jueves, 12 de noviembre de 2009

Lavapiés. Pasado, presente y futuro de un barrio cosmopolita










© Bernardo E. Veksler. 2004
Publicado por Editorial Visión Net. Madrid (España)




Presentación







El presente texto no está elaborado desde la visión académica de un historiador, sino que se gesta a partir de los sentidos, principal herramienta de trabajo de un periodista, y la percepción de lo singular y lo profundo que en ese contacto con Lavapiés se desata. Por eso no es un relato frío y descriptivo: está plagado de testimonios, anécdotas y curiosidades que se entrecruzan con datos históricos.
Un simple observador no podrá abstraerse del impacto de lo ancestral que se obstina en aparecer en las angostas callejuelas de caprichosos trazados o en los muros impregnados de tantas vicisitudes humanas.
La musa inspiradora, que ha disparado la creatividad de innumerables escritores, músicos y artistas de todos los géneros, y su renombre allende las fronteras españolas crean otro atractivo adicional para compenetrarse con su historia.
El conglomerado de hombres y mujeres que lo habita genera un intenso magnetismo. Diversidad de rostros y pieles, lenguajes, olores y sabores, manos que se estrechan con un calor especial, tal vez surgido de ese deseo de pertenecer, de ser parte de una comunidad que pueda hacer posible sueños mínimos.
Cuando esas sensaciones se introducen en quien ha agudizado sus sentidos para captar signos encubiertos de rutina y fragor cotidiano de lucha por subsistir, conmoverse por esta Babel contemporánea es un paso inexorable.
Todo se acentúa cuando este observador de la realidad tiene presente en su mochila el haberse desprendido de afectos, historias y raíces para incorporarse a la masa de emigrantes que retoma cotidianamente esa vieja historia humana de pérdidas y búsquedas, de despedidas y llegadas a tierras desconocidas.
Resulta apasionante percibir tantas voluntades individuales transitando por ese pequeño espacio barrial pregonando deseos integradores, sumándose en ese perpetuo propósito de desmalezar el futuro, sembrando expectativas de conquista de primarias categorías de dignidad.
Esta historia merecía ser contada, aunque el que la cuente no sea un historiador.





Prólogo







Alguien dijo que la patria es lo vivido durante la infancia y la adolescencia. En ese particular momento de la vida en que se construyen afectos y vínculos, cuando se establecen recuerdos imborrables, imágenes, olores, sabores y sonidos indelebles, se absorbe la herencia de los ancestros y se le da forma a una identidad que acompañará al individuo durante toda su vida.
Los que continúan viviendo en el lugar donde nacieron, posiblemente, toman con naturalidad cada acera donde depositan sus pasos, no esperan una sorpresa en cada esquina. Sus amistades, el vecindario, sus raíces, se mantienen envueltos de rutina, previsibles lenguajes y familiaridad comunicativa. Su patria se materializa con el despertar de cada mañana.
A quien dejó atrás ese espacio propio, cada amanecer se le disparan confusiones y contrastes, incertidumbres y nuevas exigencias. Su patria se improvisa a destiempo en un nuevo y desconocido escenario donde hasta la más minúscula de las acciones demanda esfuerzos adicionales. Al ingresar en la nueva sociedad tiene que reconstruir toda una serie de concepciones, códigos y actitudes acerca del mundo y cómo comportarse en él.
El nativo se encuentra con el desafío de la tolerancia y la comprensión ante lo extraño. El llegado de otras tierras, en medio de tantos desgarramientos, tal vez sea lo que más ansía.
Cada día, por las calles de Lavapiés se entrecruzan seres irradiando las vivencias adquiridas en las más diversas geografías donde se conectaron con el mundo. En ese recorrer cotidiano, destilan sus tristezas y nostalgias, pero también su ternura y esperanzas.
Tantos idiomas y banderas, colores, creencias y vestidos, para, en definitiva, encontrarse con el hombre esencial, el que desde hace cientos de miles de años busca soluciones a su existencia. Desde aquellos primitivos desvalidos que partieron de su cuna africana a expandirse por el mundo, esa brújula existencial con la que superaron todo tipo de obstáculos se convirtió en un motor inagotable implantado en el mapa genético humano.
Una sola mirada basta para comprender similares expectativas.
Así como el ser humano tiene ese denominador común, la vida en Lavapiés es como un eterno retorno, una historia circular que recrea experiencias vividas.
Su origen de extramuros se reeditó, quizás, en la vida comunitaria de las corralas o en el hacinado presente con sus sueños de humilde prosperidad.
Los primeros pasos por el barrio de judíos y moros -declarados extraños en la tierra que habitaron por varias generaciones-; los andaluces, gallegos y manchegos de las migraciones cortas o los intrépidos senegaleses, chinos, marroquíes o sudamericanos, no se encontraron acaso con similares sensaciones en cada cruce por la triangular plaza o descubriendo los sinuosos recorridos de la flamante vecindad.
Un día cualquiera, a la hora que sea, es posible descubrir esa espontánea necesidad de abrazar y sentirse abrazado, expresada en miradas y voces, compartiendo una comida típica o una bebida universal, escuchando música del terruño o en una ronda de guitarra, pandero o acordeón.
Su geografía urbana es un dibujo de caminos convergentes. Se puede llegar a suponer que esa curiosa geometría constituye un símbolo de que en la diversidad es posible lograr una superación enriquecedora, que esas decenas de patrias que se llevan a cuestas y se cruzan temerosas por las calles de Lavapiés puedan encontrar ese ansiado espacio compartido de intercambio creativo, constructivo y esperanzado de una futura patria común.








I



Madrid
y sus arrabales









"Madrid es una ciudad que permite
la doble nacionalidad, puedes empezar
a ser madrileño cuando llegas a la
estación de Atocha, pero sin dejar
de ser andaluz, gallego o catalán.
Y nadie puede imaginarse a los
madrileños desfilando al son de
un himno de Madrid o detrás de una
bandera de Madrid. Madrid es una
ciudad completamente abierta,
es un mestizaje absoluto, y
¡ojalá siga así!, porque eso
a mí me parece fantástico
para la capital del Estado.
La capital del Estado tiene que
ser abierta y no tener un carácter
excluyente ante nadie" *.








Esta visión de Joaquín Sabina describe con elocuencia el resultado final de una larga historia plagada de influencias y mezcolanzas, un crisol de razas, lenguas, costumbres, vivencias y visiones del mundo, que la fueron enriqueciendo como comunidad.
Nos acompañará en este recorrido un veterano divulgador oral de la historia madrileña y del barrio de Lavapiés, don Rafael Muñoz, quien sostiene que inicialmente "aquí convivían varias etnias todas juntas sin tener problemas. Todos convivían en paz...". Eran los pasos iniciales de un camino cosmopolita que identifica a un milenio de historia madrileña.
En su época fundacional, "los primeros habitantes eran vigías -explica-, las instalaciones eran simples torres de vigilancia que contaban con una gran amplitud visual que permitía con facilidad detectar la polvareda que levantaban los jinetes a varios kilómetros de distancia".


* * *


La ciudad de Madrid cuenta con un origen tan difuso como polémico. Diversos historiadores han pugnado por encontrar su momento primigenio en las sucesivas incursiones por la península ibérica de griegos, romanos, visigodos, fenicios o hebreos, aunque existen mayores indicios y resulta más certero considerar que los moriscos fueron los que pusieron la piedra fundamental para establecer una fortaleza defensiva de las poblaciones aledañas.
Los primeros pasos pudieron ser detectados hace más de un milenio, cuando en 852 el emir Muhammad ben Abd al Rahman decidió repeler las incursiones cristianas estableciendo una serie de fortificaciones defensivas del califato de Córdoba, entre las que incluyó una situada en una elevación próxima al actual río Manzanares.


Magerit era un vergel


La denominación árabe antigua Magerit -que sería el origen de la denominación de la villa- trataba de reflejar la abundancia de agua potable circulando por chorrillos, arroyos y un caudaloso río que hacía del lugar algo casi paradisíaco. La abundancia del preciado elemento se sustentaba en una nutrida vegetación y en un microclima ideal. "...nos han trasmitido la descripción de sus frondosos bosques, montes poblados y abundantes pastos. El agua, este manantial de vida, abundante entonces y espontáneo en esta región ofrecía su alimento a la inmensidad de árboles que la poblaban...". (1).
La elección del lugar también aportó otras ventajas naturales para el fin defensivo propuesto, una verdadera terraza natural elevada unos setenta metros sobre el curso del río y protegida por el sur por un valle surcado por un arroyo, y al norte, otro arroyo que complementaba una especie de anillo protector.
La villa dejó atrás la mera fortaleza y alrededor del Alcázar comenzaron a construirse las primeras viviendas, que alojaban a comerciantes y artesanos que encontraron su sustento en el lugar.
Durante el siglo X se fueron consolidando extramuros los primeros arrabales. El conglomerado (la medina) contaba entonces con una superficie de diez hectáreas. En el caserío se fueron asentando musulmanes a ambos lados del camino a Alcalá, lo que sería hoy parte de la Plaza Mayor, entre Bailén y la plaza de San Miguel; el barrio mozárabe estaba situado más al sur, en la vaguada del arroyo de San Pedro, hoy calle Segovia.


Aparecen los conventos



"Alfonso VII reconquista definitivamente Madrid, anteriormente hubo batallas y victorias transitorias de uno y otro bando, llegan los cristianos, hacen destrozos y se llevan el bote, luego la reconquistan los moriscos, y así estuvieron mucho tiempo. En esa época existía lo que era la muralla árabe, la fortificación, el Alcázar y una pequeña medina. El nombre de almudaina, que luego derivó en Almudena, significaba justamente eso...", continúa con su relato Don Rafael.
Con la conquista cristiana, en 1083, comienza paulatinamente a proyectarse y a adquirir importancia histórica. Uno de los primeros hitos fue la advocación de Santa María de la Almudena, que originó la principal iglesia de todas las basadas en antiguas mez-

quitas, casi simultáneamente con el desplazamiento de los moros.



* * *


El monarca firma su Carta de Otorgamiento (primer antecedente del futuro fuero) y, en 1129, autoriza el poblamiento del barrio de San Martín en torno al monasterio benedictino del mismo nombre, en lo que hoy sería la calle Arenal, dejando a los judíos y moriscos entre dos núcleos de población. Veinte años después, se suceden los privilegios de Alfonso VII: cesión de la Dehesa de la Villa, derechos sobre pastos y leña, la posesión real del Manzanares.
En pocos años comenzaron a fundarse conventos y ermitas más allá del estrecho límite amurallado. "El primero de ellos fue el convento de San Martín, del que se tiene noticia a partir de 1126, con sus barrios en torno a él. Este barrio -Vicus de San Martín- dependía del abad del monasterio de Silos y del prior del convento de San Martín y ninguno de sus moradores podía construir una vivienda ni cultivar un campo sin el permiso de aquéllos". (2).
Luego, se crearon el de Santo Domingo (1212), San Francisco (1217) y San Ginés (1358). El arrabal de Santa Cruz data del siglo XIII con una ermita situada a la salida del camino de Atocha. El arrabal de San Millán registra sus datos más antiguos a mediados del siglo XV en torno a la ermita del mismo nombre.
El Madrid cristiano se va formando en torno a las parroquias que van surgiendo a medida que la población crece. Algunas se erigieron sobre antiguas mezquitas, como la de Santa María, San Miguel y San Salvador; muchas de ellas ya han desaparecido.
Dieron también nombre a cuantiosos barrios y calles. Los gremios de oficios iban surgiendo alrededor de estas parroquias creando una unión entre curas, frailes y obreros manuales al margen de las influencias cortesanas. Los moros se concentraron en el cerro del Campillo de las Vistillas y formaron el primer arrabal, que fue denominado de la Morería. Los judíos que sobrevivieron a la matanza de 1391 y se convirtieron al catolicismo encontraron su reducto en la Aljama del Campillo, hoy Lavapiés.
Los mudéjares y moriscos coexistieron con la dominación cristiana por mucho tiempo, conformando una colectividad de aproximadamente siete mil personas.
A la villa la protegían "los fueros, carta magna por la que se regía la vida municipal, tan vigorosa durante nuestra Edad Media. El fuero de Madrid se otorgó en el año 1202, aunque en su contexto figuran otras fechas que van desde 1145 a 1235". (3).


* * *


"Parece ser que aquí convivían varias etnias, todas juntas sin tener mayores problemas. Es decir, que los problemas los traen los Reyes Católicos. Todos coexistían en paz, sin meterse unos con otros, pero vienen los reyes, los echan a todos y allí aparece la discordia entre católicos y no católicos, entre herejes y católicos...", afirma don Rafael, sacando a la luz sus convicciones sobre la natural tendencia humana a la convivencia pacífica mientras poderosos intereses no se entrecrucen con esos seres anónimos.


Y la muralla se mueve...


Los arrabales eran núcleos de población fuera de los recintos amurallados y no gozaban de los privilegios que tenían los habitantes del interior. La primera mención a la población de extramuros data de 1190, cuando en un texto de época se la trata despectivamente. Las minorías religiosas fueron excluidas de vivir en el recinto amurallado.
Este incesante crecimiento originó que la muralla exterior se debiera extender hacia finales del siglo XIII. Existen variadas versiones sobre este nuevo límite de la villa; según una de ellas, esta construcción partía del Alcázar, encerraba a la actual plaza de Oriente, ascendía hacia la plazoleta (puerta) de Santo Domingo, continuaba por las actuales calles Jacometrezo y Preciados, al llegar al monasterio de San Martín se abría otro postigo y luego continuaba hasta la Puerta del Sol. Hacia el sur avanzaba por la carrera de San Jerónimo hacia la plazuela de Matute, en la calle Atocha, allí se abría otra entrada con el nombre de Vallecas; para culminar su recorrido pasando por la ermita de San Millán hasta confluir con la antigua cerca en Puerta de Moros. Así quedaban incluidas las barriadas de San Martín, San Ginés y Santa Cruz. El espacio entre las puertas de Guadalajara, Sol y Vallecas fue designado como el arrabal de Madrid durante casi tres siglos.
Madrid "no se desarrolló en forma radiocéntrica, desde el interior a la periferia por sucesivos anillos, como ocurre en ciudades como Milán o París, sino por círculos tangentes, con una orientación definida de Oeste a Este. El origen de Madrid es el Alcázar, el vértice defensivo más fuerte... El Alcázar es el punto de tangencia de los sucesivos círculos, cada vez mayores... Un crecimiento parecido solían tener las ciudades costeras por el hecho de la barrera del mar. Aquí el papel del mar lo hace el exiguo Manzanares...". (3).
En 1530 se empedraron por primera vez algunas de las calles principales y se prohibió el vertido de basuras y desperdicios por las ventanas, norma que rara vez se llegó a cumplir. Años más tarde se acordó arrojar los residuos al barranco de Lavapiés (calle Miguel Servet) y al arroyo San Jerónimo.


Corte madrileña


En 1561, Felipe II decide el traslado de la Corte desde Toledo a Madrid. Desde entonces la villa creció sin cesar. "En 1563, dos años después de obtener su credencial de capitalidad, contaba con unas 2.520 casas que, según Quintana, alojaban de 12.000 a 14.000 personas (...) Once años más tarde los edificios se han duplicado y llegan a 4.000, dando un nuevo salto en 1597, en el que alcanza la cifra de 7016. Después el ritmo amaina y durante el período borbónico los avances son muy escasos". (3).
En ese reinado van a aparecer nuevas barriadas, entre ellas Lavapiés, Puerta de Toledo y camino de Alcalá. "De las seis mil familias que habitaban la ciudad, casi la mitad eran pobres que vivían de la caridad y de las limosnas". (2)
El precio de ese crecimiento tuvo consecuencias ecológicas. "Pero el establecimiento de la Corte, que debía ser para esta comarca la señal de una nueva vida, sólo fue de destrucción y estrago. Sus árboles, arrasados por el hacha destructora, pasaron a formar inmensos palacios y caseríos de la Corte, y sirvieron a sus crecientes necesidades. Desterrada la humedad que atraían con sus frondosas copas para filtrarla después en la tierra, dejaron ejercer después su influjo a los rayos de un sol abrasador, que secando más y más aquellas fuentes perennes, convirtieron en desnudos arenales las que antes eran fértiles campiñas". (1).
Durante el reinado de Felipe III se manifestó el deterioro sufrido por la muralla existente y comenzó a venderse por trozos y por torres, para construir viviendas sobre ellas; así poco a poco iría quedando encerrada entre las nuevas casas.
La conversión en capital política del reino generó un aumento considerable de su población. Sus límites crecieron de tal manera "que a vuelta de muy pocos años borró las huellas de los anteriores, destruyó sus cercas e hizo avanzar sus puertas, quedando sólo los nombres de las antiguas como recuerdos históricos de los sitios en que estuvieron". (1).
Se fue multiplicando el caserío y algunas calles comenzaron a contar con gran animación, "desde la vieja Puerta de Moros, el Humilladero de Nuestra Señora de Gracia, las tierras y huertas contiguas al camino real de Toledo, siendo necesario colocar la salida de La Latina (..) mucho más abajo...", próxima a la actual Puerta de Toledo. "El Rastro, la dehesa de Arganzuela y la de la Villa, la de la Encomienda de Moratalaz, la huerta del clérigo Bayo y los rápidos desniveles y barrancos, venteas, tejares, y mesones en dirección al barranco de Lavapiés se transformaron en célebres barriadas de estos nombres". (1).
El año 1610 fue significativo para la economía madrileña debido a la expulsión de los moriscos. Estos se dedicaban a los oficios manuales que los cristianos despreciaban: zapateros, herreros, olleros, sastres, caldereros, arrieros, etc. y, al ser expulsados, se afectó notablemente la economía. Entonces se decretó que un porcentaje permaneciera encargado de las cosechas hasta que llegaran nuevos inmigrantes para sustituirlos.


