martes, 23 de mayo de 2017

Fatalidad en el paraíso

Fatalidad
en el
paraíso

Bernardo Veksler
 
I
“Johnny, ven esta noche a mi casa, quiero hablar contigo”. En ese momento, lo gratificó el tono singularmente afectuoso de la invitación paterna. Unos meses después, llegaría a sentir sensaciones muy distintas al arribar a la conclusión de que esa fugaz sensación de proximidad fue la causa de una larga cadena de angustiantes tribulaciones y tragedias.
Se quedó pensando en la preocupación que su padre mostraba últimamente por sus proyectos y estado de ánimo, resultaba evidente que algo estaba pergeñando.
Después del prolongado período de recuperación que le impuso su segunda crisis cardiaca, percibió que el trato que le dispensaba había cambiado sustancialmente. Esa fallida cita con la muerte parecía haberle disparado innumerables replanteos sobre sus prioridades en la vida y un ancestral deseo de disponer acciones con el fin, tal vez, de remediar una historia de desencuentros y desafortunados recuerdos.
Como nunca antes, notó su acercamiento, la intención de dedicarle diariamente un lapso prolongado de su tiempo para intercambiar opiniones y conversar, irrumpiendo en el despacho para una consulta trivial o de invitarlo al suyo para compartir un café.
La nueva dimensión que habían alcanzado sus relaciones le producía una enorme satisfacción. La incomunicación que siempre los distanció fue una frustración arrastrada desde temprana edad, una herida que recién ahora comenzaba a cicatrizar.  Sentía una inédita sensación de felicidad por esos momentos de intimidad substraídos a las obligaciones laborales y las sorprendentes manifestaciones de afecto de su padre, tantas veces demandadas infructuosamente.
La etapa de posconvalecencia que transitaba le estaba cambiando los hábitos. Siempre fue un obsesionado por los negocios, plenamente dedicado y con pasión extrema a la defensa de sus intereses. Ahora, con la carga de sus setenta y tres años a cuestas, no podía mantener el ritmo de trabajo de otros tiempos.
Acostumbrado a disfrutar de variedad y cantidad de manjares, lo veía deprimido y malhumorado por el estricto régimen alimenticio que le habían impuesto. Para él era “una muerte en vida” y no siempre lo acataba. A pesar de las prescripciones médicas sabía que ocasionalmente seguía fumando, bebiendo e ingiriendo bocados prohibidos.
En los últimos meses lo escuchaba aludir con frecuencia al final de su vida, a la herencia que dejaría e, irónicamente, a la liberación que significaría su desaparición para la gente que lo rodeaba. Era como una sorprendente autocrítica pública ante su acostumbrada omnipotencia.
Siempre le resultó insoportablemente imperativo e intolerante. Muchas veces intentó encontrar en la particular historia familiar una explicación para sus actitudes. Había nacido en un típico hogar puritano y semejante formación no hizo otra cosa que acumularle frustraciones que se fueron alojando en su inconsciente. Concluyó que allí se gestó la terquedad y vehemencia para proyectar sus aspiraciones a través de su descendencia. Con distintas estrategias, no dejaba de persistir en el intento.
A pesar de tantas diferencias y enfrentamientos que desarticularon sus vínculos, había empezado a transigir en algunas cuestiones formales con el fin de evitarle disgustos. Su otrora rebeldía se había trastocado por una actitud más contemporizadora. Muy atrás habían quedado las pretensiones juveniles de modificar sus hábitos o de dar rienda suelta a la iracundia que le producía la mayoría de sus actitudes. Empezó a aceptarlo tal cual era y experimentó el placer de encontrar puntos de convergencia y hasta de brindarle alguna gratificación.
Al trasponer la puerta de entrada al piso, la voluminosa figura de su padre salió a su encuentro. Lo abrazó con fuerza y manteniendo el brazo sobre su hombro, lo invitó a dirigirse  hacia el living, donde le ofreció el consabido vaso de whisky.
- ¿Irlandés o escocés? ¿Sigues bebiéndolo en las rocas?
-  Irlandés y con hielo. ¡Pero papá tú no puedes beber!
- A veces se justifica hacer un desarreglo, sobre todo cuando se trata de pasar un buen momento. Además, quiero conversar contigo algunas cuestiones importantes y no se puede prescindir del whisky.
- Tienes que cuidarte...
- Lo hago, sólo contadas veces tengo algún desliz.
No recordaba haber tenido un momento tan afectuoso con él. Le producía una extraña alegría esa proximidad y compartir una conversación sin la tensión habitual, como dos amigos sentados en los sillones del inmenso y siempre tan ajeno living. Percibió que su padre se sentía exultante, las mejillas se le enrojecían y  tenía un brillo especial en los ojos. Lo notaba feliz por el asumido desafío de romper las distancias y demostrarse capaz de afrontar un diálogo maduro.
- Johnny, comprendo que estoy llegando al final de mi camino, por esa razón quiero empezar a desmalezar el terreno y evitar posibles complicaciones en tu futuro. Advierto que tu vocación no se orienta hacia la gestión empresarial, entonces encomendé a Fred que se ocupe de todos los detalles, es mi hombre de confianza, él es a quien tienes que consultar ante cualquier eventualidad.
Esa noche lo sintió franco y sincero, despojado de las actitudes típicas de los ejecutivos, ese hábito de formular frases hechas y tonos de voz perfectamente estudiados con el fin de llevar al interlocutor al terreno preconcebido. Siempre le produjo una gran irritación detectar esa combinación de dosis de soberbia, hipocresía y cinismo en la preparación de un escenario donde asediar a su interlocutor como si fuera un objeto de caza, su acorralamiento como una presa, el tendido de sutiles trampas y el disfrute con el disparo final sobre el incauto.
John se sintió invadido por una extraña mezcla de sensaciones, el goce  por el afecto y la franqueza desplegada, por el cálido acercamiento y la congoja por la despedida preanunciada. Al final del camino, su padre estaba intentando construir un puente de plata, un acercamiento postrero, que llevaba implícito una expresión de arrepentimiento.
Cuando escuchó la oferta paterna, que confirmó sus presunciones, se sintió emocionado hasta las lágrimas. El tortuoso vínculo que supieron construir estaba quedando atrás. Ahora, al caminar por ese puente imaginario, se aceptaban y comprendían de una manera inédita, intentando rehabilitarse de tantas desavenencias.
Luego de la despedida, mientras conducía su auto por el Greenwich Village, se detuvo a pensar que la vida estaba llena de paradojas. Los hombres construyen sus fantasías, se ilusionan con poder dominar el futuro, definir caminos en su horizonte y acertar en los pasos por venir. En el terreno de su imaginación los proyectos aparentan ser sólidos, lógicos y razonables. Cuando se aproximan a la realidad son sometidos a pruebas inesperadas, confrontan con los diseñados  por otros laboratorios de ideas y, en esa interacción, se provocan conflictos, se originan frustraciones y, en ocasiones, se desencadenan tragedias  inesperadas. 
II
La infancia de John había transcurrido entre las moles de hierro y cemento del East Side de Manhattan, donde, como en ningún otro lado, los seres humanos están tan a merced de las máquinas y de los artefactos.
El condado de Manhattan es como un imaginario ombligo del mundo.
Sus calles, diseñadas en forma de una gran cuadrícula, parecen dejar impregnado a sus habitantes que todo lo que se propongan, con voluntad y dedicación será logrado. El barrio oriental cuenta con el vecindario más opulento, con calles espaciosas y con algunos de los más importantes museos de la ciudad.           
Esa pequeña y abarrotada geografía condicionó su personalidad y sus relaciones. No tuvo la libertad  de corretear por las calles, de experimentar con asociaciones y juegos, con travesuras y complicidades, ni la aventura de descubrir territorios o develar misterios. Esas carencias moldearon una personalidad cristalina, sin dobles intenciones ni picardías.
Sus amistades infantiles se reducían exclusivamente al selecto ámbito escolar. Donde todo estaba previsto, la actividad se desenvolvía dentro de los cánones institucionales, los límites estrictos fijados en los planes pedagógicos y la escasa espontaneidad de lo organizado por las comisiones de padres o estudiantes.
John William Doyle III se crió en el seno de una acaudalada familia neoyorquina, entre las obligaciones del doble turno escolar y un exclusivo club deportivo. Los encuentros familiares eran esporádicos, sólo conservaba recuerdos de formales cenas navideñas o de celebraciones de días de acción de gracias.
Haber sido hijo único promovió que sus padres cayeran en excesos de sobreprotección, casi siempre mediatizados a través de institutrices.
Su madre había fallecido al impactar con su automóvil contra una columna de alumbrado, luego de que cumpliera su octavo año de vida. Conservaba muy pocos recuerdos de ella. Alguna vez creyó escuchar que acostumbraba a excederse con el alcohol. Era muy bella, tenía una constante obsesión por mantener su figura y entre sus principales ocupaciones estaban las reuniones con la high society neoyorkina.
Provenía de una familia de clase media y, a pesar de las dos décadas que había de diferencia de edad, el matrimonio con el acaudalado Doyle había significado el logro de su máxima aspiración como mujer.
JWD III no recordaba expresiones de afecto hacía él o su padre. En sus primeros tiempos de orfandad materna se esforzó por obtener información sobre ella,  los pocos datos colectados estaban contenidos en el frío marco de mandatos, apariencias y convenciones.
Muchas veces se preguntó si la borrosa imagen que había logrado reconstruir de su madre era menos una acción memoriosa que una recreación motorizada por fotografías, videos y comentarios.  
Su padre había heredado una considerable fortuna de su progenitor, el primer John William Doyle. Éste había amasado su riqueza en oscuros negocios con sombríos personajes, como  Trujillo, Somoza, Duvalier y otros siniestros dictadores  caribeños. A pesar de que lo conoció muy poco, siempre creyó que la mayor habilidad de su abuelo fue la falta total de escrúpulos para operar con dinero mal habido. Tenía una notable bifurcación de su personalidad,  mientras en su vida familiar exhibía e imponía una estricta moral puritana, en el terreno de los negocios no tenía principios ni ética, era el dominio más absoluto de que el fin de la acumulación de riquezas justificaba cualquier medio.
Innumerable cantidad de veces se preguntó a cuantos muertos y tropelías debería agradecer la prosperidad familiar. Hasta se llegó a cuestionar la moralidad de disfrutar de ella.
Cuando el segundo eslabón de la dinastía tomó las riendas de los intereses familiares, diversificó las inversiones del grupo empresario que dominaba. El petróleo tejano pasó a ser la gallina de los huevos de oro y pudo multiplicar decenas de veces el capital recibido.
Los negocios y las inversiones eran su vida; no contemplaba, hasta ahora, otra posibilidad para su heredero que la de perpetuar sus hábitos.
Sus arengas permanentemente giraban alrededor de que la vida era una lucha a todo o nada en medio de la jungla. Con criterio darviniano afirmaba que la única ley era la de perfeccionar la aptitud para sobrevivir y no cabía otro resultado que el éxito. El fracaso era una posibilidad sólo permitida a los débiles e incapaces.
Siempre procuró que JWD III tuviera una formación de excelencia, para que pueda asumir la conducción del grupo económico con garantías de éxito. Pero la acumulación de exigencias, disciplina y carencias afectivas agobiaron tanto al joven que terminaron por despertar y forjar un espíritu romántico y rebelde en el tercer exponente de la dinastía Doyle.
Las vacaciones tenían un reiterado destino para JWD III, las fincas familiares en las playas y pantanos de Florida, a unos cien kilómetros de Jacksonville, con el permanente control de cuidadoras e instructores deportivos, matizado por ocasionales presencias paternas. 
Esos períodos estivales cambiaron su percepción del mundo. El contacto con la naturaleza y la amplitud de horizontes fueron propiciando actitudes que lo marcarían por el resto de su vida.  La contemplación del cielo multicolor del atardecer, la multitud de estrellas durante las noches sin luna o la inmensidad del océano le insumía largas y placenteras horas, sus pies descalzos surcando la arena húmeda de la playa en soledad, lo hacían soñar despierto. La recorrida de los pantanos le aportaba la ilusión de integrarse a una naturaleza salvaje y virginal.
Cada vez sentía una mayor necesidad de alejarse de las aglomeraciones y establecer una estrecha relación con esos recónditos lugares. Esos paisajes lograban emocionarlo como pocas experiencias en su vida.
La lectura, principalmente  de relatos extraordinarios y aventuras, fue su gran pasión adolescente. Se pasaba largas horas sumergido en ellos. Por muchos años conservó el recuerdo de la ansiedad que le producía comprobar que se acercaba la hora de dejar las obligaciones escolares para reencontrase en su hogar con el relato que había dejado inconcluso.
Hasta su pubertad, eran frecuentes su ensimismamiento, sus fantasías que tomaban como punto de partida las historias leídas, se introducía en esos mágicos escenarios y encarnaba las peripecias vividas por los protagonistas. Vivía con una intensidad inusitada la trama de cada narración en la que se sumergía.
El contacto con los libros estaba entre los momentos más felices de las primeras dos décadas de su vida. En el estrecho vínculo con esos relatos se irían gestando las utopías que foguearían su existencia. 
La timidez lo marcó en los nuevos desafíos que le imponían sus relaciones adolescentes, no obstante, sufría de una permanente pugna interior. La tenacidad paterna, parcialmente heredada, lo impulsaba a hacer esfuerzos y a imponerse actitudes para poder sobrellevar los momentos en que quedaba expuesto. No le faltaba audacia a la hora de establecer vínculos amorosos, siempre enmarcado por una lucha constante contra sus inhibiciones y temores.
Le gustaba la soledad, le resultaba extremadamente pesada la vida urbana. Soñaba con vivir en una cabaña de troncos con grandes ventanales, en las proximidades de los montes Alleghany  o del río Yukón. Alguna vez se planteó postularse como guardia forestal para concretar esas aspiraciones. Adoraba la idea de pasar largos inviernos aislado, protegido por el calor de los leños en el hogar, dedicándose de lleno a la lectura  y extraviando cada mañana su mirada en la lontananza.
Ese placer por los lugares apartados lo acompañó toda la vida. Su personalidad solitaria y retraída necesitaba de un lugar lejos de presiones familiares y de la frenética competencia en la que habían caído sus amigos, quienes rápidamente fueron abandonando los sueños románticos que habían compartido, para asimilarse de lleno a las convenciones sociales.
Al promediar su tercera década de vida, dejó de hacer esfuerzos por adaptarse a las exigencias del medio; la desidia y la insatisfacción se fueron imponiendo en su vida. No había olvidado sus ideales como la gran mayoría de sus congéneres, por el contrario, siempre añoraba la felicidad descubierta en sus jornadas de militancia o en la convivencia con seres despojados de apariencias y cuestiones de imagen, obsesiones materiales y competitivas. Que ofrecían al grupo en el que se integraban lo mejor que tenían sin esperar contraprestaciones.
Los reencuentros con sus ex compañeros de estudios le parecían insustanciales, inmersos en códigos incomprensibles para él. Había decidido evitar esas relaciones ancladas en el pasado. Los veía vacíos, con sus vidas perfectamente delimitadas, como viejos en plena juventud. Sus expectativas se reducían a nuevos destinos turísticos, comidas exóticas y pequeños placeres mundanos. Sumergidos en míseros proyectos, imbuidos de consumismo e hipocresía, su aparente felicidad dependía de conquistar unas pocas metas establecidas y lograr el beneplácito de su estrecho círculo social.
III
Los convulsionados años sesenta habían aportado a su vida estudiantil un elemento antagónico con las pretensiones paternas. El movimiento contra la guerra en Vietnam y por la igualdad de derechos de los negros encontraría al joven Doyle en cuanta manifestación se produjera.
La primera detención del heredero, a raíz de un enfrentamiento con la policía en las proximidades de su universidad, le cayó como una lluvia helada a JWD II, pero no tuvo mucho tiempo para asimilarlo. Dado que comenzaron a sucederse con relativa frecuencia el regreso a la casa con lesiones y con la ropa maloliente y destrozada.
Los reclamos paternos terminaron por hartar al joven y se marchó a vivir con sus congéneres. Luego de varios meses de carecer de noticias de John, habrá sentido que sus pretensiones se derrumbaban por completo cuando descubrió su militancia de izquierda.
Fue un tibio día de septiembre, cuando recibió un inesperado llamado desde Buenos Aires y escuchó la temblorosa voz de su hijo pidiéndole dinero y un pasaje para retornar, después de huir de la ensangrentada ciudad de Santiago.  
Luego de semejante experiencia, tuvo la ilusión de que la proximidad con la matanza propiciada por los militares chilenos amenguaría su espíritu aventurero. Pero, volvió a ser defraudado.
La participación de John en las corrientes contestatarias comenzó a mermar a fines de los setenta y dejó lugar a una vida más apacible con su integración en el movimiento Flower Power y la convivencia en las promiscuas comunidades suburbanas.
A pesar de que su alejamiento de la militancia tranquilizó al padre, no pudo dejar de escandalizarse cuando una madrugada fue despertado por la policía para avisarle que lo habían internado de urgencia por una sobredosis de drogas y alcohol.
Luego de ese trance, intentó dedicarse más tiempo a encauzar a su primogénito. Lo instaló en una oficina contigua a la suya. Primero le derivó algunas responsabilidades menores para mejorar su autoestima, luego intentó aprovechar su informalidad y lo vinculó al negocio artístico.
En los primeros tiempos parecía que todo se encaminaba según sus aspiraciones, pero progresivamente se fue percatando que el nuevo ámbito de actuación hizo que viviera en medio de continuas borracheras y juergas que amenazaban con hacer fracasar nuevamente su intento de encauzar su vida.
El matrimonio con una actriz de variedades lo ilusionó por un muy breve lapso en que podría mejorar su perspectiva. Pero, JWD III lejos de alejarse de esos mecanismos evasivos, se hundió nuevamente en sus viejas adicciones, en infinidad de despilfarros y despropósitos. Hasta tal punto, que cuando su nuera desapareció de la escena, al vincularse sentimentalmente con un director teatral, sintió un enorme alivio.
No se cansaba de arengar a su hijo para que abandonara esa vida sin perspectivas y “de típico perdedor”. Insistía en ponerse como ejemplo de hombre exitoso, pero veía que sus sermones resultaban cada vez más infructuosos.
Percibía que su hijo perdía hasta la voluntad de replicar,  se mantenía en silencio y lo dejaba actuar. Lo veía desganado, sin fuerzas. Llegó a la conclusión de que debería encontrar alguna iniciativa que logre apasionarlo, algún proyecto que le permitiera encontrarse con metas satisfactorias en su vida.
Cuando apareció la oportunidad de comprar una estancia en la Patagonia argentina pensó que era el destino ideal para su hijo, sabiendo de los gratos recuerdos que el fugaz paso por la geografía andina había dejado en su mente. Allí se alejaría de tentaciones perniciosas y paulatinamente podría asumir la responsabilidad de los diversos negocios que planificaba concretar con una ínfima inversión. Suponía que lo exótico del lugar actuaría como un bálsamo espiritual luego de su reciente fracaso matrimonial y lo impulsaría a superar el estado de desánimo en que se encontraba.
Aunque al principio no percibía ningún entusiasmo, poco a poco, notó que empezaba a reaccionar. Intuía que hacía esfuerzos y comenzaba a aportar sus ideas. Se entusiasmó al convencerse de que su hijo podría conciliar su vieja pasión por la naturaleza con llevar adelante parte de sus negocios.
Estas presunciones se materializaron y lo colmaron de felicidad cuando John le confesó que estaba paladeando un nuevo equilibrio que lo vitalizaba, que se había propuesto que, a sus cuarenta años, debía sentar cabeza y que la vida le ofrecía una nueva oportunidad que no debía desaprovechar.
IV
Con apenas tres millones de dólares había adquirido una superficie de cuarenta mil hectáreas de tierra casi virgen. La finca estaba ubicada en la frontera argentino chilena, sobre la falda de la cordillera andina. Dentro del extenso predio quedaban incluidos un lago, varias lagunas,  dos ríos e infinidades de arroyos y cascadas. La tercera parte de la propiedad estaba cubierta de bosques de araucarias, lengas, canelos y coihues estratificados según las alturas de las laderas de las montañas que cubrían. La posesión comprendía también unos sesenta mil ovinos y mil doscientos bovinos.
El casco de la estancia contaba con ochocientos metros cuadrados de superficie cubierta, que abarcaban la cabaña central, oficinas, depósito y la vivienda del encargado. Las instalaciones disponían de un gran confort y equipamiento de última tecnología.
Los Benetton habían hecho punta en la región, acumulando unas 900 mil hectáreas. También Ted Turner y Jane Fonda, Silvester Stallone y su socio Charles Lewis fueron compañeros de ruta en la masiva compra de tierras patagónicas a precio de ganga por parte de importantes grupos empresarios y figuras del jet set.
Uno de los más activos en la promoción de la compra de tierras, a ambos lados de la frontera andina, fue Douglas Tompkins, quien contaba con casi trescientas mil hectáreas adquiridas en el sur de Chile; a través de la fundación Patagonia Land Trust, que tutelaba. Había difundido la necesidad de preservar esos espacios naturales porque los sudamericanos no garantizaban su supervivencia. Detrás de esa argumentación estaba la desgravación de cargas fiscales en los Estados Unidos al adquirir tierras bajo una cobertura ecologista.
El fenómeno de la desnacionalización de tierras se disparó en la última década del siglo y tuvo su apogeo entre 1997 y 1999, cuando fueron compradas por magnates extranjeros unas ocho millones de hectáreas en zonas limítrofes argentinas ricas en recursos y bellezas naturales.
La estancia El Murmullo contaba en los hechos con una especie de soberanía extraterritorial que le brindaba total autonomía. Tenía una pista de aterrizaje propia y sistemas de comunicaciones satelitales que hacían innecesario el paso por los centros poblados más próximos.
Por otro lado, el intento de  tomar contacto con las poblaciones más cercanas era una misión casi imposible; había que transitar más de cien kilómetros de una carretera de pedregullo extremadamente riesgosa, con inexistente  mantenimiento y que la mayor parte del año se encuentra cubierto de planchones de hielo y profundos pozos y huellones dejados por los esporádicos vehículos que se aventuran a peregrinar por esos caminos.
La columna vertebral del proyecto paterno pasaba por la construcción de varios centros turísticos y pistas de esquí, que serían  promovidos por exclusivas agencias turísticas internacionales, logrando de esta manera evadir también las cargas impositivas locales. Ninguna autoridad podría verificar ni controlar sus operaciones porque la facturación se domiciliaría en el paraíso fiscal caribeño de las islas Caimán.
Prácticamente, el único acceso quedaba reducido a la vía aérea. La estancia contaba con avión, helicóptero y una docena de vehículos todo terreno para cubrir las necesidades más imperiosas. 
El rédito previsto era enormemente atractivo. La comercialización estaba pautada en unos tres mil dólares por semana de alojamiento básico por persona. Si el turista pretendía privacidad ese costo se multiplicaba.
Entre el hotel y las cabañas podrían albergar hasta ochenta personas. El atractivo de los deportes invernales, la pesca deportiva, lo exótico del lugar y el contacto con una naturaleza impoluta sustentaban una promoción por demás atractiva y garantizaban una buena afluencia de turistas todo el año.
