conde Vocinguerra de Arcos. Allí se reunían los partidarios de don Carlos para conspirar contra Felipe II.
El portal con el número 109, fue escenario de un crimen que apasionó a los madrileños de la época. El 1 de julio de 1888 fue asesinada Luciana Borcino y la historia no dejó de ser incorporada a todo folletín que se editara en esos años. Su causa judicial fue seguida con un interés inusitado y los madrileños se dividían en bandos de opinión. Cayeron y nacieron reputaciones al compás de las páginas del expediente judicial y los comentarios que suscitaban. Hasta la empleada doméstica Higinia Balaguer –acusada y ajusticiada como autora del crimen- quedó para un sector de los madrileños como una heroína novelesca.
Al final de la Corredera de San Pablo, en una breve plaza se encontraba instalada una de las fuentes más famosas y bellas de Madrid, la de Matalobos, cuyo nombre estaba relacionado con el primitivo aspecto montaraz y selvático de estos lugares.
En la esquina con la calle Divino Pastor estaba un palacio que tuvo el interés histórico de haber alojado al duque de Montpensier, Antonio de Orleáns, quien aspiró al trono cuando la revolución de septiembre desalojó a su cuñada Isabel II. Pero, en una mañana de marzo de 1870 su destino se jugó en el campo de las Ventas de Alcorcón cuando se enfrentó en un trágico desafío con el infante Enrique.
En la intersección con la glorieta de Bilbao estuvo instalado, en su segunda fundación, el Teatro Maravillas, un verdadero coliseo veraniego. La primera sede estuvo más allá de la glorieta.
Unos metros más adelante, en la esquina con la calle Olid, estaba ubicado un amplio local de espectáculos que en primera instancia se dedicó a las proyecciones cinematográficas y luego al género escénico, entonces se llamó Teatro Fuencarral.

General Castaños

Con el nombre de esta calle se homenajeó a Francisco Javier Castaños quien, a la edad de diez años, recibió de Carlos III la merced del empleo de capitán de Infantería en agradecimiento por los servicios prestados por su padre.
Su bautismo de fuego lo tuvo en Menorca, cuando sus efectivos lograron la rendición del castillo de San Felipe que había caído en poder de los ingleses.
En 1793, participó de la guerra con Francia y sufrió una grave herida cuando una bala le penetró por la oreja derecha y salió por la izquierda.
Combatió y expulsó, en 1800, a las tropas inglesas de las costas gallegas y dos años más tarde, con el rango de teniente general, fue nombrado comandante del campo de Gibraltar.
No obstante, la batalla de Bailén fue la página más gloriosa de su carrera cuando derrotó a Dupont, a quien se lo apodaba “el terror del Norte”. Al recibir la espada del vencido, éste le dijo: “Os entrego ésta espada vencedora en cien combates”, que fue respondido con una frase socarrona por Castaños: “Por mi parte, este es el primero que gano”. Por esta victoria recibió el título de duque de Bailén.
Murió en 1852 y fue enterrado en el panteón de Atocha.
Cuentan que Castaños estaba dotado de una fina ironía. Cierta vez se presentó en una recepción de Palacio el día de Reyes vestido con un abrigado pantalón de color blanco, al extrañarse Fernando VII de que en un día de riguroso calor luciera esa vestimenta, el general le contestó que en efecto estaban en enero, pero él no había percibido todavía la paga del mes de agosto.
Esta calle tenía en sus comienzos un pabellón sin salida que se lo denominaba de las Ánimas. El resto se ha abierto luego por la huerta de las Salesas.
Al llegar a la calle Génova, en su vereda par, estaba ubicado el cine Príncipe Alfonso.

Génova

Era la antigua ronda de los Recoletos, habiendo adquirido la denominación actual en 1886, el fundamento fue que en la ciudad italiana supuestamente había nacido Cristóbal Colón.

Góngora

Felipe IV decidió fundar un convento dedicado a la Concepción por el nacimiento de su hijo -que sería luego Carlos II- y encargó esa misión a Juan Jiménez de Góngora, ministro del Consejo de Castilla. Se la conoció también como iglesia de las Góngoras. Esta calle lleva esa denominación por este funcionario real, pero alguna confusión en el camino hizo que se la adjudicara al escritor Luis de Góngora.
En su trayecto estaba el antiguo palacio de los duques de Béjar, que luego se convirtió en Casa del Pueblo.
El paraje también fue denominado como plazuela del Duque de Frías, quien por considerar que la iglesia de San Luis estaba muy alejada del barrio, decidió erigir una nueva iglesia en parte de su propiedad. En 1745, se habilitó bajo la advocación de San José.
El palacio de Frías sirvió durante un tiempo de residencia de la embajada de Francia. En las puertas de este edificio hubo un combate, en 1837, cuando se sublevó el tercer regimiento de la Guardia y un contingente de cazadores provinciales y paisanos armados intentaron penetrar en el palacio para hacerse fuertes en él contra los insurrectos que permanecían en el cuartel del Soldado, en la calle Barbieri.

Gravina

Antiguamente se llamaba de San Francisco y así figura en los planos de Texeira y Espinosa del siglo XVII. Entonces sólo ocupaba una porción del actual trayecto entre las calles Pelayo y Góngora.
La actual denominación es homenaje al duque Carlos de Gravina, nacido en Nápoles y que llegó a España acompañando a Carlos III cuando se disponía a asumir el trono. Gravina sirvió en la Armada española y participó en el combate de Trafalgar.
En el jardín del palacio del duque de Béjar estuvo ubicado el teatro de la Casa del Pueblo, allí se llevaron a cabo tanto representaciones escénicas como asambleas partidarias socialistas. En ese teatro actuaron elencos independientes, ajenos a toda preocupación de empresario y a todo prejuicio del público.
En una ocasión, cuando se celebraba el Congreso Internacional Obrero, ocurrió allí un sangriento episodio al enfrentarse militantes socialistas y comunistas.