La villa se agranda, pero no mejora

El plano de Madrid elaborado por Pedro Texeira, en 1656, dejó constancia de la evolución vivida por el conglomerado urbano. El grabado describe de forma tan minuciosa las características edilicias que se llegan a observar los pisos, puertas y ventanas de cada edificio.
Ese gráfico permite visualizar el nuevo trazado del muro, que había sido dispuesto por Felipe IV en 1625, y los nuevos límites de la ciudad. Allí, ya se incluían las barriadas aledañas a la Puerta de Toledo, los portillos de Embajadores y de Lavapiés (luego denominado Valencia).
Mientras la Corte disfrutaba en su microclima frívolo "del bullicio y esplendor de las fiestas palaciegas", en las barriadas las condiciones de vida eran paupérrimas, con "... calles, tortuosas, desiguales, costaneras y en el más completo abandono: sin empedrar, sin alumbrar de noche y sirviendo de albañal perpetuo y barranco abierto a todas las inmundicias. La salubridad, la comodidad del vecindario y el ornato de la población, desconocidos absolutamente; la misma seguridad, amenazada continuamente...". (1).
"Las casas son míseras y feas, hechas todas de tierra, y entre otras imperfecciones carecen de aceras y de retretes, por lo que hacen sus necesidades en el vaso de noche, arrojando el contenido a la calle, lo que produce en toda la villa un olor insoportable"; el texto pertenece a un informe del nuncio apostólico de 1594 (4).
Corrían los últimos años de la dinastía de los Austrias y la vida madrileña estaba impregnada de oscurantismo, milagrería, superstición y pánico inquisitorial; la influencia de la Iglesia era absoluta, generando una verdadera ciudad conventual, "con nada menos que sesenta y dos grandes casas religiosas". (4). A pesar de esta lúgubre atmósfera urbana, el pueblo encontraba formas de evasión en las fiestas, juergas tabernarias y el espectáculo brindado por la vida cortesana.


Oficios y gremios


El crecimiento de la villa fue generando distintos oficios que agruparon las especialidades artesanales: cuchilleros, latoneros, bordadores, herradores, cabestreros, tintoreros, yeseros, botoneros, etc. que se perpetuaron en los nombres de numerosas calles de nuestra ciudad. Los curtidores en época de Felipe II fueron trasladados a las inmediaciones del barrio de Lavapiés, también las fraguas fueron reubicadas en torno a la calle Barquillo, allí se originó la denominación "los chisperos" para sus pobladores.
Felipe V obligó a todos los artesanos y mercaderes de cualquier oficio y arte a que se agremiaran para poder gravarlos con impuestos.
El abastecimiento de agua potable siempre fue problemático en la villa y, a medida que se expandía la población, se fue agravando. Como la necesidad hace surgir la imaginación, apareció el oficio de aguador. Ellos fueron los encargados de traer el agua desde los distintos pozos existentes en las inmediaciones de la ciudad y distribuirla, llevándola en sus cántaros al hombro. Esta actividad se mantuvo en pie hasta la inauguración del Canal de Isabel II, en 1848.
Un visitante francés reflejó así su actividad: "Por todos los rincones se oyen sus gritos, en tonos de mil maneras: ¡Agua, ¿quién quiere agua?; agua fresca!, ¡agua helada como la nieve! Eran muy madrugadores y a las cinco de la mañana ya comenzaban su alboroto hasta bien entrada la noche". (3).
El pensamiento cortesano, que tenía su impronta sobre la sociedad, consideraba deshonroso el trabajo manual. Por el contrario, la vagancia imperaba en todas las clases sociales y no era mal vista. En el siglo XVIII este concepto se transformó levemente a partir de la proclama de Carlos III: "Los oficios pueden ser tenidos por honrados y honestos; que el uso de ellos no envilece a la persona o a la familia que los ejercite...". Se crearon los Cinco Gremios Mayores: sedería, joyería, mercería, pañería y lencería. Este amparo oficial a los hombres laboriosos comenzó a impulsar distintas actividades productivas que multiplicaron las familias trabajadoras, que se instalaron con su prole en las barriadas suburbanas (5).


Leves mejoras


Durante el reinado de Carlos III (1759/1788), van a mejorar levemente los padecimientos de los pobladores de los arrabales: se establecieron vigilantes nocturnos y un regular alumbrado, "la limpieza y empedrado de la villa sufrió también una reforma, si no perfecta, por lo menos muy adelantada sobre la que existía...". (1).
Con Felipe V, y sus añoranzas de París a cuestas, se pudo establecer un sistema de recolección de residuos que, al poco tiempo, se convirtió en discriminatorio, debido a que los encargados de esa tarea obtenían la remuneración de las propinas de los vecinos, por lo que los barrios habitados por las familias pudientes permanecían limpios y los que no podían pagar siguieron tan sucios como antes.
En 1749, para facilitar la recaudación fiscal, se realizó la llamada Visita General de Regalía de Aposento, un censo de las casas y manzanas que había en Madrid. La conclusión del trabajo arrojó que había 557 manzanas y 7.049 casas. En 1756 se numeraron todas las casas y manzanas con azulejos de porcelana, que en algunas esquinas aún se pueden apreciar con el rótulo "Visita G. Manzana Nº"(2).
Ese mismo año, se creó el oficio de cartero designándose a doce personas para cumplir la faena. Los flamantes carteros vivían en el mismo barrio en que repartían la correspondencia y conocían a todos los vecinos; de esta manera se reducía al mínimo el riesgo de extravío de los envíos. Exponían los "listillos" con los destinatarios de las cartas, y al retirarlas se pagaba una tarifa por el servicio prestado.
En 1815, las calles de Madrid, estrechas en su mayoría, estaban obstruidas "por los puntales y escombros de las fincas ruinosas y por la acumulación de los materiales para las obras; por las basuras que en medio de ellas colocaban los vecinos para que dos veces por semana fuesen recogidas alternativamente por los barrenderos; rebosando los pozos inmundos por encima de las losas y ensuciadas las esquinas y los quicios de las puertas por causa del desaseo general y de la falta de recipientes; estas calles, así dispuestas, estaban interceptadas, además, a toda hora por multitud de perros, cabras, cerdos, pavos y gallinas, que los vecinos de los pisos bajos sacaban a pastar a la vía pública; por las recuas de asnos retozones que acarreaban el yeso y la cal para las obras; por las caballerías que, cargadas de inmensos serones llenos de pan o de reses muertas, sobre las cuales descansaban los inmundos pies del jinete conductor". (6).
En 1835 el corregidor mandó sustituir los faroles de candil por los nuevos de gas, para tal fin contrató a 187 faroleros y se construyeron los primeros urinarios junto a la Puerta del Sol, en cuyo interior había un gabinete de lectura, un despacho de licores y cerveza y nueve retretes, seis para caballeros y tres para señoras. Leer todos los periódicos costaba un real y ocupar un retrete, cuatro cuartos.
En 1843 comenzaron a funcionar los primeros ómnibus tirados por dos mulas y cuyo trayecto costaba un real. Se inauguraron cuatro líneas: Estación del Norte-Barrio de Salamanca, Estación de Atocha-Barrio de Argüelles y Pozas, Fábrica de Tabacos (Embajadores)-Barrio de Chamberí, y Fuentecilla (calle Toledo)-Plaza de Quevedo. En 1871 se inauguró el primer tranvía tirado por mulas, que realizaba su servicio de transporte de pasajeros entre Sala-manca y Puerta del Sol, alcanzando luego los barrios de Pozas y Argüelles. Para 1879, la tracción a vapor sustituyó a la tracción a sangre y las líneas diversificaron su recorrido.


Especulación inmobiliaria


Desde la tercera década del siglo XIX el aumento de la población impulsó la construcción de viviendas, alzándose centenares de casas en forma fulminante, "multitud de compañías y empresas industriales se formaron, ya para la rápida comunicación con las provincias, ya para el abastecimiento de los objetos de consumo, ya, en fin, para la elaboración de muchos artefactos desconocidos antes en nuestra industria; y por consecuencia de todos estos adelantos, empezó Madrid a disfrutar de más comodidad y abundancia en los bastimentos, de más elegancia en los vestidos, en las habitaciones, en los muebles, en todas las necesidades de la vida que fueron desconocidas a nuestros mayores". (1).
Mientras se tomaban estas iniciativas, muchos suburbios obreros no contaban con una elemental infraestructura urbana. El grado de insalubridad en que se vivía se reflejaba en la elevadísima tasa de mortalidad. La vivienda popular se convertía en un grave problema, pero los gobernantes no tenían prisa por resolverlo.
La pujante ciudad, a mediados de siglo, contaba ya con 280 mil almas y la necesidad de viviendas era una demanda creciente que fue aprovechada por especuladores inmobiliarios que prácticamente derribaron barrios enteros (Lavapiés y Embajadores) y dieron origen a un tipo de vivienda colectiva (las corralas) que aumentaba el rendimiento del espacio disponible, dando lugar a lo considerado por muchos autores como la "miseria de la vivienda madrileña del siglo XIX". (5).
"Madrid, ciudad de carácter hasta cierto punto rural en tiempo de los Austrias, fue devorando sus jardines y huertas interiores y elevando su caserío. De esta congestión se hizo eco Larra en su célebre artículo "Las casas nuevas": "donde la población se apiña, se sobrepone y se aleja de Madrid, no por las puertas, sino por arriba, como se marcha el chocolate olvidado sobre las brasas". (3).
También hubo promotores de hacer más consciente y planificada la distribución espontánea de las clases sociales de Madrid. Fue el denominado "Plan Castro", de 1860, que intentó ubicar en determinadas áreas a la aristocracia (calles Serrano y la Castellana), a la alta burguesía (barrio Salamanca), clase media (Argüelles), artesanado (Chamberí), proletariado (Lavapiés) y campesinado (desde Embajadores a Carabanchel). Finalmente, el crecimiento demográfico sobrepasó a las previsiones, la especulación inmobiliaria hizo imposible la concentración proletaria en las zonas previstas y el modelo imaginado no se consumó.


Cambios y convulsiones


Tantas transformaciones económicas, ambientales y sociales generaron durante todo el siglo continuas convulsiones, guerras civiles y revoluciones. La invasión de los ejércitos napoleónicos coadyuvó a potenciar esa inestabilidad y el estado insurreccional de las clases populares.
Hubo frecuentes luchas entre liberales y absolutistas, republicanos y monárquicos, que derivaron en choques violentos por la vigencia de las libertades democráticas y de una constitución, con una gran participación de la población de los arrabales.
Las tropas liberales, en 1822, derrotaron a los batallones de la Guardia Real y obligaron a Fernando VII a aceptar un gobierno hostil. Poco después "la tortilla se daba vuelta". El 7 de noviembre de 1823, Rafael de Riego, el principal caudillo que se alzó contra el absolutismo y en defensa de la vigencia de un texto constitucional, fue ahorcado en la plaza de la Cebada por los efectivos del rey.
En 1834 apareció en la población una epidemia de cólera. Circuló por Madrid, con gran aceptación popular, la versión de que los causantes eran los miembros de la Iglesia, que habían contaminado las aguas. Las masas indignadas irrumpieron en el instituto de San Isidro y ejecutaron a dieciséis religiosos, en la iglesia de Santa Cruz hicieron lo propio con todos los curas que integraban el coro, en el convento de los mercedarios descalzos (plaza Tirso de Molina) acabaron con otros ocho religiosos y otros cincuenta tuvieron la misma suerte en San Francisco El Grande. Esto hizo que la Iglesia interviniera más activamente en la confrontación existente -apoyando a los carlistas- aportando un elemento religioso a la guerra civil que la hizo más encarnizada y prolongada.
En 1854, un pronunciamiento militar contó con un amplio respaldo tanto en las barriadas madrileñas como en otras ciudades españolas. La rebelión popular derivó en 280 barricadas especialmente en la zona sur de la ciudad. La rendición de la guarnición significó el derrumbe del gobierno.
Ya en esa época, la Puerta del Sol se había convertido en el espacio simbólico de expresión de las demandas y estados de ánimos de la población.
La revolución de 1868 puso fin al reinado de Isabel II, al combinarse una sublevación militar con una reacción de la ciudadanía, que se agolpó en los lugares más simbólicos para entonar el himno de Riego, símbolo del liberalismo revolucionario. Se instauró una nueva experiencia que dio lugar a las primeras elecciones democráticas.


La mala vida


En esa época se empiezan a manifestar preocupaciones por mejorar las deplorables condiciones de vida de los barrios populares. El Ayuntamiento da comienzo al empedrado y alcantarillado de las calles, barrido y recolección de basuras, el control higiénico de mercados, mataderos y cementerios. Otras de las inquietudes del liberalismo fueron la educación y la asistencia. Surgen las casas de socorro, los asilos municipales y, en 1876, ya existían 92 escuelas públicas gratuitas de enseñanza primaria.
No obstante, las tasas de natalidad, mortalidad y mortalidad infantil continuaban siendo muy elevadas, debido a la persistencia de las epidemias (cólera, sarampión y gripe) y de la desnutrición (sobre todo por las crisis agrarias).
El crecimiento de la población madrileña -llegó al cambio de siglo con medio millón de habitantes- se operó por el aumento notable de la inmigración desde otras regiones españolas, dado que el crecimiento vegetativo fue negativo durante 16 años. En 1888 los inmigrantes residentes representaban cerca del 60 por 100 de la población total de la ciudad. La mayoría "provenía de la propia provincia de Madrid (...), seguido por el grupo formado por los originarios de las dos mesetas castellanas"(7).
La tasa de natalidad marcaba profundas diferencias entre las distintas zonas de la ciudad, reflejando de alguna manera las características sociales de cada una de ellas. Mientras la tasa media fue, en 1897, de 31,35 por mil, en el distrito Centro alcanzó el 22,52 por mil y en Congreso el 20,83; en Inclusa, la tasa alcanzaba el 62,71 por mil.
En tanto, la situación crítica que vivían los sectores más pobres hacía que gran parte de ellos no llegara al primer año de vida. Entre 1880 y 1884 hubo un promedio anual de 16.281 defunciones, 4.525 correspondieron a menores de un año y 3.267, a niños comprendidos entre uno y cinco años. "...de los 15.640 niños que nacieron anualmente por término medio en el último quinquenio del siglo, no alcanzaron el primer año de vida más que 11.332 y el décimo año tan sólo 7.607. Esta situación empezará a cambiar a mediados del segundo lustro del siglo XX". (7).
La situación de las zonas bajas era deplorable, todas las inmundicias producidas iban a parar a las desembocaduras de las alcantarillas, que vertían al río Manzanares, mediante tramos finales a cielo abierto.
El tipo de alimentación proporcionaba a la clase trabajadora pocas defensas para hacer frente a cualquier enfermedad. La carne sólo era parte de la dieta de las familias acomodadas, el resto se debía conformar con raciones de tendones, ternillas y vísceras. El sustento se tornaba crítico cuando por distintas razones se encarecían los productos básicos como pan, carne, alubias y carbón.
"La miseria aparecía como un mal aceptado por las autoridades, que impasibles ante la falta de vivienda y las pocas expectativas de empleo, forzaron a muchos de los recién llegados a engrosar el número de los marginados sin medios de subsistencia". (7).
La población inmigrante tenía como destino los barrios más pobres, en precarias condiciones de habitabilidad e higiene. Se llegaron a horadar numerosas cuevas en los alrededores de la ciudad, donde se instalaron familias recién llegadas, que fueron conocidas como "los trogloditas".
La gran mayoría de los madrileños arrendaba sus viviendas. En las primeras décadas del siglo XX el precio de los alquileres se elevó notablemente, lo que generó que muchas familias tuvieran que compartir habitación, hacinándose en buhardillas o en las corralas. La mayoría de ellas no contaba con agua corriente ni luz, tenían un solo retrete por hilera y su ventilación era pésima, haciendo que los edificios estuvieran impregnados de un olor insoportable.