V
Esa mañana, cuando JWD III subió al lear jet en un aeropuerto suburbano de Buenos Aires, las difusas imágenes que tenía del lugar de destino alimentaban un sinfín de interrogantes que pugnaban entre sus pensamientos.
No lo convencía el argumento de establecer con claridad los límites de la estancia y la preservación de la seguridad por el aislamiento del lugar, para entender las razones del costoso tendido de cercas de alambre y la contratación de un contingente de ex militares para la custodia de la propiedad.
Las palabras de su padre en la despedida le despertaron cierto escozor, cuando, con su ímpetu y seguridad habitual,  le dijo “no te detengas ante ningún obstáculo para cumplir tus objetivos“, mientras las pesadas manos se posaban en sus hombros y los cansados ojos grises se anclaban sobre los suyos.
Una escala técnica en un precario y aislado aeropuerto lo distrajo momentáneamente de sus inquietudes. El paisaje desolado y el agobiante calor de la tarde pampeana hicieron casi desesperante el recorrido hasta un mediocre restaurante, donde compartió un almuerzo con los ocasionales compañeros de viaje.
Ese distendido momento posibilitó un mayor conocimiento de los que compartían el vuelo, que prácticamente se presentaron unos minutos antes de ascender al avión. Frank Sprizt, era el responsable  económico del proyecto, ex niño prodigio y brillante egresado de Harvard, que estaba haciendo una prodigiosa carrera en el grupo empresario Doyle. Contaba 28 años y tenía la pujanza típica del hombre nacido en tierra californiana. Solía acompañar el despliegue de sus conocimientos con una adolescente pedantería y no había tema donde no quisiera demostrar su solvencia. Cuando ello ocurría, su apariencia de precoz intelectual, su peinado despeinado y sus particulares gafas tipo John Lennon, aportaban una cuota de aparente indefensión a su histrionismo.
Paul Adams, el cerebro del proyecto, tenía la locuacidad típica de los profesionales en turismo, acostumbrado a contar las bondades de los destinos, alojamientos y excursiones. Parecía solazarse con escuchar el sonido de su voz. Había traspasado la cuarta década de vida, su infancia y adolescencia en Boston aportaban a su personalidad un tono flemático, un esmero especial a su vestuario y una cuidada dicción a su discurso.
Martín Lambert, apenas pasaba los treinta años. El piloto, nacido en Tierra del Fuego, permanecía en silencio y prestaba una gran atención durante la mayor parte de las conversaciones. Pero parecía que el perfil griego de su rostro abandonaba su marmóreo aspecto, se  despertaba e irradiaba pasión cuando se abordaban temas específicos de su profesión, como rutas aéreas o la particular geografía patagónica.
Aportó nutrida información sobre la zona. Explicó que “la meseta patagónica es una extensa región fría, semidesértica y asolada por intensos vientos y el avance de los médanos. En cambio, la zona próxima a la cordillera andina  está cubierta de bosques milenarios, con una gran cantidad de lagos y caudalosos ríos. Es donde se concentra la mayor cantidad de población y riqueza”.
- Con esas características, debe ser complicado pilotear un avión por estos lugares. Se interesó Paul.
- Ahora es sencillo. Las rutas aéreas patagónicas fueron abiertas por Antoine de Saint Exùpery, el autor de El Principito, que recorrió esta zona a comienzos de la década del treinta. En esa época sí que era complicado, sin pistas, sin abastecimiento, sin asistencia técnica ni mecánica, desconociendo e improvisando todo...
- ¿Se puede operar todo el año?
- Con el instrumental y la tecnología que se dispone en la actualidad, prácticamente no hay razones para suspender un vuelo por cuestiones climáticas. Pero hay que conocer la zona. Pasa lo mismo con los vehículos, quien nunca manejó en la nieve o en el ripio, si no es cauteloso, seguro que va a sufrir algún accidente.
Siguieron viaje ingresando decididamente en la meseta patagónica. John mostró su asombro por tanta inmensidad y desolación. Había tramos donde no se podía detectar presencia humana, era como un gigantesco océano con distintos tonos de ocre.
Frank quiso exponer sus conocimientos y explicó las principales características de la región: “es una zona que estuvo muchas veces en la mira de las potencias por sus abundantes riquezas, enorme extensión y escasa densidad de población. Acá hay cuantiosas reservas de  petróleo y gas, muy buena pesca, diversidad de minerales, una de las mayores reservas de agua potable y bellezas naturales increíbles”.
- Pero si existe tanta riqueza, ¿cómo se explica la escasa población? Asombrado, consultó John.
- Hasta hace cien años fue una región poblada exclusivamente por indígenas. El progreso y la explotación de las riquezas los fueron arrinconando cada vez más hacia las zonas montañosas. Es muy parecido a lo ocurrido en nuestro Far West... Con la diferencia que acá no hubo un asentamiento masivo de campesinos. Los estancieros, en su gran mayoría británicos, se instalaron en una tierra que consideraron de nadie, llegaron antes que el Estado e impusieron sus leyes. Luego de una experimentación en las islas Malvinas con resultado positivo, trajeron millones de ovejas para abastecer con su lana a la industria textil inglesa. La sobrecarga de animales rompió el equilibrio ecológico desertificando aún más la meseta. Ahora, con la crisis de la estancia tradicional, hay tanto furor por las tierras de la región que un catedrático local llegó a sostener irónicamente que las propiedades compradas por los extranjeros son tan inmensas y la Patagonia está tan alejada de Buenos Aires, que si un gobierno extranjero decidiera construir allí una base militar, la descubrirían veinte años después.
- ¿No hubo reacciones de los argentinos?
- Oficiales, muy pocas. No se olvide que acá los funcionarios actúan según sus propios negocios y las nuevas inversiones son una muy buena oportunidad para hacerlos. El silencio oficial  promovió más aún la oleada de compras. Hubo denuncias y alguna que otra manifestación, pero nada importante.
- ¿Y en qué consistieron esas denuncias?
- Reflejaban un temor a la desnacionalización del territorio...
- Aunque parezca exagerado -intervino Martín-, muchos recordaron cómo en el siglo XIX, Estados Unidos despojó a México de la mitad de su territorio, aprovechando el caos interno y el proceso comenzó también con la compra de tierras en Texas. Luego,  los grandes propietarios la declararon república independiente y después  se sumó como otro estado norteamericano.
- Pero, fueron opiniones minoritarias que no tuvieron mucha repercusión, ni siquiera en la prensa, sólo en algunos ambientes de la izquierda trasnochada. Volvió a intervenir Frank.
- ¿Y los indígenas, cómo actúan y cuál es su vínculo con los blancos?
- Recién en los últimos años, los mapuches comenzaron a hacerse notar con reclamos reivindicativos y protestas, reflotando sus viejas creencias y festejos. Hasta hace unas décadas su grado de sometimiento era total, después de haber sufrido sucesivas “Campañas del Desierto”, que fue el eufemismo utilizado para desplazar a los indígenas manu militari. Explicó Martín.
La conversación había llegado al punto donde se estaban concentrando las inquietudes de John. En ese momento le vino a la mente algo que casualmente recordó al partir del aeropuerto Kennedy, lo paradójico de haber nacido en una isla que un holandés compró por baratijas a los indios y tener la sensación de que ahora él estaba a punto de repetir esa singular historia. Intuía que alguna relación dialéctica existía entre El Murmullo y los mapuches.
- ¿En la estancia hay nativos? Preguntó a Frank.
- Todos los peones son mapuches y viven en la estancia, en una especie de comunidad autosuficiente. Tienen sus animales y algunos cultivos.
- ¿Cómo se relacionan con la estancia? ¿Son pacíficos? Inquirió John con una evidente carga de ansiedad.
- Me veo en la obligación de anticiparle que el cerro donde proyectamos construir el centro invernal es donde ellos tienen su aldea y lo consideran un lugar sagrado. Es un conflicto que tenemos que analizar con detenimiento y estudiar cómo resolver.
JWD III quedó ensimismado ante esa revelación. ¿Por qué su padre no le había hablado del tema? Así estuvo largo tiempo pensativo mientras observaba el monótono paisaje.
La nave giró en su recorrido, permitiéndole divisar el majestuoso atardecer patagónico. El cielo se había convertido en un colage de tonos y matices, desde el fucsia al amarillo. No recordaba haber visto jamás un colorido semejante.
A pesar de que era casi medianoche,  el atardecer estaba  en su plenitud. La cordillera recortaba su silueta oscura sobre el horizonte. Detrás de ese encadenamiento de montañas y picos nevados, comenzaba a ocultarse el sol.
La geografía había cambiado radicalmente. En pleno verano, los campos se veían florecidos de retamas amarillas y rojos y azules lupinos. Concentrado como estaba en la observación, un lejano resplandor que se asomaba entre la espesura de un bosque en la ladera de un cerro llamó su atención. Fijó la mirada y a medida que se acercaba la nave pudo detectar un gran fuego en un claro de la arboleda.
Antes de ensayar una pregunta, Paul adivinó sus pensamientos y se aprestó a dar explicaciones: “es la aldea mapuche... en determinadas épocas del año llegan familias de distintos lugares para cumplir con sus rituales.”
A esta altura, los interrogantes de John se habían potenciado
- ¿Qué saben de la relación que tuvieron con el anterior propietario?
- Convivieron sin contratiempos con ellos. La familia Petterson se dedicó durante casi un siglo a la producción lanera. Eran anglicanos practicantes y tuvieron una relación paternalista con los mapuches. Ellos eran sus peones y se les permitía que el cerro fuera su reducto.
John se quedó con la mirada clavada en las llamas y las columnas de humo que dibujaban extraños e inquietantes trazos sobre el horizonte.
VI
Cuando Lambert anunció el comienzo de las maniobras de aterrizaje e indicó el lugar del descenso, se sintió embargado por un estado de gran ansiedad por los dilemas que le plantearía el espacio terrenal al que estaba a punto de ingresar.
Un cuarto de siglo después iba a pisar nuevamente ese extraño lugar del mundo. Regresaron a su mente las imágenes del terror sufrido cuando los militares se sintieron dueños de la vida y de la muerte, cuando se salvó providencialmente gracias a la clarividencia de Curt, su viejo compañero de  militancia, que una semana antes del golpe advirtió que el clima irrespirable que se vivía en Santiago preanunciaban un sangriento asalto al poder. Que las inconsecuencias del gobierno habían dejado desarmado cualquier intento de resistencia y que estaba planteado preparar la huida de Chile como fuera. Entonces emprendieron una desesperada carrera hacia la cordillera para atravesar la frontera antes de que se consumara el golpe de estado. Sintió escalofríos por esos recuerdos y por la paradoja del retorno.
Volvía a la tierra de donde había escapado de las zarpas de una fiera a punto de desatarse. Entonces se produciría uno de los primeros mazazos contra un mundo a punto de derrumbarse, al que había aportado todas sus ilusiones y utopías. Hoy regresaba en busca de encontrar la motivación que le estaba faltando a su vida y de recuperar parte de las ilusiones perdidas.  
Al descender de la nave se vio rodeado de campos ondulantes y adornados de una vegetación intensamente verde con algunas policromías. La caricia de una fresca brisa y el salvaje aroma de una naturaleza salvaguardada todavía de la acción humana, fue la gratificante manera en que esa tierra desconocida le brindaba la bienvenida.
Un vehículo todo terreno los estaba esperando, cargaron el equipaje y partieron hacia el casco de la estancia. Unos quince minutos después, estaban frente a una inmensa cabaña de troncos clavada al pie de un pequeño cerro, rodeada de un bosquecillo de cedros azules. Los senderos que conducían hacia los distintos accesos estaban enmarcados por florecidos rosales y lavandas, y un cuidado césped inglés daba muestras de una dedicación admirable al paisaje de los alrededores de las edificaciones. Eran dos plantas pentagonales, con grandes ventanas y aleros. El atardecer daba a sus paredes una tonalidad cobriza que contrastaba con el verde inglés del techo a tres aguas.
Al ingresar a la enorme cabaña, el staff de la empresa los estaba esperando en el vestíbulo. Lucila Brown, la blonda secretaria,  oficiaría de cicerone.
“Welcome, mister Doyle”, exclamó, saliendo al encuentro de los recién llegados. Tendría unos veinticinco años,  delgada, de mediana estatura  y con una habilidad especial para que el dibujo de su sonrisa pareciera siempre natural y espontáneo. Era la tercera generación de una familia inglesa instalada en la zona, parte de los primeros contingentes interesados en esas desoladas tierras patagónicas.
Presentó a Ernesto Cantisani, un  robusto arquitecto que estaba a cargo del diseño y de las obras proyectadas; Daniel Furman, el grueso administrador de la estancia; Martiniano Soler, el abogado, y Gustavo Ibarra, quien tenía a su cargo los sistemas informáticos y de comunicaciones.
Lucila fue también  la encargada de mostrar las suntuosas comodidades de la mansión y de presentar al personal de la casa. Cinco de los siete que componían la plantilla eran descendientes de indígenas y los dos restantes, el matrimonio formado por la cocinera y el encargado, chilenos.
Como estaba cansado del prolongado viaje, decidió abreviar lo más que pudo la sobremesa. Cuando se tendió en su cama, sintió una gran felicidad por el paraíso que creyó haber descubierto. El silencio de la noche le pareció  mágico. Al recorrer con la mirada el dormitorio, pudo apreciar detalles de confort y de buen gusto que no se había imaginado en esos confines del mundo.
Por primera vez en su vida se sentía seguro de sí mismo. Autónomo, distante de las arengas de su padre, y  al mismo tiempo convencido de que podía brindarle satisfacciones por la misión que le había encomendado.
Le resultaba algo fantástico poder conciliar tantas cosas que siempre estuvieron separadas por abismos de desencuentros. En medio de estas cavilaciones se quedó dormido.
Cuando despertó, esas sensaciones gozosas persistían. Al correr las pesadas cortinas de terciopelo púrpura, pudo descubrir una mañana límpida y luminosa que exaltó aún más su estado de ánimo. 
Se sintió extasiado por la belleza del lugar. Se estremeció al ver a lo lejos las montañas nevadas arropadas de frondosos bosques, el lago convertido en un espejo y, al girar su mirada hacia el oriente,  sintió el sortilegio de la inconmensurable meseta. Pudo apreciar la profundidad de un horizonte sin límites, similar a la inmensidad de un océano o de un desierto.   
Al llegar a la planta baja se encontró con Patricio Cárcamo, el encargado de la estancia. Tendría unos cuarenta y cinco años, fornido y de estatura mediana, tez blanca, pelo negro y ojos rasgados. Vivía con su familia en una de las cabañas próximas al casco.
El hombre invertía tanta dedicación  en la conversación, que le resultó extremadamente  simpático y creyó que sería clave para el conocimiento del lugar y de su gente.
-Don Doyle,  quiero hacerle algunas recomendaciones sobre el lugar. si se interna en el campo tiene que tener cuidado. Es muy común encontrarse con pumas, aunque en esta época se retiran a los montes acompañando a los guanacos, que son su alimento. En el invierno, a veces se los ve caminando por las cercanías.
- Sé que también hay muchos guanacos…
- Es como un camello pequeño y sin joroba, que siempre anda en manadas. Y donde hay guanacos, hay pumas. Estos gatos en general evitan al hombre, pero si se cruza con uno, sobre todo si es una hembra, se le puede venir encima. Si le demuestra miedo está perdido, tiene que extender los brazos, aparentar ser mucho más grande y gritar fuerte. Si hace eso, seguro que el puma se va. Hay que conservar la sangre fría en ese momento.
- ¿Y los cóndores? ¿Pueden atacar? Preguntó con una curiosidad infantil.
- Mire, a pesar de que son tan grandes, esta variedad de buitres no son agresivos. Siempre están en las alturas, sus nidos están en la montaña y se alimentan de carroña.
Luego de agradecer por la información que le había suministrado, John le indagó sobre un tema que lo estaba obsesionando.
- Ahora, cuénteme  de los mapuches...
- Son pacíficos, muy trabajadores, tenemos catorce peones y cinco mujeres en la casa que son mapuches, junto a sus familias viven en una pequeña aldea en el cerro Küme Huenu. Están un poco revoltosos porque se enteraron de los proyectos del centro invernal. Dicen que son sus tierras sagradas y no van a permitir que el hombre blanco se meta en ellas.
- ¿Cuándo me aproximaba con el avión observé un gran fuego en la montaña?
- Si, es que ahora, están celebrando el Nguillatun, una ceremonia que todos los años, para los primeros días de febrero, convoca a las familias de la zona. Es para augurar buen tiempo y prosperidad.
- ¿Son muchos?
- Este año debe haber como doscientos, parece que cuando visualizan dificultades más se juntan. En los días anteriores a la ceremonia van llegando comunidades desde muy lejos, transportando en carros colchones, mantas, alimentos, mesas y sillas. Durante cuatro días se quedan en el lugar de los rituales, donde hacen demostraciones de abundancia, invocaciones y sacrificios.
- ¿Sacrificios? Embargado por el asombro y la ansiedad, John había quedado encandilado por los descubrimientos que estaba realizando.
- Sí, sacrifican muchos corderos y a la mejor yegua como tributo al dios Futachao. El último día ruegan para que haya abundantes lluvias y hacen la ceremonia del sangrado de los corderos. En medio de los gritos, las ancianas siguen con sus rezos, mientras la sangre se mezcla con jugo de piñones de araucaria y se arroja sobre los corderos sagrados. El último almuerzo lo comparten  todos, a diferencia de los otros días en que cada familia come frente a su ramada, una especie de choza hecha con ramas.
- ¿Se puede presenciar la ceremonia? ¿Son amistosos?
- No se lo aconsejo. Llevan dos días de festejos y deben estar con mucho alcohol encima, así que si ven extraños se les puede despertar la furia. Más ahora que saben de las obras y que piensan que van en su contra.
VII
John quedó muy preocupado por la dimensión del conflicto que tenía frente a sí y que, extasiado por las bellezas del lugar y sus descubrimientos, había minimizado. Luego de despedirse de Patricio, fue a cabalgar en compañía de Frank, Paul, Daniel y Gustavo para hacer un reconocimiento del lugar.
Llegaron hasta la orilla del lago. Entre los abundantes pastizales divisaron una manada de guanacos  y algunos ejemplares jóvenes, muy curiosos, que pastaban en soledad. Compartían el territorio con cientos de ovejas y una docena de huemules.
En la cabalgata por un terreno cubierto de pastizales y algunos arbustos, cada tanto aparecían como manchas en el paisaje de flores amarillas, rojas y azules. En el trayecto se habían cruzado con bandadas de ñandúes y varias liebres patagónicas que raudamente desaparecían al paso de los caballos. Desde las alturas, los acompañaba el sereno vuelo de una pareja de cóndores.
Recorrieron una gran depresión rodeada por montañas, de las que sobresalía el cerro Küme Huenu, con su imponente pico nevado. El inmenso valle era una pintura de infinitos matices de verde y lo surcaban varios arroyos y chorrillos, además del extenso lago.
La observación del paisaje le había permitido a John recobrar la calma. Casi se había olvidado del complicado panorama descrito por Patricio.
Pero, sorpresivamente, comenzó a escucharse una extraña música coral acompañada por instrumentos de percusión que venía del otro lado del arroyo que estaban bordeando.
- ¿Qué es eso? Se inquietó John.
- Ya se despertaron los mapuches y recomenzaron las ceremonias, están golpeando el kultrum, es el cuarto día de festejos. Respondió Gustavo, que a partir de su vocación de pescador deportivo, era un gran conocedor de las costumbres de la región.
Sin proponérselo, los cinco se detuvieron para ver a lo lejos una gran cantidad de jinetes que giraban alrededor de un inmenso fogón instalado al pie del cerro. Se les despertó la curiosidad y decidieron acercarse con sigilo.
Atravesaron unos pajonales y dejaron atrás algunos árboles aislados, hasta llegar a la orilla del arroyo, donde se detuvieron a unos trescientos metros del lugar de la ceremonia.
Pasaron alrededor de veinte minutos observando, semiprotegidos por unas matas negras que cubrían parcialmente el terreno que los separaba del fogón. Los comentarios de Gustavo ilustraban su flamante inmersión en esa tierra.
Pudieron divisar a algunos hombres que danzaban alrededor del fuego agitando sus ponchos. En el centro de la ceremonia, a partir de las aportaciones de sus compañeros, pudo detectar a un grupo de  ancianos sentados.
Gustavo explicó que se trataba del choique purrun, la danza que simboliza la caza del ñandú y que es uno de los momentos culminantes del festejo. En medio de los gritos, que son un llamado al espíritu de la gente de la tierra, los jóvenes bailan ataviados con tocados de plumas y ponchos que mueven a modo de alas.
En el lugar, que es considerado sagrado, a lo largo de dos días y dos noches, los mapuches comparten los consejos y conocimientos de sus mayores como una forma de trasmitir su tradición oral.
La simbología utilizada en el ritual tiene una esencia cooperativa, la hembra del choique pone los huevos, el macho los incuba y la comunidad los cuida. Ese es el sentido del baile y de la organización mapuche. Ellos tienen en los ciclos naturales de la tierra al componente esencial de su cosmovisión.
Al rato, dejó de sonar el kultrun. El breve silencio fue abruptamente interrumpido por un alarido, seguido de un coro masivo de gritos destemplados, y todos los participantes del ritual comenzaron a apuntar sus miradas hacia donde estaba el quinteto de jinetes. La procesión dejó de cumplir con su trayecto circular y se encaminó decididamente hacia la costa del arroyo.
Gustavo les recomendó que se queden tranquilos, aunque, a medida que se acercaba el amenazante desfile, todos sintieron escalofríos. Nadie atinó ni siquiera a insinuar la retirada. Se quedaron paralizados, confundidos,  aspirando a que el mal momento fuera fugaz y la ceremonia volviera a circunvalar el fogón.
John se estremeció por el brusco acercamiento a la realidad que estaba a punto de protagonizar. A pesar de los temores que lo invadían, creyó que resultaría indecoroso huir dentro de su propio territorio y en el primer día de acercamiento con su staff.
Los mapuches llegaron hasta la orilla opuesta y se detuvieron, quedando sólo separados por el cauce del arroyo donde estaban los inmóviles jinetes. Los que sostenían las lanzas y estandartes comenzaron a golpearlos contra el suelo. Apenas unos treinta metros separaban a los cinco observadores del centenar y medio de hombres y mujeres mapuches que se distribuían a lo largo de unos cincuenta metros de la costa.
La única vestimenta que tenían los hombres era un paño a manera de tapa rabos y las mujeres se cubrían con una manta con grandes contrastes de colores. Sus rostros estaban pintados de rojo, sus cabezas adornadas con plumas y collares. Ostentaban con un provocativo orgullo las banderas de la nación mapuche, compuestas por franjas de color celeste, rojo, verde y negro, y en el centro un círculo amarillo.
Sus rostros crispados trasmitían un odio visceral, resultaba muy difícil mantener la calma y soportar esos ojos que lanzaban dardos cargados de furia. Durante varios minutos el contingente mapuche sólo se expresó a través de las miradas, imponiendo un insonoro dominio de la situación.