Hortaleza

Su denominación se debe a que era el camino al pueblo del mismo nombre y así quedó la denominación impuesta por la costumbre cuando comenzaron a surgir las primeras viviendas a la vera de su recorrido, en el siglo XVII.
En el número 69, se encontraban ubicadas las Escuelas Pías de San Antón. Para constituirlas seis religiosos compraron unas casas en la calle San Mateo, donde, en 1755, abrieron el llamado Colegio Calasancio.
Cerca del colegio, existía un antiguo hospital de leprosos que había estado a cargo de los clérigos regulares de San Antonio Abad, y que se encontraba vacío desde agosto de 1787, tras haber sido suprimida la Orden.
En estas circunstancias, los escolapios –que sucesivamente habían sido trasladados primero a la calle Hortaleza, y más tarde a la de Fuencarral-, solicitaron que les fuera otorgado aquel antiguo hospital. La cesión se verificó en 1793, y a partir de esos momentos se empezó a denominar Escuelas Pías de San Antón.
José Bonaparte se incautó del edificio y fue recuperado por la orden en 1814.
Lo más interesante del edificio es la iglesia, realizada a mediados del siglo XVIII por el arquitecto Pedro de Ribera, pero tras ser adquirido por los escolapios todo el conjunto fue objeto de una profunda reforma, llevada a cabo por el arquitecto Francisco Rivas. Los nuevos tintes neoclásicos que adquirió el edificio se hicieron a costa de eliminar las decoraciones barrocas que había realizado Ribera, sobre todo en la fachada y en el altar mayor.
Por último, destacar que en uno de los altares laterales de la iglesia estuvo el magnífico cuadro que Goya pintó en 1819 sobre la Última Comunión de San José de Calasanz, y que actualmente se encuentra en el Museo Calasancio de la calle Gaztambide.
En el número 87, bajo la apariencia de un baile que dieron los condes de Heredia Spinola, en 1872, se llevó a cabo una reunión cumbre para planificar la instalación como rey del entonces príncipe Alfonso. Tres años habían pasado de la restauración borbónica y en ese encuentro se hizo un recuento de las fuerzas alfonsinas.
En el portal número 88, estaba situado al antiguo convento de Santa María Magdalena, vulgarmente conocido como Recogidas. El origen de este convento se remonta a 1587, cuando esta orden empezó a recoger mujeres de mala vida en el Hospital de Peregrinos de la calle Arenal.
En 1623, Francisco de Contreras, presidente del Consejo de Castilla, las mandó trasladar a un nuevo edificio en la calle Hortaleza. Su actividad siguió siendo la de recoger y confinar a las mujeres arrepentidas o que habían sido castigadas por su mala vida, y sólo podían salir de su encierro para casarse o para vestir los hábitos.
En cuanto al edificio, poco queda ya del primitivo convento. En 1897 el arquitecto Ricardo García Guereta reconstruyó la iglesia, y en 1916 Jesús Carrasco hizo lo propio con el convento. El edificio ardió en 1936, siendo reconstruido en la posguerra. Actualmente alberga una de las sedes de la U.G.T.

Infantas

El nombre anterior era el de la calle de las Siete Chimeneas, por la mansión donde está actualmente el Ministerio de Educación y Cultura. Durante la primera República se la denominó de la Marina Española.
La tradición de esta arteria está vinculada con la del convento de Paciencia. El 13 de diciembre de 1639, salió de la iglesia parroquial de Santa María una enorme y solemne procesión, encabezada por el rey, para dar posesión a los capuchinos de las propiedades involucradas en el acto de sacrilegio protagonizado por una familia judía (relatado al mencionar la Plaza Vázquez de Mella).
Sobre la misteriosa Casa de las Siete Chimeneas ya se hizo referencia. Fue una de las primeras viviendas levantadas en el lugar -en 1570- y sólo contaba entonces con algún ventorrillo donde la gente acudía los días de fiesta a solazarse.
La casa fue escenario de acontecimientos destacados. En 1820, vivía allí la viuda del general Lacy, quien había sido muerto a tiros en Palma de Mallorca por haberse sublevado contra el absolutismo. Los liberales, que gozaban en esos tiempos de la victoria de Riego, fueron a la vieja casa de la calle de las Infantas y sacaron de ella al hijo de Lacy, un niño de cinco años, y lo pasearon en hombros por las calles mientras vivaban a su padre.

Justiniano

Esta calle fue abierta en terrenos del monasterio de Santa Teresa y se le adjudicó el nombre del famoso emperador romano, destacado jurista, por hallarse próxima al Palacio de Justicia.

Larra

Esta arteria fue abierta donde estaba el antiguo campo de los Pozos de Nieve, al adjudicarle esa denominación se buscó homenajear al escritor Mariano José de Larra.
Había nacido en Madrid en 1809, se educó en Francia y luego culminó sus estudios en su ciudad natal.
Era un pensador crítico, imbuido de un espíritu romántico, entre sus obras se destacan “El duende satírico”, “El pobrecito hablador”, la novela “El doncel de Don Enrique el Doliente”, el drama “Macías” y las obras de teatro “”Roberto Dillón”, “Julia”, “Don Juan de Austria”, “El arte de conspirar”, “Tu amor o la muerte”, “Partir a tiempo”, entre otras.
Una tragedia íntima derivó en su suicidio en 1836.