Los años locos


Las principales diversiones de los madrileños a la hora del cambio de siglo consistían en acudir, en las noches de verano, a los llamados jardines de Delicias, del Buen Retiro, del Paraíso. Asistían a las múltiples y variadas verbenas, a las tertulias en los más de sesenta cafés que había por toda la ciudad y a las diversas salas de baile, que estaban en su esplendor.
"Más abajo de las Ventas están los bailes de organillo, los hay de todas las clases y categorías, desde aquel en que bailan señoritos calaveras, modistillas y horteras, hasta el más popular, en el que dan vueltas los soldados, las criadas y los guardias civiles... Aquí no baila más que la gente de pupila, los que se traen de la calle a las mujeres, los chulos, los que tocan el organillo y no trabajan porque los mantienen las mujeres; las de la Fábrica de Tabacos, cerilleras, las chalequeras y las golfas de profesión...". (8).
El teatro continuaba ocupando un lugar destacado en los entretenimientos de los madrileños. En 1908, con una población de 600 mil habitantes, la ciudad contaba con 35 teatros, en los que se estrenaron 414 obras. Los espectáculos de variedades y el circo también tuvieron una buena acogida.
El cinematógrafo comenzaba sus primeras incursiones con gran repercusión, primero en barracas habilitadas para las proyecciones y luego con la construcción de salas específicas para ese fin (Ideal, 1915, y Real Cinema, 1918).
Las corridas de toros conservaban el interés ancestral de los madrileños llegándose a ofrecer un espectáculo por mes. También, comenzaban las primeras carreras detrás de un balón a raíz de una práctica deportiva importada desde Inglaterra.
Es la época en que lo rural va perdiendo posiciones ante la vida urbana y la mentalidad dominante, los gustos, ocios y valores respondían a los deseos y aspiraciones de la clase media, con gran influencia de las modas impuestas en París, Londres y otras ciudades europeas.
En el siglo XX la ciudad se desbordó por el norte y el este, con un crecimiento lento por el sur y el oeste. Su población aumentó en casi cien mil habitantes en las primeras dos décadas, llegando a 752 mil en 1930.
Simultáneamente, comienza la construcción de la Gran Vía (1910-1929), que hará desaparecer dieciocho calles y mutilar otras veintidós, la plaza de España ocupa el solar del antiguo cuartel de San Gil, se inaugura la primera línea de metro, que unirá Sol con Cuatro Caminos (1919) y se abre la plaza de Jacinto Benavente. Emergen los edificios del Palacio de Correos y Comunicaciones, Telefónica, Círculo de Bellas Artes, Metrópolis, Palacio de la Equitativa (Banesto), entre otros.
A finales de la década del cuarenta se va ampliando más aún su perímetro urbano al anexionarse las poblaciones próximas: Chamartín de la Rosa, Carabanchel Alto y Bajo, Canillejas, Canillas, Hortaleza, Barajas y Vallecas; luego El Pardo, Vicálvaro, Fuencarral, Aravaca y Villaverde. De los 68,4 kilómetros cuadrados que tenía el núcleo urbano en 1940, pasó a 607,8 en 1970 y triplicó su población en el mismo tiempo superando los tres millones de habitantes. (2)


Vientos de cambio


La consolidación de un nuevo eje de poder entre la burguesía y la nobleza comenzó a gestar cambios traducidos en intentos de remozamiento de la ciudad.
Aumenta el ritmo de instalación de grandes fábricas, pero la de tabacos continúa siendo la que tiene un mayor número de trabajadores. También las imprentas tienen importancia en la ocupación de mano de obra.
Empiezan las transformaciones en la industria de la construcción, surgen sociedades anónimas que emplean a más de mil obreros en las grandes construcciones; en 1930, ya ocupan a ochenta mil trabajadores.
Los jornaleros eran parte de los subempleados; sin calificación, estaban dispuestos a cualquier trabajo por míseras remuneraciones y periódicamente aumentaban el nutrido contingente de menesterosos.
Los mendigos siempre fueron muy numerosos en Madrid, vivían de la caridad de las instituciones de beneficencia privadas, municipales, provinciales o generales, o en la vía pública. Esta forma de vida, paradójicamente, les brindaba ingresos más estables y una mejor subsistencia que a los jornaleros.
Otro nutrido sector de la marginalidad fueron las prostitutas. En 1900, existían mil quinientas censadas, en sus orígenes habían sido criadas, mujeres seducidas y abandonadas u obligadas, o víctimas de la pobreza. Se estimó "que, en realidad, entre quince y veinte mil mujeres ejercían la prostitución clandestina"(7).
El mantenimiento del orden en la nueva sociedad burguesa requiere que los pobres, huérfanos, enfermos o delincuentes queden convenientemente recluidos en sus respectivas instituciones: los niños eran acogidos en la Inclusa que, construida en 1846, albergaba a cinco mil pequeños cada año -de los que muere la quinta parte-, y en el Hospicio (1848). Los enfermos sin recursos son derivados al Hospital General, fundado en 1832, y los delincuentes, a la cárcel del Saladero, donde los presos se hacinaban con espantosas condiciones higiénicas hasta que en los ochenta se abrió La Modelo. (7)
Las entidades benéficas eran numerosas; en 1874, había diez, una por cada distrito. A finales de siglo los distritos Hospicio e Inclusa tenían dos cada uno, atendían a 40 mil enfermos y distribuían alimentos a quince mil personas.
La instauración de la II República convirtió a Madrid en la capital de un nuevo estado que clamaba por su modernización y la resolución de la angustiosa vida de los sectores más humildes de la población.
La demolición de las antiguas caballerizas reales originó los jardines de Sabatini, se construyó un nuevo Mercado Central de Frutas y Verduras y se abrió a la comunidad la Casa de Campo. Muchos de los proyectos diseñados entonces se ven abortados por el comienzo de la contienda que marcará la vida de los españoles por varias décadas.








II



Lavapiés,

cosmopolita desde siempre.
Un barrio que aportó su identidad
a la ciudad



























Desde su comienzo pobre y marginal, limitado por los barrancos de extramuros y las charcas, sus primitivos pobladores vivieron al compás del tránsito por el camino de Toledo y los movimientos producidos en esa puerta de ingreso a la villa. El origen de Lavapiés se diluye en la Madrid medieval, cuando la ciudad trata de consolidarse y potenciarse como capital del Reino de España.
Don Rafael habla de su época más remota como un "barrio de olivares y atochales. De hecho, la Casa de Campo se juntaba con El Pardo. Felipe II adquiere terrenos y forma la Casa de Campo. Desde el Palacio recorría todo ese lugar, que era su coto de caza. Allí estaba la Puerta de Hierro, que muchos creen que era una entrada a Madrid, no, era la puerta de entrada al coto que estaba cerrado. Por allí se ingresaba al Palacio de El Pardo, que se construyó como recreo. Toda esta zona (Lavapiés) era el paso entre El Pardo y la Casa de Campo".
La actual calle Magdalena era un camino que mediaba entre los cañizares y el olivar, allí se encontraba la primitiva ermita del Cristo de la Oliva, que era el último punto del recorrido del calvario que empezaba en San Francisco.


La judería


El origen del barrio es hebraico. La judería madrileña tenía su núcleo de población en el paraje denominado entonces Aljama del Campillo, en las cercanías de la sinagoga que estaba precisamente donde se alza hoy la iglesia de San Lorenzo.
La judería estaba separada del resto de la villa cristiana por las pronunciadas pendientes de unos desmontes en la zona comprendida por las actuales calles Amparo, Lavapiés, Olivar, Ave María, Primavera, Buena Vista, Zurita, Salitre y San Cosme y San Damián.
La calle y la plaza de Lavapiés fueron el lugar de residencia de los judíos conversos, después de las severas medidas antisemitas adoptadas por los Reyes Católicos. Con su cristianización la sociedad pudo preservar a numerosos profesionales cualificados, entre ellos médicos, boticarios, tenderos y comerciantes.
El origen de esa denominación, tan popularizada en sainetes y zarzuelas, probablemente se remonte a ese pasado hebraico y a la existencia en la plaza de una fuente utilizada para cumplir con una costumbre medieval y que también servía de abrevadero del ganado. Cuando los cristianos establecían algún vínculo comercial con los judíos y debían acudir al barrio, antes de retirarse del lugar procedían al lavado de sus extremidades para purificarse.
No podía ser muy extensa la judería, siglo y medio después de las expulsiones, la actual calle Argumosa era el límite de las edificaciones y la arteria principal, era la calle que unía la plaza con el antiguo templo y se llamaba calle de la Sinagoga. Para despejar las dudas y la desconfianza de los cristianos ante su conversión, cambiaron el nombre de esa vía por el de calle de la Fe y decidieron bautizar a sus hijos primogénitos con el nombre de Emanuel, en homenaje a Jesucristo.
La vecindad también fue refugio de moriscos -que habitaban preferentemente en la actual calle Ave María- que se vieron a su vez expulsados por decisión de Felipe III, acicateado por los beatos Simón de Rojas y Juan de Ribera.
"El poblado había nacido en el exterior de la segunda muralla del Madrid medieval pero la creciente expansión de la villa por el suroeste aconsejaría ampliar su territorio con un nuevo cinturón, que cruzaba la futura plaza central del barrio. Y lo mismo sucede en el siglo XVII, cuando Felipe IV (por razones más fiscales que defensivas) ordena en 1625 levantar más al sur una cerca o alta tapia que permita el control de los accesos a la Villa y Corte". (3).
No sólo había un numeroso caserío más allá de la cerca, en "aquellos sitios costaneros y despejados por donde ahora corren las calles de Jesús y María, de Lavapiés, del Olivar, del Ave María y sus traviesas, eran ya célebres por sus afamados ventorrillos, tabernas y bodegones; entre los cuales sobresalía el nombrado de Manuela, sito en el Campillo (...), y los altillos y rellanos de Buena Vista...". (1).


* * *

"Las primeras menciones del barrio tienen que ver con la calle de la Comadre, de Amparo y la plaza de Lavapiés. Felipe II visitaba el barrio para hacer sus trapicheos de mujeriego. Dicen que en la calle

de la Comadre tenía una amante y un hijo. También, a una casa que desapareció, en Tribulete y Valencia, Felipe II acostumbraba hacer visitas. Para algunos también la utilizaba para las operaciones políticas de entonces", retoma el relato Don Rafael. Agrega que a pesar de ser un barrio de trabajadores, tenía cierta importancia para la Corte, muchos de sus colaboradores vivían allí. Este barrio también "ha tenido varios palacios, como el del duque de Alba. En la calle Lavapiés, donde hay una plazoleta cuadrada, esquina Calvario, había otro; en Ave María estaba otro que fue demolido hace unos años...".
Luego, recuerda que "la iglesia de San Lorenzo nace como una filial de la de San Sebastián, antes lo había sido de la de Santa Cruz. En 1799, y se convierte en parroquia al dividirse en cuatro la de San Sebastián debido a que no la querían porque era muy pobre y la dieron de lado. La llamaban parroquia ’de las chinches’, era la más pobre de Madrid y la que más bautismos e inscripciones tenía. Los pobres nacen como chinches, decían".
La jurisdicción parroquial abarcaba las calles de Amparo, Lavapiés, Magdalena, Santa Isabel hasta el pueblo de Vallecas y el margen izquierdo del río Manzanares.


El barrio de los manolos


La manolería recibía su nombre como consecuencia de aquel cambio religioso que se le impuso desde el poder a la población predominante del barrio. Una ostentación de nuevos cristianos, en la que latía al mismo tiempo una tradición judaica, hacía que las familias llamasen, por lo general, Manuel al primero de sus hijos. Al cabo de un tiempo, la abundancia de ese nombre fue apabullante, por lo que fue denominado barrio de los manueles y más tarde, de los manolos. Posteriormente la "manolería" se extendió a otros barrios haciéndose protagonista del Madrid castizo, esos hombres y mujeres se caracterizaban por su aspecto elegante y atildado.
La ocupación principal de los manolos era la de buñoleros, por lo que la buñolería llegó a ser la industria más famosa del barrio.


* * *


"Había algunos -señala Don Rafael- que no trabajaban nunca, eran los petimetres, querían figurar, tratando de ir a la última moda, se mezclaban con la clase alta, donde también había muchos petimetres. Vivían de sacarle un duro a éste, un duro a otro. En general, era gente del barrio, toman el nombre de muy antiguo, luego viene gente de la Corte y quiere presumir, pero no tienen nada, los manolos y manolas eran bravos y los de la Corte no tenían esa bravura. Si a una manola le quitaban el novio, agarraba de los pelos a la rival...".


* * *


En el siglo XIX, el manolo y la manola encontraron otras denominaciones, las de chulo y chula. También, su etimología tiene una historia. Su origen es arábigo y está en la palabra "chaul", que quiere decir muchacho y se aplicaba sólo a un auxiliar de los matadores de toros.
Los manolos eran refinados, cuidadosos del atavío, sentían por "los chisperos" (trabajadores del hierro, también llamados despectivamente "tiznaos") cierto desdén, que estallaba en las contiendas de los barrios rivales que desembocaban a menudo en peleas callejeras entre chulapos y chisperos con las armas preferidas de los chavales: las piedras.
A pesar de la llegada masiva de inmigrantes de todos los puntos de la península, las costumbres y tradiciones barriales pasaron la prueba de fuego, estaban tan arraigadas que terminaban por conquistar a los recién llegados. Así el ingenio y las travesuras propias de la vecindad se nutrieron de las que aportaron los nuevos, alimentando su tradicional sagacidad y desenfado.
A través de ellos se descubre "el tipo original del madrileño arrogante y leal, temerario e indolente, sarcástico y hasta agresivo contra el poder, desdeñoso de la fortuna y de la desgracia, mezcla del fatalismo árabe, del orgullo, del valor y de la inercia castellanas". (1)

Barrio obrero

La tardía industrialización española hizo que muchos hombres y mujeres encontraran ocupación y nuevos oficios para sobrevivir, a
pesar de la poca devoción por el trabajo predominante.
El barrio comenzó a vivir nuevos tiempos. Allí se organizaron muchos de los oficios artesanos de la villa y a partir de ellos empezarían a surgir las fábricas. Los primeros gremios se perpetuaron en los nombres de algunas calles y otros quedaron privados del merecido recuerdo.


* * *


Por decisión de Felipe II, los curtidores fueron alejados del centro por los olores molestos que producía su actividad y que llegaban hasta los aposentos cortesanos. Por esa razón, fueron trasladados a la actual Ribera de los Curtidores.
"Para la elección del lugar -explica Rafael-, influyó la existencia del matadero en las proximidades de la Puerta de Toledo. Este edificio después fue demolido y pusieron el Mercado de Pescados, que se convirtió luego en el Mercado Puerta de Toledo; todos los jardincillos, donde está el reloj de sol y la biblioteca, eran los muelles del mercado".
La imprenta fue otra de las actividades productivas del barrio, dado que la regentada por Juan de la Cuesta, en 1604, dio a luz la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


* * *


La ocupación más generalizada de las mujeres del barrio era la de lavandera en el río Manzanares. Así describía un observador de la época las características de su sufrido trabajo: "Las lavanderas cavan en la arena unos hoyos, que ellas llaman lavaderos, en los que retienen, todo lo que más pueden, las avaras ondas del pequeño curso de agua. Estas lavanderas ocupan en una gran longitud, desde el Puente de Toledo hasta el de la Casa de Campo, el curso del Manzanares... El lecho del río sustenta a muchas chozas de cañas, destinadas a defender a las lavanderas de los rayos del sol. También se ven largas filas de pértigas, dispuestas paralelamente, y en las cuales se secan los paños menores de Madrid...". (5).

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Las mujeres ejercían también de costureras, planchadoras y modistas, pero donde tuvieron un protagonismo notable fue en la fábrica de tabacos, que dotó de una particularidad inconfundible al barrio.
Las operarias aportaron durante muchas décadas una singularidad donosa y pintoresca a la vida popular madrileña. "El de las cigarreras fue uno de los gremios más bravos y participaron activamente en las jornadas del 2 de mayo de 1808 y tantas otras, donde dejaron muestras de su valentía y audacia", rememora el divulgador de la historia del barrio, y agrega: "En la fábrica tenían turnos y el aumento de la población de Lavapiés tuvo que ver con la necesidad de contar con la vivienda en las proximidades del lugar de trabajo. Este emprendimiento, como tantos otros, fue parte de la promoción de la industria española y los diversos polígonos que ordenó instalar Carlos III".