Sorpresivamente, el pasmoso silencio fue cortado por un estremecedor grito del cacique, seguido de un alarido masivo. Algunos saltaban y agitaban los puños, lanzas y banderas. Parecían drásticas advertencias, andanadas de maldiciones lanzadas sobre los aterrados hombres blancos.
Cuando los indígenas percibieron el efecto logrado, satisfechos de la manifestación de fuerza realizada, mientras entonaban sones triunfales, dieron la media vuelta y retornaron a su centro ritual.    
Los semblantes de los cinco jinetes fue todo un signo de debilidad ante la demostración de fuerza mapuche. Seguían paralizados, irresolutos, hundidos en el pánico por la inesperada manifestación paleolítica que se les había cruzado en su camino.
La impactante experiencia vivida excluyó todo tipo de comentarios durante el regreso al casco de la estancia.
Todos coincidieron al llegar en que se hacía imprescindible concretar una reunión para tratar los pasos a seguir, luego del desfavorable primer escarceo. Decidieron dejar libre el resto del domingo y realizarla al día siguiente.
VIII
El proyecto turístico preveía un aprovechamiento integral de las ventajas naturales del lugar. Los estudios de elevación y de las pendientes del cerro Küme Huenu arrojaban como conclusión una ecuación casi perfecta para la habilitación de una decena de pistas de esquí, al disponer de una buena capa de nieve durante, al menos, seis meses al año.
Sobre la ladera oriental fluían aguas termales. Su temperatura, alcalinidad y contenido de azufre eran totalmente favorables para el aprovechamiento humano. Para tal fin, se proyectaba instalar un confortable hotel, con piscinas individuales, grupales y colectivas.
Contaban con el atractivo adicional de la pesca de la trucha, una especie salmónida de agua dulce muy combativa, que hace las delicias de los pescadores deportivos; quienes acostumbran a obtener sus piezas sin la utilización de carnada y devolverlas al río, luego de fotografiarse con la presa conquistada.
Para alojar a los futuros turistas se había diseñado una red de confortables cabañas y hosterías. Como actividades complementarias  proyectaban la navegación del lago, excursiones, paseos pedestres y alpinismo.
Para llevar a cabo las obras del complejo turístico se necesitaría abrir varios caminos y talar, estimativamente, un diez por ciento de la superficie del bosque que cubría al cerro. Estos trabajos insumirían una gran cantidad de maquinaria y mano de obra.  Resultaba evidente que dicho proyecto era incompatible con la persistencia de la comunidad aborigen habitando  el cerro.
La reunión, convocada para efectuar una caracterización de la situación, entró de lleno en el tratamiento del crítico tema.
Martiniano Soler, un espigado cordobés que rondaba el medio siglo de vida, con su arrogancia y locuacidad habitual dio un informe sobre todos los fallos judiciales favorables que harían factible el desalojo de los nativos.
- Ahora sólo resta tomar la decisión de pedir la fuerza pública para desplazarlos. Tenemos un buen sustento para dar ese paso. Afirmó al finalizar su alocución.
- ¿Hubo conversaciones con los mapuches? - preguntó John- ¿es posible alguna negociación, ofrecerles un canje de tierras o una compensación económica que evite el escándalo y la represión?
- En realidad las conversaciones no fueron muy fluidas. Ellos no ofrecen ningún flanco, son irreductibles. Tenemos un predio asignado para ubicarlos y con la construcción de sus cabañas a punto de finalizar, pero, lo ideal sería abrir negociaciones sobre la base de hechos consumados, sin darles tiempo para preparar resistencias y organizar redes de solidaridad. Contamos con un hecho importante a nuestro favor, el control del perímetro de la estancia es total. Cuando lo decidamos, nadie más podrá ingresar sin autorización expresa. Instruiremos a los custodios y se aislará el conflicto. Señaló con elocuencia el abogado.
- Por otro lado, estamos en la etapa preliminar de las obras para comenzar con la construcción en la primavera próxima. En el invierno no se puede hacer nada. Si no concretamos ahora los trabajos de desmonte, apertura de caminos y nivelación de suelos, perderemos un año. Advirtió Cantisani.
La conclusión a que se llegó fue que en una semana o diez días  se debería empezar con las tareas. Para ello había que contar con toda la maquinaria, el personal y las fuerzas policiales desplegadas para darle contundencia a la decisión y aprovechar el efecto sorpresa.
- Una vez finalizado el Nguillatun - añadió Soler-, sería aconsejable que todos los visitantes se retiren sin dar ningún motivo para la sospecha o el preanuncio del conflicto. Cumplida esta fase, no debería permitirse que ningún extraño más pudiera atravesar el cerco limítrofe de la estancia.
A pesar de la unanimidad alcanzada, John sentía un intenso malestar anímico. El escollo inesperado que había surgido alteraba el clima de paz que había imaginado. Insistió durante toda la reunión en la necesidad de evitar la represión y, en función de esa prédica, se dispuso invitar al cacique Guaiquil Curiñanco a un encuentro, el viernes siguiente, para conversar y explorar la posibilidad de alcanzar un acuerdo.
IX
A medida que pasaban los días, las angustias de John iban en aumento. La presencia de Lucila era la única compensación a tanto desasosiego. Cada vez le resultaba menos indiferente; su gracia, simpatía y sensualidad concentraban su atención. Las conversaciones se prolongaban más allá del horario de la jornada y desbordaban ampliamente los temas laborales.
A veces parecía fría y distante, compenetrada en sus tareas de asistir al resto del staff; en otras ocasiones, sorprendía con sutilezas humorísticas, con delicados comentarios o una  ternura especialmente deslumbrante, tenía un encanto y un poder de seducción que hasta entonces no parecía deliberado. El paso de la rigurosidad de su función a la calidez de una charla coloquial resultaba ser tan agradable para John que la joven logró subyugarlo en poco tiempo.
Esa noche habían estado preparando la reunión con los mapuches, los pormenores del encuentro en el que depositaba muchas expectativas. Los contertulios fueron despidiéndose uno a uno, hasta  que quedó a solas con ella, repasando historias, anécdotas e infortunios. La cena fue una excusa para continuar con ese juego de aproximaciones.
En la sobremesa abordaron el tema de los indígenas del lugar, algo que lo preocupaba crecientemente a John.
Lucila había nacido en la zona y tenía un gran conocimiento del microcosmos de los nativos. Describió su desconfianza ancestral, por haber sido tantas veces engañados, despreciados y estafados.
- A pesar de que son pacíficos  y muy trabajadores -explicaba Lucila-, tienen un resentimiento muy grande con los hombres blancos. No creen en promesas, ni siquiera en convenios escritos. Después de tantas experiencias lamentables, es muy difícil lograr algún punto de acuerdo, algún grado de entendimiento.
Las creencias mapuches pasaron a ocupar el centro de la curiosidad de John. Lucila explicó que, en general, muchas de ellas tienden a justificar acontecimientos que se originan en vínculos y costumbres sociales, “como es el caso de la leyenda de  El Trauco. Dicen  que habita los montes y que suele pasar largas horas contemplando los alrededores, sentado en los troncos de los árboles caídos. Sus ropas están hechas de hojas y ramas de arbustos, por eso muchas veces se presume que estamos a su lado y no lo vemos, pero se percibe su aliento como una suave brisa. Lo describen como un hombrecito muy feo, una especie de hobbit, sin embargo tiene un encanto especial que lo hace irresistible para las mujeres solas, a las que con frecuencia deja embarazadas“.
- Supongo que es una buena excusa para los amoríos clandestinos. Añadió John en tono risueño.
- Sí. En la región la mayoría de los hombres emigran en busca de trabajo y predominan las mujeres. Entonces, la infidelidad o el sexo furtivo son muy frecuentes. Es común el embarazo de mujeres solas y El Trauco es la explicación fantástica que lo justifica.
- ¿La leyenda se limita a lo sexual?
- No. Dicen que dos mujeres comparten su vida, su esposa La Condená y su hija La Fiura, se la pasan haciendo el mal a los pobladores de la región. A veces, se complotan contra los enemigos de los mapuches, pero los daños que ocasionan son contratiempos menores, nunca la muerte. 
- Estas historias me apasionan. Supongo que debe haber muchas más.
-Sí, esta región está plagada de relatos fantásticos. Otra muy conocida es la de Hueke Hueku, conocida popularmente como la leyenda de los cueros vivos. Dicen que es un animal que habita en las profundidades  de los lagos. En ocasiones se queda mucho tiempo flotando, aparenta ser un cuero o algún animal muerto, pero está al acecho. Posee afiladas garras que utiliza para arrastrar a sus víctimas al fondo del lago, para no dejar que vuelvan a ser vistas. Cuentan que hay temporadas en que algo lo moviliza y se pone en acción, luego desaparece. Casi siempre hace su aparición al atardecer, pero las madres a ninguna hora del día dejan a sus niños jugar cerca del agua.
- ¿Y qué crees que explica esta leyenda?
- Las salidas de juerga y las borracheras que se agarran los mapuches. Muchas veces, obnubilados, terminan ahogados en un lago o perdidos en un bosque y quedan como desaparecidos por un buen tiempo o tal vez para siempre. En estos bosques, si no se está bien lúcido, es muy fácil extraviarse y perder el sentido de la orientación.
La conversación siguió muy animada hasta que Lucila se percató de la  hora, las agujas del reloj marcaban que se habían superado las tres de la madrugada.
La joven vivía en El Relincho, una pequeña estancia reducida por sucesivas  herencias que parcelaron la otrora extensa propiedad familiar. El casco estaba a unos diez kilómetros cruzando el camino vecinal. John se dispuso a acompañarla.
La noche no terminaba de consumarse. Así era el verano austral, un lento atardecer que se liga con la madrugada sin transitar por la oscuridad.
Luego del breve recorrido y una animada conversación sobre la experiencia adolescente en la soledad patagónica, se despidieron. Ella le dio un beso en la mejilla. John sintió la suavidad de su piel y el calor especial del insinuante contacto, y lo conservó impregnado en su rostro durante gran parte del camino de regreso.
Al pasar por el lago, donde había un muelle y un par de botes, decidió detenerse a contemplarlo. El silencio y el particular colorido del cielo reflejado en las aguas lograban extasiarlo con su diversidad. Tanta belleza justificaba postergar el sueño por un rato.
Bajó del vehículo y comenzó a caminar hacia la orilla. Sus pasos producían el único ruido de la noche al hacer crujir el manto de vegetación acumulada. Se detuvo en la breve playa, respiró con profundidad el aire fresco y perfumado, contempló el cielo ocre y azul, y la masa oscura imposible de diferenciar que componían la conjunción de bosques y montañas.
Las aguas estaban casi inmóviles, sólo se escuchaba una especie de murmullo provocado por el leve oleaje. El salto de un pez fue la única alteración de esa embriagante calma, luego nuevamente el silencio.
La felicidad que le generaba ese contacto con la naturaleza virginal le hizo perder la noción del tiempo, hasta que se estremeció al detectar un punto oscuro sobre la superficie del lago. Pensó que sería un tronco flotando o simplemente una sombra, pero la calma perdida aceleró su decisión de irse a dormir.
Mientras giraba para retornar, una repentina brisa acarició su mejilla derecha y le produjo una extraña zozobra.  Corrió hacia el vehículo, al cerrar la puerta se sintió más seguro  y encendió el motor. El  miedo infantil que lo invadía lo impulsó a retornar a la cabaña a gran velocidad.
Esa noche sufrió de pesadillas que lo despertaron sobresaltado varias veces, hasta que, cerca del amanecer, el cansancio lo doblegó y recobró el sueño.
X
Por la mañana lo dominaba cierta tensión, el deficiente descanso nocturno había dejado sus secuelas físicas, que se manifestaban sobre todo con contracturas en su cuello y espalda.
A pesar del espléndido día, no estaba de buen humor. Desayunó en soledad, hasta que llegó Patricio anunciándole que la comitiva mapuche acudiría al encuentro a primeras horas de la tarde.
Esperó ansiosamente el momento, tejiendo todo tipo de conjeturas e hipótesis sobre el curso que tendría esa primigenia reunión.
Llegaron puntualmente a la cita, a pesar de que ninguno poseía reloj. Con una singular parsimonia, el lonco Guaiquil Curiñanco, el inal lonco Antul Nahuelquir y el capitanejo Catrileo Millalonco ingresaron a la sala de reuniones. Su vestimenta no denotaba ninguna jerarquía, eran las ropas de trabajo de cualquier peón, con chalecos de lana de oveja cruda y sombreros de alas angostas que denotaban tanto los rigores del clima como su prolongado uso.
Luego de un frío saludo, los recién llegados fueron conducidos hacia la sala de reuniones donde se sentaron alrededor de la mesa frente a John, Frank, Paul y Soler.
El abogado asumió la conducción de la reunión. Presentó a los norteamericanos, les explicó el proyecto y los fallos judiciales que no dejaban opciones favorables a los indígenas.
- A pesar de todo lo que tenemos a nuestro favor para comenzar las obras, sabiendo del significado que tiene para ustedes el lugar, el señor John Doyle propuso esta reunión y decidió esperar para intentar alcanzar una solución negociada. La propuesta que les hacemos es cederles un territorio en compensación, donde les estamos construyendo las casas. Les facilitaremos todos los medios de transporte que pidan y les daremos títulos de propiedad por esas nuevas tierras, para que nadie se las pueda reclamar en el futuro.
Curiñanco tendría unos cuarenta años, era corpulento y de mediana estatura. En su rostro se destacaban unos pequeños ojos pardos, sus sobresalientes  pómulos y un escuálido bigote. Su pelo entrecano y ensortijado, tenía aún las huellas del polvo del camino y del sombrero que conservaba entre sus manos.
Escuchó imperturbable y con atención al abogado, parecía como que no terminaba de entender lo que expresaba. Dejó pasar unos minutos hasta comenzar a pronunciar las primeras palabras, generando en los hombres blancos un cierto nerviosismo por la demora en pronunciar su respuesta y el incómodo silencio.
- Hay muchas cosas que no comprendo de ustedes. Dicen entender lo que significa el Küme Huenu para nosotros, que es nuestro lugar sagrado, donde hacemos todas nuestras ceremonias, donde están enterrados nuestros padres y abuelos. Dicen que nos quieren respetar y están dispuestos a destrozar el lugar. Dicen que van a construirnos nuevas casas y desconocen que sentimos orgullo por nuestros ranchos porque los hicimos con nuestras propias manos. Vuelven a despreciar nuestras costumbres. Dicen que van a darnos títulos de propiedad por las nuevas tierras. Los mapuches no creemos en el hombre blanco, ni en sus papeles, leyes y jueces. Todo lo acomodan a su favor. Engañaron y despojaron de sus tierras a nuestros antepasados, cada vez que algún negocio se les hizo lucrativo. No les importan nuestros derechos, nuestras creencias, la tierra, los bosques, nada... Si podrían emborracharnos como a nuestros abuelos, volver a embaucarnos y hacernos firmar papeles contra nuestros intereses, así lo harían. Si no pueden de esa forma, vienen con los jueces y sus palabras difíciles para decirnos que hemos perdido. Siempre perdemos. Si no es suficiente con sus abogados, jueces y políticos, traen a la policía o al ejército. Nos amenazan, nos empujan, nos golpean, nos matan, nos cargan en camiones y nos largan donde quieren, a veces ni siquiera nos dejan un lugar donde vivir. ¿Les parece que podemos confiar en el hombre blanco? Nos viven demostrando que no nos respetan, que no nos entienden ni hacen esfuerzos por entendernos. Sólo valen sus intereses y proyectos, y el dinero de que disponen para comprar todas las voluntades que hagan falta. Compran las tierras, los animales, los lagos, los ríos, las montañas, hasta a los mapuches quieren comprar... La naturaleza no se puede comprar. Es una gracia de los dioses y un regalo heredado de nuestros ancestros para que podamos vivir y disfrutar de ella. ¿Pueden comprenderlo ustedes?
Las palabras del cacique fueron pronunciadas con una pasmosa lentitud, a media voz y con cierta cadencia musical, sin enfatizar ni elevar nunca el tono, no obstante, trasmitía energía. Su discurso fue tan contundente que desubicó totalmente a los defensores del proyecto, que intentaron, sin suerte, hilvanar algún argumento convincente.
John tomó la conducción de la reunión mientras los halcones se retiraban presurosos del primer plano del escenario. Trato de explicarles que en su espíritu estaba no dejar de conversar y negociar, que intentaría hacerles la propuesta lo más favorable posible para que ambas partes puedan convivir en paz y que los nativos puedan alcanzar un mejor nivel de vida, que sus hijos puedan tener acceso a la educación y sus familias a la salud, y una mejora de las remuneraciones. Los dirigentes mapuches escuchaban con un singular respeto y atención. El tono coloquial del discurso y su esfuerzo por demostrar comprensión por las posturas de los nativos finalmente logró apaciguar los ánimos.
El encuentro terminó con la promesa indígena de trasmitir la propuesta a la comunidad, que sería la encargada de adoptar la decisión final.
XI
John quedó sumergido en un gran desconsuelo. La intervención de Curiñanco fue tan contundente que produjo en él una sensación contradictoria. Compartía plenamente sus dichos, recordó tantos episodios en que casi pronunció las mismas palabras y se sintió con los deseos de adherir públicamente a ellas.
Durante gran parte de la reunión se mantuvo en silencio, hasta que al final pudo encontrar cierto desahogo. Pero no estaba conforme, percibía que había ingresado en un estado de aguda esquizofrenia. Sentía que estaba en el lugar equivocado, que era parte del bando que defendía las posturas que siempre cuestionó y  que se estaba enfrentado con los que sostenían sus mismos pensamientos.
El aliciente que encontró fue la promesa indígena de pensar la propuesta y lo divertido que le resultó ver a su cuerpo de asesores defender lo indefendible, pergeñar argumentos insostenibles ante cualquier leve análisis. Fueron a la reunión subestimando a los mapuches y creían que la propuesta que hicieron, matizada de advertencias y amenazas, allanaría todas las resistencias. Estaban convencidos que era una oferta imposible de ser rechazada. Sus hábitos mercantilistas y despojados de principios, salvo los establecidos por la ley de la oferta y la demanda, chocaron contra una concepción que les rompió todos sus esquemas intelectuales.
Trató de abreviar el trance de las despedidas y se encerró en su habitación, sumergido en una profunda crisis cargada de dilemas y contradicciones. La luminosidad del día que se filtraba por las ventanas lo agobiaba. Corrió las cortinas y se quedó sumido en sus cavilaciones hasta que la somnolencia vino a liberarlo de las angustias.
Por la mañana persistía aún su tristeza, pero trató de recomponerse a pesar de las huellas físicas que le había dejado la crisis.
El llamado paterno reclamándole el informe de la semana lo sacó de su letargo. Se dispuso a relatar lo ocurrido con lujo de detalles, para brindarle una visión totalizadora de la problemática que había estallado ante él.
- Debes plantearles un plazo –le exhortó su padre-, que no quede la determinación del tiempo en manos de los indios. Tendrías que darles tres o cuatro días para que tengan una respuesta, bajo la advertencia de que luego se iniciarán los trabajos.
- Pero los veo en una postura muy firme, no van a cambiar de idea fácilmente. Creo que se va irremisiblemente a un conflicto que puede terminar en drama.
- Hay que esperar, pero no mostrar debilidad. Hay que producir hechos que dejen constancia de que es un proceso inexorable, que nuestra voluntad no se detendrá ante nada y, de esa manera, acorralarlos. La variante de la represión debe ser la última carta a jugar, pero no hay que desecharla. Muchas veces, luego de una posición dura, incluso de un enfrentamiento, se abren negociaciones que parecían imposibles unos minutos antes.
- Yo no soportaría un enfrentamiento...
- Hijo, no debes dejarte doblegar por la sensibilidad, esa gente esta inmersa en el pasado. Con la propuesta presentada les estamos haciendo un bien, van a vivir mejor, con mejores viviendas y comodidades, posiblemente encuentren una seguridad jurídica que nunca antes tuvieron. Sus creencias chocan contra el mundo y si no se adecuan serán barridos por la historia. A veces se ayuda a la gente pese a su voluntad y aunque ellos no lo sepan ni lo quieran. 
No tenía ánimo para discutir esas posturas ni dejar demasiada  evidencia de sus vacilaciones. Se despidió de su padre, sintiendo que se vitalizaba el peso de su influencia y que volvía a crecer el deseo de satisfacerlo.
Ese contacto telefónico había alejado la ansiada posibilidad de alcanzar un punto de conciliación entre sus mandatos y convicciones. 
XII
Al atardecer, se concretó la cita concertada con el staff para hacer un balance de la primera reunión con los mapuches. A las seis estaban todos sentados alrededor de la mesa rectangular de la biblioteca.
La presencia de Lucila cambió por completo su estado de ánimo. Estaba radiante con el pelo recogido descubriendo su rostro de delicado contorno. Con  un vestido negro entallado cuyo escote destacaba su cuello erguido, sus blancos brazos y sus pechos asomándose tenuemente. Al verla entró en un estado de excitación que le hizo olvidar el mal momento que estaba pasando.
Su sensualidad se manifestaba con una particular sutileza en detalles y actitudes ante los cuales no podía permanecer indiferente.
Al descubrir que la desenvoltura de Lucila le resultaba cada vez más insinuante, comenzó a reflotar una vieja idea: cuando la proximidad comienza a sentirse en la piel, se libera una especie de autorización implícita para un acercamiento sexual sin garantías de consumación.
La reunión siguió su curso. En el debate se fijó que el día martes siguiente sería el plazo para recibir una respuesta con el resultado de la asamblea aborigen del domingo. Aunque no había muchas expectativas, pensaron que había que dejar una puerta abierta al posible surgimiento de opiniones más contemporizadoras en el seno de la comunidad.
Simultáneamente comenzarían las gestiones para contar anticipadamente con las maquinarias y la mano de obra que  evidencie la voluntad de iniciar los trabajos inexorablemente después de vencido ese plazo.
Uno a uno se fueron marchando los participantes de la reunión, hasta que quedaron solos Lucila y John. Mientras una empleada de la cocina, antes de darles las buenas noches, reponía el té y las porciones de torta galesa, el coloquio continuaba animadamente.
Los sonidos de sus voces contrastaban con el contexto de profundo silencio de la cabaña y sus alrededores. Los temas de conversación brotaban a raudales y se compenetraban en ellos con una candidez adolescente. Así se sumergieron  en la exploración de sus pasados.
La joven habló de los continuos viajes a que se veía obligada a realizar para acudir a una exclusiva escuela de la ciudad de Bariloche y luego los estudios universitarios en Buenos Aires, donde culminó la licenciatura de relaciones públicas. Relató algunas instancias de sus romances pueblerinos y los que le resultaron dislocados en la gran urbe.