Libertad

Anteriormente fue llamada calle de las Carmelitas. Su actual denominación se debe a haberse fundado en ella el convento de las Mercedarias Calzadas de San Fernando, que permaneció en el lugar hasta 1869. Estas religiosas tenían la misión de liberar cautivos de los moros.
Su prolongación hasta Gravina se logró al desaparecer el cuartel del Soldado. En esa esquina había un típico café de barrio, cuyo nombre recordaba el de un sainete de Ricardo de la Vega “El café de la Libertad”.
En la esquina con San Marcos, estaba el Teatro de la Alhambra (inaugurado en 1870) donde se cultivaba todos los géneros teatrales, desde la ópera, el drama hasta la zarzuela y el varieté. También fueron célebres los bailes de la Alhambra. Su recinto también fue escenario de importantes reuniones políticas. Desapareció en las primeras décadas del siglo XX.
En el portal número 18 estuvo muchos años la redacción del diario “La Época”.

Marqués de la Ensenada

Esta denominación se debe a Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, quien tuvo una prolongada y controvertida carrera como funcionario real. Comenzó sus servicios como pagador de la Marina y llegó a ser ministro universal de Fernando VI.
Vivía con un lujo desmedido y, por ese motivo, comenzó a escribir las páginas de su decadencia y destierro. En una ocasión acudió a un baile de Palacio con un vestido bordado de brillantes que valían diez millones de reales.
A su ostentación sumó ser considerado un agente de los jesuitas lo que terminó por agravar su desgracia.

Marqués de Monasterio

Antes era parte de la calle Piamonte. Su nombre actual se debe al propietario de esos terrenos, quien ideó la construcción del teatro de la Princesa.

Marqués de Valdeiglesias

Tradicionalmente esta calle era conocida como de las Torres, por la existencia de unas construcciones muy elevadas para la época que ostentaban escudos y trofeos. Estaban ubicadas en las casas de García de Figueroa, quien fuera embajador de Felipe III ante el rey de Persia, en 1618, con el fin de lograr su apoyo para frenar el poderío de los turcos por las costas del Levante.
Se adjudicó esta denominación en recuerdo de Ignacio José Escobar, marqués de Valdeiglesias, quien, además de intervenir activamente en la vida pública española, fue redactor de los periódicos “El Español”, “El Corresponsal” y de “La Época”

Mejía Lequerica

Se adjudicó este nombre en homenaje a quien fue considerado como el orador más elocuente de los diputados americanos que concurrieron a las Cortes de Cádiz. Mejía Lequerica era apodado como el Mirabeu americano.
Había nacido en Quito en 1776 y falleció en 1817, víctima de la fiebre amarilla.
Durante su estancia española colaboró con el periódico “La Abeja”, que estaba dirigido por Bartolomé Gallardo.

Muñoz Torrero

Esta calle fue abierta en 1864, cuando se construyó un grupo de casas sobre los terrenos que perteneciera al antiguo convento de los Basilios.
Diego Muñoz Torrero fue canónigo, catedrático y rector de la Universidad de Salamanca. Vivió entre los años 1761 y 1829.
Su discurso resonó elocuente en las Cortes de Cádiz al argumentar a favor de la libertad de imprenta y contra la Inquisición.
Perseguido por la restauración fernandina, los constitucionales triunfantes lo propusieron, en 1820, para el obispado de Guadix, pero no contó con el consentimiento de Roma.
Tras la derrota liberal tuvo que refugiarse en Portugal, cuyo gobierno lejos de protegerlo lo castigó con la prisión y el martirio, falleciendo en la torre de San Julián de la Barra, en Lisboa.

Orellana

Lleva el nombre de uno de los conquistadores y exploradores de Indias. Fue el primero en recorrer en río Amazonas en todo su curso, en 1540. En tiempos de la conquista a ese importante curso de agua se lo llamó Orellana.

Pelayo

Lleva este nombre en recuerdo del primer caudillo de la Reconquista.
Cuando el lugar que ocupa esta arteria era un terreno erial, se edificó junto al camino de Hortaleza, un lazareto u hospital de epidemias que dio su nombre (San Antón) a la calle.
En el siglo XVII, era una calle muy popular entre la chispería y con fama de ser un lugar peligroso para ser transitado. Esa zona tenía muy atareados a las rondas de los efectivos del corregidor, por los continuos alborotos de las mancebías y los bailes de candil.
En 1849, fue construido el Mercado de San Antón y una década después se adjudicó el nombre de Pelayo a la calle.

Pérez Galdós

Esta era la antigua calle del Colmillo, cuyo origen tiene dos versiones. Por un lado, por un enorme colmillo de elefante que estaba en el escaparate de una tienda del lugar. La otra, por haberse encontrado allí, al realizar una excavación, un colmillo de algún animal prehistórico.
En 1899, se produjo el cambio de su denominación por la actual.
Benito Pérez Galdós había nacido, en 1843, en las Palmas de la Gran Canaria. A los veinte años llegó a Madrid para estudiar leyes. Unos pocos años después comenzó a escribir su novela “La Fontana de Oro”, que le dio gran fama y prestigio.
También fue autor de “Fortunata y Jacinta”, “Misericordia”, “La familia de León Boch”, “La de San Quintín”, “Voluntad”, “Electra”, “Casandra”, “La desheredada”, entre muchas otras.
Galdós fue, en 1885, diputado a Cortes de la mayoría sagastina. Veinte años después volvió a la política y plasmó la representación republicana en el Congreso.
Murió en Madrid, en 1920, en un humilde hotel de la calle Hilarión Eslava.

Piamonte

Esta calle conserva su nombre desde el siglo XVII. Su denominación se originó en la gran revista que pasaron las tropas que trajo el marqués de Leganés, en 1639, después de haber logrado rendir las plazas de Niza y Piamonte.
En el número 2 de esta calle estaba la sede de la Casa del Pueblo y de numerosas organizaciones socialistas, que tuvieron una actividad muy intensa, con gran concurrencia de personas y diversas concentraciones políticas en la década del treinta.