* * *


Desde el siglo XVII se tiene conocimiento de la existencia de una fábrica de salitre establecida en el postigo de Valencia para proveer la producción de pólvora; justamente, la calle que lleva ese nombre recuerda la existencia de ese em-prendimiento.
La elaboración de cigarros y rapé comenzó en 1809, contando entonces con ochocientas obreras. El edificio fue ocupado antiguamente por la fábrica de aguardientes y licores y su construcción se remonta a 1790. La enorme planta fue varias veces reacondicionada a raíz de los sucesivos incendios que la afectaron.
En la esquina de Tribulete, en las proximidades de la plaza, se hallaba la real fábrica de coches, que tanta importancia tuvo en los últimos años del reinado de Fernando VII. Frente a ella se ubicaba la famosa fábrica de cerveza de Lavapiés, la primera de Madrid. El viejo edificio desapareció para facilitar la entrada a la calle Argumosa.
También en las proximidades de la plaza funcionaba una fábrica de naipes y a unos pocos metros se encontraba la Destilería Real.
En la calle de la Comadre se concentraba un alto porcentaje de las viviendas obreras, hasta tal punto que fue considerada como "una de las más pobladas de Madrid, como que cuenta más de 3.000 habitantes y la numeración de sus casas, la mayor parte bajas y humildes, hasta hace pocos años, alcanza el 95. Todas esas calles y sus travesías, especialmente en la parte baja, están habitadas por jornaleros, artesanos y dependientes de la fábrica de tabacos y otras" (1) y era una de las más animadas de la vecindad.


Valientes y combativos


Los pobladores de Lavapiés, y de otros barrios aledaños, tuvieron un gran protagonismo en muchas revueltas políticas. Participaron activamente defendiendo la causa de la legitimidad de Juana la Beltraneja contra la princesa Isabel. Se unieron a los comuneros de Castilla negándose a pagar los tributos y erigiendo barricadas contra las huestes del emperador. También se enfrentaron más tarde con el jesuita Nitard y con Valenzuela, repudiaron a ambos con sus sátiras y su fuerza hasta que los obligaron a abandonar sus cargos y huir del encono popular.
Otro tanto ocurrió cuando se rebelaron contra la medida que atentaba contra sus capas y chambergos tiroteando las ventanas del ministro Esquilache. El motín se inició un Domingo de Ramos, el 23 de marzo de 1766, en la plaza de Antón Martín, cuando entre la multitud reunida circuló una décima que encendía los ánimos con el siguiente texto:

Yo, el gran Leopoldo primero
marqués de Esquilache augusto,
rijo a España a mi gusto
y mando a Carlos tercero.
Hago con los dos lo que quiero,
nada consulto ni infomo,
al que es bueno lo reformo
y a los pueblos aniquilo,
y el buen Carlos, mi pupilo,
dice a todo ¡me conformo! (11)


En los enfrentamientos del 2 de mayo de 1808 contra el ejército de Murat, los hombres y mujeres del barrio volvieron a demostrar su valentía y arrojo.
Los días previos, la plaza de la Cebada era un hervidero y se expresaba continuamente el rechazo a la invasión. Las valerosas cigarreras pasaron a la acción en la heroica defensa de la Puerta de Toledo, enfrentándose en un número muy reducido y sin armas a los dos mil coraceros que, procedentes de Carabanchel, intentaban acceder a la ciudad. Las mujeres se arrojaban debajo de los caballos y les abrían el vientre con sus navajas y cuchillos. Sólo sobre los cadáveres de estas valerosas mujeres pudieron entrar los soldados. Estas intrépidas damas volvieron a repetir su audaz táctica en los combates de la Puerta del Sol. Mientras tanto, los empleados del Hospital General fueron fusilados por resistir el ingreso de los oficiales franceses al nosocomio. (12)


* * *


"Las cigarreras participaron en la primera fila de los combates, también las cesteras y cesteros tuvieron una gran actuación, un poco más atrás en la línea de batalla, pero asimismo importante. Se dedicaban a hacer maniquíes, a vestirlos y a colocarlos en los balcones. Al verlos, las tropas francesas disparaban, y así los rebeldes conseguían el desarme militar para atacarlos. Ellos lo hacían a cuerpo descubierto, sólo unos pocos contaban con armas. El pueblo de Lavapiés participó en todos los combates, aunque a los poderosos no les interesa y ni siquiera lo mencionan", señala Don Rafael.


* * *


Las consecuencias de la salvaje represión de los franceses se reflejaron notablemente en la barriada. "Por una nota de 1812, sabemos que ese año murieron en esta feligresía 1.063 adultos, sin contar niños, sólo pudieron hacer ínfimos funerales a 33, lo que nos da una idea de la miseria a que han llegado los vecinos del barrio de Lavapiés". Un memorial parroquial de 1813 informa de que "con motivo de las calamidades sufridas por la capital en los últimos cinco años, ha venido a despoblarse la feligresía en más de dos terceras partes, quedando sólo unas dos mil almas, todos ellos mendigos o jornaleros, todos se hallan en la miseria y los que mueren han de ser enterrados de limosna...". (11).
Su participación activa y valiente casi siempre estuvo del lado de las causas perdidas, sufriendo reiteradamente la ira de los vencedores por haber sido consecuentes con sus ideas e intereses.


Bandidos y marginalidad


El barrio también tuvo personajes destacados en el ambiente delictivo; uno de ellos fue el famoso bandido Luis Candelas, que nació en la calle Calvario, el 9 febrero de 1806, aunque el Ayuntamiento ubica su alumbramiento en la calle Santa María nº 41, donde existe una placa alusiva.
Fue hijo de un próspero ebanista carpintero que trató de educarlo haciéndole acudir a clases de dibujo, latín, caligrafía y bordado, un oficio que estaba de moda entre los hombres de la época.
De su biografía se conocen variadas versiones. Cuentan que desde pequeño estuvo vinculado a las famosas pedradas entre "chulapos" y "chisperos". Por sus cualidades belicosas fue elegido jefe de la "banda" que integraba y se inició siendo aún muy joven en la carrera delictiva.
Su padre lo intentó vincular con gente pudiente pero prefería a los sectores humildes y marginales. Al dejar atrás la adolescencia, se presentó a opositar para funcionario y logró la jefatura de la sección encargada de perseguir el contrabando de telas. Así se vincula al ambiente político y, en 1826, fue denunciado por liberal cuando el partido de esa denominación fue declarado ilegal y tuvo que huir de la ciudad, aunque otras versiones indican que el verdadero motivo de su fuga fueron los flirteos con varias mujeres casadas con personajes de alcurnia después de que alguno de los esposos desairados quisiera cobrarle la afrenta. Su periplo incluyó La Coruña, Alicante, Santander y Lisboa. En esta última ciudad continuó su incursión delictiva.
Al regresar a Madrid se casó en la iglesia de San Cayetano con Micaela Balseiro. Existe otra versión sobre su esposa, que sería Manuela Sánchez, hija de un hacendado zamorano.
La vida matrimonial no calmó sus ímpetus y nuevas fechorías lo llevaron a la cárcel del Saladero, en la plaza de Santa Bárbara. En su expediente consta que era de "estatura regular, pelo negro, nariz regular, boca grande y mandíbula prominente. Actividades delictivas comprobadas: Tomador del dos -experto en hurtar carteras y relojes de bolsillo- y Espadista -utilizaba ganzúas para abrir puertas y robar domicilios-". (14).
Fue condenado a cuatro años y en prisión su aprendizaje delictivo se completó aportándole a su personalidad más picardía y tretas. Pero no completaría la condena, dado que su amante, Lola la Naranjera, también lo era de Fernando VII y con su influencia le facilitó la fuga.
A partir de ese momento, se va a especializar en el asalto a recuas de transporte, dejando a los arrieros atados a los árboles. Provoca la reacción de empresarios vinculados a la corona, que piden que se ponga fin a las andanzas del salteador de caminos. Una partida de Escopeteros Reales logra prenderlo cuando se hallaba descansado en la ribera de un arroyo en Cuenca.
Fue condenado a trabajos forzados pero, en el traslado a la prisión, consigue abrir sus esposas y se fuga con el dinero de la caja fuerte y la pistola del jefe del contingente. Reinicia su carrera de fechorías y termina nuevamente en la cárcel.
En uno de sus últimos actos conocidos aporta más material para la leyenda. Internado en la cárcel de la Corte, sus compinches le hacen llegar dinero, una pistola, una capa y una gorra de teniente coronel para que pueda concretar una nueva huida. Pero en esos días ingresa detenido el jefe liberal Salustiano Olózaga, que era su amigo y correligionario. Ante el riesgo que corría de ser ajusticiado, le cede todos los elementos para que sea él quien huya y salve su vida, porque su causa lo justificaba.


* * *


Don Rafael también aporta sus comentarios y matices a esta historia: "Luis Candelas nunca hirió ni mató a nadie. Fue el primer timador de España. Su muerte fue porque se atrevió a robar a la modista de la reina unos trajes que estaban destinados para ella y su séquito. Era un tío que vivía de eso, creo que nunca trabajó, pero tenía estudios. Llegó a ganar unas oposiciones del gobierno como recaudador, tenía una relación bastante buena con Salustiano Olózaga, entonces lo trasladaron, él hacía sus trabajos. Desde niño era carne de horca, siempre estaba metido en líos. Se metió en un lío de faldas y tuvo que salir corriendo de allí, vino para Madrid y vivía como un gran señor en la calle Jacometrezo, tenía un piso, alternaba con toda la gente de la Corte, como un capitalista sudamericano. De allí sacaba los antecedentes para luego cometer los robos, sabía qué poseía cada uno, quien había vendido y después iba por ello con su banda de amigos, uno se apodaba el sastre y dos o tres más. Esos sí eran tipos peligrosos.
Tiene anécdotas sobre lo que hizo en grandes comercios, de coger a un tonto de otro barrio, vestirlo de cardenal e ir a comprar género. Le preguntaba: ’Su excelencia, ¿esta pieza le gusta?’ y esa pieza iba al coche, llenaba el coche de géneros y como el supuesto cardenal no podía ir en el coche, le decía al comerciante: ’Vamos a descargar las telas y después venimos por el cardenal’, y nunca más volvía. Como ésas había infinidades.
Como el robo de la perla que le regaló a su novia. Va a la joyería, empiezan a mostrarle joyas, y en un descuido del vendedor utiliza un pegamento y deja adherida debajo del mostrador la mejor perla que le habían ofrecido. Al darse cuenta de la falta el vendedor lo denuncia a la policía, pero lo revisan y no le encuentran nada. Entonces él termina denunciando al vendedor, se presenta a la joyería a quejarse porque le habían faltado al respeto, le habían insultado y en un descuido se apodera de la perla.
Era muy popular porque él tenía que tener escapatoria. Ayudaba a la gente del barrio que tenía necesidad, pero lo hacía por su bien propio, luego sus beneficiarios lo cubrían, distraían a sus perseguidores. Contaba con algunas casas con salida a dos calles. Su casa estaba en Tribulete, el 11 o el 13, la única casa que tiene una sola planta, frente a La Corrala, por esa casa también se salía por la calle Provisiones.
Tenía una personalidad dual, a veces como petimetre, otras como majo de Lavapiés".
Este personaje novelesco fue ajusticiado a "garrote vil" el 6 de noviembre de 1837, en la plaza de la Cebada, después de habérsele negado el indulto solicitado por la reina.
Cuentan que antes de morir, se dirigió a la multitud que presenciaba su final en silencio y les dijo: "¡Sé feliz, patria mía!".


* * *


Algunas calles de Lavapiés tuvieron una particular fama de alojar a protagonistas del mundo delictivo. Así pasó con la calle de la Cabeza y la truhanesca que se aglomeraba en el café de Numancia o de la Magdalena. En las de Espino y de Oso algunas viviendas se convirtieron en refugio de personajes del hampa, escenario de algunos crímenes y ajustes de cuentas, y también de la prostitución.
La plaza de la Cebada fue escenario de numerosas ejecuciones públicas, que tenían un gran atractivo para la vecindad. Así se describía el morbo de la concurrencia: "El garrote era un espectáculo al que acudía numeroso público y observaba los movimientos y la agonía del reo; hacían chistes sobre su compostura y valor en los momentos precursores de la muerte, mientras comían churros y daban largos tientos a la bota... Los balcones se llenaban y se llamaba a los amigos para que no se perdieran detalle del acontecimiento...". (5).


La corrala


El comienzo del siglo XIX fue de gran trascendencia para los barrios del casco céntrico, especialmente para Lavapiés y Embajadores, que se habían convertido durante los dos siglos anteriores en un conglomerado anárquico, de irregularidad urbanística y con una expansión sin ningún tipo de planificación.
Con el nuevo siglo se ponía en acción la piqueta y sus viejas construcciones fueron demolidas a gran escala. Así desaparecieron las primitivas casas de una o dos plantas y se las sustituyeron por edificios mucho más voluminosos, con un máximo de alojamientos en superficies mínimas. Este tipo de edificación permitió a los constructores grandes beneficios especulativos al dejar de lado las necesidades humanas y urbanas.


* * *


Así surgieron y se multiplicaron las corralas. Edificios estructurados en torno a un gran patio central, una escalera general llevaba a cada una de las plantas, por cuyos corredores se ingresaba a las viviendas. Fueron casas económicas, edificadas con maderas y ladrillos, contaban con un retrete común para cada planta y vivían en ellas varias familias.
"Las primeras corralas -explica Don Rafael- se instalan en el siglo XVIII, cuando empiezan a funcionar las diligencias, y los mesones y paradores. La gente paraba cuando tenía que viajar, ya fuesen en coche o a caballo, allí descansaban por la noche los arrieros, los que venían con telas para vender...
Luego se utilizaron como viviendas de trabajadores. Tenían como categorías, los pisos exteriores eran los que más pagaban, el primero pagaba más que el tercero y los interiores eran los más baratos, los que ocupaban las clases menos pudientes".
Esos enormes patios eran un punto de convivencia cotidiano. Los sainetes y zarzuelas tomaron esas vivencias como argumento central de sus historias y esa imagen se convirtió en su escenografía característica.
Don Rafael hace otra interesante acotación: "Empiezan en la época de Isabel II, eran casas con patios muy grandes, no como ahora que son tubos y no tiene nada que ver con la corrala. Allí se hacían representaciones teatrales, como en dos casas que tiraron acá en la plaza de Lavapiés y calle Valencia, donde hay dos casas nuevas; era un cuartelillo, se la conocía como la casa del cuartelillo y la de al lado, donde ahora está Champion, era un campo de fútbol. Tenía nada más que un piso de altura...".
"El cuartelillo" abarcaba toda una manzana, era una unidad característica dentro del mismo barrio. Estaba rodeado de largas galerías con puertas abiertas hacia ellas, cada una daba a una vivienda. En el enorme patio central había una fuente donde las mujeres lavaban la ropa que luego colgaban en cuerdas, tendidas entre gigantescos árboles.
"La convivencia -continúa con el relato- no era tan complicada como puede parecer. Las casas estaban abiertas. Los roces eran mínimos, cuatro o cinco podían llegar a pelearse, como puede pasar ahora, aunque ahora hay menos trato y hay menos posibilidades de roces. Antes se vivía en las corralas y se estaban viendo todo el día. Si una mujer decía algo de otra, en seguida se enganchaban las dos, pero a la media hora estaban otra vez juntas en la gallinejera como si nada, eran roces transitorios...
En julio y agosto, que son los meses más sofocantes, la gente dormía en la calle; rara era la casa que no tenía una hamaca y por la noche hacían corrillos de vecinos y había muchos que se quedaban a dormir allí. Por la mañana, se levantaban, se lavaban la cara y se iban a trabajar".


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La concentración de sectores populares en torno a la plaza de Lavapiés convirtió esta zona de la ciudad en la de más alta densidad poblacional. Así, en la calle Ave María se registraba una relación entre habitantes y superficie de 900 personas por hectárea y en la calle Torrecilla del Leal, de 1.105 individuos por hectárea.
Estas características viviendas imponían conductas y costumbres, era "como un mundo pequeño, agitado y febril, en palabras de Pío Baroja, que bullía como un hormiguero. Allí se construían muebles, se falsificaban antigüedades, se zurcían bordados antiguos, se fabricaban buñuelos... Era la corrala un microcosmos, allí había hombres que lo eran todo y no eran nada: medio sabios, medio herreros, medio carpinteros, medio albañiles, medio comerciantes, también medio ladrones... muchos cambiaron de oficio, otros no lo tenían. Vivían sin planes, sin proyectos. Las mujeres de la casa, por lo general, trabajaban más que los hombres, y reñían casi constantemente. De vez en cuando un sentimiento romántico, de desinterés, de ternura, les alumbraba como un rayo de luz que les hacía vivir humanamente, pero cuando se les pasaba la racha, volvían a su inercia moral, resignada y pasiva". (5).
De ese Madrid popular y bullicioso ya queda muy poco. Una de las escasas corralas supervivientes es la de la calle Mesón de Paredes, que fue declarada monumento nacional en 1977.