- No me habituaba a la vida de la ciudad, mis amigos no me comprendían y mis parejas duraban muy poco. La Patagonia te somete a un gran aislamiento, pero, al mismo tiempo, ejerce un magnetismo especial, siempre se extraña su geografía y el paisaje. Es como una afirmación de la Leyenda del Calafate, esa que dice que quien come sus frutos siempre vuelve al lugar; una verdadera profecía autocumplida, porque todos la conocen, la difunden y después cumplen puntualmente con ella.  Cuando tuve el ofrecimiento para el cargo de secretaria ejecutiva en la estancia, no dudé ni un segundo.
John relató sus antagónicas experiencias de estudiante universitario, cuando las continuas manifestaciones callejeras y debates en los claustros llevaron a su carrera de antropología al borde del fracaso.
- Eran los tiempos de la guerra de Vietnam, cualquier joven podía entrar en la convocatoria para ser enrolado en las fuerzas armadas y de un día para otro encontrarse en el delta del Mekong. Había un estado de rebeldía generalizado y un notable giro a la izquierda entre los jóvenes. Creo que fue la mejor etapa de mi vida, cuando descubrí que era posible soñar con otro mundo, con otra sociedad y otros vínculos entre los seres humanos. Si no me hubiera convertido en militante, hubiera terminado como muchos de mis amigos, absorbidos por la influencia familiar, por la mediocridad del medio y hubiera sido un yuppie más.
- ¿Cómo te hiciste militante, viniendo de la familia que vienes?
- Creo que los cuestionamientos que hacía a mi familia fueron catapultando mi espíritu rebelde. Llegué a la conclusión de que era un engaño creer que necesitamos acumular objetos materiales, éxito profesional o relevancia social. Que existe un mecanismo perverso que,  cuando los conseguimos, la satisfacción dura muy poco y tenemos que encontrar otros elementos de consumo que vuelvan a despertar nuestro interés. Quería salir de ese círculo vicioso y vivir con el precepto de que si estamos satisfechos con lo que somos, sin querer o necesitar cosas de otros es un gran paso hacia alcanzar la paz interior.
Por otro lado, no me satisfacía terminar una carrera y convertirme en un engranaje más del capitalismo. Así me vinculé con las agrupaciones universitarias de izquierda y luego ingresé al Socialist Worker Party. Allí pude descubrir una consideración del individuo diametralmente distinta a la acostumbrada, una valoración de la mujer, de las opiniones, etc. A partir de esa convivencia era posible imaginar a seres humanos distintos y una sociedad superior. Que todo lo conocido hasta ahora era nada más que parte de la prehistoria humana, con su barbarie, ignorancia y brutalidad.  
- Después de semejante experiencia, ¿Cómo aceptaste que te incluyan en las empresas de tu padre?
- Fue muy duro pasar por ese trance. Los años convulsivos quedaron atrás, luego de las concesiones al movimiento negro y del triunfo de Vietnam, las fuerzas militantes decrecieron. La desazón que me produjo la sucesión de golpes de estado en Latinoamérica y las nuevas amistades me fueron alejando de la política. Entré en una pendiente de decadencia, vivía en la extraña atmósfera que crea la lujuria, el alcohol y las drogas. Creo que es uno de los mecanismos que la sociedad norteamericana nos impuso para neutralizar a los descarriados. Así, nuestros ideales quedaron sumergidos en las bondades de la vida comunitaria, la aparente resistencia individualista y el goce del presente. No era otra cosa que vivir en un estado de enajenación adictiva.
Ella escuchó con gran interés cuando el relato incursionó por la etapa del amor libre y sus reiterados fracasos sentimentales. La gratificó entonces ampliando los detalles de la narración.
- Mis relaciones se iban deteriorando con el paso del tiempo. En realidad yo sólo era feliz en la etapa inicial de enamoramiento y fantasía, cuando todo transcurre sobre algodones y esfuerzos por mostrar el mejor perfil. Me parecía que el tiempo se encargaba de mostrar los ángulos ocultos y erosionaba lo que parecía majestuoso. En todas mis relaciones repetí el mismo ciclo. Mi matrimonio no desentonó, duró seis años; terminó en medio de peleas y acusaciones inauditas. Así me fui introduciendo en un estado de desaliento y crisis, del que no salí con facilidad.
La conversación se encaminó hacia el anecdotario y Lucila abordó algunas historias pueblerinas.
- Hasta hace unos veinte años, en el pueblo no había teléfonos, no llegaban los diarios y apenas se escuchaba Radio Nacional. Había una gran presencia de militares. Recuerdo el caso de un joven oficial que estaba muy enamorado y cada día festivo hablaba horas con su prometida. Pero, en el pueblo había un solo teléfono que, por un complicado sistema de conexiones, podía comunicar a larga distancia. Un día este muchacho comenzó a hablar con su novia y los hijos del dueño, que eran terribles, conectaron el teléfono con una red de altavoces  que estaba diseminado por una docena de calles. Entonces todos terminaron escuchando las intimidades del joven durante casi una hora, como si fuera una radionovela. Cuando se enteró quiso romper todo, pero ya no tenía arreglo.  
A John se le refrescaron los recuerdos y aportó una anécdota sobre sus peripecias en un festival de rock en un campo de Alabama.
- Habíamos acampado en el lugar desde varios días antes. En la primera noche alguien escuchó pasos entre los árboles que rodeaban al campamento. Fue despertando a uno por uno y todos compartimos la misma impresión pero ninguno se animaba a salir a verificar la causa del ruido nocturno. Pasamos casi una hora aterrorizados, esperando que se recobrara el silencio y la calma. Pero, las pisadas se multiplicaban y hasta se percibían algunos tropiezos con los tientos de la carpa, como si nos estuvieran rodeando. Barajamos todo tipo de hipótesis, desde las más fantásticas hasta las delictivas. En un momento tomamos coraje y decidimos salir. Uno tomó la linterna, otro un bate de beisbol y yo un hacha. Al unísono abrimos la carpa y saltamos al exterior para encontrarnos con un espectáculo desopilante. ¡Estábamos rodeados de vacas! Mientras pisoteábamos el estiércol, ellas continuaban rumiando y con sus estúpidas miradas nos observaban sin conmoverse. ¡Habíamos acampado en el mismo lugar que esos animales acostumbraban a pasar la noche!
Mientras bebían sus vasos con whisky, la contagiosa sonrisa de Lucila le pareció encantadora, no podía dejar de mirarla y sentía que sus ojos verdes eran como un manantial de dicha. Resultaba muy placentero zambullirse en ellos y extasiarse al descubrir la profundidad inusual de su mirada.
Así estuvieron hasta avanzada la madrugada, hasta quedar sólo iluminados por los leños que ardían en el hogar y arrullados por las canciones de Loreena McKennitt. La distancia entre sus labios se acortaba, hasta reducir a la línea recta a un solo punto.
Siempre pensó que sus relaciones tenían una instancia definitoria en el contacto de la piel, había comprobado que algunas le causaban rechazo o al menos no le producían las sensaciones que había conocido con unas pocas mujeres. No se trataba de cosméticos o aromas, casi todas las parejas que tuvo eran de una muy buena posición económica, por lo que no les faltaban recursos para comprar los mejores productos. Era una cuestión de instinto, casi animal, como una especie de comunicación establecida entre tejidos epiteliales y centros nerviosos que imponían espontáneos criterios de selección y comunión.
Esa percepción fue instantánea, la calidez y tersura de la piel de Lucila le produjo un estremecimiento que no recordaba haber vivido antes. Alguna sensación embrionaria estaba archivada  en un punto recóndito de su memoria y al salir a la superficie,  fue felizmente redescubierta. Se sintió exultante, alejado de los conflictos que lo rodeaban, de los vaivenes del mundo y los propios.
Los besos se repetían con creciente frecuencia,  varias veces se estrecharon con la fuerza de un momento largamente deseado, con la ilusión de querer preservar ese instante más allá del tiempo y la distancia.
La luz matinal fue invadiendo el reducto y, a pesar de ser domingo, ciertos movimientos empezaron a imponer su lenta rutina de sonidos. No se querían despegar y decidieron ir a pasar el día en la alta montaña, en un lugar llamado Terraza del Cóndor. Ella se marchó a su casa para cambiarse y él se dirigió al vestidor con la misma intención.
En la tarea de elegir la ropa adecuada, recuperó una sensación propia de la adolescencia, se dio cuenta que en su criterio de selección volvía a pesar la voluntad de agradar, un hábito que había perdido en los últimos años.
XIII
Cuando Lucila regresó, trajo consigo una canasta con alimentos y bebidas. Cargaron los abrigos, la escopeta y las herramientas imprescindibles para superar cualquier emergencia y emprendieron la marcha. El recorrido era de unos ochenta kilómetros de pronunciados ascensos y descensos, con algunos trayectos de riesgosas cornisas.
John fue descubriendo que en medio de la inmensidad y el aislamiento en que vivían, las distancias alcanzaban una dimensión diferente. Nada parecía alejado, era posible hacer un viaje de semejante distancia, por un abandonado camino de pedregullo y lleno de obstáculos, simplemente para pasar una tarde.
Las dificultades de la ruta no permitían superar la velocidad de cincuenta kilómetros por hora. Esa lentitud facilitaba la conversación. Lucila fue respondiendo a las dudas y curiosidades, aportando a John valiosos conocimientos del lugar.
El recorrido circunvalaba el cerro Küme Huenu. Durante más de media hora su imagen altiva se convirtió en un compañero obligado de ruta, a la izquierda del camino, y se introdujo inevitablemente en el diálogo.
Luego de una curva, las aguas termales anunciaron su presencia, primero con unos chorrillos, algunas cascadas y luego una laguna que apenas se distinguía entre los árboles. El espeso bosque se prolongaba unos dos mil metros al finalizar la ladera del cerro, confundiendo el punto de inflexión de la línea que dibujaba su contorno.
Las especies vegetales encuentran su hábitat más próspero entre vapores y el microclima generado en ese lugar, se yerguen vigorosas y alcanzan elevadas alturas, tallos muy gruesos y extremadamente rectos.
El follaje por momentos se oculta tras una densa niebla. Cuando la visibilidad comienza a esfumarse, se dispara la imaginación y la fantasía. Lucila recordó una leyenda parida en esa particular geografía.
- Dicen que las termas tienen un dueño, El Orunco, quien, según las creencias mapuches, vive allí. Para sumergirse en sus aguas hay que pedir permiso. Se arroja un hilo de la vestimenta, si el hilo se hunde, seremos bien recibidos, si flota quiere decir que El Orunco no se encuentra de buen humor y puede ser riesgoso internarse en sus aguas.
- Sí fueran ciertas todas esas leyendas que me has contado, esta zona estaría plagada de brujas y duendes...
-La gente del lugar toma muy en serio estas creencias, muchos dicen haber visto a estos personajes fantásticos, creen que corretean por los bosques y que con sólo imaginar su presencia se está ante una señal de mal agüero.
El camino entró en una pendiente de ascenso pronunciado y al llegar a la cima, Lucila le pidió que detuviera el vehículo  para continuar caminando un trecho.
En ese lugar existía un mirador desde el que se podía apreciar una vista panorámica impresionantemente bella. Se observaba una depresión enorme donde estaba alojado el lago y un extenso valle, surcado por un caudaloso arroyo y varios chorrillos, la pradera estaba cubierta de una vegetación florecida, predominantemente amarilla, y en los lindes con las elevaciones  se encontraban espesos bosques. Las cabañas instaladas a la vera del arroyo, parecían insignificantemente pequeñas.
Un largo sendero, que se bifurcaba del camino, permitía un descenso abrupto a cuarenta y cinco grados. El ángulo de visión era extremadamente amplio, se contemplaba en toda su magnitud la imponente cordillera de los Andes, sus cumbres nevadas, los blancos manchones de dos glaciares y, hacia el Este, la inmensa desolación de la meseta patagónica.
El escenario motivó la proximidad de los observadores, se abrazaron para contemplarlo y así se quedaron como suspendidos en el tiempo.
Luego de un silencioso disfrute, se atrevieron las palabras y retomaron la conversación. Concluyeron que el quiebre que daba cabida al lago, debería ser la huella dejada por un formidable movimiento sísmico que dio ese particular diseño al lugar.
Lucila contó que, como en la mayoría de los lagos patagónicos, “se desconoce su profundidad, con seguridad supera los doscientos metros, hay quien dice que tiene conexiones subterráneas con el mar y que existen animales muy extraños en el fondo. Algunos viejos pobladores dicen que en una ocasión, los obreros que estaban abriendo caminos arrojaron varios cartuchos de dinamita a sus aguas y aparecieron muertos en la superficie unos peces horribles, de unos ochenta centímetros, con su cuerpo cubierto de pelos y con patas como lagartos. En esta zona se cuentan infinidades de historias de aventuras de pioneros, de hazañas y accidentes, de animales fantásticos, apariciones y travesías. A muchas de ellas, la trasmisión boca a boca le fue incorporando elementos  sobrenaturales”.
Regresaron al vehículo para retomar el viaje. Comenzaron a transitar por un típico camino de cornisa, estrecho, descuidado y con desprendimientos. Una pared de rocas amontonadas indicaba el final del camino. Desde allí había que recorrer un sendero que incursionaba por un bosquecillo, luego se transitaba unos quinientos metros de una ladera en ascenso que desemboca en una terraza erigida en medio de la vegetación. Desde allí se podía observar la alta montaña y a una decena de cóndores sobrevolando en círculos.
Era otra de las maravillas que ofrecía el lugar. Los rayos del sol caían a pleno y la protección del bosquecillo y las montañas producían una temperatura por demás agradable.
Desde un claro del bosque pudieron apreciar a lo lejos a una hembra de puma con dos cachorros que correteaban y bebían de una pequeña cascada.
Antes y después del almuerzo continuaron animadamente recorriendo momentos de sus vidas, historias del lugar y de los primeros contactos entre los nativos y foráneos, de la desproporción que había entre hombres y mujeres, de los matrimonios entre europeos e indias y de la mixtura de su descendencia.
Cuando la tarde se desvanecía, decidieron emprender el camino del regreso. Encendieron sus cigarrillos con el particular y emblemático mechero de la familia, recubierto de marfil y con las iniciales JWD III talladas.  Disfrutaron de esos momentos previos a la partida y se dispusieron a abordar el descenso.
La felicidad les brotaba por los poros. Lucila quiso ofrendar a John una confesión.
- Pocas veces  pude compartir el placer de contemplar estas bellezas, siento una rara plenitud por haber podido hacerlo hacer contigo. Mi familia y mis amigos parecen haber perdido la capacidad de conmoverse al observar este paisaje, que continúa sorprendiéndome.
Se mantuvieron abrazados largo rato y se besaron apasionadamente. Ella recordó unos versos de Benedetti: “Cuando uno se enamora las cuadrillas/ del tiempo hacen escala en el olvido/ la desdicha se llena de milagros/ el miedo se acostumbra a la osadía/ y la muerte no sale de su cueva.”
Conmovida por sus propias palabras, tuvo la necesidad de darse a conocer con toda la pasión acumulada por la falta de interlocutores a la altura de sus deseos. Él se deleitaba con la proximidad de su piel, con sus palabras y con sus silencios. Sentía un inédito estado de dicha que le desbordaba la piel.
El retorno estuvo condimentado de anécdotas risueñas matizadas de risas, abrazos y besos.
Luego de cenar en la cabaña, la pasión incitó a los cuerpos y una vez en el dormitorio, la plenitud de la piel gozó de esa receptividad que habían advertido anticipadamente en sus labios y mejillas. No dejaban de observarse, de penetrarse en la profundidad de la luz encendida de sus miradas. La emoción se iba alimentando con lágrimas que derivaban en nuevos besos y caricias. Manos temblorosas que exploraban y se decidían a emprender nuevos recorridos, sus cuerpos dejaban de ser ajenos, librando el camino a nuevas afinidades y estremecimientos.
Sintieron todos los deseos, disfrutaron de sus olores y sabores, y se sumergieron en desenfrenados jadeos. Como intérpretes de una sinfonía que les pareció maravillosa, transitaron por sus diversos movimientos y compases.
Al recobrar la calma, fumaron despaciosamente, en silencio, abrazados, concentrados en la inercia del contacto de sus cuerpos y en el gozo de las melodías compartidas.       
Se durmieron entrelazando brazos y piernas, como expresión de un profundo deseo de afirmar pertenencias y alejar temores de viejos fantasmas. 
XIV
La mañana se presentó cargada de borrasca, se hacía necesario recurrir a un buen abrigo para permanecer a la intemperie.
La irrupción de Ernesto con su grupo de asistentes desbordados de planos y cálculos de materiales a utilizar en el primer tramo de la obra, enfundados en sus cascos, alteró la mañana.
Su voluminosa figura se desenvolvía con presteza en el ordenamiento de los elementos a transportar y en dar las directivas precisas a los componentes del grupo.
Se instalaron al pie del Küme Huenu, en un pequeño claro protegido del viento. Los técnicos desplegaron los planos en un tablero afirmado sobre un trípode y comenzaron con las tareas de campo preliminares para el trazado de los trayectos a recorrer para la consumación de la obra.
Para alcanzar la cumbre había que eliminar una masa boscosa de una superficie de unos tres kilómetros de largo por unos veinte metros de ancho, sin contar el terreno que se haría necesario desmontar y adecuar para erigir los edificios.
Se llegó a la conclusión de que la ladera oeste era la que ofrecía mayores ventajas para el camino, por la suave pendiente que permitiría el traslado de los turistas en automóviles.
Los edificios se construirían sobre una explanada natural que, luego de los trabajos de nivelación, podría alcanzar una superficie de unos mil quinientos metros cuadrados. Desde allí a la cima, donde se instalaría la estación de esquí, había que hacer un tendido de cables e implantación de columnas para el funcionamiento de un teleférico que permita el traslado de los turistas hacia las pistas de sky.
Se habían realizado estudios de solidez del terreno y recreado imágenes de la ladera a partir de fotografías aéreas que permitían ahora tener mayores fundamentos para adoptar decisiones.
Ya estaban acondicionadas las casas rodantes que darían alojamiento a una treintena de jornaleros.  El próximo fin de semana comenzarían a llegar, para dotarlos de un tiempo necesario para descansar y habituarse al lugar. A la semana siguiente se iniciarían las obras.
Superadas las contingencias planteadas por el aislamiento geográfico de El Murmullo, el principal obstáculo seguía siendo la existencia de la aldea mapuche en plena ladera oeste del Küme Huenu.
Cuando estaban a punto de partir hacia el casco, llamó la atención del grupo la llegada de un jinete.
Era Patricio, quien  se acercó a John para avisarle que el jefe mapuche lo convocaba a una reunión, al atardecer, en la aldea, donde le daría a conocer la  decisión de la comunidad ante la propuesta de la estancia. Ansioso por obtener algún indicio, requirió del mensajero mayores precisiones.
- Mire don Doyle, lo encontré a Curiñanco en el puesto Melipillán arreglando un alambrado. Dijo que ayer habían tratado el tema en la comunidad y me pidió que le avise que lo va a esperar por la tardecita.
- ¿Y cómo lo vio? ¿Qué le parece que puede decirnos?
- Curiñanco es de poco hablar, habla lo justo y si uno le pregunta algo que no quiere contestar, directamente hace como que no escucha y sigue haciendo su trabajo.
La escasa información y el lugar del encuentro aportaron dudas e incertidumbre a John. Volvió a la cabaña para consultar a sus asesores y tratar de encontrar algún indicio de la posible respuesta.
Frank sostuvo que el lugar de la convocatoria era un intento evidente de mostrar fortaleza por parte de los nativos. En general, todas las opiniones coincidieron en que era un buen augurio la reunión, pero, hasta el momento del encuentro no se podrían dilucidar los interrogantes.
XV
Llegó la hora de acudir a la convocatoria del cacique. La delegación,  integrada por John, Frank, Paul y Soler, partió en un vehículo rumbo a la aldea mapuche.
Luego de arribar al cerro, había que internarse en el monte y recorrer un sendero zigzagueante de unos quinientos metros.
El bosque está compuesto por dos especies típicas de la vegetación andino patagónica: lengas y coihues. Alcanzaban unos treinta metros de altitud y el diámetro del tronco unos ochenta centímetros. Son árboles de un crecimiento muy lento, para llegar a la madurez necesitan aproximadamente unos cincuenta años.    
Al penetrar en la espesura se tiene la sensación de estar en una especie de burbuja verde donde los únicos sonidos que se perciben son los generados en ese mismo espacio. El canto de los pájaros, el movimiento de las hojas, algún crujido de una rama y, cada tanto, el murmullo de los chorrillos de agua o de una pequeña cascada son los sutiles sonidos del silencio que impera en ese profundo contexto verde y marrón.
El suelo es un acolchonado manto de ramas y hojas que aportan sus delicados quejidos ante los pasos humanos. La humedad del ambiente brinda una oportunidad excepcional para prosperar a toda una gama de musgos y líquenes que invaden rocas, desniveles y troncos conformando curiosas figuras.
A medida que se va alejando el mundo exterior se pierden las referencias, se multiplican los laberintos  y el único indicio de lo foráneo son los escasos rayos solares que se filtran por los poros de la masa vegetal.
Se ingresa entonces en el dominio de lo fantástico. La mente  se  subyuga ante tantos incentivos  naturales.
La melodía del agua abriéndose camino entre las piedras, el crujido de un tronco, el movimiento de alguna rama u otros indescifrables sonidos hacen del lugar un escenario propicio para la génesis de todo tipo de historias.
El ángulo de visión confronta con diversos planos y el movimiento propio puede aparentar ser un movimiento ajeno. Las montañas de musgos, los nudos de las lengas, los árboles caídos y alguna osamenta animal brindan un ambiente propicio, un escenario ideal para el desarrollo de relatos que intenten explicaciones ante tantos misterios.     
Luego de dejar atrás una mole de piedra se llega a un claro de unos cuarenta por setenta metros, donde se distribuyen en un semicírculo diez pequeñas casillas hechas de troncos y chapas de cartón prensado alquitranadas. Por detrás, un corral contiene a unas veinte ovejas y dos vacas, tres perros amistosos y unas decenas de gallinas, corretean libremente por el lugar.
Al traspasar una cerca de ramas y troncos, unas cuarenta personas, entre ancianos, mujeres, hombres y niños, estaban esperando el arribo de los hombres blancos. Todos en derredor de un fogón, un agujero en el piso de medio metro de profundidad ubicado a una distancia equidistante de las casas, donde se mantiene el fuego que sirve de cocina y centro de reunión.
Delante de todos, estaban el cacique, el segundo jefe y el capitanejo, quienes invitaron a los recién llegados a sentarse en unos troncos.
Catrileo Millalonco tomó del fuego un cacharro ennegrecido de hollín y echó agua caliente en una calabaza que contenía una hierba.
“Tome un mate”, le dijo el capitanejo a John. Al chupar por una bombilla metálica, saboreó una infusión muy amarga y desagradable. Ingerirla sólo podía justificarse por la tolerancia diplomática que predominaba en ese momento.
Curiñanco tomó la palabra: “La comunidad se ha reunido y tomado una decisión. Hemos considerado distintos caminos, la posibilidad de contar con un terreno propio, la mejora de nuestras condiciones de vida, pero lo que más ha pesado es la defensa de este lugar; nosotros no podríamos seguir viviendo si nos fuéramos de aquí, donde nuestros antepasados vivieron y murieron, donde realizamos nuestras ceremonias y concurren nuestros hermanos de otras comunidades, ¿qué les diremos a ellos cuando nos visiten?”