Prim

Hasta el siglo XVII era un callejón sin salida y se llamaba del Saúco. El siglo siguiente amplió su recorrido hasta la calle de las Salesas, hoy del Conde de Xiquena. Recién en 1852 pudo abrirse camino hasta Recoletos.
Su nombre primitivo se debía a la existencia de un solitario árbol de saúco que permaneció por mucho tiempo como recuerdo de la antigua huerta de la finca de la marquesa de las Nieves.
En 1895, se dispuso el cambio de nombre como homenaje al general Prim, que había fallecido poco tiempo atrás. El estadista había habitado sus últimos años de vida en el palacio de la Buenavista, ubicado sobre esta calle.
De ideas liberales, Juan Prim participó en la guerra carlista. Luego al ser enviado a sostener al transitorio trono de Maximiliano en Méjico, decidió reembarcar a sus efectivos y dejar a los mejicanos que resuelvan sus cuestiones nacionales.
Alcanzó una notable popularidad en la guerra del África cuando consigue un triunfo descollante en la batalla de Castillejos, en 1860.
Al regresar toma decididamente las armas por la revolución para derrocar a Isabel II. Pero, el vacilante régimen consigue sostenerse y Prim debe marcharse al exilio en Portugal.
Dos años después, con el triunfo de la revolución, regresa a España como uno de los héroes del movimiento. No obstante, poco tiempo después cambia de postura y apoya a Amadeo de Saboya como candidato a la corona.
La ira de los republicanos cayó sobre él acusándole de traidor. En diciembre de 1870, perece víctima de los disparos de un grupo embozado.
Cuando el rey entró en Madrid, su primera visita fue concurrir a la capilla ardiente de a quien le debía el trono.

Puebla

Tradicionalmente era conocida como Puebla Vieja, para distinguirla de otras calles con similar denominación. También se la identificó como Puebla de Don Juan de la Victoria Bracamonte.
Era un terreno erial, en los aledaños al camino de Fuencarral, que en 1542 fue vendido con el fin de construir viviendas.
En el número 1, se encuentra el convento de Nuestra Señora de la Concepción, de religiosas mercenarias descalzas, y que vulgarmente se lo conocía con el nombre de su fundador, el sacerdote Juan Pacheco de Alarcón. Se desconoce quien fue su arquitecto, sólo que en 1656 fue terminada la iglesia y que, en 1671, realizó una reforma el arquitecto Gaspar de la Peña. En cuanto al edificio, es un típico ejemplo del barroco madrileño de la primera mitad del siglo XVII, siguiendo en el exterior el modelo marcado por la Encarnación.
En la esquina de la calle del Barco hubo una pastelería famosa en todo Madrid por los pasteles de arroz que elaboraba.

Regueros

Su nombre se debe a que en ese lugar se encontraban los corrales de la villa, donde se guardaban los carros con las cubas de riego de los paseos y las calles.
También estuvo en este lugar el campo santo de la parroquia de San José donde se enterraban a los pobres de la feligresía.

Reina

Recibió esta denominación por haber sido puesto en su trayecto el trono desde donde la reina presenció la procesión que se hizo al Cristo de la Paciencia, con motivo del mencionado caso de la familia judía acusada de sacrílega (Ver Plaza Vázquez de Mella).
Se encuentran vinculadas a esta procesión las pastas conocidas como “paciencias” que un confitero hizo en aquella ocasión.
La arteria sufrió una gran transformación con la apertura de la Gran Vía. Entre los edificios desaparecidos se encuentra el palacio Masserano, así llamado por haber sido residencia de ese príncipe. Hospedándose también allí el general francés Abel Hugo y su familia, entre ellos su hijo Víctor, el futuro notable escritor.
En tiempos de Fernando VII en esa casa funcionó la fonda de Genieys, la más elegante de la corte. Allí se alojó Rossini y compuso su famosa obra “Stabat Mater”. Entre sus habituales parroquianos estaban Larra y Espronceda.
En su trayecto estaba el viejo edificio del colegio Nuestra Señora de la Presentación, más conocido como de las Niñas de Leganés, que fue fundado en 1630 y demolido con las obras de la Gran Vía. Ahí se refugió la marquesa de Esquilache, cuando tuvo que huir de su vivienda (la casa de las Siete Chimeneas) ante la sublevación popular.

Plaza del Rey

Este predio estaba incluido en el antiguo callejón de las Siete Chimeneas, ubicado en escuadra con la casa del mismo nombre.
Esta plaza se conoció primero como del Almirante. Durante la primera República se reemplazó el nombre del Rey por el de Béjar, volviéndose a reponerlo con la restauración.
La plaza fue escenario de históricos acontecimientos. Allí se concentraron los manifestantes enardecidos ante las casas que pertenecían a Godoy.
Con la euforia de la segunda época constitucional, por allí pasaron los contingentes que llevaban en andas al huérfano del general Lacy.
En su contorno estuvo el Teatro del Circo, que fue destruido por un incendio en 1876 y, en el lapso de pocos meses, fue construido su sucesor con el nombre de Price.
El viejo coliseo se había convertido en templo de la ópera italiana y tuvo en su escenario a los grandes de la lírica de su tiempo. También hubo puestas del género dramático, el de la zarzuela grande y de la opereta bufa. Antes que se construyera el Teatro de la Zarzuela, también fue baluarte en ese género. En el Price el compositor Chapí estrenó “Curro Vargas”, “La Cortijera” y “La cara de Dios”.
Durante la primavera, se inauguraban los espectáculos circenses, pasando por sus pistas los acróbatas de más renombre.
En sus instalaciones se vivieron también momentos luctuosos. Un accidente ocurrido en 1890 produjo la muerte de un joven y varios heridos, al desprenderse un trozo de la embocadura. En 1904, pereció la artista Mina Alix al caer, en medio de su número, desde lo alto de la sala.