Festejos y diversiones


Uno de los festejos típicos del barrio fue la fiesta de la Maya. Desde épocas remotas existe la costumbre de adornar el mayo y elegir la maya el día de Santiago el Verde, una costumbre de origen pagano con la que se celebraba la primavera, el primer día de ese mes. De ahí vino el llamar maja a la gente del pueblo engalanada en son de fiesta, y por extensión hablar de majeza al referirse a otras condiciones, de prestancia, gallardía o simplemente fanfarronería.
Este festejo consistía en ataviar a una doncella de la forma más refinada posible, con mantos de seda, brocados y tules, adornada con flores, y presentarla convenientemente en el portal o patio de la casa. Los portales competían por presentar la mejor maya. Un jurado compuesto por los vecinos elegía a la más bella y mejor vestida, y se colocaba una placa en el portal de la triunfadora.
El cortejo de la maya pedía dinero a todo varón que se aproximaba al lugar entonando la coplilla: "Den para la maya que es bonita y galana", al tiempo que cepillaban y hasta peinaban al solicitado caballero. Si luego de tantas atenciones, el hombre no aportaba, era despedido con otra coplilla: "Pase el pelado, que no lleva blanca ni cornado". Con la recaudación obtenida se organizaba una merienda en una arboleda que existía en torno a la iglesia de San Lorenzo, conocida como el Prado de las Damas y de gran popularidad en tiempos de Carlos IV (1788/1808).
Todo el festejo iba aparejado del consumo de diversas comidas, rosquillas "listas y tontas", los torraos (garbanzos tostados), bien acompañados por morapio en el porrón. Esta festividad tuvo su momento de apogeo en el siglo XVII y desapareció en 1885 (3). Pero este canto a la naturaleza y a la juventud ha sido recuperado en los últimos tiempos y se celebra nuevamente con gran participación popular.


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"Los festejos -explica Rafael- siempre tuvieron que ver con lo religioso. Aquí es San Lorenzo; en el Rastro, San Cayetano; y en la parte de La Latina es la Verbena de la Paloma. La fiesta de mayo, tiene que ver con la Cruz de Mayo, es de primavera, es la que tiene menor religiosidad. Ahora se hace unificada, antes se hacía en cada casa...
En el barrio eran los primeros en festejar en la calle, en disfrazarse, eran típicas, porque la gente no tiene otro lugar donde festejar que no sea la calle. La gente de la Corte tiene sus palacios, los duques tienen sus inmensos salones de baile y están encerrados. El pueblo sólo tiene las calles".



Barrio de musas



"Lavapiés era donde había más movimiento, más anécdotas, más alegría. En el barrio siempre había cosas pintorescas, gracias a ello se han creado personajes que trascendieron como en la Verbena de la Paloma, La Revoltosa y tantos otros, que fueron recreados con gente de Lavapiés, surgen simplemente de la observación y de estudiar a la gente del barrio", es la explicación que hilvana don Rafael para comprender las causas de tanta inspiración artística originada en los personajes de este barrio.


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"Entre los personajes madrileños que pueblan el mundo de la tonadilla escénica, son los majos y las majas quienes polarizan la atención de músicos y libretistas. Los majos representan un tipo de un barrio determinado, el de Las Maravillas, que junto a los chisperos de Barquillo y los manolos de Lavapiés, forman la constelación urbana del Madrid de los Borbones. Tratadistas, poetas y escritores retratan al majo como un hombre valiente, apuesto, osado, pendenciero, amigo del cantar y de la fiesta. Eduardo Huertas nos dice que "los majos preferían el cultivo de las artes amatorias y de la milicia". Tal vez esté aquí la clave de la predilección de los libretistas por esta figura que puede resultar más atractiva que otra a los ojos del espectador de tonadillas. En cuanto a la maja, unos y otros nos la presentan como arrogante, terca y apasionada, a ella van dedicadas infinidad de piezas líricas; solamente en el catálogo de obras de Laserna podemos encontrar más de media docena, entre ellas La maja y el sargento, La maja honrada, La maja alegre, La maja constante, La maja y el berberisco, etc." (10)
Su carácter cosmopolita, los desniveles de sus callejuelas, la personalidad de sus hombres y mujeres y la bohemia que convocó hicieron de Lavapiés un ámbito propicio para que se disparasen las musas inspiradoras en innumerables escritores, poetas, dramaturgos, músicos y artistas plásticos.
Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca recorrieron sus calles y tomaron la esencia de su gente como motor de parte de su creación, numerosas páginas así lo certifican.
Goya reflejó a los manolos en sus caprichos. Espronceda se inspiró en la muerte de Teresa Mancha, en una casa del barrio, para escribir uno de sus afamados cantos, El diablo mundo.
Isaac Albéniz lo reflejó en la composición "Lavapiés" de la suite Iberia y Tirso de Molina pone en esa calle la acción de la novela Los tres maridos burlados. La misma escenografía utilizó en sus sainetes Ramón de la Cruz; y Carlos Arniches, en La sobrina del cura.
Bizet, en su suite Carmen, hizo protagonista del guión a una cigarrera. Francisco Asenjo Barbieri y Luis Mariano Larra canalizaron su inspiración en la zarzuela El barberillo de Lavapiés, Miguel Ramos Carrión, con música del maestro Chueca, en Agua, azucarillos y aguardiente y José López Silva, Fernández Shaw y Ruperto Chapi en La revoltosa, entre tantos otros.
Ana Belén es una de las afamadas artistas que han tenido su cuna en Lavapiés, en la calle del Oso, y Antonia Mercé "La Argentina" vivió desde los cuatro años en la calle del Olmo.
La creación provocada por este barrio no parece detenerse con el paso del tiempo, nuevos personajes y contextos siguen actuando, como lo demuestra el film Descongélate, dirigido por Dunia Ayaso y Félix Sabroso, estrenado en 2003.


Décadas negras


Desde los primeros años del siglo XX, se augura una potenciación de crisis y conflictos que, como suele ocurrir, tienen como principales víctimas a los más desprotegidos. El barrio fue uno de los reducidos espacios donde los dramas humanos que afectaron a España se concentraron produciendo una exacerbación acentuada del sufrimiento.
La característica de barrio obrero se manifestó políticamente en el predominio de posturas radicalizadas. En las elecciones de 1936, el Frente Popular agrupó a todos los partidos de izquierdas y en el distrito de Inclusa -al que pertenecía Lavapiés- se produjo el mayor porcentaje de votos obtenido en Madrid por esa fuerza política, el 76,1%.
Cuando se desató la guerra civil, en Encomienda 3 y luego en Mesón de Paredes 37 funcionó el Ateneo Libertario de Barrios Bajos, que se transformó más tarde en la denominada Checa de Mesón de Paredes. Esta entidad tuvo una función claramente represiva de los disidentes y su funcionamiento se inspiró en la policía política estalinista. Se dedicaban a ejecutar a los opositores a través de los llamados "paseos". Pero las ejecuciones y las posturas de rechazo a la República en este distrito alcanzaron el menor porcentaje de Madrid.
No obstante, hubo también en el barrio manifestaciones de protesta críticas con el gobierno del Frente Popular. Cuando recrudecían los enfrentamientos bélicos y los resultados comenzaban a ser claramente desfavorables para esa fuerza, comenzaron a gestarse prácticas derrotistas. Una de las más osadas fue la protagonizada por Aurora Fernández Peñálvez, quien, el 28 de diciembre de 1938, convocó a sus vecinas de Mesón de Paredes 20 a una protesta por las deficiencias en los abastecimientos y para proclamar que "los rojos se debían rendir por tener la guerra completamente perdida". Esta acción fue claramente apoyada por el grupo falangista Auxilio Azul María Paz. Finalmente doña Aurora fue detenida y condenada por derrotista y se le impuso una pena mínima (13).
La ciudad soportó los ataques de la aviación y disparos de los cañones instalados en el cerro de Garabitas. Fueron comunes los bombardeos en alfombra y con bombas incendiarias que llegaron a arrasar zonas enteras de la ciudad. En el lenguaje popular de la época se llamó sotaneros a los que buscaban refugio en los sótanos y estaciones del Metro, y azoteístas a los que subían a las azoteas para observar como un espectáculo los bombardeos.


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"La guerra civil fue muy dura, nos estaban continuamente bombardeando desde la Casa de Campo durante el día, y por la noche llegaban los aviones a completar la faena. Lavapiés, y Madrid entero, era un objetivo. Hubo dos casas en la calle Argumosa y otra en la de Sombrerería que fueron bombardeadas. De ésta sí me acuerdo cuando cayó el proyectil, fue durante el día. Esa casa se mantuvo en pie hasta que la tiraron abajo el año pasado. Hasta entonces conservó las huellas de los arreglos por los daños, la bomba había tirado abajo media casa, la parte de las buhardillas y el piso. La arreglaron para que pudiera ser habitada pero los signos del bombardeo se veían todo el tiempo. Las otras casas estuvieron también con las señales del bombardeo y la destrucción durante mucho tiempo", continúa con sus explicaciones don Rafael, para afirmar luego: "Aquí pasaron porque los dejaron pasar, si Madrid hubiese sabido lo que venía hubiera resistido más, Madrid no se rendía, hubiese sido una Numancia. Intentaron pasar varias veces por el cuartel del rey, en la estación del Norte, y llegaron hasta la plaza de España; allí empezaron a darles, los cogieron entre dos fuegos y los moros se tiraban de cabeza al río, con los tanques y con todo.
Éste fue el final, tenían toda España en su poder y les faltaba Madrid".


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La derrota republicana cambió notablemente las condiciones de vida y las costumbres, casi no había espacio para la alegría y el barrio estaba como muerto en vida.
El relato se impregna de la emoción por los recuerdos vividos: "Los primeros años del franquismo fueron muy malos, porque lo primero que hicieron fue echar a la calle a toda la gente para poner a los suyos. El dinero automáticamente dejó de tener valor. Usted tenía dos duros en el bolsillo para comprar una barra de pan y al momento de entrar ellos ya no lo podía comprar. La gente, sin trabajo y sin dinero, se pasaron unos años de hambre enorme. Todo estaba racionado, los que trajeron se dedicaron al estraperlo, a vender de todo en el mercado negro. Daban una barrita de pan por persona, lo que sobraba se lo repartían los empleados o lo recibían los amigos para venderlo al doble o triple de su precio.
Por lo menos durante la guerra había lo que se llamaba pildoritas de Negri, que eran unas lentejas pequeñas, o algarrobas; por lo menos se comía.
Muchos se marcharon para evitar que los cogieran, porque mataron a muchísima gente. Cuando terminó la guerra Madrid tenía 800 mil habitantes, un gran porcentaje murió en el frente, a otros los mató Franco, otros tuvieron que irse para evitar que los mataran y los que nos quedamos no podíamos decir nada, ni levantar la voz, porque esa gente se te echaba encima.
Todos los días, en la calle Valencia, ponían los altavoces y cantaban el "Cara al sol", había que pararse, levantar la mano y cantarlo; los falangistas estaban por allí y al que veían que no levantaba la mano, no cantaba o se movía lo abofeteaban tranquilamente y no se les podía responder.
Mientras él vivió no se podía hablar, estaban cuatro caciques, uno no sabía con quien estaba, la policía no permitía hacer corrillos. En la plaza de Lavapiés no se paraba nadie. En la plaza de la Cebada hubo muchas ejecuciones. A finales de la década del sesenta se abrió un poquito la cosa".


El mundo en Lavapiés


A mediados de siglo, Lavapiés era un barrio tranquilo, donde gran parte de la convivencia entre sus habitantes se consumaba parsimoniosamente en las calles, en los pequeños negocios tradicionales y en los patios de las corralas. Era muy común en las primaveras y veranos que los vecinos sacaran sus sillas a la calle y tuvieran largas tertulias hasta la hora de cenar o avanzada la madrugada. Rara vez se utilizaban las llaves de las puertas de ingreso a las viviendas, la mayoría del tiempo estaban abiertas; era muy común que los niños compartieran las meriendas en las casas de los vecinos y que corrieran libremente por sus extensos patios y apacibles calles.
La media de edad de los pobladores fue aumentando progresivamente, sus hijos se fueron estableciendo en otros barrios, muchas casas iban quedando deshabitadas y los negocios tradicionales languidecían ante el creciente descenso de su número clientes.
Pero en los últimos quince años la realidad del barrio ha tenido cambios notables con la afluencia de familias e individuos que ansiaban hacerse un camino al andar. "Los marroquíes y saharianos fueron primero, luego los chinos, que han venido en tropel, y últimamente están viniendo los sudamericanos en grandes cantidades", describe don Rafael los pasos de la evolución migratoria vivida.
Los flamantes inmigrantes, sin grandes pretensiones para alojarse, comenzaron a ser los inquilinos de esas viviendas derruidas que parecían destinadas inexorablemente a caer víctimas de la piqueta. Los herederos vieron que esas propiedades de cien o ciento cincuenta años de antigüedad, hasta ese entonces despreciadas por ellos, comenzaban a ser un negocio interesante, sin necesidad de invertir podían mensualmente conseguir rentas interesantes. No se imponían condiciones ni límite de ocupantes, sólo un valor exorbitante de alquiler.
"Aquí ha venido la gente a vivir porque era un barrio lamentable, jamás hubo una inversión del Ayuntamiento o del Estado, hasta hace unos años. Las casas se han dejado morir, se iban cayendo y lo que se hizo fue una especulación brutal. Eran viviendas en las que nadie viviría, sin embargo se alquilaban a los inmigrantes a precios elevadísimos. Los dueños ya no viven en el barrio y no les importa la cantidad de personas que puedan vivir allí", explica Manuel Osuna, presidente de la Asociación de Vecinos La Corrala, quien aporta su testimonio.
"Hay vecinos -agrega Osuna- que están viviendo en treinta metros cuadrados, familias completas. Llevamos años diciendo que aquí existen "las camas calientes", camas que durante las veinticuatro horas del día están ocupadas, uno duerme sus ocho horas, después llega otro y a las ocho horas llega el tercer ocupante. Aquí hay mucha infravivienda".
Existe también "el chabolismo vertical, un fenómeno que no se ve y del que no se escuchan protestas, pero lo están pasando muy mal, son familias que viven en sótanos, nunca les llega la luz del día, con humedad permanente", añade Isabel García de la Torre, presidenta de la Asociación de Vecinos y Comerciantes de Tirso de Molina y Lavapiés (ATILA), quien suma también su testimonio.



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Los dueños de los locales, por otro lado, comenzaron a ser tentados para que abandonasen su actividad y los alquilasen. Las ofertas que les hacían -los senegaleses primero, luego los marroquíes y más tarde masivamente los chinos- significaban mucho más de lo que podían obtener con la declinante actividad que desarrollaban hasta ese momento.
"Los comercios del barrio siempre fueron pequeños, no se contaba con un gran capital, el Ayuntamiento no se ha preocupado en mantener ese comercio tradicional y dieron licencias a comercios con dinero de dudosa procedencia, que compraban hoy y abrían mañana. Esta gente dispone de un capital que el vecino no tuvo en toda su vida y ése es un cambio radical que ha tenido el barrio", afirma la titular de ATILA.
Así fueron desapareciendo los negocios tradicionales y el barrio se pobló de casas mayoristas, supermercados, locutorios, bares y restaurantes de una diversidad de orígenes inusitada. Sólo la colectividad china cuenta con casi cuatrocientos locales.
"Es una gente muy tranquila -opina don Rafael-, están en su negocio y nada... Trabaja más que un chino era una frase hecha de la que ahora uno se da cuenta de su significado. Ellos están en su negocio, trabajan todos y mientras no se metan con ellos, no les importa nada, ellos van a su trabajo y trabajan como chinos, efectivamente. Cogen hoy un local y a los dos días lo han pintado, lo han montado y lo han abierto. Van los camiones a descargar y si hay veinte chinos, los veinte salen a descargar, lo hacen en cinco minutos".