Las escasas esperanzas que tenía John de arribar a una solución negociada se derrumbaron y afloraron todas sus contradicciones. Se desesperaba de pensar que la única opción que quedaba era la violencia. Trató de guardar la compostura y, mientras su tensión iba en crecimiento, siguió escuchando al cacique.
- Como lonco de esta comunidad tengo que decirles que no queremos enfrentamientos pero tampoco queremos que nos despojen de nuestras creencias, de nuestra identidad... Sabemos también del poder del hombre blanco, que cuenta con abogados, jueces, políticos y policías, que siempre están del lado del dinero y ustedes tienen mucho dinero. Entonces, después de escuchar a mis paisanos, de consultar a nuestra machi, decidimos esperar un mensaje de los dioses. Ellos nos indicarán el camino a seguir...
- Pero nosotros no tenemos tiempo para esperar, si no comenzamos con las obras ahora el invierno paralizará todo y se arruinarán nuestros planes. Ya estamos terminando la construcción de las cabañas para toda la comunidad, van a tener muchas más comodidades y tranquilidad, y los títulos de propiedad debidamente legalizados. Explicó Paul, denotando cierta exaltación.
- La urgencia no es nuestra, espero que comprendan que ustedes pueden perder una temporada, pero nosotros podemos perder toda nuestra historia. Pónganlo en la balanza y verán que siempre los que perdemos mucho más somos nosotros.
-¿Cuánto tiempo cree que habrá que esperar para que sus dioses les den una respuesta? Preguntó John.
- A los dioses no se les puede poner plazo, ellos son los que disponen. Saben de nuestras angustias y confiamos que pronto nos darán una respuesta. Ellos buscan la felicidad de los mapuches.
- Nosotros también nos reuniremos y analizaremos todos los pasos que vamos a dar. Recuerden que ya tenemos un fallo judicial a nuestro favor y que si quisiéramos podríamos llamar a la policía para que los desalojen. No querríamos llegar a ese punto, pensábamos que podíamos alcanzar un acuerdo amistoso. Pero, después de la respuesta que nos dieron tendremos que analizar de nuevo la situación. Así que veremos qué vamos a hacer… Advirtió Frank, demostrando una vez más su afinidad con las posturas más inflexibles.
Se despidieron en un marco de frialdad y desasosiego. Emprendieron el camino de regreso evaluando las distintas posibilidades que se abrían. Frank insistió en la opción represiva, Paul creía que había que desplegar un juego de presiones hasta acorralarlos y John reclamó moderación.
Se hacía necesaria una nueva reunión para hacer una evaluación seria y pormenorizada. Quedaron de acuerdo en realizarla a la tarde del día siguiente.
XVI
John se encontró cara a cara con sus contradicciones y su mente comenzó a sacar a la superficie argumentaciones de otros tiempos.
Recordó sus viejos razonamientos, cuando predicaba que los grandes hombres se distinguen porque puestos ante la opción de elegir entre sus principios e intereses, no dudan  en dejar todo en pos de cumplir con los dictados de su conciencia. Esa actitud los lleva a trascender a la hora de consumar sus objetivos o a fracasar en el intento, ya sea  como referentes o mártires.
La sociedad impone normas y conductas, y también concede gratificaciones a los que las acatan. La gran mayoría de los hombres y mujeres instintivamente se somete a esas sumas y restas que crea el albur de la felicidad adocenada, que, a su vez, sostiene a los beneficiarios de la ecuación distribuidora de recursos y poder.
Pero, existe una infinita gama de seres anónimos ubicados en esa zona gris de disputa entre lo dictado por la conciencia y los  mandatos sociales. Hombres y mujeres que dolorosamente se sumergen en el desesperado intento de conciliar esos extremos.
La pelea por la subsistencia, la influencia de la familia o la religión, la defensa de las posiciones sociales conquistadas, la debida obediencia jerárquica, entre otros temas, hace que muchos individuos se desgarren interiormente en tortuosos conflictos sin poder alcanzar un punto de equilibrio.
Posiblemente, esas personas logran los momentos de mayor felicidad cuando se encierran en sí mismos y elucubran sobre utópicos caminos de convergencias, cuando en el terreno de los razonamientos logran eludir las contradicciones que se erigen a su paso. Luego, la realidad se encargará de introducirlos en las contingencias dramáticas que las fantasías no contemplaron.
John se quedó solo con sus dilemas, los fantasmas atraídos por su dialéctica afloraron con todas las fuerzas y derivaron en un retorno a las insondables profundidades de su depresión.
Como respuesta a ese estado, optó por evadirse intentando dormir, la salida habitual que escogía ante esos casos críticos.
La travesía de esa noche resultó un complicado recorrido para John. Las pesadillas eran sucedidas por momentos de insomnio. El estado de desesperación en que se encontraba absorbía el oxígeno disponible de su cuarto, sus ahogos lo llevaron a ponerse de pie. Abrió la ventana y respiró a bocanadas el fresco aire nocturno que fue un  consuelo para las restricciones que afectaban a su capacidad pulmonar. Pero, al cabo de unos minutos, comenzó a sentir un fuerte dolor en la zona del esternón provocado por el notable cambio térmico y volvió a la aislada soledad de su cuarto.
El agotamiento hizo que recobrara el sueño por un breve lapso. Poco después, volvió a despertar, tenía la ropa mojada por el estado febril que lo dominaba, estaba aturdido y temblaba de frío. Salió del dormitorio y se acurrucó, en medio de la oscuridad del living, al lado de las brasas del hogar, tendido sobre un cuero de puma y cubierto por una manta de lana cruda.
Como tantas otras veces, en las vísperas de un acontecimiento tan indeseable como inexorable, sus tribulaciones lo llevaron a especular sobre la posibilidad de cambiar algún elemento de su historia pasada.
El torbellino de tribulaciones lo llevó a plantearse hipotéticos interrogantes: Si hubiera cortado amarras definitivamente con su padre o prolongado su cómodo papel de empresario de espectáculos, si se hubiera quedado en Manhattan asimilando los hábitos de sus amistades o si hubiera aceptado la propuesta de sus antiguos compañeros del Flower Power de emprender el camino hacia Katmandú, hubiera evitado esta suma de sufrimientos que le ofrecía el presente.
Recordó la película “Corre, Lola corre”, con los distintos caminos que se ofrecían ante cada opción asumida y la posibilidad de modificar decisiones con retroactividad. Pero, en la realidad se está obligado a elegir y cuando se perciben las consecuencias es demasiado tarde para instrumentar las rectificaciones. Se imaginó en una trama fílmica que le permitía seleccionar alternativas, acopiar lo que le daba placer y alejar todo lo que le espantaba.
Pensó en abandonar todo, desaparecer del lugar, pero rápidamente lo descartó porque no sería comprendido y entraría en el terreno del absurdo. Pensó en Lucila, ¿cómo afrontaría explicarle esa determinación? Sin embargo, el argumento que más lo convenció para desechar esa opción fue que el conflicto quedaría en manos de los más intransigentes e intolerantes.
Se veía a sí mismo como un eterno antihéroe. Bastaba con imaginar un camino satisfactorio para que salga todo al revés de como se lo proponía. Cuando más próximo estaba de ser plenamente feliz, ocurría algo inesperado que desmoronaba el castillo de naipes que había construido.
Todos los análisis lo llevaban a la misma conclusión, no había evasión posible. ¿Tendría que incurrir nuevamente en el doble discurso? ¿En tolerar acciones inaceptables para sus convicciones?
En medio de semejante desconcierto, recordó lo que le había dicho una vez Curt, su compañero de militancia del SWP, cuando le advirtió que para ser felices, lo mejor que pueden hacer los hijos de la burguesía es subordinar sus pensamientos y acciones adecuados al entorno social que le tocaba en suerte.
Quien intente pensar en forma independiente y cuestionar, más tarde o más temprano, tendrá ante él una bifurcación del camino, donde deberá optar necesariamente: o rompe todos los lazos con su familia y privilegios, y tiene una existencia coherente con lo que piensa; o se sumerge en una sucesión de claudicaciones que lo llevarán a aceptar cada vez más los actos reñidos con sus ideales. Es una ley de hierro que les impone la sociedad a los hijos de los poderosos.
Una vez más Curt tenía razón, no había forma de conciliar sus fantasías con la realidad que se erigía ante él. Nuevamente quedaba a merced de las circunstancias y se sentía impotente para modificarlas.
XVII
La reunión comenzó con toda puntualidad. John lucía demacrado y con profundas ojeras que no pasaron desapercibidas para los demás. No obstante, abrió la sesión, hizo una reseña de los hechos, expresó su voluntad de eludir toda acción violenta y comenzó la ronda de consultas y opiniones. La mayoría de los que intervendrían iban a contrarrestar veladamente lo sostenido en la apertura de la reunión.
Soler insistió en su postura tratando de recurrir a una elipsis para evitar confrontar con lo dicho por John. Ratificó que desde el punto de vista legal todo estaba cubierto y no había que esperar sorpresas de ningún tipo.
-Además -agregó-, tenemos un apoyo invalorable a favor de nuestros intereses. Federico Keller, el juez penal que tiene a su cargo la causa, es un conocido mío con el que mantengo un trato cordial y cercano. Es amante de la prosperidad de la región y considera que los indígenas no pueden ser un obstáculo para que se concreten las inversiones.
La familia del magistrado es de la ciudad de Bariloche, de origen alemán, su abuelo fue parte del contingente de ex funcionarios nazis que sigilosamente  se afincaron en el lugar en la década del cincuenta. Tiene algunas concepciones que podrían ser calificadas de racistas y siente un cierto desprecio por los nativos. Todas las veces que tuvo que dictar una sentencia donde estaban involucrados los mapuches, invariablemente falló en su contra. Además, existe una doctrina en la provincia de Chubut, que obliga a  dirimir en el fuero penal los conflictos por la tenencia de la tierra, que debían ser resueltos en sede civil. Así se garantiza la restitución de tierras a los propietarios demandantes y, si hace falta, permite ordenar desalojos preventivos antes de que la cuestión de fondo, por el derecho de propiedad afectado, quede dirimida.
Por su parte, Paul informó de las gestiones en el ámbito político y de los buenos contactos que había desarrollado en distintas esferas gubernamentales.
- Estuve reunido esta semana con dos legisladores oficialistas y el ministro de Gobierno de la provincia. El trato cada vez es más cordial y demuestran tener un interés especial por nuestro proyecto, lo consideran como emblemático para insinuar un camino de reconversión económica, luego de la crisis de la producción lanera y del proceso erosivo del campo provocado por la sobrecarga animal. Les informé del inconveniente que tenemos. Nos prometieron todo el apoyo para dejar el terreno libre de obstáculos para el inicio de las obras. Con los funcionarios de este país siempre hay que tener el oído abierto a las insinuaciones que surgen en las conversaciones, si uno es perspicaz en esos encuentros se pueden obtener los recorridos imprescindibles que hay que seguir para que los proyectos no fracasen...
- Yo no quiero saber nada de compra de voluntades de funcionarios, ni siquiera pienso entrar en ofrecimientos subliminales para allanar el camino del proyecto, porque todas esas variantes son formas sutiles de corrupción. Afirmó John.
- No se trata de sobornos, simplemente de contraprestaciones. En la reunión con los legisladores, uno de ellos dejó deslizar que es el principal accionista de una sociedad que suministra materiales de construcción. Sabe que las obras demandarán varios millones de dólares, por lo tanto, le insinué que podríamos concretar gran parte de las compras en su empresa. Es posible que los precios vengan algo recargados pero es un legislador muy influyente y, de esta manera, el proyecto tendrá un apoyo incondicional. El otro legislador puede canalizar nuestras necesidades de personal a través de su agencia de empleo, ese servicio no nos produciría ningún costo adicional, y el ministro nos podría arrendar la maquinaria necesaria para las obras y el suministro de las torres para el tendido de los cables del teleférico. Formalmente, ellos no tienen nada que ver con esas empresas, pero la manejan a través de testaferros. Así, quedan cubiertos de sospechas y filtraciones.
- Pero, igualmente, aunque sea en forma encubierta, vamos a alimentar la inmoralidad...
- John, si no aceptamos este tipo de contraprestaciones, es imposible hacer el proyecto. En este país todas las gestiones oficiales implican coimas, comisiones y prebendas para los funcionarios de distintos niveles de la administración, de lo contrario, todo se paraliza. No hay proyecto que se pueda concretar sin el aval de las distintas áreas del gobierno. Si no les deja beneficios personales, puedes tener la seguridad de que el proyecto no se hace. Acá no se mide una iniciativa por el progreso o el desarrollo que puede aportar a la comunidad. Cuando algo no le deja rédito al poder político, los funcionarios se convierten en una maquinaria muy aceitada para chantajear e impedir hasta a la más solidaria de las iniciativas.
John percibió como los argumentos desplegados lo iban acorralando, pensó en su deseo de congraciarse con su padre y nuevamente terminó cediendo ante la realidad de los hechos políticamente correctos. Sintió que en cada paso que daba el emprendimiento, él se hundía más y más en la podredumbre de la sociedad. Sintió náuseas, hizo un extremo esfuerzo para permanecer en la reunión, manteniéndose en silencio hasta su culminación.
Luego de los detalles aportados por cada uno de los participantes, la conclusión final fue que no había nada que temer, los mapuches iban a recibir una serie de presiones que inexorablemente los iba a llevar a un cambio de actitud. Por lo pronto, decidieron comunicarles que el plazo para resolver el diferendo se cumpliría el próximo sábado. Luego tomarían medidas para superar todos los obstáculos que puedan paralizar las obras.
En una muestra de distanciamiento con los nativos, el encargado de hacerles llegar el ultimátum fue Patricio, a quien instruyeron sobre los comentarios que debía hacerles para que los  mapuches supieran a que atenerse si persistían en su resistencia.
El regreso del enviado fue esperado con ansias por John, con la secreta y deshilachada fantasía de que aún era posible alcanzar una solución negociada.
Su depresión tendría motivos para profundizarse aún más al escuchar la respuesta dada por Curiñanco al enviado: “Me dijo que no van a tomar en cuenta el plazo que les dieron, que ellos no obedecen órdenes de los blancos y que sólo cuando reciban el mensaje de los dioses tomarán una decisión. Que si quieren traer la policía, que la traigan. No se van a ir por cobardía o por temor a la represión. Hasta que los dioses no les digan su voluntad, se van a quedar allí”.
Se reinició la reunión y los “halcones” ganaron posiciones. Soler quedó encargado de coordinar con el juez la orden de desalojo de los mapuches. Paul y Frank se pondrían en contacto con el ministro y los legisladores amigos para que dispongan de los necesarios contingentes policiales. En tanto, Ernesto, Gustavo y Daniel se encargarían de todos los detalles para garantizar que el personal, las maquinarias, herramientas y materiales puedan estar el próximo lunes al pie del cerro para el inicio de los trabajos.
John nuevamente se sintió desbordado por la dinámica de sus colaboradores, que con empeño lógico sólo entendían de cumplir con las funciones para las que fueron contratados, que debían ser eficientes para conservar sus tan prometedores puestos laborales y para concretar el proyecto que alimentaría sus respectivos currículos personales. Guardó sus angustias en un mar de silencios y aspiró a que algo mágico ocurriera, que lo sacara de tan embarazosa situación.
XVIII
Salvo John, todos confiaban que con esa andanada de acciones los mapuches percibirían la firmeza, comprenderían que la decisión era irrevocable, sentirían la presión y cambiarían de postura. No obstante, la mayoría del staff no manifestaba ninguna duda en recurrir a la fuerza aprovechando la enorme disparidad de recursos y apoyos existentes.
Durante esa especie de tregua, los peones mapuches acudieron con presteza a cumplir con sus funciones y su desempeño fue tan eficiente como de costumbre. Parecía que ellos también querían dejar sentado que no temían a las fuerzas que se estaban desplegando a su alrededor. Amparados en designios divinos, esperaban seguros el decisivo momento de la confrontación.
El sábado amaneció nublado, aunque la temperatura no era muy baja. El constante ulular del viento desgastaba los estados de ánimo y la  arenilla que arrastraba producía un profundo malestar al chocar contra los rostros o introducirse en los ojos.
La tensión estaba presente en el ambiente, todos los preparativos se ponían en marcha sincronizadamente y los aprestos bélicos eran inminentes.
La casi totalidad de los obreros ya estaban alojados. Las grúas, topadoras y palas mecánicas se encontraban alineadas sobre la banquina del camino frente al cerro. También los camiones que descargaban materiales circulaban con una frecuencia regular, como si fuesen vagones de un extenso convoy.
A las 12, llegó el juez. Un hombre de unos cuarenta años que no podía dejar de evidenciar sus ancestros sajones. Alto y fornido, con su frondoso bigote y el rubio cabello impecablemente peinado con fijador. De inmediato, le ordenó a su secretario que se dirija hacia la aldea mapuche para concretar la intimación “de que en el plazo de dos horas debían desalojar el predio”.
Unos minutos más tarde, arribó el comisario de la ciudad de Esquel, al frente de un contingente de policías en dos autobuses. Enseguida se puso a las órdenes del juez y le comunicó que las directivas que le había dado la superioridad eran terminantes “para proceder al desalojo de los indígenas de cualquier manera”.
Cuando regresó el secretario del juez, su semblante había cambiado notablemente. El joven estaba pálido y su mirada denotaba un gran nerviosismo. De inmediato fue rodeado por gran parte de los presentes para conocer detalles de la respuesta indígena.
Con gran agitación, empezó a hablar: “me recibieron con frialdad, escucharon la intimación y no la quisieron firmar. Dijeron que desconocían la orden judicial y que se iban a quedar en sus tierras. Han llegado mapuches de otras comunidades para resistir junto a ellos, debe haber más de cien hombres en la aldea”.
Frank reaccionó sorprendido: “esto es inaudito, no puede ser, la custodia tenía claras instrucciones de no dejar pasar a nadie...”
En ese momento, llegaba a toda prisa el encargado del personal de seguridad de la estancia. Agitado y nervioso, fue directamente hasta el lugar donde se encontraba el grupo e informó que dos de sus hombres habían desaparecido de sus puestos de guardia durante la noche, sin dejar huellas.
- Los estuvimos buscando por todos lados sin novedad, se hicieron cargo de sus puestos a las tres de la madrugada y cuando fueron los relevos, a las siete, no había nadie. En sus cabañas no hay rastros de  que hubieran regresado. Tenían instrucciones precisas, son dos hombres muy responsables y expertos, y no se van a ausentar del lugar sin un motivo muy justificado. Además, si hubieran visto algo extraño podrían haber llamado a la base con su móvil, pero no hubo ningún intento de comunicación registrado. No hay huellas de lucha ni de heridas, no se encontraron pisadas ni ningún elemento caído. Todo es muy extraño.
El comisario ordenó a sus hombres que rastrillen la zona y de inmediato partieron los dos vehículos con el jefe de la custodia  hacia el lugar de la misteriosa desaparición.
XIX
Los integrantes del staff se reunieron informalmente en el living. Todos estaban más que sorprendidos por la impensada evolución de los acontecimientos.
El viento de febrero soplaba con fuerza creciente  haciendo inhóspito el lugar, su silbido a lo lejos aumentaba el nerviosismo en que se sumía la mayoría y crispaba los nervios de los menos habituados a las particularidades patagónicas.
Sin que se dieran cuenta, llegó la hora de vencimiento del ultimátum y el juez se encontró con que no contaba con el personal policial imprescindible para concretar la medida anunciada. Entonces, decidió marchar hacia la aldea junto a su secretario, el comisario y dos agentes de su custodia. A la delegación oficial se sumaron John, Frank, Paul, Ernesto, Gustavo y Patricio.
El grupo avanzaba a paso vivo por el sendero que llevaba al asentamiento indígena. Al atravesar el bosque, escucharon el estridente canto del chucao que quebró el silencio de esa burbuja vegetal. Parecía un indicio de mal agüero. Fue el único detalle llamativo que se apreció en el ambiente, sólo se escuchaba el sonido regular de los pasos de los once hombres cuando oprimían el manto de ramas y hojas que alfombraba el bosque.
Al llegar, no se encontraron con los previstos signos de aprestos bélicos ni defensivos. Substraídos de esos dilemas, alrededor del fogón estaban todos, hombres, mujeres y niños, cantando suavemente una invocación colectiva. Indiferentes a la presencia de los hombres blancos, continuaron concentrados en su ritual. Ni siquiera a los niños mapuches se les despertó la curiosidad por la extraña incursión.
A manera de consuelo, John se deleitó al comprobar que la altanería y bravuconadas del juez se trasmutaba en un poco elegante silencio. Consciente de la desfavorable relación de fuerzas del momento, prefirió no incurrir en provocaciones y esperar pacientemente la finalización de la ceremonia. Se quedaron a un costado, sentados en unos troncos, cuidándose de no interferir en el rezo colectivo.
Debieron soportar cuarenta minutos de intranquila espera, hasta que en un determinado momento se escuchó una manifestación de gritos guturales que daban por terminado el ritual. Despreocupadamente, apareció el cacique, acompañado del capitanejo y su segundo, para parlamentar.
El juez pretendió recuperar el terreno perdido,  cambió de talante y asumió nuevamente el protagonismo al que era tan afecto.
- Señor Guaiquil Curiñanco, usted ya está enterado de la decisión y está incurriendo en desacato, así que espero que rápidamente se subordine a la autoridad judicial. Caso contrario tendré que recurrir a la fuerza pública, su desobediencia no me deja otra opción.
- Nuestros dioses se están comunicando con nosotros, están dándonos señales para indicarnos el camino a seguir. Tendremos que esperar hasta saber qué debemos hacer...
- ¿Usted sabe algo de los dos custodios que desaparecieron? Interrogó el comisario.
- No, no sé nada.
- ¿Cómo que no sabe nada? ¿Cómo hicieron para entrar a la estancia tanta gente de otras aldeas sin que los vieran los custodios?
- Ellos pasaron las alambradas y nadie se los impidió.
- Si no aparecen estos dos hombres, ustedes son los primeros sospechosos y tendré que detenerlos.
- Hay muchos hombres extraños en las cercanías de este lugar sagrado, están desafiando a Hueke Hueku y él es implacable y muy vengativo.
- No me venga con esas supersticiones y más vale que encontremos a los dos custodios, porque si eso no ocurre la van a pasar muy mal. Cuando mis hombres terminen de buscarlos, vendremos por ustedes.
La única respuesta mapuche fue un resignado silencio.
Esa advertencia sonó con la contundencia de un mazazo para John. Tuvo la impresión de haberse introducido en la narración de una moderna versión de Fuenteovejuna.
El clima de tirantez quedó atrás cuando el grupo decidió iniciar el camino de regreso. El juez y el comisario alardeaban en sus comentarios de cómo habían acorralado a los mapuches, “ahora sí van a sentir el rigor y se les va a acabar la rebeldía”, proclamaron.