Sagasta

Es la antigua ronda de Santa Bárbara que bordeaba la cerca de la villa entre la puerta de ese nombre y la de Bilbao. Tenía a sus extremos la fábrica de tapices, edificada en el campo del tío Mereje -donde estaba antiguamente el campo santo gitano-, y la charca de Mena, en el barrio de los Tejares, embrión del primitivo Chamberí, donde hoy se encuentra la glorieta de Bilbao.
Hasta mediados del siglo XIX sólo había algunas viviendas de poca calidad, luego fue un espacio donde se construyeron magníficas casas. Entre los primeros edificios erigidos a su vera estaban dos hoteles que mandó construir el opulento capitalista Girona, que luego fueron ocupados por el conde Moral de Calatrava y por la marquesa de Águila Real.
La cerca se comenzó a demoler en 1868, pero sus últimos tramos perduraron en el lugar hasta las primeras décadas del siglo XX.
Se le adjudicó ese nombre por el político Práxedes Mateo Sagasta, ingeniero de caminos y puertos. Hijo de un ferviente liberal que, en 1854, se sumó al movimiento revolucionario y comenzó activamente su vida política en Madrid. Dos años después, se convirtió en comandante de Ingenieros de la Milicia y combatió encarnizadamente en las calles madrileñas defendiendo al progresismo.
Con la derrota liberal, fue condenado a muerte y tuvo que emigrar. Al triunfar la revolución de 1868, regresó y ocupó el Ministerio de la Gobernación en el Gobierno provisional.
Entró en la redacción de “La Iberia” y fue su director a la muerte de Calvo Asencio.
Pero con el reinado de Amadeo comenzó a involucionar en sus convicciones radicales y transitó por un camino de claudicaciones. Por esa razón, fue llamado popularmente como el Gallo de Canovas. Otro compañero de ruta, Robledo, era apodado el Pollo de Antequera. La gente vinculaba a ambos personajes a raíz de una famosa transferencia de dos millones de reales, por esa razón, los madrileños de entonces los apodaron Los Dos Apóstoles.
Sagasta tenía la característica, tan común en el político moderno, de poder acomodarse a las circunstancias, adecuar su discurso con dialécticos razonamientos y dejar en el camino los prejuicios por contradicciones e inmoralidades.
Luego de conformar un agrupamiento llamado fusionista, aggiornado a la nueva ecuación del poder, pudo acceder así a puestos de decisión.
En 1898, el nombre de Sagasta quedó unido al desastre. Acabó con las colonias de ultramar, envió inútilmente barcos a Cavite y Santiago de Cuba, sumando más víctimas al estéril esfuerzo de los marinos españoles.
Su periplo político culminó adhiriendo a ideas caducas y cada vez más vituperado por el pueblo. No obstante, al fallecer, en 1903, fue sepultado en el panteón de Atocha.


Plaza de las Salesas

Toma su nombre del edificio inmediato que fue el convento de las Salesas Reales al que se hizo referencia al tratar la calle Bárbara de Braganza.
El templo de la Visitación, construido como iglesia de ese convento tiene características arquitectónicas para destacar. La elegante fachada es de piedra berroqueña, adornada con las estatuas de San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, completando el ornato de esculturas con diferentes bajorrelieves ejecutados en mármol por Domingo Olivieri.
La capilla mayor cuenta con exquisitos detalles para destacar, como sus cuatro columnas de mármol con basas y capiteles jónicos, un hermoso retablo con seis columnas corintias con basas y capiteles de bronce.
Entre las columnas existe un cuadro de medio punto -con marco de bronce y un escudo de armas reales del mismo material- representando la Visitación de Nuestra Señora, que fue pintado, en Nápoles, por Francisco de Muro.
Esta iglesia fue consagrada en 1757. En el crucero se hallan los sepulcros de Fernando VI -construido en mármol por Francisco Sabatini-, de la reina Bárbara de Braganza y del general O´Donnell, obra del escultor Jerónimo Suñol y diseño de Nicolás Mendivi.
El culto en las Salesas tuvo siempre una gran ostentación y una asistencia infaltable de los miembros de la nobleza.
Fue famoso el robo - el 2 de enero de 1800- de dos riquísimas custodias que la reina había regalado a la comunidad. La reacción oficial concretó numerosas prisiones arbitrarias para dar con los ladrones, que finalmente fueron descubiertos por la delación de otro delincuente.
La justicia detuvo en Zaragoza a dos hombres y dos mujeres que habían ido a Madrid y fueron encontrados con pedazos de oro de más de nueve libras de peso, mil doscientos ochenta y seis diamantes y novecientas veintidós esmeraldas. Los diamantes pesaban ciento cuarenta y dos quilates.
Los ladrones habían tenido suficiente tiempo como para preparar su marcha, primero a Portugal y luego a Francia. Pero, una de las mujeres quiso cumplir con un voto que había hecho y los cómplices la acompañaron a visitar el sepulcro de Santiago. Esa cita ritual fue clave para el fracaso de sus planes.
Al norte de la plaza estaba el denominado callejón de las Ánimas, un estrecho pasadizo entre el convento de las Salesas y la casa de los capellanes. El callejón tomaba el nombre de la casa de campo del infante don Tello, que luego quedó abandonada y comenzó a derruirse.
Cuando se desata una epidemia en la villa, se eligió este sitio para establecer un lazareto donde internar a los contagiados por la peste. La casi totalidad de los afectados perecieron y fueron enterrados en un corralón cercano donde acudían los deudos los días festivos.
La Hermandad de San Sebastián colocaba mesas de demanda para pedir y hacer sufragios. Sobre las mesas se colocaban bayetas negras y la figura de un ánima de madera, por lo que se llamó a aquel sitio el corral de las Ánimas, que derivó en el nombre del callejón.

San Bartolomé

Lleva este nombre por una pintura con la efigie de aquel apóstol que había en una de las últimas casas.
Al final de esta calle tiene una de sus entradas el mercado de San Antón.