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Ante tan vertiginosos cambios hubo reacciones dispares de los que habitaban el barrio desde siempre. "Las personas mayores -continúa- son las que peor reaccionaron, sobre todo con los marroquíes, porque fueron los que entraron a Madrid con el ejército de Franco y abusaron mucho, ese recuerdo hizo que saliera el odio, pero fue algo pasajero. Por lo demás no molestan".
Sobre los lazos de convivencia que se han generado, agrega que "hay más discordia entre ellos mismos, entre las propias etnias, los moros con los moros, los colombianos con los colombianos. Lo bueno es que hasta ahora no ha habido hechos de mucha gravedad, como ocurre en algunos barrios extremos en los que han salido las armas de fuego a troche y moche, cada dos por tres hay muertos...".
Esta transformación que vivió el barrio generó consecuencias: "El vecino se siente bastante molesto, hay casas donde viven veinte personas, entonces siempre hay ruidos, un cacharro que se cae, el ascensor que sube y baja sin cesar, la gente sudamericana, que le gusta escuchar música todo el día y a todo volumen, el tema de la basura que se saca a cualquier hora del día...", describe Osuna.
La población autóctona fue disminuyendo año tras año y creciendo la foránea. En la evolución de los cómputos de empadronamiento del Ayuntamiento, consta que, en los dos últimos años, los residentes españoles han disminuido en 520 individuos y los nacidos en otros países han aumentado en 2.355 personas.
El presidente de La Corrala relativiza estas cifras: "Es muy difícil de comprobar, porque hay gente que alquila aquí y vive con otros paisanos suyos, luego se va a vivir a otro lado y no hace el cambio de domicilio", aunque ratifica "que la estadística de autóctonos va disminuyendo. La gente se ha ido a otros barrios donde tienen una comodidad que aquí no pueden encontrar. Con mis cuarenta años, los amigos que tengo ya no viven en el barrio".
La colectividad más numerosa es la ecuatoriana, seguida de marroquíes, colombianos, chinos y peruanos. La población en edad escolar de origen extranjero es de las más numerosas de Madrid, alcanzando un índice del 39,4 por ciento.
Osuna es muy crítico en relación con la enseñanza pública: "El noventa por ciento son chicos de otros países, aquí no hay integración alguna porque el autóctono es impulsado para que se vaya a los colegios concertados. Tendrían que darle mucho más apoyo a las escuelas, con profesores más jóvenes que sientan el problema, más clases de apoyo. Hay mucho fracaso escolar, los chavales de 14 o 15 años dejan de estudiar para ponerse a trabajar, eso se está viviendo mucho en el colectivo chino, el problema mayor es el idioma...".
Paco Cabañas, director del colegio público Emilia Pardo Bazán, ratifica estas apreciaciones y agrega que “faltan recursos humanos. Las familias que emigran lo hacen por problemas mayores, primero hay que brindar libros y comida; luego hay que analizar el grado de escolarización y la distinta formación según su idioma. En esta escuela el noventa por ciento de los niños son hijos de inmigrantes, sólo la sexta parte son de segunda generación”.
El docente advierte de que la escuela pública debe “tener una transformación importante o va en camino de convertirse en un ghetto, porque se va a quedar sólo con los niños inmigrantes. O se mejora la oferta o se convierten en sitios de delincuencia, como ya se manifiesta en la enseñanza secundaria”.
Osuna añade otras quejas: "A Lavapiés lo han puesto en la mira, los medios han hecho mucho sensacionalismo con las cosas que ocurrían en el barrio. Si hubiéramos visto que los atracos fueran sólo aquí, pero son en todos lados, en cualquier parte de Madrid, aquí no hay muertos, tiroteos, ajustes de cuentas como en otros lados".
Doña Isabel es optimista frente a este tema crítico: "La inseguridad en Lavapiés ha disminuido bastante, hay policías y se está trabajando en la prevención, en ese sentido estamos adelantando. Pero hay problemas que no podemos atacarlos con medidas policiales sino con medidas sociales, que se tarda más pero las soluciones son más duraderas".


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Don Rafael da su visión ante algunos reclamos que se difunden por algunos medios de comunicación: "la gente que se queja es aislada, si es por los borrachos, siempre ha habido. Por ejemplo, hubo un clásico borracho apodado "El Siete", era un limpiabotas muy antiguo, muy seco pero con una estatura de un metro ochenta, parecía un castillo. El apodo era por su número de limpiabotas. Siempre estaba borracho, no había cogido una nueva, la primera que agarró la mantuvo toda la vida. Había otros dos que se agarraban cada vez que se encontraban, un tal "Perico", era medio tonto pero muy trabajador, y el otro, un tal "Leche", era un listo que no daba un palo al agua, vivía de la tontería, eran muy populares por las borracheras que se agarraban. Borrachos hubo siempre".


Esperanzas de futuro venturoso


La inmigración es un fenómeno muy nuevo, ha llegado para quedarse, sin previo aviso, de repente, masivamente y, como toda irrupción inesperada, genera reacciones dispares que van de la tolerancia y la comprensión hasta el rechazo al extraño.
Lavapiés es uno de los barrios donde se ha vivido más intensamente esta nueva realidad social y, tal vez, donde se ha podido comprender en mayor medida el tema de la integración.
Lejos de las molestias que podrían presumirse por los cambios operados, los dirigentes de las entidades representativas coinciden en manifestar su beneplácito por la incorporación de los nuevos vecinos.
"Han enriquecido el barrio, la mayoría ha venido de buena fe a trabajar y a buscar lo que en sus países no han encontrado, lo han hallado aquí y le hemos abierto los brazos a la gente que ha venido a disfrutar de nuestro país. Estamos orgullosos de que hayan venido a nuestro barrio de Lavapiés, un barrio toda la vida abierto a toda clase de civilizaciones", asegura doña Isabel.
Osuna aporta otro elemento interesante: "Lo bueno es que estamos teniendo una multiculturalidad, gente de todos los países del mundo están censados aquí. Así se evita que se formen ghettos como en otros barrios donde se concentra gente de una sola nacionalidad. Tenemos un abanico de países de lo más alucinante que podemos imaginar, pero la integración vamos a poder verla dentro de diez años. Aquí se esta viendo que toda la gente puede convivir".
El presidente de La Corrala afirma que "esto es un laboratorio y el gobierno español debería darse cuenta de lo que estamos viviendo en Lavapiés. De aquí a un tiempo esto va a ocurrir en cualquier parte de España y se debe estar preparado".
Su colega de ATILA hace una observación: "Yo me imagino un futuro intercultural, no multicultural, esto no me gusta porque parece que cada cultura va por su lado y así un barrio no se integra, yo creo que todas las culturas deben estar juntas aprendiendo una de otra", y acota que "hay personas que han venido a trabajar y se les ha negado por cuestiones legales. Pero el ser humano ilegal no existe, todos somos legales. Sin papeles malamente se van a poder integrar, deberían darle papeles a todo el mundo".


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Los dirigentes del barrio coinciden en la diversidad de problemas, las escasas y deficientes viviendas, la falta de zonas verdes, colegios, guarderías y centros para la tercera edad, o la ausencia de instituciones deportivas y piscinas; también se quejan por el tránsito que provoca el comercio al por mayor. "Tenemos calles que son como un polígono industrial, una especie de bazar".
Don Rafael sostiene que "lo del centro de salud de Tribulete es vergonzoso, pequeño, no hay espacio para tanta gente que va a las consultas". Doña Isabel añade que "el centro de salud tiene más de sesenta años, hay muchas quejas, hemos juntado firmas, hecho manifestaciones, protestas en la puerta... Ni el oficialismo ni la oposición se han dado cuenta de este problema, mucha cultura, en buena hora, pero sin salud no se va a ningún lado. Un nuevo centro de salud es lo que hay que conseguir por encima de todo".


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Los dirigentes vecinales consideran que la rehabilitación está empezando a dar sus frutos en los siete años que lleva de desarrollo. En cuestión de aceras y alcantarillas se ha cumplido. "Algunas viviendas se han rehabilitado, pero hay muchos que no tienen voluntad de mejorar las cosas, a pesar de que se ha subvencionado hasta el 60 por ciento de la rehabilitación. Existen algunos impedimentos: los que no pueden acreditar la titularidad de la vivienda y otros que prefieren continuar alquilando a precios elevados sin invertir nada", afirma el titular de La Corrala.
Coinciden en reclamar una acción más decidida por parte de las autoridades. La presidenta de ATILA sostiene que "existen solares que cuando le interesa al Ayuntamiento se expropian. En doctor Fourquet, por ejemplo, hay un solar que lleva años abandonado y es muy grande, allí se podría hacer una zona verde".
En ese sentido, Osuna afirma: "Sabemos que hay dinero, que están dispuestos a invertir, el problema son los propietarios que quieren especular, seguir cobrando sus alquileres por edificios en ruinas, muchos cobran sus rentas en dinero negro. Hasta que el alcalde no expropie alguna vivienda no van a salir a la luz esos pisos. Nosotros venimos desde hace tiempo diciendo que hay que expropiar. Nuestra aspiración es que se produzca una transformación como en Vallecas, donde se han hecho nuevos edificios y se ha mejorado la calidad de vida".
"Me imagino un buen futuro. Se están abriendo muchos centros culturales para bien del barrio, como es la universidad a distancia (UNED), se está haciendo de nuevo el teatro Olimpia, se está rehabilitando el edificio de las Escuelas Pías para la UNED. Hay famosos, artistas, gente joven, que están buscando como locos un piso para alquilar, eso algo quiere decir. Una gran parte de la población inmigrante se está integrando. Yo lo veo factible, siempre que pongamos cada parte su granito de arena. El nuestro es recibir a quien viene buscando una vida mejor, como queremos todos", afirma Isabel.



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La energía multicolorida y polifónica que cada mañana se pone en acción en el barrio es una escena cargada de esperanzas mancomunadas que busca encontrar un camino de realizaciones. Los que participan de esta experiencia colectiva ostentan la voluntad de esforzarse por encontrar ese camino de entendimiento en la evolución de esta verdadera metáfora del futuro.
Después de todo, la historia de la humanidad es la historia de las migraciones y, mientras existan tantas desproporciones, seguirá siendo así por un largo tiempo.
Es uno de los tantos desafíos que se les plantean a los seres humanos en este mundo preñado de conflictos. A pesar de tantos infortunios, existen experiencias que permiten alumbrar una luz de esperanza sobre el futuro de los hombres y mujeres que poblamos este maltratado planeta. Lavapiés parece dispuesto a asumirlo.



Anexos




Puertas de los alrededores*









Muro de 1438.


Puerta de La Latina.

Estuvo situada en la calle Toledo, frente a la plaza de la Cebada. Primero se le adjudicó el nombre de San Francisco, porque conducía al convento de los franciscanos. Finalmente, se adoptó el de La Latina, poe el hospital así denominado porque su fundadora, Beatriz Galindo, era conocida por ese sobrenombre.


Postigo de San Millán

Estuvo situado en la plaza de Cascorro, a la altura de las calles San Millán y Duque de Alba. La ermita que estaba en los alrededores le dio su nombre.

Puerta de Atocha

Fue la primera puerta con ese nombre y estuvo situada donde está la plaza de Jacinto Benavente.


Muro de 1566


Puerta de Toledo

La primitiva puerta con este nombre estuvo en la calle Toledo frente a la de Sierpe.


Puerta de Antón Martín

Se hallaba en la plaza del mismo nombre. Ambas tomaron ese nombre del hospital de San Juan de Dios, que estaba en las inmediaciones y que había sido fundado por Martín.



Muro de 1625


Puerta de Toledo

Con la cerca de Felipe IV esta puerta se trasladó a la altura de la calle Capitán Salazar Martínez. Tras ser derribada, se ubicó en su actual emplazamiento, en 1813.

Portillo de Embajadores

Un primer portillo se construyó en 1782; con la construcción de la Ronda de Toledo, se trasladó hacia la actual glorieta de Embajadores, sólo tenía un arco y fue derribado en 1868.


Portillo de Valencia

Estuvo ubicado en la calle Valencia, frente a la del Doctor Fourquet. En el plano de Texeira figura con el nombre de Puerta de Lavapiés, porque estaba frente a la desembocadura de esa calle. En 1778 se construyó uno nuevo que tenía un solo arco y llevó el nombre de Valencia porque de allí partía el antiguo camino a Levante. Desapareció hacia 1868 con el derribo de la cerca.


Puerta de Atocha

En la glorieta del Emperador Carlos V se construyó una primera puerta que recibió el nombre de Vallecas, porque de ahí partía el camino hacia ese pueblo. Según la tradición fue levantada en el lugar donde se había ocultado una imagen de la Virgen de Atocha durante el dominio de los moros.
En 1748 fue sustituida por otra que recibió el nombre de la virgen y que carecía de interés arquitectónico. Era de ladrillo y tenía los tres arcos iguales. A pesar de las reformas de 1829, siguió siendo una puerta de escasa relevancia. En tiempos de Fernando VII se pensó en reemplazarla por un arco de triunfo.
La construcción de la estación ferroviaria fuera de la cerca inició la expansión de la ciudad hacia el sur, por esa razón la puerta fue derribada el 28 de julio de 1850. En su lugar se construyó otra, dos años después, que fue demolida junto con la cerca en 1868.

• Extractado del libro Cercas, puertas y portillos, de María Isabel Cea Ortigas.



Placas conmemorativas*





Atocha, 54: homenaje al pintor de los reyes Felipe II y Felipe III, Bartolomé Carducho. Éste nace en Florencia, desconociéndose el año exacto, aunque se cree que fue entre 1554 y 1560. Desde muy joven se destacó como escultor, luego como arquitecto y pintor.
Su maestro fue Federico Zúccaro, quien fue su valedor en España para que Felipe II lo designara para la decoración pictórica del Monasterio de El Escorial.
El sucesor del rey lo nombró pintor de Cámara, y entre sus obras se destaca el cuadro La última cena, pintado para el oratorio de la reina y hoy en el museo del Prado. También pintó El descendimiento de la Cruz, alojado en el museo citado, y La muerte de San Francisco, en Lisboa.
Murió en Madrid en 1608, en la casa en que vivió muchos años -donde se encuentra la placa-, muy próximo al convento de religiosas agustinas de la Magdalena, demolido en 1837.
Atocha, 60: homenaje a Antón Martín, natural de Villa de Mira (La Mancha). En 1552 adquirió unos terrenos para hacer la iglesia y el hospital del que fue su fundador, el de Nuestra Señora del Amor de Dios.. La iglesia fue construida ese mismo año y reconstruida en 1798.
En la antigua plaza también se encontraba el hospital de Monserrat, que fue habilitado, en 1616, para los naturales de la corona de Aragón. Gaspar de Pons fue el promotor del proyecto, cediendo para ello su casa de campo, que se encontraba en el barrio de Lavapiés. Esta quinta ocupaba el mismo lugar en el que hoy se encuentran las instalaciones en reconstrucción de las Escuelas Pías de San Fernando, en la calle Mesón de Paredes. Allí estaba el cementerio del hospital y se encuentra enterrado en ese lugar el poeta valenciano Guillén de Castro, fallecido en 1631.
Esta plaza fue un lugar de paso hacia la salida de la villa, allí se encontraba un portillo.
El 23 de marzo de 1766,en el lugar, una concentración de vecinos inició la rebelión contra el ministro Esquilache. El primer desobediente del bando que prohibía las capas largas y los sombreros de ala ancha, al ser requerida la causa por el guardia del cuartelillo, le respondió que no le daba la gana cumplir la norma. Ante la agresión que sufrió por parte del uniformado, varias decenas de paisanos respondieron por él. Arreció el tumulto y la casa de las siete chimeneas, que pertenecía a Esquilache, fue asaltada por la muchedumbre. Después de una prolongada serie de incidentes, Carlos III derogó esa prohibición.
Un siglo después, fue uno de los principales teatros de las luchas que se iniciaron en el cuartel de San Gil y desembocaron en varias sentencias de muerte de sus cabecillas.
Allí, estuvo uno de los más famosos cafés de la villa, el de Zaragoza, entre cuya concurrencia estaban personalidades literarias de la época.
Atocha, 63: en el escenario del actual teatro Monumental, el pianista y compositor ruso Sergei Sergeivich Prokofiev estrenó su segundo concierto para violín el 1 de diciembre de 1935.
Como pianista tuvo un estilo brillante. Como compositor se destacan sus obras: Pedro y el lobo, Alejandro Nevski y Guerra y paz. Falleció en Moscú en 1953.


Atocha, 80: homenaje a Mariano Ossorio y Arévalo, marqués de La Valdavia, que nació en el lugar.
Fue funcionario del gobierno militar de Primo de Rivera y con la instauración de la II República fue considerado opositor, perseguido y encarcelado, decidió exiliarse en Cuba, hasta que se pudo aliar con el falangismo. Integró las columnas que entraron en la ciudad con la caída de Madrid.
En 1947, fue designado presidente de la Diputación madrileña, cargo que ocupó hasta 1965. Falleció en 1969.




Atocha, 87: homenaje a la imprenta de Juan de la Cuesta donde en 1604 salió a la luz la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.