XX
John acompañaba al grupo en silencio, sumergido en sus pensamientos. Nuevamente le vino a la memoria una afirmación de Curt. Había una frase que trataba de recordar desde hacía varios días. Ahora, sorpresivamente, se le presentó abriéndose camino entre la maraña de sucesos de dos décadas de recuerdos. Se trataba de una argumentación habitual del mundillo contestatario de la época, advirtiendo ante una inminente represión: “si alguna desgracia tiene lugar no será por culpa de quien está defendiendo su derecho, sino de quien está violando el de su prójimo”.
Sus culpas y contradicciones le producían la sensación de que las imágenes de sus pensamientos rebotaban contra un frontón. Evidenciando los contrastes que lo asolaban, entre sus razonamientos reaparecían escenas de esa convulsiva etapa de su vida que aparentaban estar olvidadas.
El asombroso archivo de la memoria humana daba muestras de que todos los sucesos, hasta los más insignificantes instantes de la vida, buscaban su alojamiento en algún lugar entre los recovecos de la mente. Permanecían allí agazapados, gran parte de ellos eternamente. Otros salen a escena en el momento menos esperado, cuando alguna circunstancia afín los convoca, cuando se busca desesperadamente algún vínculo con el presente o la experiencia de lo acontecido.
Una parte de su ser se escapaba a su control, como si su cuerpo hubiera entrado en un trance de convulsión donde cada célula debía alinearse necesariamente con alguno de los bandos en disputa. Su fortaleza y convicciones del pasado se erigían ante las debilidades del presente y le tendían una celada dejándolo inerme. Tenía una sensación de cuerpo anarquizado, descontrolado, como si ya ningún órgano respondiera a sus mandos naturales y que, ante cada acción que pretendía emprender, los distintos componentes de su organismo entraban en un paralizante estado deliberativo.
El sendero del bosque le resultó interminable,  sintió que nunca se podría salir de esa inmensidad vegetal y que los acosaban manifestando su rebelión contra quienes la intrusaban.
Cuando el grupo comenzó a dejar atrás la espesura, renació su estado febril y volvió a sentir ahogos. Las voces y escenas del pasado se le sucedían aceleradamente unas a otras. Discursos de barricada, discusiones, consignas y gritos de multitudes alternaban con la actual sensación de indignidad. Aunque intuía el tenor de las expresiones, no identificaba palabras, eran sonidos altisonantes que lo sumergían en una vorágine de voces tan familiares como indescifrables, le pareció ingresar en un torbellino que llevaba a su cerebro al estallido.
Todo lo que le rodeaba entró en movimiento, comenzó a temblar, no pudo dar un paso más y se desplomó sobre el manto de hojas secas que tapizaba la periferia del bosque, ante la alarma generalizada del grupo.
Lo llevaron rápidamente hacía un vehículo, lo transportaron hasta la cabaña y luego a su dormitorio, dejándolo bajo los atentos cuidados de Lucila, quien se estremeció al verlo pálido y desencajado. Su inédito estado de vulnerabilidad e indefensión la enterneció al permitirle descubrir una arista de John tan infantil como inimaginable.
XXI
Cuando abrió los ojos era de noche, pensó que había sido un simple desmayo, pero la resaca que todavía asolaba su cuerpo le hizo recordar los instantes previos a la crisis. Intentó levantarse, pero su cuerpo continuó sin responderle. Poco después se volvió a dormir.
No supo cuanto tiempo había pasado, hasta que el ruido originado en un inusual movimiento de vehículos lo despertó. Los interrogantes por los sucesos que podían haber acaecido le dispararon nuevas y crecientes angustias.
Al mirar por los ventanales vio una caravana de patrulleros y camionetas policiales que se dirigían hacia el Küme Huenu. Se vistió lo más rápido que pudo y salió disparado de su dormitorio, venciendo el malestar del cuerpo y de la mente, superando debilidades y flaquezas.
Al llegar al vestíbulo se cruzó con Lucila, quien salió a su encuentro para abrazarlo con ternura y preocupada quería saber cómo estaba su declinante estado anímico.
-Estoy bien, no te preocupes. ¿A qué se debe tanto movimiento?
-Todo se está complicando mucho. Anoche desapareció otro hombre de la custodia, esta mañana se hizo la denuncia y ahora llegaron los policías con una orden del juez para detener a Curiñanco.
-Voy a tratar de evitar maltratos que complicarían mucho más la situación.
-No vayas. No estás en condiciones...
-No te preocupes, no puedo abstenerme de estar e interceder para evitar una tragedia.
Cuando llegó al pie del cerro, descendió del vehículo y se topó con los uniformados que estaban dispuestos a avanzar desplegando un operativo de pinzas para cercar la aldea. 
John se sumó a la comitiva que integraban el comisario, el secretario del juez y otros tres oficiales.
Cuando divisaron el claro, vieron que los mapuches estaban en la misma posición que los habían encontrado el día anterior, sentados alrededor del fogón, entonando una canción,  a manera de rezo.
Respondiendo a otra relación de fuerzas, esta vez la comitiva no esperó que finalizara la ceremonia, irrumpieron en las proximidades del círculo y reclamaron la presencia del cacique.
Como si hubiera adivinado la causa de semejante despliegue, el lonco se levantó y fue al encuentro de los policías. Al unísono una decena de hombres se levantó para acompañarlo. Temiendo lo peor, el comisario dio la orden de desplegar a todos los efectivos para intimidarlos.
-Venimos con la orden de llevar detenido a Guaiquil Curiñanco, para ser interrogado en el juzgado por la desaparición de tres empleados de la estancia.
- Nosotros no tenemos nada que ver, somos gente pacífica. Así que no hay ningún inconveniente, voy a ir con ustedes para que me pregunten lo que quieran. Respondió el jefe indio con su parsimonia habitual.
De mala manera, dos policías lo tomaron de los brazos y le colocaron las esposas. Esto provocó la reacción de un grupo de jóvenes mapuches que se enardecieron. Comenzaron a insultar y a empujar a los uniformados.
La reacción policial no se hizo esperar y descargaron golpes con sus largos bastones. Lo hacían con tal entusiasmo que parecía que hubieran estado esperando con ansias ese momento.
A John le resultó paradójico que la gran mayoría de los efectivos policiales denotaban ascendencia mapuche; no obstante, sin ninguna compasión se dedicaban con esmero a aporrear a sus hermanos de sangre.
El tumulto fue haciendo retroceder a los observadores. John fue invitado a retirarse hasta donde finalizaba el claro.
Sentía en su propio cuerpo los golpes descargados sobre los indefensos mapuches y la indignación comenzó a desbordarse por todos los poros de su piel.  Su mente volvió a amenazarlo con entrar en un nuevo estado de shock, pero en su sangre hervía el deseo de entrar en acción. Se sintió más que nunca ubicado en el bando equivocado, no pudo contenerse y gritó con toda la desesperación que lo embargaba: “¡Basta! No quiero violencia en mi propiedad, detengan la represión.”
El comisario lo miró sorprendido y dio la orden de retirarse, llevándose al detenido.
De inmediato, John fue a ver si había heridos entre los indígenas que habían recibido los bastonazos a pie firme. Pero, el capitanejo se cruzó en su camino y le espetó: -“¡Váyase con los suyos, a nuestros hermanos el consuelo se lo damos nosotros!“
-Sepa que esto me desborda, yo no quise nunca que la violencia...
-La violencia no son sólo los golpes de los bastones y que se lleven esposado a nuestro lonco, la violencia mayor es querer echarnos de nuestra tierra.
XXII
John no supo que más decir ante tanta elocuencia y se retiró con la sensación de haber consumado una nueva fase de traición a sus convicciones.
Llegar a ese estado que tantas veces detestó, como cuando algunos de sus ex compañeros abandonaron los ideales en función de las tentaciones ofertadas por la sociedad. Lo indignaba ver a los que se sumaban, sin ningún empacho, al ejército de sumisos que aceptaban recibir las migajas del sistema y que estaban dispuestos a ignorar a los que reclamaban por sus derechos guardando un prudente y cómplice silencio. La primera defección, por lo general, leve, inauguraba un largo camino de traiciones.
Sus pensamientos se centraron en las intransigencias pasadas. Cuando le resultaba inaceptable abandonar la militancia activa, cuando cualquier debilidad era calificada como un signo de individualismo pequeño burgués que evidenciaba un desinterés por el destino colectivo o una cobarde deserción de los rigores, exigencias y riesgos de la lucha.
El agobio y la depresión se reinstalaron con toda su fuerza. Se sintió vacío, como si su historia se hubiera esfumado dejando sólo el residuo de una masa de carne y huesos, desprovista de conciencia.
Al llegar a la cabaña, postergó sus cavilaciones ante la necesidad de afrontar el clima de temores que embargaba al staff.
Estaban reunidos en la biblioteca, con la tensión reflejada en todos los rostros. Los tres hombres desaparecidos dejaban de ser una desafortunada coincidencia. No encontraban explicaciones posibles salvo la de adjudicar la culpabilidad a los mapuches.
Frank, en su papel de intelectual acostumbrado a contar con respuestas para todos los interrogantes, exponía sus razonamientos: “objetivamente, los únicos interesados en producir las desapariciones de los tres custodios son los mapuches. Pero nos encontramos con un escenario del crimen que desborda las capacidades de los posibles autores. ¿Cómo puede ser que no hayan dejado rastros, ninguna huella, manchas de sangre ni vestigios de una pelea? A mí no me convence que esta gente, totalmente inexperta en materia de desorientar a los investigadores, pueda hacer algo tan perfecto que parezca que las víctimas  se han esfumado en el aire”.
- Tampoco resulta creíble que estos tres custodios -intervino Paul-, con la experiencia que tienen, con la habilidad para el manejo de las armas y las destrezas para la defensa personal sean sorprendidos como niños. Tienen los reflejos agudizados para pegar primero y preguntar después. No puedo entender que hayan sido atacados en la soledad de la madrugada sin haber atinado a defenderse...
En la mente de la mayoría de los miembros del staff había interrogantes similares sin que se atrevieran a manifestarlos.
Lucila advirtió el clima de incertidumbre generalizado y se animó a aportar su visión como lugareña.
 - ¿Entonces habrá que creer en las explicaciones que dio Curiñanco?
-Yo, por principios no puedo creer en semejantes fantasías -dijo Frank-, esas supersticiones son tan infantiles que no soportan ningún razonamiento serio. Desde las épocas más primitivas, el hombre siempre tuvo una necesidad angustiosa por hallar explicaciones a todo lo que le rodeaba. Cuando no encontraba alguna respuesta científica, inventaba la que le venía a cuento, recurría a una fábula que le resolviera el dilema. La ciencia pudo comprobar falsedades y supercherías; hasta las leyendas que dieron origen a las religiones fueron desenmascaradas. Como dijo Jorge Luis Borges, la teología fue quedando reducida a ser una parte de la literatura fantástica. Yo creo que no es conveniente buscar explicaciones rápidas, que respondan más a esas necesidades ancestrales de los hombres que a reflexiones aplomadas. Hay que tener paciencia, esperar, y con el transcurso de los días alguna pista va a aparecer y se nos van a aclarar las dudas.
-A mí me intriga la firmeza de las convicciones de los mapuches -habló Gustavo-, no tienen ninguna duda. Los que nacimos en tierras de indios tenemos un gran respeto por sus creencias. Yo nací y me crié en el Chaco, allá hay mucha influencia de las culturas de las tribus de tobas y matacos. Ha habido muchas historias que no encontraron explicaciones lógicas, sólo se encuadraban dentro de las creencias de los indígenas. Algunas veces se descubría una trama que explicaba un hecho y se desmantelaba esa historia, pero en gran medida quedaban instaladas esas creencias como ciertas.
-Pero, tiene que haber gente que reflexione -reaccionó Frank, elevando su tono de voz- y no se deje atrapar por semejantes supersticiones.
-En toda la zona andina -explicó con renovado entusiasmo Lucila- hay una gran presencia cultural indígena. Muchos tienen sangre mapuche en sus venas y tienen una gran predisposición para encontrar explicaciones dentro de su cosmovisión.
- Esas creencias son tan fuertes que hasta los obreros están muy intranquilos -comentó Daniel- porque tanto movimiento les despertó temor, están enterados de todo. Los mapuches están difundiendo la versión de que los dioses están enfurecidos con la amenaza de destrucción del cerro sagrado y van a descargar su venganza sobre todos los forasteros. Esto está provocando un clima de pánico.
-El tema del conflicto ya ha trascendido. -informó Paul- Los diarios publicaron noticias sobre los tres desaparecidos…
- Esto es una gran complicación para la prosecución del proyecto. Aseguró Frank, con cierto grado de abatimiento.
- Si, además hay un estado de movilización –continuó Paul- de las comunidades mapuches de la región. Gente de diferentes lugares y extracciones viene a solidarizarse. Desde  Esquel, Zapala, El Hoyo, Lago Puelo, llegaron delegaciones hasta los límites de la estancia. Están concentrándose para apoyar el reclamo. Si esto sigue así, es probable que tenga repercusión regional y nacional, aunque hasta ahora los medios de comunicación lo han tomado con discreción, apuntan más a los posibles crímenes de los mapuches y dejan en un segundo plano el tema de la tierra y el desalojo. Pero, en la medida que esto se prolongue, el dedo acusador va a centrarse en nosotros y los indígenas serán las víctimas  reivindicadas. 
John se mantuvo en silencio durante toda la reunión, sabía que en caso de intervenir en la conversación saldrían a la luz todas sus contradicciones, su estado deliberativo interno y prefirió guardar su crisis bajo siete llaves.
Al tomar conocimiento de la magnitud que estaba alcanzando el conflicto,  le resultó insoportable seguir participando de la reunión. Se despidió y, como una fiera que se concentra en sus puntos sangrantes, se recluyó en su dormitorio.
XXIII
En la soledad de la habitación, John se dispuso a analizar su complicada situación. Pero la reunión estaba fresca y algunas de las intervenciones ocuparon transitoriamente el centro de sus pensamientos.
Las diversas explicaciones ensayadas durante el debate sobre las desapariciones de los custodios no habían logrado hallar fórmulas convincentes. La búsqueda de hipótesis serias resultaba infructuosa y los más propensos a los razonamientos fantásticos fueron  ganando posiciones ante el espacio cedido por los que intentaban la conquista de argumentos lógicos y racionales.
A pesar de que el grupo podía considerarse de un nivel cultural elevado, se evidenciaba la propensión de la mayoría a ser influenciada fácilmente por mitos, leyendas y argumentos escasamente científicos. Le producía cierta desazón ver reaparecer esa vieja tendencia de los seres humanos a la búsqueda desesperada de explicaciones y a reeditar las reacciones típicas de los hombres primitivos.    
De esas divagaciones pasó a analizar el desaliento que le producía su actual situación. Estaba en el centro de una tormenta que lo conducía inexorablemente al desastre. Se sentía preso de las circunstancias que lo rodeaban y sin fuerzas ni herramientas como para intentar prevenirlas y actuar en consecuencia.
Su mirada  retrospectiva se detuvo en la situación de plenitud y de felicidad que había descubierto en las primeras vivencias patagónicas.
En los últimos días, la dinámica de los acontecimientos no le había permitido ni siquiera contemplar el majestuoso paisaje que tanto gozo le produjo al inaugurar su residencia en la región. Le parecía una experiencia lejana ese contacto matinal con la visión paradisíaca que le exaltaba los sentidos. Todo lo mágicamente bello que le había parecido ese lejano paraje del mundo, se le estaba escurriendo como agua entre los dedos por los dramas humanos que había contribuido a generar.
También el amor descubierto había quedado al costado del camino. Paulatinamente, todos sus vínculos se fueron restringiendo estrictamente a las demandas del conflicto del Küme Huenu. Se había alejado de hasta quien más le había hecho sentir que estaba vivo, de quien le abrió las puertas de sensaciones que estaban descartadas hasta entonces en su existencia.
Se había introducido en un laberinto de sufrimientos que ni por asomo  imaginó cuando llegó a esta tierra. Se indignó ante lo paradójico y absurdo de su presente. Cuando más se aproximaba a la plenitud, la realidad inesperadamente lo depositaba en el interior de una caverna dominada por la oscuridad y la incertidumbre, y minuto a minuto se estaba hundiendo más y más en sus tenebrosas profundidades.
Pensó que ni siquiera contaba con la creencia en un ser superior, un dios a quien recurrir. A quien hacerle llegar sus lamentos, imbuirse de la ilusión de ser escuchado y esperanzarse con un gesto divino que lo saque de sus padecimientos. No tenía ni un gramo de fe, era un ateo convencido y militante. Ni atravesando el más profundo dolor tenía alguna duda sobre la inutilidad de confiar en lo etéreo de las convicciones del común de los humanos.
Al seguir buceando sobre la matriz de sus conflictos reapareció el contraste entre ideales e intereses que permanecía subyacente y era el verdadero disparador de ese patético punto de inflexión en que se encontraba.
Un mínimo suspiro de alivio acompañó la formulación de  la idea, allí estaba el nudo gordiano que se erigía en su camino y le impedía cualquier atisbo de realización.
Muchas veces, los pensamientos cargados de dolor no están exentos de ironías. Se vio a sí mismo como un militar humanista, un gobernante idealista o un Papa ateo; alguien que encerraba en sí mismo una contradicción insalvable e insoluble.
Cómo resolver semejante encrucijada, si ni siquiera contaba con algún interlocutor confiable. No hablaba con nadie de sus dilemas para evitar que trascendiera una imagen desteñida del pujante empresario que debía aparentar ser. Se replegaba sobre sí mismo y ya no se sentía capaz de sobrellevar semejante peso sobre sus espaldas.
Estaba solo, aislado y atrapado en una emboscada en la que cayó  inocentemente, sin haber tomado en cuenta los indicios que le estaba suministrando la realidad.  
XXIV
Trató de serenarse en medio de ese  mar de lamentos en que se había convertido su vida. Llegó a la convicción de que en ese estado convulsivo era imposible encontrar alguna solución.
Le produjo un cierto alivio recordar el viejo precepto militante, de que tener conciencia de la causa, significa tener la mitad del problema resuelto y se dispuso a emplear todas sus energías en la búsqueda de una salida.
Entonces, comenzó a especular con las distintas variantes que podía llegar a tomar en cuenta y, luego de escribir en una hoja cada una de las opciones, se dispuso a analizar los puntos positivos y negativos de cada una de ellas.
Escapar, suicidarse, rebelarse ante su padre o traicionar sus pensamientos, fueron las cuatro alternativas a las que redujo su extremo esfuerzo mental.
Para entonces ya había descartado algunas opciones como la de abrir nuevas instancias negociadoras, aumentar el ofrecimiento para que los mapuches accedieran al traslado y otras variantes más descabelladas.
La opción de escapar ya había sido analizada en reiteradas ocasiones y eran recurrentes las conclusiones a las que llegaba. No resolvía el problema del cruce de intereses con los mapuches. Si no era él, otro  iría a protagonizar el conflicto con posturas mucho más extremas. Por esa misma razón había desechado la venta de la estancia o la abstención en la consecución del proyecto.
El suicidio tenía algunas aristas parecidas, pero el peso de sus razonamientos pasaba por su admitida cobardía para adoptar una decisión semejante. Muchas veces frente a situaciones críticas, especuló con terminar con su vida, pero resultaba nada más que un ejercicio intelectual.
A pesar de ser de una personalidad con claras tendencias depresivas, siempre había como una luz encendida, una fuerza vital que lo presionaba para seguir viviendo, aún en los momentos con menores esperanzas de encontrar una salida. La obstinación de los Doyle por continuar presentando batalla ante todo tipo de dificultades se había infiltrado en su personalidad y le impedía dar ese drástico paso.
Decidió entonces cambiar el frente de combate. En lugar de  enfrascarse en batallas no queridas, desiguales e indignas con los indígenas, le resultaría mucho más vigorizante emprender el enfrentamiento largamente postergado con su progenitor; de una vez por todas debía asumir sus ideales y llevarlos a la práctica sin cortapisas, sin medir las consecuencias que tendrían en esa relación.
No había otra esperanza para él que terminar con esa ambigüedad entre convicciones y praxis, entre el peso de su conciencia y el de sus lazos sanguíneos.
“¡Claro, eso es lo que tengo que hacer!”, gritó en la soledad de su habitación, mientras golpeaba con su puño derecho en su otra mano, como un entrenador tratando de alentar a su equipo.
Enfrascado en el despliegue de su logística bélica en la temible y postergada batalla, se dispuso a diseñar una declaración de motivos para presentar a su padre. Estructuró su discurso argumentativo comenzando por enumerar las coincidencias que seguramente tendría, para ir desgranando luego las contundentes divergencias que los enfrentaban.
En ese momento recordó cuando recién salía de la adolescencia y sus compañeros le habían descubierto sus cualidades a la hora de redactar manifiestos y la pasión que lograba contagiar en sus escritos.
Volvió a sentir esa tensión que lo embargaba al concentrarse en la tarea asignada, ese estado de excitación que intentaba traducir en palabras impactantes para poder llegar al corazón de los lectores.
Se sentó frente al ordenador y comenzó a desplegar sus argumentos: “Padre, coincido contigo en que la decisión de encomendarme esta tarea estuvo bien pensada y rodeada de las mejores intenciones. Dentro de tus expectativas, supiste interpretar mis deseos y aspiraciones, apreciaste que la Patagonia tendría para mí un encanto especial, que, una vez descubierta la magia del lugar, no iba a querer alejarme de este verdadero paraíso terrenal. La misión que me encomendaste me llenó de entusiasmo, le insufló a mi vida la sana alegría de aspirar a conciliar mis ideales y mi viejo deseo adormecido de que te sientas satisfecho con mis realizaciones“. 
Continuó con la confesión de su enamoramiento y que creía que nunca estuvo más firme en el deseo de que esa relación se consolide. También, señaló que la existencia de una comunidad indígena le había despertado nuevamente la necesidad de emprender “acciones solidarias que les permitieran mejorar sus condiciones de vida, respetándolos en sus derechos y creencias”.
Con este párrafo ya se estaba deslizando hacia el terreno de las divergencias e insinuando el perfil de sus conclusiones.
“Padre –continuó-, no puedo entonces protagonizar un enfrentamiento con los mapuches que inevitablemente llevará a la represión y, tal vez, al derramamiento de sangre. Nunca me lo perdonaría si lo hiciera. Creo que tampoco tú desearías que llegue a traicionar hasta ese punto mis convicciones de toda la vida.
Por estas razones, estoy convencido que llegó la hora de hacer un replanteo del proyecto para que pueda contemplar principalmente a los seres humanos que serían despojados de sus derechos, aunque vaya en desmedro de los beneficios previstos. Es necesario reiniciar la búsqueda del lugar para asentar el centro invernal. Puede que no reúna las condiciones del cerro Küme Huenu, que no sea todo lo rentable que has evaluado, pero, al menos, no tendremos víctimas sobre nuestras conciencias, que, de producirse, seguramente, será un costo mucho más pesado de sobrellevar para nuestro futuro.
Si no fuera así, si no llegáramos a un entendimiento, lamento decirlo, no puedo continuar al frente de este proyecto.