San Gregorio

Antes había en Madrid tres calles con igual denominación, siendo las otras dos la de las Irlandesas y la costanilla de San Vicente.
Esta vía toma su nombre de la estatua del santo pontífice Gregorio I, el Magno, que existía en la quinta de los marqueses de Minaya, que estaba en este lugar.

Plaza de San Ildefonso

La gran extensión que alcanzó la feligresía de San Martín fue motivo para que se fundaran dos anexos, San Ildefonso y San Marcos, que luego se conformaron como parroquias independientes. La primera estuvo dedicada en primera instancia a San Plácido, instalándose en la iglesia de ese santo en la calle San Roque, en 1619. Luego se erigió en la ubicación de la plaza y adoptó el nombre actual, en 1629. La iglesia fue demolida por los franceses y vuelta a construir en 1827.
El mercado de esta plaza fue el primero en ostentar una superficie cubierta, fue inaugurado en 1834 y permaneció en pie hasta 1970, cuando fue derribado. Tras convertirse en un espacio abierto, se ordenó el lugar y se instaló una fuente con delfines.
Este fue uno de los lugares, junto a las plazas de San Antón y Santo Domingo, donde más reñida se hizo la lucha en la jornada del 22 de junio de 1866. Castelar, actor de aquel episodio revolucionario comienza su novela “Ricardo” con una descripción del combate en las barricadas alzadas en la plaza de San Ildefonso.

San Joaquín

Su nombre se debe a un retablillo del esposo de Santa Ana y padre de la Virgen María. En 1660, fue cedido un sitio para el jardín de San Joaquín.
En la esquina con Fuencarral existía, a mediados del siglo XIX, un café teatro con el mismo nombre que la calle. Allí se cultivaba el género chico, como variedades e infantil. En ese escenario actuó con frecuencia José Mesejo, uno de los actores más populares de la época.

San Lorenzo

Cuentan que este nombre se debe a que daba a ella una sala del Hospital San Antonio Abad, dedicada al mártir y tesorero de la iglesia romana.
Otra versión indicaría que su origen se debe a la existencia de un retablo dedicado al santo, en la fachada de la casa de la marquesa de Aguilafuente.

San Lucas

Se denominó así por la existencia de un retablillo con la imagen de aquel santo evangelista en el fondo de la posesión de la familia de Minaya, sobre la puerta de un horno allí instalado.

San Marcos

Antiguamente era un callejón llamado San Hermenegildo, porque a este santo estaba dedicado el humilladero, junto a San Miguel. Luego adoptó la actual denominación por un oratorio que existía en la casa del vecino Cornelio Centurión.
En esta calle se habilitó, en 1606, el Hospital de San Andrés de los Flamencos, para los peregrinos provenientes de los Países Bajos. Esta fundación y su iglesia permanecieron allí hasta 1884, en que fueron trasladados a la calle Claudio Coello. En su interior había un cuadro de Rubens, representando el martirio del apóstol.
A fines del siglo XIX, fue liberada su confluencia con Barquillo, al derribarse el edificio del teatro circo de Paúl, la bolsa y el patinadero Skating Ring.
En la esquina con Libertad estaba el teatro de la Alhambra.

San Mateo

En este lugar existía un oratorio a San Mateo, que estaba ubicado en la casa de campo de Marcos Fernández, canciller de Pedro I de Castilla.
La memoria oral trasmitió que cuando el propietario estaba oyendo misa en el día de su santo, recibió la orden del rey para marchar de inmediato a Toledo para intimar al arzobispo a que saliera del reino. Fernández suplicó al monarca que le permitiera pasar aquel día allí para marchar luego a Toledo. Pero, Pedro I lo amenazó que si no cumplía con su voluntad le quemaría su hacienda de inmediato. A tal fin, había concurrido con los incendiarios pertrechados para cumplir la amenaza. La contundencia del monarca llevó a que Fernández recapacite y deje sus compromisos religiosos para otra ocasión.
En el número 13, se encuentra la casa palacio -construida en 1776- del teniente general Rodrigo de Torres y Morales, marqués de Matallana, y de quien el edificio ha adoptado el nombre. El proyecto y ejecución fue obra del arquitecto Manuel Martín Rodríguez siguiendo una concepción arquitectónica clásica, aunque también introdujo algunos elementos barrocos.
En 1850, pasó a la propiedad de Francisco de Paula Fernández de Córdoba, conde de la Puebla del Maestre. En 1920, el edificio fue alquilado por Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II marqués de la Vega-Inclán, para instalar la Comisaría Regia de Turismo.
En 1924, el propio marqués convirtió el edificio en el Museo Romántico, donando para tal efecto su colección personal de muebles, cuadros, porcelanas, libros, y otros interesantes recuerdos de los personajes, escritores y artistas de aquella agitada época romántica.
Adquirido por el Estado en 1927, tanto el edificio como sus colecciones fueron declarados Monumento Histórico Artístico en 1962.
En este paraje estuvo el famoso cuartel de San Mateo, en la construcción que había sido del conde de Niebla. A fines del siglo XVIII se denominó de Guardias Españolas y en el espacio ocupado por el Museo de la Ciudad, estaba la plaza de armas.
En el número 6 estuvo la redacción de “La Igualdad”, célebre periódico de la época revolucionaria.

Travesía de San Mateo

En los siglos XVII y XVIII se la conocía como Santa María la Vieja, en el tramo comprendido entre las calles Hortaleza y San Mateo, y de los Panaderos en el trayecto entre Pelayo y Hortaleza.