Atocha, 94: homenaje al novelista Pedro Antonio de Alarcón en la casa donde vivió. Nació en Guadix (Granada) en 1833. De familia noble, pero en la ruina por causa de la Guerra de la Independencia. Después de recibir el título de Bachiller decide continuar estudiando derecho, pero las carencias económicas lo inducen a cancelar el propósito, regresar a su pueblo e ingresar al seminario para cursar teología. Al poco tiempo opta por abandonar esa carrera y se dedica al periodismo y a la literatura.
Funda la revista El eco de occidente, donde publicó varios de sus trabajos con éxito. En 1853, se dirige a Cádiz para luego recalar en Madrid, pero fracasa en su intento de publicar unos dos mil versos de su autoría. Entonces regresa a su pueblo y retoma la dirección de la publicación.
Dotado de un gran espíritu de aventura, se pone al frente del movimiento insurreccional en Granada que se sumó a la rebelión de Vicálvaro. Ataca un depósito militar, distribuye las armas entre el pueblo y ocupa el Ayuntamiento y la Capitanía General.
Decepcionado por los resultados de la insurrección, vuelve a emprender viaje rumbo a Madrid, donde va a capitalizar su prestigio por el alzamiento granadino y asume la dirección de El látigo, una publicación enfrentada con Isabel II.
Su vehemencia lo llevaría a un duelo a muerte con el escritor García de Quevedo, saliendo con vida gracias a que su contrincante disparó al aire su pistola.
Su apasionamiento se fue moderando con los años y se dedicó de lleno al periodismo, colaborando en El occidente, La discusión, La época, El criterio, La América, El semanario pintoresco, La ilustración y El correo de ultramar, entre otros.
Al estrenar su obra teatral El hijo pródigo, la crítica fue tan dura con él que tuvo que retirarla del cartel.
Al estallar la guerra de África decide alistarse como voluntario y parte hacia el frente de batalla. Desde allí escribirá Diario de un testigo de la guerra de África.
El regreso le hará aumentar su prestigio, traba amistad con O´Donnell y Ros de Olano, haciéndose correligionario de la Unión Liberal, obteniendo acta de diputado al Congreso.
Después de la muerte del general pasó a apoyar al duque de Montpensier, postura que lo llevaría al destierro en 1866.
El ostracismo lo llevará a escribir sus mejores novelas, como El sombrero de tres picos, El escándalo, El niño de la Bola, El capitán veneno y La pródiga.
Dos años después retorna a la militancia política y participa en la batalla de Alcolea. Más tarde rechaza el ofrecimiento de convertirse en ministro plenipotenciario en Suecia y Noruega. Viendo el fracaso de la revolución sumará su apoyo a Alfonso XII mediante un artículo titulado La Unión Liberal debe ser alfonsina, que alcanzará gran repercusión. Al restaurarse la monarquía será premiado con el nombramiento de consejero de Estado y luego será miembro de la Real Academia Española de la Lengua.
Alejado de los avatares públicos, se dedica de lleno a la literatura hasta su muerte, el 19 de julio de 1891, en la casa donde el Ayuntamiento colocó su lápida.
Entre sus obras también se destacaron: De Madrid a Nápoles, Viaje a la Alpujarra y Viajes por España.


Atocha, 105: homenaje efectuado al catedrático Rafael Martínez Molina por sus discípulos y admiradores. Nace en Jaén en 1816, en el seno de una modesta familia.
Sus primeros pasos en el estudio lo orientaban a continuar la carrera eclesiástica, pero la gran crisis que se desató con la desamortización y venta de bienes de las comunidades religiosas hizo que no lo consumara.
Tras un paso por física experimental y química, se decide por la medicina y se incorpora al madrileño Colegio de San Carlos, donde se matricula en 1839.
En 1844 obtuvo la licenciatura, el Premio Anual y es nombrado ayudante director de trabajos anatómicos. Luego alcanzaría el título de doctor en Ciencias Naturales.
Tuvo una participación heroica en el hospital de San Jerónimo durante la epidemia de cólera que sufrió la villa y corte. Así alcanza el nombramiento de médico cirujano de la familia real. Un año después, en 1857, lograría la cátedra de Anatomía General y Descriptiva. Fue continuador de la obra anatómica del doctor Fourquet.
Falleció en Jaén en 1888. Trece años después, los compañeros del claustro de San Carlos, sus discípulos y muchos de los que habían sido sus pacientes le rendirán un espectacular homenaje, que incluyó la colocación de esta lápida.


Embajadores, 2: homenaje al arquitecto de Carlos III, José del Olmo, que vivió y murió, en 1714, en ese lugar.
Tuvo a su cargo la edificación de las casas del duque de Alba, del duque de Segorbe, las cocheras del Palacio y el convento de las Comendadoras de Santiago el Mayor. También intervino en la reconstrucción del Monasterio de El Escorial y el Puente de Toledo.



Embajadores, 7: homenaje al torero Vicente Pastor, que nació y vivió en el barrio y falleció, en 1966, en ese lugar.
A los 14 años ya era conocido por sus cualidades y fue apodado "el chico de la blusa". En 1895, con sus 16 años, tuvo su presentación como becerrista y dos años después comienza a torear individualmente en los cosos de Carabanchel y Vallecas, con magníficos resultados. A los pocos meses fue a la plaza de Madrid. Después de varios años de faena, decide probar suerte en América, donde obtiene gran éxito.
Al regreso obtiene notables actuaciones, en especial a la hora de matar, suerte a la que entonces se le daba un gran valor.
En 1910, en el cuarto toro, obtuvo la primer oreja "seria" que se dio en la capital y una ovación que perduró durante toda la lidia del quinto. El éxito lo llevó a intervenir, en 1912, en 56 corridas. Sus actuaciones se prolongan hasta 1917, cuando recibe una cornada de un toro de Miura que le produce muchas molestias, por lo que decide despedirse de la afición al año siguiente.




Jesús y María, 5: homenaje al músico Luigi Boccherini; que vivió y murió en ese lugar, donde compuso obras de raíz italiana ambientadas en el Madrid de la época.






Magdalena, 6: homenaje al alcalde Alberto Aguilera, que vivió y murió, en 1913, en ese lugar. Fue integrante del Partido Demócrata y tuvo numerosos cargos políticos, entre ellos diputado, hasta que coronó su carrera como alcalde de Madrid. En esa función dispuso el ensanche de la ciudad en el barrio de Argüelles, creó el Parque del Oeste, el Laboratorio Municipal y organizó la primera Copa del Rey de fútbol en 1902.


Mesón de Paredes, 2: homenaje al arquitecto José Benito Churriguera, que nació, en 1665, en ese lugar. Su apellido era de origen catalán y fue castellanizado. Entre sus obras se encuentran los retablos de las iglesias de San Esteban, Fuenlabrada y del Salvador, y la fachada de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su estilo barroco de adorno excesivamente sobrecargado fue conocido como "churrigueresco".


Mesón de Paredes (esquina Sombrerete): homenaje a Ruperto Chapi en el 75º aniversario de su muerte. La placa se encuentra ubicada en el patio de una corrala. En un escenario como ese nació La revoltosa, obra que compuso Chapi junto a López Silva y Fernández Shaw.



Olmo, 25: homenaje a la bailarina Antonia Mercé, que vivió desde los cuatro años en ese lugar. Fue conocida artísticamente con el nombre de "La Argentina", porque accidentalmente nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1890.
A los diez años ya formó parte del cuerpo de baile del Real, para continuar de adolescente su carrera artística en diversos teatros. Su primer gran éxito lo logra en el Casino de Montecarlo al bailar la música de Falla, Granados, Albéniz y Turina. Después de actuar en las principales ciudades europeas, la guerra en curso la impulsará a establecerse en su ciudad natal, donde obtiene un éxito notable.
En 1925, tuvo una destacada actuación en París al interpretar la versión para ballet de El amor brujo de Manuel de Falla. Después Granados escribirá una obra para ser interpretada por ella, Danza de los ojos verdes. Sus constantes giras la llevaron a recorrer casi todo el mundo, desde El Cairo a Singapur, de Tokio a Buenos Aires, de Nueva York a Honolulu, cosechando éxito tras éxito.
En la primavera de 1936, decide tomarse un descanso en una casa rústica de Bayona (Francia), donde la sorprenderá la muerte el mismo día en que se desata la guerra civil en España.






Oso, 2: homenaje al arquitecto Pedro de Ribera, que nació, en 1681, en ese lugar. Construyó la ermita de la Virgen del Puerto, el cuartel del Conde Duque y concluyó la obra del Puente de Toledo.





Plaza de Agustín Lara, 24: homenaje a Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro, en el lugar donde estuvo la Inclusa, el orfanato donde vivió en su infancia.
Se cree que nació en 1868 y fue abandonado en la Inclusa. Además de la placa conmemorativa, cuenta con una plaza y un monumento en su honor.
Siendo muy joven se alistó en el ejército, donde tuvo una reyerta con un superior, que derivó en una condena de doce años de cárcel. Como en la guerra contra los insurrectos cubanos se estaba produciendo un gran número de bajas, se le otorgó la posibilidad de ser liberado a cambio de volver a enrolarse y marchó a la isla caribeña.
En la provincia de Camagüey, existe un pequeño poblado llamado Cascorro, en las inmediaciones se estaba desarrollando un combate muy desfavorable para los efectivos españoles, acosados por el general revolucionario Máximo Gómez.
El 6 de octubre de 1896, la plana mayor decide que la única opción es un acto de arrojo que permita volar la finca donde los cubanos se habían hecho fuertes. Gonzalo se ofrece para la misión. Amparándose en la oscuridad nocturna, toma un bidón de petróleo y una mecha y parte rumbo al objetivo.
El exitoso final es la causa de su desgracia, ya que las llamaradas hacen que lo descubran y es acribillado. Fue trasladado al hospital de Matanzas donde fallece al comenzar el nuevo año. A partir de ese momento será conocido como el héroe de Cascorro.


Plaza de Lavapiés: homenaje a la labor creativa de Isaac Albéniz y a la particular influencia que tuvo la población del barrio en su destacada composición musical “Lavapiés” de la suite Iberia.



San Pedro Mártir, 5: homenaje del ayuntamiento de Madrid al actor José Ysbert, quien nació en esta vivienda en 1885. Tuvo una extensa trayectoria en el ámbito teatral y actuó en una gran cantidad de películas.



San Pedro Mártir y Cabeza: Homenaje a Pablo Ruiz Picasso, quien entre 1897 y 1898 vivió en ese lugar. El autor del Guernica había nacido en Málaga en 1881. Fue considerado como el artista revolucionario del siglo XX. Además de pintor, descolló también como grabador, escultor, ceramista, muralista, escenógrafo y figurinista. Falleció en 1973 en Mougins







Santa Isabel, 28: homenaje al farmacéutico Juan Ramón Gómez Pamo, que tuvo en ese lugar una farmacia que heredó de su padre. Fue investigador, catedrático y autor de numerosos libros como el Manual de análisis, Química aplicada a las ciencias médicas y Tratado de materia farmacéutica vegetal. Falleció en 1913, en el domicilio contiguo a la farmacia.




Santa Isabel 30: Homenaje de la Asociación de la Prensa de Madrid al dibujante Fernando Fresno, quien residió en este lugar.





Santa Isabel, 38: homenaje al compositor Ramón Carnicer Betlle, que falleció, en 1855, en ese lugar. Fue director del teatro barcelonés de la Santa Cruz, donde compuso su obertura para El barbero de Sevilla. Se inclinó por la ópera de estilo italiano componiendo la obra Adela de Lusignano, a la que siguieron El triunfo del amor, Ipermestra, Elena y Constantino, Don Juan Tenorio, Cristóbal Colón, Eufemio de Messina, entre otras. También fue autor del himno nacional de Chile.
Fue maestro de composición y director del Real Conservatorio de Música.

Santa Isabel, 51: homenaje al doctor Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel 1906, de los médicos de Madrid al cumplirse el 150º aniversario de su nacimiento.




Salitre, 34: homenaje a Baltasar Bachero, que en ese lugar se interpuso ante una mula desbocada, salvando a una multitud de niños que estaban en el trayecto.
Era un modesto albañil que, en marzo de 1929, pagó con la muerte su acto de abnegación. Después de conseguir su objetivo, fue rescatado con graves heridas y falleció al día siguiente del acto de arrojo.
La calle del Salitre, donde ocurrió el incidente, tuvo su nombre por unos años hasta que recuperó su denominación original.







Las calles de Lavapiés*

Origen y causas de su denominación





Abades:

Toma su nombre de los opulentos hermanos Rodrigo y García Abad, que en esa arteria vivían en una casa rodeada de extensos jardines. Los abades, como eran generalmente llamados, fueron regidores de la villa y destinaban parte de sus rentas a obras caritativas y piadosas.



Amparo:

Era una de las calles más típicas y pintorescas de los barrios bajos. Tradicionalmente se la llamó de la Comadre, o Comadre de Granada y también calle de la Rosa.
La comadre granadina era una partera que cuando asistía a una mujer en ese delicado trance, colocaba una rosa de Alejandría, que al mismo tiempo que se abría, iba saliendo de su cuidado la madre. Fue tal la fama de la comadre y de la rosa bruja que era admirada y se solicitaba a menudo el camino para llegar a la calle donde ella vivía. Se decía que esa mujer se llamaba Amparo.
Otra de las posibilidades es que allí hubo un refugio para desvalidos.
De todas maneras no se advierte la razón por la cual se modificó el nombre original, ya que en otro tramo de la misma calle perdura la denominación anterior.



Argumosa:

Diego de Argumosa, gloria de la cirugía española, fue un renovador y creador de la medicina moderna. Durante veinticinco años fue catedrático de San Carlos y hombre de sentimientos liberales. Fue autor del libro Resumen de la cirugía, editado en 1856. Nació en Torrelavega a finales del siglo XVIII y murió en 1865.
Esta calle lleva su nombre por la vecindad con el Hospital General. Su trayecto siempre estuvo enmarcado por una frondosa hilera de árboles. A su entrada se erigió un gran local de espectáculos denominado en primera instancia Lo Rat Penat, luego por un breve período fue conocido como teatro Chueca, para luego denominarse Olimpia. En esta sala se cultivaron todos los géneros, desde el drama hasta la zarzuela, se ofrecieron bailes de Carnaval y se proyectaron numerosas películas.




Atocha:

Su nombre se debe al santuario que por cuyo trayecto se desembocaba.
Antiguamente llegaba hasta el hospital fundado por Antón Martín, donde estaban la puerta de Atocha y la ermita de San Sebastián.

Ave María:

Fue trazada en tiempos de los Reyes Católicos cuando éstos decretaron la expulsión de los judíos. Esta comunidad contaba en ella con una sinagoga, que se convertiría más tarde en la iglesia de San Lorenzo.
En esa calle quedaron viviendo algunos moriscos. Al expulsarlos Felipe II, el beato Simón de Rojas, que vivía en el convento de la Trinidad, fundó la Congregación de Ave María. Rojas, para celebrar lo que consideró un triunfo, denominó así a la arteria.
En esa calle funcionó un teatrito que empezó como barraca para proyecciones cinematográficas y luego, reformado, se convirtió en el Coliseo de Lavapiés.
En el número 23 de esta calle murió, en 1873, el actor José Calvo, que encabezó una dinastía gloriosa del teatro español.




Buenavista:

En esta calle y en la casa solariega del linaje Castellanos, se veneraba a una virgen denominada de Buena Vista. La imagen fue arrebatada por un moro en el campo de Algeciras, un integrante de esa familia fue el encargado de recuperarla y en el incidente disparó un dardo que fulminó al ladrón. Por esa acción fue conocido como el caballero de Buenavista
Finalmente, la imagen fue instalada en la iglesia de Chamberí.

Cabestreros:

La denominación se origina en los cordeleros de cáñamo, llamados cabestreros, que allí se instalaban. El gremio estaba encabezado por San Antonio Abad. Luego, los cordeleros se instalaron en la calle Toledo.
Ésta es una de las calles más típicas, entre la majeza se utilizaba el proverbio: "Es muy macho porque ha bebido agua de Cabestreros", lo que parecía indicar que el individuo en cuestión servía sólo para tirar el carro.



Cabeza:

Este nombre se origina en una leyenda. Cuentan que allí vivía un sacerdote, asistido por un criado, que codiciaba los cuantiosos bienes del clérigo y decidió robárselos. Una noche lo asesinó y se fugó con el oro del cura hacia Portugal.
Después de varios días los vecinos, alarmados, decidieron entrar y se encontraron con el religioso decapitado y el criado ausente.
Mucho se habló del criminal en Madrid, hasta que terminó por olvidarse el tema, dando por descontada su impunidad.
Pero después de un tiempo el criado volvió vestido de caballero. Se dirigió al Rastro a comprar una cabeza de carnero, que guardó en su capa. Al pasar por el lugar un alguacil observó que el hombre dejaba tras de sí un reguero de sangre y lo interpeló, pero al querer mostrar la cabeza del carnero, su sorpresa fue mayúscula al ver que se había transformado en la del asesinado.
Fue llevado a la cárcel de la villa, juzgado y sentenciado a la horca, siendo ajusticiado en la Plaza Mayor ante la cabeza del sacerdote como mudo observador. Al cumplirse la sentencia la cabeza volvió a ser la del carnero.
Felipe III, en cuyo reinado aconteció el suceso, dispuso poner una cabeza de piedra en la fachada de la casa donde se cometió el crimen representando al cura. Pero los vecinos se alarmaron por los temores que causaba esa efigie y obligaron a edificar una capilla en homenaje a la imagen del Carmen, y se colocó un cuadro recordatorio.
En la esquina formada por Cabeza y Lavapiés, estaba la cárcel eclesiástica o de la Corona, escenario de recordados sucesos en la época fernandina. Allí, en 1814, fueron apresados y maltratados algunos diputados liberales al grito de "¡Viva la Religión!". En 1821, fue asesinado por la muchedumbre, que irrumpió en la prisión, el cura de Tamajón, Matías Vinues, capturado por los planes absolutistas que se le adjudicaban.
Esta calle tuvo cierta fama truhanesca, a la que ha contribuido la famosa vicaría del café de Numancia o de la Magdalena, escondrijo de galantería, con larga y pícara historia.