A la espera de que sepas comprender mi estado de ánimo, mis argumentos y proposiciones, me despido con un afectuoso saludo”.
Revisó y corrigió el texto en cinco ocasiones, hasta que en su sexta lectura se convenció que ya estaba bien y que su formulación lo dejaba satisfecho.
Cuando despachó el correo electrónico, pensó irónicamente que se había exorcizado, que se había despojado de todos los demonios que lo estuvieron martirizando últimamente.
Tuvo deseos de ir al encuentro de Lucila, pero era demasiado tarde para ir en su búsqueda. La llamó por teléfono y sostuvo una larga conversación, que le permitió compartir las novedades y trasmitir la liberación que sentía en su interior con la decisión que había adoptado. Al alba se despidieron con la esperanza de que en el nuevo día se produciría un renovado y vivificante reencuentro.
Esa noche se sintió feliz y se durmió con el dibujo de una sonrisa casi infantil en su rostro. La placidez de su sueño y la creencia de que la paz  imaginada estaba en trances de ser alcanzada, no dejaron espacio para pesadillas ni sobresaltos.
XXV
Las fuerzas desencadenadas por la pugna de intereses entre los seres humanos rara vez se detienen para tomar en consideración las apetencias individuales, por el contrario, suelen manifestarse obstinadamente, aplastando en su voluptuoso andar a aquellos ilusos que pretendan obstaculizar su marcha.
Como cuando algún incauto frota la lámpara y logra despertar al duende, ya no hay espacio para el arrepentimiento, no se puede volver atrás. Las rectificaciones de último momento suelen llegar demasiado tarde para evitar que las pasiones liberadas se corporicen en las fuerzas desencadenas que se pusieron en marcha.
Esa mañana, desgraciadamente el sueño de John se prolongó en demasía, acicateado por ese ficticio estado de paz y satisfacción que presumía haber conquistado en la víspera.
Treinta minutos antes del mediodía, su calma se vio alterada por extraños ajetreos y sonidos que lo despertaron y le provocaron angustiosos sobresaltos. Se levantó de la cama en medio de los peores presentimientos.
Ruido de motores y disparos de armas de fuego le advirtieron que no sería un día cualquiera. Se vistió como pudo, se montó en su camioneta y salió a toda velocidad hacia el cerro.
En el camino encontró a Patricio, quien se subió al vehículo y trató de brindarle un informe de la situación: “Hace una hora que llegaron los policías y el juez para desalojar a los mapuches. Los sorprendieron pero igual se resistieron. Estaban sentados alrededor del fogón y allí se quedaron. Los policías subieron con topadoras y tiraron abajo sus casillas, golpearon con sus machetes a varios mapuches. Cuando los hombres vieron que maltrataban hasta a las mujeres y los niños, indignados, empezaron a arrojarles piedras a los policías. Parece que tenían unas hondas y, entre otros, le acertaron al juez en la frente, lo lastimaron y ahí empezó lo peor. El juez se puso como loco y ordenó que empiecen a los tiros, parece que hay varios heridos y hasta algún muerto...”
 Cuando John arribó al pie del cerro lo sorprendió la llegada de las ambulancias, fue la constatación de la tragedia. Dos cuerpos cubiertos por mantas y otros cinco heridos documentaron un tiempo del que ya no era posible retornar. 
Vio a una masa de hombres, mujeres y niños que eran subidos a empellones a los camiones para ser transportados a sus nuevas viviendas. En sus miradas se veía reflejada esa desgarrante imagen de la derrota.
Las mujeres con la mirada llorosa y perdida, abrazaban a sus niños intentando protegerlos de la brutalidad descargada sobre sus cuerpos, curtidos de injusticias a pesar de sus pocos años. Pero también se aferraban a ellos, como una tabla de salvación, era lo poco que les quedaba para seguir comprometidas con la vida.
Los ojos de los niños tenían esas extrañas expresiones que tantas veces ilustran las crónicas de matanzas, hambrunas o exilios forzosos. Sus miradas no parecen distinguir entre ogros y hadas protectoras, miran a todos buscando a alguien que los arrope. Son miradas que duelen, lanzan dardos cargados de preguntas, sin comprender por qué les arrebatan las poquitas cosas que componían su mundo.
El brillo de sus ojos, asomados entre los brazos de sus madres, penetra y no puede ser olvidado en su inmenso y silencioso dolor, es como una inocente, sutil y persistente venganza que queda impregnada en quien los quiera ver. 
Pero a John le resultó mucho más estremecedora la imagen de los hombres que presentaron una desigual pelea y fueron derrotados. Ellos pudieron hacer estallar su ira, manifestaron la digna rebeldía de negarse a obedecer, pusieron el cuerpo a pesar de la relación de fuerzas tan desfavorable, resistieron a la injusticia y fracasaron.
Pensó que no existe un dolor mayor en el mundo que el del hombre doblegado, el que irradia su impotencia y no la puede expresar más que en silencio, mordiéndose los labios y apretando los puños. El que exhibe el desgarramiento de haber intentado infructuosamente defender a su familia, su comunidad o su pueblo y no le queda siquiera la posibilidad de pronunciarse para manifestar su bronca. Son hombres destrozados, de cabezas gachas y miradas ocultas, conducidos como bultos, sin fuerzas y resignados ante el desprecio y el maltrato.
Los niños tienen la posibilidad de conmover y lograr algún consuelo, pero la imagen de ese hombre desesperanzado, tan brutal como cotidiana, produce un insensible y rutinario acostumbramiento, que sólo una mirada perceptiva y sensible puede llegar a detectar.
Para  John, un observador impregnado de ideales, que aspiraba al cambio social, que sabía de combatir injusticias y de obviar los riesgos al momento de dar un paso solidario al frente,  no existía visión más dramáticamente conmovedora ni tan cargada de negación ante el futuro humano que la de un hombre vencido.
XXVI
En pocos minutos, John pasó de la exaltación de su fugaz felicidad a recibir los sucesivos mazazos que le propinó la realidad que, a su pesar, había contribuido a forjar.
No pudo reaccionar, estuvo paralizado ante la sorpresa que le produjo tanta violencia desmadrada. Sintió la necesidad de recobrar su dignidad y ponerse en el camino de los bastonazos y las balas, quiso gritar bien fuerte su repudio y volver a ser parte de la resistencia a la injusticia, interponer su cuerpo ante la represión, poder retornar a esos momentos cargados de adrenalina y pasión, cuando la sangre fluía a borbotones encendida de vigor cuando lo intolerable permitía soñar con acercar el horizonte de las utopías.
Fue tan enorme la sorpresa, tanta desproporción entre la dinámica que habían alcanzado los hechos y sus expectativas de la víspera que el agobio le impidió reaccionar. No atinó ni siquiera a gritar, a interceder ante los policías, simplemente se desmoronó. 
Conmocionado, se alejó del lugar, caminó sin saber ni pensar hacia donde. Media hora después, obnubilado, se sentó sobre un árbol caído, con su mirada perdida en un horizonte que estaba muy lejos de vislumbrar.
La intensidad del último acto del drama había evaporado la escenografía, entró en una dimensión atemporal y abstracta, donde el dolor superó el límite de lo sensible dejando al cuerpo exhausto, los reflejos congelados y la inteligencia en fase de hibernación.
En ese estado catatónico se quedó al margen del tiempo y del espacio.
XXVII
Cuando quiso levantarse constató que su cuerpo no le respondía. En esa lucha contra la impotencia pudo corroborar que carecía de sensibilidad y sus extremidades estaban inertes. Su organismo había sufrido un furibundo repliegue estratégico y su funcionalidad quedaba reducida a la gestación de algunos pensamientos y limitadas percepciones. Escuchaba curiosos sonidos de la naturaleza próxima y algunos murmullos indescifrables producidos por seres que transitaban por un sendero cercano. Su deseo infructuoso de pedir auxilio y llamar la atención era ignorado.
No podía gritar ni pronunciar siquiera palabra o sonido alguno, los músculos de su cuerpo estaban en huelga y no respondían a sus órdenes, la única opción que le dejaba su desquiciado organismo era la de limitarse a observar en el estrecho ángulo de mira que le brindaba su cabeza inmóvil.
En ese estado perdió totalmente el sentido del tiempo.
El desvanecimiento de los haces de luz solar que se colaban entre el follaje ni el rocío de la noche joven tampoco le produjeron sensación alguna.
Su mente comenzó a producir imágenes que lo conmovían, una escena se continuaba de otra a un ritmo frenético. Tomó conciencia que estaba transitando por un terreno inexplorado que no le producía temores ni angustias, pero sí un enternecimiento especial y una extraña felicidad.
Lentamente dejó de percibir ruidos, todo se movía en un inusual silencio, hasta que las imágenes del paisaje se sustituyeron por otras más familiares. Así, ingresó a un torrente colorido y con sonidos maravillosamente placenteros.
Volvió a sentir esa alegría que le producía recorrer tierras desconocidas, indagar y conocer a gente y descubrir historias, aunque las que comenzaba a explorar presumía que eran conocidas.
El día estaba espléndido, se sentía arropado tiernamente por la calidez del sol y no existía referencia alguna a las tribulaciones que lo agobiaron en los últimos días. Por el contrario, no sentía ningún malestar físico y lo dominaba una sensación de paz interior como rara vez había vivido.
Se reencontró con Lucila y con ese estado casi olvidado de feliz estremecimiento que lo emocionaba hasta las lágrimas.
Caminaban por un sendero de un valle florecido con las tonalidades del arco iris. El deseo irrefrenable de intercambiar caricias los llevaba hacia la suntuosa cabaña, y la majestuosa noche austral fue el escenario de la amorosa convergencia que desembocó en un sueño de brazos y piernas entrelazados.
Lo despertó la voz aguardentosa de Bob Dylan entonando una melodía con versos cargados de frases que clamaban por la libertad. Se vio en medio de una fiesta en una noche interminable de verano. Se reencontró con sus amigos de la comunidad, con sus novias y parejas de sexo ocasional que acudían a su encuentro para decirle que lo habían echado de menos. Se abrazaban con entusiasmo, los besos y caricias rompían las barreras de los géneros y la alegría se desató en el frenesí de un baile colectivo.
Los cuerpos se aferraban con fuerza como pretendiendo fusionarse en una masa de brazos y torsos. Giraban como un trompo que aceleraba su velocidad hasta que el bosque que los rodeaba se fue haciendo una mezcla informe de distintas tonalidades sepias y blancuzcas.
De pronto, un clamor multitudinario lo sorprendió frente al Capitolio, los enfervorizados gritos de sus camaradas reclamaban el fin de una lejana barbarie, rodeado de banderas rojas y de un estado de exaltación colectiva. Estaba su querido y añorado compañero Curt subido al pedestal de una estatua arengando a la concurrencia con su contundencia habitual, y estaban Peter, Nora, Frederic, Mercedes, Marcela, Marcos y tantos otros que estaban exultantes por el éxito de la manifestación que desembocaría en el regreso de las tropas que habían asolado Vietnam.
Luego de la desconcentración, se quedaron tendidos en el verde parque, fumando unos porros con la ilusión de perpetuar ese estado de felicidad, hasta que el humo exhalado hizo que la realidad se evaporara poco a poco.
Todo se oscureció, sintió unas manos que apretaban las suyas y pudo divisar el rostro adorado de su primera novia, cuando lo acompañaba en el descubrimiento del mundo adulto, cuando recorrían los suburbios en busca de una penumbra cómplice que le otorgara privacidad a sus manos, besos y desenfrenos.
De ese ambiente de penumbras, pasó sorpresivamente al salón principal de su casa. Era una celebración familiar del día de Acción de Gracias y reconoció entre la gente el bello rostro de su madre, que tantas veces sin suerte se esforzaba por desempolvar entre sus recuerdos de la infancia.
Ella estaba recibiendo a sus amistades y acompañándolas hacia el living, vio a su padre ágil y esbelto compartiendo una animada conversación. Sintió la mano de su madre sobre su cabeza y recordó el inconfundible aroma de su piel, era ese recuerdo perdido que tantas veces intentó angustiosamente rescatar con nitidez del archivo de su memoria y que ahora se le presentaba ante sí para gozarlo con plenitud.
Luego, se reencontró con el particular calor del comedor, con  el olor inconfundible del desayuno previo a la partida hacia la escuela, con sus compañeros al subir al autobús y con los juegos colectivos de los recreos, todo se le presentaba claramente ante sus ojos y sentía que su felicidad superaba todos los límites conocidos.  
Esa sensación de espacio sin tiempo era enormemente agradable. Sorprendido por tantos momentos gratos, perdió la sensación del viaje que estaba emprendiendo. Pero, nuevamente la vorágine de colores y sonidos desembocó en un singular espacio donde no existía la impresión de estar pisando suelo y algo parecía indicarle que el final del camino estaba próximo.
Una sensación de agradable adormecimiento comenzó a dominarle, se sintió exultante, liberado de cargas, culpas y dolores; mientras entraba en un ambiente etéreo donde todo se desvanecía lentamente.
XXVIII
En tanto, el staff se encontraba reunido en la cabaña para hacer un necesario balance de los hechos. Cuando la tarde comenzó a dar signos de agonía, la ausencia de John empezó a ser motivo de indagación  e inquietud. El arribo de Lucila diluyó la única posibilidad de paradero no descartada todavía.
Los últimos incidentes no tuvieron la oportunidad de ser tratados, las especulaciones sobre el ausente comenzaron a estar en el centro de la inquietud del grupo, sin que ninguno pudiera acertar con una caracterización convincente.
Con la llegada de Patricio se tuvo constancia de la presencia de John en el escenario de los sucesos, sin que se pudiera detectar algún indicio de hacia donde pudo haberse dirigido después.
En medio de la alarma generalizada, rápidamente organizaron una búsqueda tan voluntariosa como desesperada.
Los vehículos todo terreno comenzaron a circundar el cerro, pero no encontraron ningún rastro de John, sólo su camioneta estacionada, con las llaves puestas y la puerta del lado del conductor mal cerrada, por lo que debió continuar su periplo caminando. 
Siguieron la recorrida y una hora más tarde, se encontraron los dos vehículos a la altura de las termas. Lucila, Daniel, Paul, Frank, Gustavo y Ernesto bajaron de las camionetas y, en medio de la niebla que comenzaba a espesarse, improvisaron una reunión.
- Debemos pedir ayuda urgentemente, no podemos seguir buscándolo sólo nosotros –habló Lucila, con lágrimas surcando su rostro y un estado de agitación inusual en ella-, se puede haber internado en el bosque, allí es muy fácil perder las referencias y extraviarse.  Esta noche va a helar y no podrá soportar quedarse a la intemperie.
-Sí, hay que actuar rápido. Ya estoy llamando al comisario y al ministro para que organicen un operativo de inmediato. Anunció Paul, mientras revisaba su agenda y comenzaba a marcar los números telefónicos.
Luego, Paul y Gustavo retornaron a la cabaña para centralizar las acciones y recibir a los que llegaran para participar de la búsqueda. El resto continuó recorriendo las proximidades del cerro, en un esfuerzo espontáneo y escasamente planificado.
Lucila, Frank y Patricio, avanzaron por el camino paralelo a la costa del lago. En tanto, Daniel y Ernesto bordearon el curso del arroyo y se dirigieron hacia donde están emplazadas las cabañas para los pescadores.
El cielo se encontraba despejado y, a pesar de la luminosidad de la noche austral, la luna ya se había empezado a reflejar en el espejo de las calmas aguas del lago.
El recorrido se hacía a paso de hombre y con las ventanillas bajas, con la esperanza de escuchar algún llamado de auxilio. Pasaron un par de horas de búsqueda y decidieron volver sobre sus pasos.
Patricio sostuvo que “es imposible que haya llegado caminando hasta acá. Para mí, se extravió en el bosque de las termas, es muy espeso y, cuando llega el atardecer, los vapores forman una niebla impenetrable y le hacen perder el sentido de orientación hasta al más baqueano”.
Frank, mientras detenía la camioneta,  agregó: “a mí también me parece que es lo más probable. En el bosque del Küme Huenu es más difícil perderse, porque la pendiente del cerro es una referencia permanente para orientarse”.
Todos coincidieron en regresar.  La luna ya desplegaba sus rayos plateados y permitía una visión más completa de la superficie del lago. Lucila sentada en el asiento del acompañante no dejaba de observar hacia las aguas.
- Mi miedo es que haya sufrido algún desmayo –afirmó Lucila-, en los últimos días se lo notaba muy tenso y después de la crisis nerviosa que tuvo la semana pasada... Pensar que anoche hablamos y estaba tan esperanzado en resolver el conflicto sin acudir a la violencia, pero luego de la represión debe haberse hundido en una depresión total.
El salto de una trucha rompiendo el cristal de la superficie del lago la sobresaltó, mecánicamente giró su cabeza hacía atrás y se quedó a la expectativa esperando otra aparición de la inquieta protagonista.
-¡Espera Frank! Miren allá atrás...
-No logro divisar nada anormal. ¿Qué fue lo que viste?
-Me pareció que algo flotaba en el agua.
Rápidamente, descendieron de la camioneta y caminaron hacia la orilla. Era una noche serena, ningún ruido alteraba el imponente silencio. A medida que se acercaban, se hacía más notorio el sonido del movimiento del agua acariciando la breve playa.
Se quedaron un largo rato mirando con detenimiento. Patricio encendió una poderosa linterna que llevaba, pero no logró divisar nada anormal.
Casi estaban por retornar al vehículo, cuando Lucila se tomó del brazo derecho de Frank y gritó estremecida: “¡Allá, miren allá!”
Patricio trató de enfocar con la luz y pareció que se reflejó sobre algo brillante, pero fue una sensación fugaz.
-¿Qué fue lo que vio? -Alarmado, le preguntó Patricio.
-Una sombra, algo oscuro que se movía o lo movían las aguas, como si fuera un tronco. Pero fue un momento nada más...
Se quedaron un largo rato observando la superficie del lago. Minutos después el haz de luz de la linterna chocó con un cuerpo que apareció sorpresivamente, como si hubiera saltado en ese instante sobre el breve oleaje.
Esto confirmó las presunciones de Lucila y dejó sin reacción al grupo. Se quedaron paralizados observando el intrigante suceso, hasta que Frank atinó a comunicarse por el móvil con Gustavo, le informó de las novedades y le insistió en la necesaria búsqueda de apoyo policial.
A la media hora, comenzaron a visualizarse las luces de un vehículo que se aproximaba. Siguieron con ansiedad el recorrido señalado por la intermitente luminosidad  cortada por árboles y montículos, hasta que se detuvo junto a ellos una camioneta policial.
Los uniformados bajaron un bote de goma inflable y lo acercaron hasta la orilla del lago, con él se disponían a surcar las aguas y cerciorarse sobre el misterioso cuerpo flotante.
Partieron raudamente hacia el objetivo con tres hombres a bordo, otros dos se quedaron junto a los observadores de la orilla, mientras Patricio los seguía iluminando con su linterna.
Necesitaron de un cuarto de hora para llegar hasta el difuso lugar señalado y poder localizar el objeto. Desde la costa se pudo apreciar como los policías hacían esfuerzos para poder elevar el bulto y colocarlo dentro del bote.
La ansiedad se fue agigantando y cuando los policías emprendieron el regreso, la sensación de que se estaba por dar certeza al drama que los atormentó los últimos días se instaló entre los presentes.  
Las peores presunciones se confirmaron, al llegar a la costa, pudieron comprobar que se trataba del cuerpo de uno de los custodios desaparecidos.
Los hombres con mucho esfuerzo lograron depositar sobre la playa el cuerpo del vigilante. El cadáver estaba con su uniforme intacto,  con el arma y el correaje correspondiente. No se distinguían signos visibles de violencia y el frío del ambiente había conservado en buenas condiciones al cuerpo a pesar de las horas transcurridas.  Fue colocado en una bolsa de plástico negro y cargado en el vehículo, para transportarlo hasta las dependencias donde se haría la autopsia para determinar la causa de la muerte.
Lucila, Frank y Patricio regresaron a la camioneta. Luego de las tensiones sufridas necesitaban desesperadamente encontrar un refugio que les brinde el cobijo de un ambiente confortable para poder conjeturar sobre lo sucedido.
Pero, cuando se disponían a partir hacia la cabaña,  un ruido en el agua les hizo girar sus cabezas y reintroducirse en el clima de tensión que aparentaba haber quedado atrás.
Había sido un sonido de mayores decibeles de los que podía producir el salto de una trucha, pero no divisaron nada, aunque las aguas comenzaron a agitarse sin que nada lo justificara.
Enseguida reemprendieron el camino, estaban cansados y un intenso frío les recorrió el cuerpo erizándoles la piel, pero no hicieron mención alguna a los temores que sentían y al torbellino de ideas en que habían entrado sus pensamientos.
Recién cuando el camino se alejó del lago, el sonido de sus voces pudo reaparecer y formular algún comentario.
-Bueno, ahora podremos comenzar a razonar seriamente sobre los responsables de las desapariciones, esperemos que lleguen pronto los resultados de la autopsia. Señaló Frank, con la intención de dejar atrás las conmociones que los embargaban, a pesar de su voluntad logró el efecto contrario al que se proponía.
-Sí, pero también habría que insistir para que lleguen cuanto antes los refuerzos policiales para ampliar la búsqueda. Agregó Paul.
-Hay que recorrer los bosques. Estoy seguro que don Doyle por allí debe estar- dijo Patricio.
Lucila continuó callada el resto del viaje.     
Cuando estaban llegando a la cabaña, los helicópteros comenzaban a sobrevolar la estancia, iluminando el suelo con potentes reflectores.
En ese momento, Martín Lambert ponía al avión en marcha con la intención de no dejar espacio de la estancia sin verificar. 
Al rato llegaba un destacamento policial, compuesto por unos veinte hombres  y, unos minutos después, arribaba el ministro en persona para dirigir el operativo de búsqueda.
Comenzó un rastrillaje que tomó como punto de partida el lugar donde se había visto por última vez a John. Desde allí avanzarían en distintas direcciones tratando de no dejar ningún lugar sin revisar.
XXIX
Cuando descendieron del vehículo, un llamado desde Manhattan hizo que Lucila entrara rápidamente a la cabaña. Como suponía, se trataba del padre de John, que desconociendo las dramáticas novedades, estaba convulsionado por el contenido de la carta enviada por su hijo en la víspera.
- Hola Lucila.
-¿Cómo está mister Doyle?
- Quisiera hablar urgente con mi hijo...
- Mire, ahora no está... No es para preocuparse..., pero lo estamos buscando... Aparentemente se ha extraviado en el bosque. Pero, seguramente, lo encontraremos pronto...
-¿Cómo...? ¿Qué ha pasado? Por favor, deme más detalles de lo que ha sucedido.
- Tuvimos un conflicto muy serio con los mapuches. Intervino la policía, hubo una represión importante y los desalojaron...
- ¿Dónde estaba John en ese momento?
- Dicen que lo vieron llegar cuando ya el incidente estaba terminado.
- ¿A qué hora fue?
- Al mediodía. Luego, al ver que se demoraba para participar de una reunión, comenzamos a buscarlo...
- ¿Cómo estaba la última vez que lo vieron?