San Onofre

Su nombre se debe a la existencia de una ermita dedicada a ese santo cuando este paraje era casi despoblado. El precario edificio se encontraba en estado ruinoso en épocas de Carlos I.
Juan Alarcón, al hablar de aquellos terrenos, dijo haber oído decir a sus mayores que volviendo el rey de una gran cacería se detuvo ante el decadente edificio y le preguntó a un labriego la historia de la ermita. El hombre le contó que fue destruida por los soldados de Pedro I, en una refriega que sostuvieron con Enrique de Trastamara, y que al pasar unos frailes franciscanos por el lugar se llevaron la imagen cubierta de pieles.
También contó el campesino que en ese lugar los milicianos del rey justiciero habían cogido a unos aldeanos que regresaban de sus tareas, los acusaron de espías y los ejecutaron. Por esa razón existían unas humildes cruces en las inmediaciones.

San Opropio

Esta calle siempre mantuvo un carácter solitario por los muros de las mansiones construidas en su trayecto, en particular el palacio de los condes de Villagonzalo y el de los marqueses de Argelita.
Su nombre se debe a la existencia de una ermita dedicada al mártir.
En esta calle, en el edificio de la Papelera Española, existía un gran caserón que llegaba hasta Florida. En su tejado contaba con unos canecillos cuidadosamente tallados.
La trayectoria de la calle terminaba en ese lugar por la existencia de la tapia del predio conocido como de los Pozos de Nieve y por el caserón allí ubicado, que entonces era el lugar más apartado de la villa. Benito Pérez Galdós, en las páginas “El Audaz”, alude a esa vieja vivienda donde tenían refugio los conspiradores de 1804.

Santa Águeda

En el plano de Texeira se la nombra como de San Antonio y en el de Espinosa figura con su actual denominación. Ésta, se origina en que daban a la calle las ventanas de la sala de Santa Águeda en el Hospital de San Antonio Abad.

Santa Bárbara

Existe una tradición que explica el nombre de esta calle por la existencia en el lugar de una ermita dedicada a la santa. Allí se iba en romería los 4 de diciembre.
Otra versión indica que se denominó así por se orientaba hacia el convento del mismo nombre.

Plaza de Santa Bárbara

El lugar era una de las salidas de Madrid por la puerta que llevaba igual denominación.
En 1606, se tomó posesión de una ermita ubicada en las inmediaciones de la puerta. Con las limosnas de la condesa de Castelar se construyó la iglesia en 1622.
Frente al convento de Santa Bárbara estuvo un edificio construido en épocas de Carlos III para matadero de cerdos y saladero de tocino. Era conocido como del Saladero y allí se trasladó después la cárcel de la villa, a la que se sumó más tarde la de jóvenes y la de la Corte. A mediados del siglo XIX fue el establecimiento penitenciario más importante. Permaneció en el lugar hasta 1884.
Sobre ese predio se construyó el palacio de la condesa de Guevara.

Santa Brígida

Esta denominación se debe a que la sala del Hospital San Antonio Abad que llevaba ese nombre daba hacia esa calle.

Santa Teresa

La demolición del convento que llevaba su nombre permitió que alcanzara su longitud actual, dado que alcanzaba hasta la costanilla de idéntica denominación y que hoy es conocida como Campoamor.
La primitiva iglesia fue derribada en 1719. En 1869 se utilizó su huerta para conformar los denominados Jardines Orientales.


Santo Tomé

En este lugar estaba la quinta de Esteban Bonifaz, del Consejo de Italia. Una noche de tormenta cayó un rayo sobre la casa produciéndose un voraz incendio.
Los habitantes de la villa se agruparon en los Caños de Alcalá para poder observar el siniestro. El anciano consejero se sumó a los curiosos para ver la destrucción de su propia vivienda.
El suceso quedó tan en la memoria de los madrileños de entonces que cuando en el paraje se abrió la calle la llamaron del Fuego. Luego se cambió por el de Santo Tomé, a raíz de la existencia de una imagen del apóstol en una casa del paraje.

Tamayo

Su denominación anterior era Marqués de la Ensenada, nombre que quedó reducido al tramo comprendido entre Bárbara de Braganza y Génova.
El nombre actual es en homenaje al gran actor dramático madrileño Manuel Tamayo y Baus, perteneciente a una prestigiosa familia de artistas.
También fue escritor de obras de teatro aportando dramas y comedias de renombre, entre ellas “Locura de amor”, “Virginia”, “Lo positivo”y “La bola de nieve”.
Fue secretario de la Academia Española. Falleció en 1898.

Válgame Dios

Cuentan que el curioso nombre de esta calle se debe a que cierta noche dos hombres llamaron a la puerta del convento de San Francisco pidiendo auxilio para un moribundo.
Fue designado un sacerdote para la misión, pero por lo desusado de la hora se decidió que lo acompañe, armado de su espada, un hombre de gran talla que estaba al servicio del convento. Los desconocidos quisieron evitar la compañía inesperada pero no lo lograron.
Caminaron dando rodeos, pasaron por el olivar de Cristo, cruzando luego los Caños de Alcalá, para arribar a una torre, donde dijeron que se hallaba el agonizante. Pero, al instante se arrojaron sobre los religiosos. Al sacerdote lo ataron y le vendaron los ojos, mientras su acompañante luchaba con denuedo.
En tanto, el cura fue llevado hasta el borde de un barranco, donde le pidieron que confesara a una joven que iba a ser asesinada por su amante, de quienes eran cómplices. La desgraciada recibió la absolución y entregó al cuidado del cura un hijo pequeño que estaba con ella. Pero los asesinos planeaban también matar al niño.
En el momento que el corpulento guarda espalda arribó al barranco, luego de ultimar a su rival, escuchó a la pobre mujer exclamando “¡Válgame Dios!”, aguardando resignada la estocada del criminal. El hombre se lanzó a la carrera y logró impedir la premeditada ejecución, hiriendo gravemente al malhechor. Luego acudió en auxilio del niño, estrangulando al captor.
Esta historia con final feliz fue rápidamente difundida en la villa y perduró por mucho tiempo en la memoria colectiva. Cuando decidieron abrir esta calle, le adjudicaron el nombre que presenta hasta la actualidad.