- Estaba en su camioneta al pie del cerro, pero mucho más no sabemos...
- Le pregunto por su estado de ánimo... Seguramente, todo esto que me cuenta lo habrá impresionado mucho, conozco como piensa...
Se produjo un silencio en la conversación, que duró el tiempo que necesitó el anciano para masajearse el lado izquierdo del tórax, calmar el repentino dolor que le afectaba y poder recobrar la respiración.
Lucila también aprovechó el silencio para intentar encontrar alguna explicación más convincente, pero no tuvo la lucidez necesaria y los segundos que transcurrían la presionaban en el sentido contrario.
- Sabemos que estaba muy deprimido y la dinámica de los sucesos lo agobiaban…
- ¿Intentaron comunicarse por el móvil?
- Sí, pero no obtuvimos ninguna respuesta.  
- Por favor manténgame informado regularmente ante cualquier novedad.  Llamaré con frecuencia.
- Estoy a su disposición mister Doyle.
La conversación dejó a Lucila consternada. Evitó hacer mención del cadáver del custodio encontrado en el lago y trató de mantener la compostura, pero al cortar la comunicación, al quedarse sola, el silencio y la penumbra en la que se encontraba la casa la estremeció.
Se acercó a un ventanal y quedó asombrada por la cantidad de luces en movimiento que como luciérnagas aparecían y desaparecían entre los árboles. Los indescifrables sonidos de voces que se escuchaban a lo lejos y los helicópteros sobrevolando las inmediaciones del lago, imponían una inusual y tétrica imagen del lugar.
XXX
Cuando llegó Gustavo se abrazó a él con todas sus fuerzas y rompió a llorar desconsoladamente. Luego arribaron Frank y Paul, y al rato Martín, Ernesto y Daniel. Ninguno tenía para aportar algún dato esperanzador. No había pistas ni rastros y parecía que John se había esfumado.
Daniel comentó que los obreros estaban preparando sus bártulos para abandonar el lugar por la mañana siguiente, “están aterrorizados, y lo peor de todo, es que no puedo ni siquiera darles alguna seguridad sobre el inicio de las obras...”
Frank, con su frialdad habitual, evaluó que “ahora, además, se va a desatar una feroz campaña en contra del proyecto y de repudio por la represión, que va a dejar muy poco espacio para seguir adelante. Los medios de comunicación van a tratar el tema y el poder político va a estar más limitado para apoyarnos”.
Lucila sintió que esos comentarios le producían náuseas. No había otra cuestión que le importara por fuera de saber el paradero de John y tener algún indicio de su suerte. Qué valor podían tener ahora esas informaciones y pronósticos. Pensó que a pesar de los dramas y pesadumbres que produce el hundimiento de un proyecto, había como una constante necesidad en los seres humanos de recurrir a trivialidades, negando las tragedias y el dolor hasta el momento de su consumación.
No podía soportar la conversación, se mantuvo ensimismada, de pie junto al ventanal. No escuchó el sonido del teléfono, y sintió alivio al saber que Frank fue el encargado de dar las escasas explicaciones disponibles en el parte informativo reclamado por un desconsolado y balbuceante padre.
Avanzada la madrugada, llegó Patricio con cara de desaliento. Todos pretendían que de sus palabras surgiera alguna esperanza, alguna certeza, pero creció el desconsuelo: “no se sabe nada, no encuentran nada..."
- Es la misma historia que con los custodios -intervino Frank-. No se puede creer que la única explicación sea la que dan los mapuches.
- Si, para ellos es obra de Hueke Hueku, que está descontrolado y seguirá cobrando venganza en nombre de sus sufrimientos... Respondió Patricio compungido.  
Cuando comenzó a despertar el nuevo día, los policías fueron reemplazados por un nuevo contingente para continuar con nuevos bríos la búsqueda.
El comisario mantenía informado al ministro que daba muestras de estar alterado por la previsible pérdida del negocio que parecía tener asegurado. Antes de volver al campo de operaciones, ingresó a la cabaña para dar un informe insustancial: “vamos a seguir todo el día buscando, hasta ahora no hemos encontrado ni huellas ni rastros... Pero no vamos a parar hasta completar toda la zona alrededor del lago. Esa es la orden dada por el ministro.”
- ¿Ya se tiene algún resultado de la autopsia del cadáver del custodio? Consultó Frank.
- Los primeros resultados indican que la víctima no sufrió maltrato físico  tiene todas las características de una muerte por hipotermia. Es decir que, aunque falten profundizar los estudios, todo parece anticipar que el hallazgo no nos aportará muchos elementos para el esclarecimiento del caso. En una hora estará por aquí la división anfibios con elementos como para poder hacer rastreos subacuáticos.
- Habrá que creer en las explicaciones que dan los mapuches entonces -comentó Patricio-, la machi explica que el dios Futachao ha hecho llegar su voluntad contraria a la entrega del cerro Küme Huenu. Que como ha visto que los mapuches lucharon y no pudieron conservar esos lugares sagrados, ha llegado a la tierra para participar de su defensa y va a seguir actuando para cobrarse venganza con los blancos y con los que colaboren con ellos. Dicen que con sus poderes adormece a sus víctimas y luego las lanza al agua del lago o las deja a la intemperie para que mueran, y auguran nuevos sufrimientos para los responsables del atropello a los mapuches.
Esas palabras fueron como un lejano murmullo para los oídos de Lucila. A pesar de la compostura que mantenía, sentía que su cuerpo se había convertido en una especie de caparazón vacío. El dolor era tan inconmensurable que parecía haber destrozado sus órganos, músculos y sentidos.
En ese momento, tuvo un rapto de lucidez y empezó a asumir que ese lugar, que siempre había sido tan entrañablemente amado, de un plumazo había dejado de pertenecerle, se había convertido en una tierra extraña. Un escenario donde las pasiones humanas se habían enfrentado encarnizadamente y no dejaron nada en pie. Ese viejo y querido paraíso se había esfumado definitivamente.
La única certeza que tuvo fue la de haber ingresado en un terreno insondable. Todo se desmoronaba a su alrededor, dejándola sin tierra firme donde pisar. En medio de tanta incertidumbre, advirtió que aún no había asumido la desaparición de John y volvió a eludir el pensamiento, como una forma de preservar su equilibrio. Quedó inmóvil con su mirada atravesando los cristales, aferrándose a esa débil esperanza que el imponente operativo de búsqueda mantenía con vida.
Pero, a los pocos minutos, las lágrimas le brotaron como un torrente, empezó a temblar y un frío intenso llegado desde los huesos raudamente fue invadiendo su cuerpo. Se mantuvo en pie como pudo, hasta que Martín, que se había percatado de que estaba a punto de desplomarse, la condujo hasta el sillón más próximo al fuego, la ayudó a acostarse y la cubrió con una manta de lana.
XXXI
Al mediodía, volvió el comisario con un hallazgo tan asombroso como inexplicable: “encontramos este encendedor con las iniciales JWD III,  en la orilla del lago, en la bahía que está pasando las termas. No sabemos cómo pudo aparecer allí, es un lugar apartado, hay elevaciones y pantanos en el camino... Además, no vimos ni una huella de su paso por el lugar...Ya comenzó el rastrillaje del lago, creo que podrá terminarse en el día de hoy o a primeras horas de mañana”.
Lucila quiso tenerlo, lo cubrió con sus dos manos y lo cobijó junto a su pecho.
Por la tarde, nuevamente el funcionario policial acudió a brindar informes sobre los escasos resultados del rastrillaje y el compromiso de continuar la búsqueda con ahínco hasta resolver el dilema.
El desconcierto del grupo iba en aumento. Pero, a pesar de los agujeros negros producidos en sus interpretaciones, todos sentían la necesidad de no marcharse del lugar, de permanecer juntos para enfrentar cualquier contingencia y desplegados en los sillones del gran salón pasaron la noche hasta que la luz que inauguraba la mañana despertó su avidez por conocer las novedades.
Los llamados telefónicos no pudieron dilucidar las incertidumbres y trataron de encontrar consuelo en el desayuno.
A media mañana, la llegada de varios vehículos y el ruido de los portazos de los policías que descendieron agitaron al staff en medio del desasosiego de ese frío día.
Los uniformados rápidamente se dirigieron a la cabaña para informar que habían encontrado los cadáveres de John y los dos custodios.
A John lo ubicaron en el rastrillaje que estaban realizando en el bosque de las termas. "Estaba recostado sobre un tronco en posición fetal -afirmó el comisario- y es evidente que no pudo soportar el frío nocturno".
En tanto, los buzos pudieron detectar los cuerpos de los custodios en un punto alejado del lago. “Después del tiempo transcurrido, va a ser muy difícil poder determinar si fueron arrojados allí o en otro lugar y fueron arrastrados por las corrientes”, agregó el funcionario policial.
Al cabo de una hora, los cuerpos estaban tendidos sobre el hall de la cabaña, no mostraban signos de violencia. Mientras los custodios estaban con sus extremidades extendidas, John había quedado recostado, con sus manos a manera de almohada, su rostro no manifestaba síntomas de terror o de asombro y parecía hasta insinuar una leve sonrisa.
Lucila lloraba arrodillada sobre el cuerpo de su amado, con los brazos extendidos y la cabeza cubierta por su rubio cabello, sólo podía trasmitir su sufrimiento a través de leves sonidos y jadeos de su cuerpo. No podía contener su desolación y así se mantuvo durante unos minutos, hasta que Gustavo acudió a levantarla y a ayudarla a sentarse en un sillón.
Cuando su rostro se hizo visible, en su semblante se descubrió una caricatura dolorosa de la joven aplomada que magnetizaba las miradas. Luego, pareció que sus lágrimas se fueron agotando, se quedó inclinada sobre el apoyabrazos del sillón, con la mirada perdida y desconectada de los que la rodeaban.
Un nuevo llamado del padre de John, atendido por Frank, ante las primeras explicaciones de lo acontecido, desembocó abruptamente en un prolongado silencio del lejano interlocutor. El intento de Frank por obtener alguna respuesta fue infructuoso.
El comisario se acercó a Frank, Paul y Gustavo para informarles sobre las gestiones a seguir. El personal policial retiraría los cuerpos para remitirlos a la morgue judicial y estimativamente al cabo de 24 horas se podrían tener las primeras conclusiones de los médicos forenses. Una primera impresión del jefe policial indicaba que “todo parece ser similar al hallazgo anterior, no hay indicios de violencia, los cuerpos no tienen apariencia de heridas o golpes, tampoco hay sustracciones o evidencias de robo. Los custodios tienen sus armas y efectos personales, el señor Doyle conserva su valioso reloj, su anillo y dinero en el bolsillo. Aparentemente, los decesos se produjeron también por hipotermia. Si se confirma esta presunción será muy difícil que podamos avanzar en las investigaciones y todas las sospechas quedarán en el terreno de las conjeturas. Ahora debemos esperar la labor de los expertos…”
Al retirarse los policías con su trágica carga, los presentes quedaron  distribuidos por los sillones de la amplia sala sin que nadie insinuara el más leve intento de romper el silencio. Ensimismados, preferían quedarse con sus propios pensamientos y especulaciones. La mayoría de las preocupaciones se centraban en las consecuencias individuales que se derivarían del fin del proyecto y como podrían reencauzar su labor profesional.
Lucila continuaba en su estado de ausencia, afectada por un mundo que se le había desplomado sobre sí.
XXXII
No hubo más llamados desde Manhattan. El cansancio fue haciendo mella en los integrantes del grupo y se fueron quedando dormidos en los sillones del living.
Con las luces del nuevo día, comenzaron a marcharse los obreros. Los camiones y maquinarias quedaron inmóviles al costado del camino.
Al promediar la mañana, llegó el jefe policial para informar que todas las presunciones se vieron confirmadas por las autopsias. Que era imposible encontrar alguna huella que pueda convertirse en pista. “Parecería que todo fuera obra de un cerebro superior que pensó en todos los detalles para que las investigaciones se orientaran a un callejón sin salida. Lo único que queda son los interrogatorios, pero con el hermetismo y la economía de palabras que ejercitan los mapuches estimo que será muy difícil resolver este caso”.
Para Lucila, que se había incorporado del sillón y estaba de pie, mirando sin mirar desde un rincón del enorme salón, esas explicaciones carecían por completo de valor. El dolor que sentía era tan grande que le resultaba indiferente conocer al responsable de los crímenes, porque no le aportaría ningún consuelo ni sosiego.
Sólo Gustavo quedó en pie y se acercó a Lucila, que seguía cruzada de brazos y con la mirada perdida, para abrazarla e intentar trasmitirle un alivio a su congoja. Se quedaron en silencio, acompañándose en esa visión extraña de un paisaje que alguna vez aparentó ser la tierra prometida.
La imagen de Lucila se había trasmutado, estaba pálida y demacrada, su vestimenta ya no lucía el cuidado de otros días, su cabello estaba desordenado y su rostro abandonado a las contingencias dramáticas que se abalanzaron sobre ella. Su mirada contagiaba un dolor ante el que era imposible permanecer indiferente. Comenzó a balbucear algo indescifrable. Los sonidos golpearon en las paredes de una casa más silenciosa que nunca. Poco a poco, las palabras fueron tomando forma.
- Vivimos una curiosa guerra, que nos fue devorando sin tregua… Tan cargada de insensatez como cualquier otra, pero donde todos fuimos derrotados... Tal vez, fue como un espejo en el que los hombres algún día se podrán mirar...
GLOSARIO
Antul: nombre de pila que significa sol.
Araucaria: es un árbol de gran porte que  crece en las laderas de la cordillera de los Andes. Es originario de América del Sur y Oceanía. Sus ramas son verticiladas y hojas coriáceas,  es conocido en la Patagonia también con el nombre de pehuén. Sus semillas, denominadas piñones, son ricas en proteínas e hidratos de carbono y constituyen, aún en la actualidad, el alimento por excelencia de los mapuches.
Existen, en la región patagónica, bosques petrificados de 150 millones de años de antigüedad de esta especie vegetal. Los antepasados de la araucaria superaron los cien metros de altura y tenía un ciclo vital superior a los mil años.
Baqueano: es un conocedor de accidentes y peligros de un determinado lugar y al que se acude en auxilio para transitarlo.
Calafate: arbusto espinoso de la zona andino patagónica. Sus frutos esféricos, pequeños, de una oscura tonalidad violácea, dan cuerpo a una difundida leyenda que sostiene que quien los come deberá regresar a la zona o nunca la podrá abandonar definitivamente.  También son utilizados para la elaboración de mermeladas, licores y helados.
Campaña del Desierto: bajo esa denominación se conoce en la historia argentina las campañas llevadas a cabo por el Ejército contra los pueblos originarios de la Pampa. El propósito fue despejar ese extenso territorio de los nativos para poder colonizarlo e incorporarlo a la producción agropecuaria.
El general Julio Argentino Roca, promotor de la campaña contra los indios pampeanos, así exponía ante el Congreso Nacional  su plan: “En la superficie de quince mil leguas que se trata de conquistar, comprendida entre los límites del río Negro, los Andes y la actual línea de fronteras, la población indígena que la ocupa, puede estimarse en veinte mil almas, en cuyo número alcanzan a contarse de 1800 a 2000 hombres de lanza...
Su número es bien insignificante en relación al poder y a los medios de que dispone la Nación. Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, no otras armas que la lanza primitiva”.
El general Roca fue el “héroe” de la denominada “Conquista del Desierto”, un desierto poblado por “veinte mil almas”.
El exterminio de los indios pampeanos fue aprobado por la  oligarquía bonaerense. Como consecuencia de ese despojo sangriento, 1843 personas se repartieran 41.787.023 hectáreas de la mejor tierra argentina, entre 1876 y 1903.
El presidente Miguel Juárez Celman, en 1888, justificó con argumentos racistas  la distribución de tierras efectuada: “Dicen que dilapido la tierra pública, que la doy al dominio de capitales extranjeros: sirvo al país en la medida de mis capacidades. Pellegrini mismo acaba de escribirme que la venta de 24 mil leguas sería para instalar una nueva Irlanda en la Argentina. ¿Pero no es mejor que estas tierras las explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuelche?”.
  Canelo: árbol de la familia de las magnoliáceas, propio de los bosques andinos. Es ornamental y su corteza tiene propiedades medicinales. Es una especie considerada sagrada por los indígenas de la región.
Capitanejo: es la tercer jerarquía de la dirigencia tribal de los mapuches.
Catrileo: nombre de pila que significa río cortado.
Coihue: árbol de gran porte y de hojas perennes, que crece en los bosques australes argentino -chilenos.
Choiquepurrun: es una danza típica de la ceremonia del Nguillatún. Comienza con el galope alrededor del centro ritual, rehue. Los jinetes se acercan a los bailarines y simularán una persecución, acompañados por el ritmo del cultrún.
Es la danza del avestruz, los bailarines corren agitando su poncho a la manera de las alas del animal.  
Una vez rodeada la ramada, los jóvenes, que llevan puesto un tocado de plumas de esa ave y el cuerpo totalmente pintado, inician el baile contorneándose y golpeando el suelo con sus pies.       
Una trompeta natural de caña ahuecada acompaña al cultrún con sus primitivos sonidos.
Chucao: ave muy común en los lugares más húmedos de los bosques cordilleranos patagónicos. Tiene la cola erecta, su cuello y pecho cubierto de plumas rojizas, el vientre blanco con manchas negras y el dorso pardo. Tiene un grito muy estridente, la característica de ese sonido dio origen a su nombre.
Guaiquil: nombre de pila que significa flechero.
Guanaco: mamífero de la familia de los camélidos,  original de Sudamérica. Habita los valles y laderas de las inmediaciones de la  cordillera andina. Estos animales resultaron vitales para los indígenas patagónicos, proporcionándoles alimento, vestimenta y vivienda.
Huemul: es un ciervo original de la Patagonia. Es muy robusto y de color pardo intenso. Es muy buen nadador.
En invierno, al igual que los guanacos, descienden de las altas praderas para buscar refugio en los bosques y alimento en los valles.
Inal lonco: significa a las orillas de ser cabeza. Es el segundo nivel de la dirigencia mapuche luego del cacique.
Kultrun: instrumento de percusión característico de los mapuches, hecho con madera y cuero tensado.
Küme Huenu: es otra denominación que puede adoptar el dios mapuche, quiere decir “lo bueno del cielo”. Es parte de sus creencias que relatan su aparición entre los hombres.
Lenga: es una especie arbórea típica de los bosques subantárticos y puede extenderse por las laderas montañosas hasta más allá de los mil doscientos metros de altura. Su porte supera los treinta metros, en un proceso evolutivo muy lento, alcanzando su madurez luego de los cincuenta años. Sus hojas alcanzan un tono rojizo muy pintoresco en otoño, para caer en invierno.
Lonco: cabeza de la comunidad, jefe o cacique.
Machi: curandero o chamal, es quien atesora conocimientos ancestrales que sirven para remediar las dolencias y malestares anímicos de los integrantes de la comunidad. En la actualidad casi siempre es una mujer.
Mapuche: es un pueblo originario de América del Sur. Esa denominación significa gente de la tierra, en su lengua mapu es tierra y che es gente. 
Su territorio se extiende a ambos lados de la cordillera de los Andes, en la zona central de Chile y las provincias del norte patagónico  argentinas.
Cuando los conquistadores hispanos llegaron al sur del continente, en el siglo XVI, encontraron una población nativa de alrededor de un millón de personas, que se autodenominaban mapuches.
Fueron considerados evolucionados desde el punto de vista lingüístico, en su lengua tenían denominación las estrellas, animales, insectos, peces y hasta las piedras. Contaban con un importante conocimiento empírico de las especies vegetales.
En otoño y en verano realizan sus rogativas o fiestas religiosas (Nguillatun o Kamaruco) para agradecer a la tierra.
Su principal actividad de subsistencia era la caza, además la pesca y recolección de los frutos del pehuén.  Los piñones se almacenan y con ellos se preparan comidas y bebidas. Pese a los cambios producidos, estas formas de subsistencia se han mantenido hasta la actualidad, incorporando la cría de animales y el cultivo de la tierra.
Melipillán: significa cuatro espíritus.
Millalonco: significa cabeza de oro.
Nguillatún: en los primeros días de Febrero, la comunidad mapuche en pleno abandona sus hogares para emigrar hacia donde se lleva a cabo este ritual. Se produce un verdadero éxodo en el que colchones, mantas, camas, ropa, alimentos, al igual que mesas y sillas, son transportados hasta el sitio donde tiene lugar el ritual.      
Durante cuatro días los aborígenes de diferentes comarcas se reúnen para pedirle al dios Futachao progreso y bienestar.            
Una vez demarcado el círculo ceremonial, se disponen las ramadas. Estas tolderías serán el único cobijo que tendrán durante esos días de festejo. Frente a las ramadas se prepara el fuego en el que se cocinan corderos y cabras.
Según las tradiciones, en cada Nguillatún se debe sacrificar la mejor yegua de toda la comunidad para que su sangre se junte con "mapu", la tierra, como rito de fertilidad.   
Al preparar la ceremonia, los más jóvenes son los encargados de capturar a los animales que serán sacrificados.
Se colocan banderas y ramas como símbolos de fertilidad y prosperidad, que serán llevadas por los niños sagrados, conocidos como "pidiche".
La festividad religiosa comienza con el canto de las ancianas, al que llaman "tael". La caravana de jinetes avanza desde una distancia de 400 metros, y son precedidos siempre por los niños. La columna sigue lentamente hacia el círculo ceremonial, al compás de los sonidos del cultrún.      
De pronto, los jinetes se lanzan a rienda suelta galopando en círculo. Dan cuatro vueltas profiriendo gritos para alejar a los espíritus malignos.
Cada mañana el llamado del kultrun anuncia la nueva jornada. Los niños sagrados se alistan en sus caballos para intervenir en los rituales, precediendo a la columna de jinetes, y los bailarines comienzan a ejecutar sus danzas.
Durante el amanecer del último día del ritual, se enarbola una bandera negra como signo de ruego por las abundantes lluvias.
Al final se lleva a cabo la ceremonia del sangrado de los corderos, en la que intervienen todos los integrantes de la comunidad.
En medio de los gritos, las ancianas continúan elevando sus súplicas, mientras la sangre se mezcla con jugo de piñones de araucaria, que luego se arroja sobre los corderos sagrados y al viento. La actitud de los corderos al momento de su suelta determinará el porvenir de la comunidad para el año que se inicia.      
El ritual del último almuerzo será compartido por todos en un mismo espacio, a diferencia de los días anteriores en que cada familia comió frente a su ramada.        
Sobre la cumbre de un cerro cercano, los últimos ruegos acompañan las instancias culminantes del Nguillatún.           
Ñandú: es un ave corredora típica de los llanos patagónicos y pampeanos, similar al avestruz pero de menor envergadura. Una de las dos variedades, más pequeña, es conocida con el nombre de choique,  alcanza una altura de un metro sesenta centímetros.
Puma: es un felino característico de América que puede encontrarse en todas las zonas montañosas. Es muy ágil y excelente cazador. Su piel es de color pardo.
En la zona patagónica su alimento preferencial es el guanaco y suele acompañar los circuitos migratorios de las manadas.