Valverde

El nombre de esta calle se origina en la existencia de una imagen de la Virgen de Valverde en el santuario y convento de los dominicos que estaba en el entonces pueblo de Fuencarral.
En 1588, se hicieron grandes procesiones en Madrid por el triunfo contra Inglaterra de la Armada Invencible. En una de ellas se trajo a la imagen de su ermita y salió todo el pueblo a recibirla, permaneciendo durante nueve días en Madrid.
En el santuario de Valverde se celebra, el 25 de abril, una curiosa romería sucedánea de la famosa del Trapillo. El auto sacramental tiene un remate de danza que se representa en un tablado delante de la ermita, unos ataviados de moros y otros de caballeros cristianos.

Plaza Vázquez de Mella

Anteriormente se llamaba plaza de Bilbao. Para instalarla se utilizó el predio que perteneciera al convento Real de la Paciencia de Cristo Nuestro, que era de los religiosos capuchinos. El origen de este templo fue un episodio que pinta toda una época de la historia madrileña.
Según los voceros religiosos, durante el reinado de Felipe IV, una familia judía había sido castigada por el Tribunal de la Inquisición de Portugal y decidió instalarse en Madrid, donde contaban con amigos y parientes.
El matrimonio tenía tres hijos. Alquilaron una casa baja en la calle de las Infantas que tenía escasa vecindad, donde habilitaron una tienda y para aparentar ser católicos colocaron un Cristo crucificado.
Por las noches se juntaban varios miembros de la colectividad para denostar a la imagen, llenándola de blasfemias y golpes. Además de estos curiosos ejercicios, fijaron dos días a la semana para azotarla con gruesos cordeles, correas y varas espinosas hasta quedar cansados. A veces la llegaban a arrastrar y a pisotear.
Los narradores de la historia afirmaron que la imagen sufría pacientemente los maltratos llegando a echar sangre. Cuando quisieron quemarla, no pudieron concretar su propósito luego de varios intentos. Finalmente, la despedazaron.
Esta singular historia fue descubierta a raíz de las ausencias reiteradas de uno de los hijos a la escuela. Al ser interrogado sobre los motivos, el niño confesó que lo obligaban a presenciar la fiesta de los azotes. Las autoridades informaron de inmediato al Tribunal del Santo Oficio, quienes enviaron a sus dependientes a la casa de la familia judía y llegaron justo en el momento que la imagen de Cristo era reducida a cenizas.
Los participantes fueron detenidos en julio de 1630 y, dos años después, se celebró un auto de fe presidido por el inquisidor general, cardenal Antonio Zapata, al que asistieron los reyes Felipe IV e Isabel de Borbón acompañados de toda la Casa real. Allí fueron quemadas siete personas y cuatro estatuas, terminando el fuego inquisitorial a las once de la noche.
Dos días después, se pasó a tasar la casa para dar satisfacción al dueño, el sacerdote Barquero. En el lugar que estuvo la puerta de la vivienda se instaló una columna de piedra, donde se leía la siguiente inscripción: “Presidiendo la santa Iglesia romana Urbano Octavo, reinando en las Españas Felipe Quarto, siendo inquisidor general don Antonio Zapata, a 4 de julio de 1632 años, el Santo Oficio de la Inquisición condenó a dólar y demoler estas casas, porque en ellas los herejes judeizantes se ayuntaban a hacer conventículos y ceremonias de la ley de Moysen, y cometían graves sacrilegios y enormes delitos y blasfemias contra Cristo Nuestro Señor y su santa imagen”.
El rey ordenó hacer fiestas de desagravio y se llevaron a cabo en todos los conventos. Los fieles trataron de construir un templo en el lugar. El rey propuso que la casa contigua se utilizara al efecto y la reina ofreció a los religiosos capuchinos para que se hagan cargo del convento e iglesia. Las obras concluyeron en 1651.
En 1837, fue demolido el edificio y en el lugar se construyó la plaza de Bilbao, homenajeando a la ciudad que había sido liberada en la guerra civil que se estaba librando.
Luego cambió su denominación por la actual en homenaje al político Juan Vázquez de Mella (1861-1928), quien fue fundador del Partido Tradicionalista y uno de los principales ideólogos del pensamiento conservador español.


Víctor Hugo

En 1902, al celebrarse el centenario del nacimiento del afamado escritor francés se solicitó que se adjudicara su nombre a esta calle.
Allí estaba el palacio Masserano, donde vivió siendo niño en compañía de su familia. Su padre Abel era miembro de la corte de José Napoléon.
Antes de la apertura de la Gran Vía esta calle comenzaba en la del Caballero de Gracia y se llamaba San Jorge.

Plaza de la Villa de París

Es una pequeña porción de la extensa huerta del monasterio de las Salesas.
La visita a Madrid del presidente de la República francesa M. Loubet, en 1905, fue motivo para que el Ayuntamiento quisiera homenajear a la capital del país vecino, dando la denominación de Villa de París al viejo jardín de las Salesas.




*Extractado de los libros: Las calles de Madrid, de Pedro de Répide; Los nombres de las calles de Madrid de María Isabel Gea Ortigas; Las calles de Madrid, de Antonio Capmani y Montpalau y fuentes del autor.















FUENTES BIBLIOGRAFICAS:

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54) Postales Antiguas de Madrid, tomos I, II, III y IV. Ediciones La Librería. Madrid, 1994.



















Índice

Prólogo

I Barriada de extramuros

II Un Barquillo en movimiento

III Cambios y convulsiones

IV Fiestas, copas y burdeles

V Cambio de siglo y deseos de cambio

VI Luz al final de un largo túnel

VII El glamour de Chueca

Anexos

I Leyendas y misterios de Chueca

II Las placas conmemorativas

III Origen de la denominación de las calles

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