Calvario:

Se llamó así porque allí terminaba la Vía Crucis que se estableció en Madrid a instancias de San Francisco de Asís, fundador del convento que lleva su nombre. El promotor, junto a sus discípulos, fue señalando los lugares en que a partir de ese edificio habían de irse colocando las cruces. El calvario fue trasladado luego al convento de San Bernardino, pasando por el campo de Leganitos.
El campo del Calvario era considerado como bendito y muchas personas enterraban allí a sus muertos. También se les daba sepultura a los reos condenados a ser lapidados y a los descuartizados. Era común que al cavar los cimientos de las casas del lugar se encontrasen restos humanos, que luego fueron enterrados en la parroquia de San Sebastián.

Caravaca:
Su verdadero nombre es la Cruz de Caravaca y tiene su origen en un humilladero que había en el lugar, en el que se veneraba una cruz de brazos dobles. Se hacía una gran fiesta y romería con bailes de las majas y tributo de los que asistían a la fiesta de la Cruz de Mayo.
Al incendiarse la ermita, la costumbre perduró poniendo cruces floridas en las puertas de las casas y pidiendo donativos a los que pasaban por delante del umbral. El hábito de pedir para la Cruz de Mayo fue prohibido en Madrid en el último tercio del siglo XIX por un bando del alcalde José Abascal.


Casino:

Antiguamente fue llamada del Sol, y en el siglo XVIII era considerada una continuación de Tribulete.
Finalmente, se le adjudicó el nombre actual para dar a ella una fachada del palacete que, en la antigua Huerta del Bayo y junto a esa posesión, fue regalada por el Ayuntamiento con el nombre de Casino de la Reina a la segunda esposa de Fernando VII, Isabel de Braganza.




Comadre:

Ver Amparo.




Doctor Fourquet:

El primer tramo, comprendido entre las calles Santa Isabel y Argumosa, se denominaba de la Yedra, y no tenía salida hasta que en 1871 fue prolongada. Se llamaba así por las plantas trepadoras que abundaban en el lugar, en especial en la quinta del cardenal Gaspar de Quiroga.
El doctor Juan Fourquet y Muñoz estudió en el Colegio de Medicina de San Carlos y llegó a ser una eminencia clínica. Nació en Madrid en 1807 y murió en 1865.
En 1884, esta calle fue popular a raíz de que habitaron en ella tres curanderos espiritistas, llamados Rafael el Vico, Juan Jiménez Colomé y Bautista Rocafull. Fueron detenidos por orden del gobernador, atendiendo a denuncias de varios médicos que veían en ellos una seria competencia. Ese acto motivó una sublevación popular que acudió a la cárcel en apoyo de los sanadores.


Doctor Piga:

Las calles de los alrededores del colegio San Carlos - en la actualidad colegio de Médicos- y del hospital General - hoy museo Reina Sofía- fueron dedicadas a los profesionales destacados de la medicina. Esta calle recuerda al madrileño doctor Piga, fundador del primer gabinete de radiología que existió en Madrid, en las primeras décadas del siglo XX.


Dos Hermanas:

El terreno que dio origen a esta vía era propiedad de las hermanas Ocampo y en ellas fundaron el convento de las religiosas Capuchinas. Después de numerosas gestiones e incidentes, lograron que se celebrara misa, la primera de ellas en 1617.
Más tarde ese favor fue denegado y las dos hermanas despidieron a las Capuchinas de sus casas.
Tenían fama de piadosas y extravagantes. Murieron dejando una buena imagen y se las recordó adjudicando el nombre a esa calle, que durante un tiempo se llamó Ocampo.


Duque de Alba:

Conserva el nombre del magnate de ese título, pero también fue llamada de la Emperatriz, por haber contribuido María de Austria a la fundación del Colegio Imperial de Jesuitas.
La calle tuvo una gran animación al ser una especie de mercadillo permanente, con la presencia constante de vendedores ambulantes. También por ser la vía de comunicación más usada entre los barrios de Embajadores y el Rastro con la plaza del Progreso y hacia el centro de la ciudad.




Duque de Fernán Núñez

Antes era conocida como calle del Tinte, por el que fue allí establecido en la casa del teniente corregidor Carlos Gutiérrez de la Peña.
Por acuerdo municipal de 1901, se le dio el nombre que hoy ostenta en memoria del duque de Fernán Núñez, Manuel Falcó d´Adda, según la versión de Pedro de Répide. En tanto, que María Isabel Cea Ortigas sostiene que esta denominación es en recuerdo de Carlos José Francisco de Paula Gutiérrez de los Ríos, a quien Fernando VII le concedió el estado de primer duque por su intervención en los tratados de Viena y París.
Doré

Este pasaje lleva este nombre en recuerdo de Gustave Doré, dibujante ilustrador francés, nacido en Estraburgo en 1832, que ilustró grandes obras de la literatura mundial como El Quijote, La Divina Comedia y La Biblia.
Falleció en París en 1883.







Embajadores:

Es una calle típica de la majeza madrileña, que terminaba antiguamente en el portillo con su mismo nombre y luego se convertía en paseo al ensancharse.
Esta denominación se remonta a los días del rey Juan II (1406/1454), que había recibido una embajada del rey de Túnez, a la que se sumaron las delegaciones de los reyes de Francia, Navarra y Aragón.
Simultáneamente con las ilustres visitas, se desató en la ciudad una gran peste que diezmó a su población.
Las embajadas decidieron instalarse en las afueras de la villa para estar a salvo del contagio. Recurrieron a distintas quintas y casas de campo próximas a la actual arteria, por lo que se reconoció al lugar con el nombre de Campo de Embajadores.
Donde está ubicada la plaza con el mismo nombre se hallaba el Portillo de Embajadores, una de las salidas menores habilitadas en la cerca que la villa tenía en su recorrido sur.

Encomienda:

El maestre de la Orden de Santiago, Pedro Núñez, que había visitado la villa de Madrid junto al rey Sancho IV (1284/1295) -cuando éste pasó a Toledo-, adquirió una extensa hacienda e hizo construir una hermosa casa de campo, dejándola en su testamento a la orden a la que pertenecía. Durante muchos años fue propiedad del colegio de León hasta que durante el reinado de Juan II la tomó para sí el condestable Álvaro de Luna.
Con la caída de este último la propiedad fue incautada, quedando paulatinamente en el abandono y la ruina. Poco a poco, uno de los pocos signos de la antigua mansión fue el escudo de Santiago sobre su portal; por esa razón todos la conocían como la casa de la Encomienda.
Más tarde fue comprada por los hermanos Rodrigo y García Abad -quienes dieron el nombre a la calle Abades-, conservando la portada. Como la propiedad era muy extensa fue tomada por el Consejo de Hacienda para la construcción de la iglesia de San Cayetano y todo el terreno restante fue vendido a particulares que edificaron sus viviendas, conservándose el nombre que el vecindario había adjudicado a esa calle.
Fue una de las calles más animadas de la zona, ya que servía de comunicación entre los barrios Embajadores, Lavapiés y del Rastro. Allí se instaló una de las primeras salas que proyectaron películas en Madrid. El cine de la Encomienda tuvo una gran popularidad, sus dueños decidieron agrandar su capacidad y se convirtió en el teatro Nuevo. Se representaron obras dramáticas y del género llamado de variedades.
Otra arista pintoresca que tuvo fue el café de cante, el café de "tablas" con su baile flamenco y sus cantares por lo "jondo".


Espada -Esgrima:

Espada era un viejo camino entre el calvario de la villa y los olivares, que comenzaba en las proximidades de la ermita de San Millán y llegaba hasta el arroyo de Atocha. Un maestro de esgrima que daba allí sus clases colgó una inmensa espada que había pertenecido a un francés y de quien se contaban fabulosas anécdotas.
El origen de la denominación de estas calles está relacionado, pues el maestro de esgrima que tenía su escuela en el corralón de la calle Espada se trasladó a la otra arteria cuando fue desalojado. El edificio pertenecía a un mercader de libros que se lo alquiló al maestro de armas y allí continuó enseñando, autorizando al público a presenciar los entrenamientos. Como se produjeron algunos escándalos, se decidió limitar la presencia a los alumnos exclusivamente.




Esperanza:

En este lugar había una casa de campo que pertenecía a una mujer llamada Mari Esperanza. En esa quinta estuvo hospedado el francés Beltrán Duguesclin cuando ya era rey Enrique de Trastámara, habiendo ayudado a éste a matar a su hermano Pedro I de Castilla.
Madrid había sido partidaria de Pedro. El alza del valor de la moneda, dispuesto por el nuevo monarca, dio suficientes motivos para la indignación popular, que se canalizó en la casa de la mujer, que fue incendiada. La denominación de la antigua propietaria fue adjudicada a la calle para recordar el episodio.
Espino:

El antiguo barranco de Embajadores se hallaba bordeado de zarzas, espinos y malezas. El caballero catalán Gaspar de Pons cedió su finca para que en ella se establecieran los enfermos pobres. Fue el origen del hospital de Monserrat.
En la vecindad estaba la ermita de la Virgen del Pilar y al comenzar a construirse numerosas casas lindantes a esa hacienda, se fue desmalezando el terreno, quedando sólo un tupido espino delante del santuario. La necesidad de encontrar referencias hizo que los vecinos fijasen ese nombre a la calle.
Antiguamente, algunas viviendas de esta vía se convirtieron en refugio de personajes del hampa, ámbito propicio para la prostitución y escenario de algunos crímenes y ajustes de cuentas.


Estudios:

Esta calle ya aparece con este nombre en el plano de Texeira; también fue conocida como de los Estudios de San Isidro.
En 1569, junto al Colegio Imperial, se fundó la llamada casa de Estudios para los externos. Contaba con dos aulas de Latín y Retórica, en las que había matrícula gratuita. Con la adjudicación de la enseñanza a los jesuitas, se aumentaron a veintitrés las cátedras.
En 1834, fue el primer lugar asaltado el día recordado como “de la matanza de los frailes” y donde hubo un mayor número de víctimas. En aquellos momentos, el cólera hacía estragos en Madrid y comenzó a circular la versión de que la causa de la epidemia era que el agua de las fuentes había sido envenenada por los curas. Las manifestaciones se concentraron en el lugar e irrumpieron para ajusticiar a los religiosos.
Doce años antes, en ese lugar se había inaugurado la Universidad Central.


Fe

Era la calle de la judería que conducía a la sinagoga emplazada donde se halla ahora la iglesia de San Lorenzo.
Al ser expulsados los judíos se cambio el nombre de calle de la Sinagoga por el de la Fe, a manera de reafirmación cristiana de la decisión real.
Así, como paradoja, esta calle, que fue de las más características de la majeza, tuvo su origen en una aljama y en la población hebraica de la villa.


Fray Ceferino González:


Primitivamente, esta calle se denominó San Pedro y era una de las cinco que en Madrid ostentaban ese nombre. Cuando los dominicos tomaron unas casas que estaban a la vera de esa arteria, se comenzó a llamar de la Pasión.
Finalmente, se le concedió el nombre del prelado fallecido en ese lugar, en 1894. Fue enterrado en el convento de los dominicos de Ocaña, con un monumento sepulcral típico de los templos medievales.


Hospital:

Anteriormente se denominaba de los Reyes, porque a su inicio se colocó la tribuna regia cuando Felipe III y Margarita de Austria asistieron a la colocación de la primera piedra del convento de Santa Isabel.
Más tarde fue conocida como calle del Niño Perdido a causa de una leyenda. En 1587, Felipe II suprimió los variados institutos de atención sanitaria existentes para unificarlos en el Hospital General, en ese paraje estaba el de "las mujeres perdidas". Una viuda, junto a su hijo, vivía allí recluida por sus parientes con el propósito de usurparle sus bienes. El día que desalojaron el edificio, el niño quedó perdido y nadie hizo caso a los lastimeros gritos de la madre cuando por la fuerza se la llevaron.
Cuentan que Bernardino de Obregón creyó escuchar en sus sueños los lamentos del niño hambriento y pidió al cielo que le revelara el origen. Al día siguiente, se dirigió al lugar, supuestamente conducido por los gritos del infante que ya estaba moribundo. El venerable oró y la muerte se detuvo. Luego gestionó la libertad de la madre y el reencuentro con su hijo.


Huerta del Bayo:

Esta calle también fue conocida como San Isidro. Su nombre actual se debe a la extensa huerta que perteneció a Francisco del Bayo que, a mediados del siglo XVI, fue catedrático del Estudio de la Villa.
En 1818, fue regalada por el Ayuntamiento de Madrid a la esposa de Fernando VII y una fracción de ella dio origen a los Jardines de la Veterinaria.




Jesús y María:

De las tres calles que tenía Madrid con esta denominación sólo se conserva ésta y se origina en la existencia de un santuario de la Virgen y Jesús que existía en el convento de San Francisco.

Juanelo:

Este nombre se lo debe esta calle a que en ella vivió el célebre arquitecto Juanelo Turriano. También residió allí el pintor Sebastián Muñoz, que en plenas labores de renovación de los techos de la iglesia de Atocha cayó desde lo alto y pereció instantáneamente.
Turriano había nacido en Cremona. Realizó grandes estudios sobre el arte de la Arquitectura y fue un hábil e ingenioso mecánico. Inventó una compleja máquina para subir el agua desde el río Tajo a la ciudad de Toledo.
Juanelo también fue el relojero predilecto de Carlos V. Llevó a cabo un paciente trabajo y construyó un mecanismo de relojería que reflejaba todos los movimientos de los astros y se cree que tardó unos veinte años en concluir.
A pesar de que a la muerte del rey, su sucesor, Felipe II, le otorgó una pensión de 400 ducados con la obligación de residir en Madrid, pasó a vivir en Toledo, donde murió en 1575. En esa ciudad, existe una calle que lleva el nombre del Hombre de Palo, porque allí vivía y fue donde construyó un muñeco articulado con un ingenioso mecanismo que lo hacía andar.
En el número 20 de Juanelo estuvo instalada la alcaldía del distrito. Anteriormente, fue habitada por Gaspar Melchor de Jovellanos y por Jovino, que debió huir de la propiedad al ser acosado por los seguidores de la reina María Luisa.
En esta calle, en el palacio de sus padres, nació la duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana Silva y Álvarez de Toledo, fue bautizada al día siguiente y se le impusieron más de treinta nombres. Su gran belleza fue inmortalizada por Goya en varias obras.



Lavapiés:

La judería madrileña tenía su núcleo de población en las cercanías de la sinagoga que estaba precisamente donde se alza la iglesia de San Lorenzo. La calle y la plaza de Lavapiés eran residencia de judíos conversos después de las severas medidas antisemitas adoptadas por los Reyes Católicos.
Caracterizada por ser el tradicional reducto de la majeza y la manolería, tuvo el privilegio de que Felipe III le incorporara la calificación de Real cuando en ella asistió a las fiestas de desagravio al Cristo de la Oliva.
Tuvo otras denominaciones en partes de su trayecto, pasada la calle de la Cabeza tuvo el nombre de plazuela de Ludones; y al desembocar en ella la arteria de Jesús y María, se formó el Campillo de Manuela, donde existía un figón, con despacho de vinos de Yepes y de Alaejos, una manola primitiva.
En el tramo que se llamó plazuela de Ludones vivían el histrión Jerónimo Velázquez y su hija Elena Ossorio, que fue amada por Lope de Vega. Por ella estalló una repentina discordia entre Lope y Cervantes, que derivó en un profundo resentimiento del autor de Fuenteovejuna que acabó convirtiéndose en un detractor de Elena y llegó a ser procesado por los libelos que le dedicó. Uno de esos textos aludía a las mujeres de la familia Velázquez:
"Éstas son tres,
éstas son tres
las que empuercan el barrio
de Lavapiés".
Ambos prestigiosos autores escribieron sobre Lavapiés, con esa denominación. Pero en el siglo XVIII comienza a aparecer con el nombre de Avapiés, y así lo escribe en sus sainetes Ramón de la Cruz, volviendo en el siguiente siglo a la denominación anterior. Se considera que esa alteración ortográfica se debió a un error fonético que desfiguró el nombre tradicional.


Plaza de Lavapiés:

El origen de esta denominación probablemente se remonte al origen hebraico del barrio y a la existencia en esa plaza de una fuente en la que la costumbre de la época imponía a quienes no pertenecían al barrio proceder al lavado de sus extremidades para purificarse.
Hasta el siglo XIX existió en la plaza una fuente de sencilla ornamentación, que desaparecería en la segunda mitad de ese siglo.




Magdalena:

En la época de la conquista cristiana, era un camino que mediaba entre los cañizares y el olivar, allí se encontraba la primitiva ermita del Cristo de la Oliva, que era el último punto del recorrido del calvario que empezaba en San Francisco.
El monasterio y la iglesia de la Magdalena tuvieron su origen en tiempos de Felipe II en el actual número 30 de Atocha.
Un acaudalado mercader financió la iglesia y convento que, por llegar a esta arteria, recibió el nombre de Magdalena, pero esta construcción fue derribada en 1836.
Un edificio destacado en esta calle era el palacio de los marqueses de Perales, con su magnífico portón de cuarterones y artísticos aldabones. En este edificio se produjo un hecho violento el 1 de diciembre de 1808, cuando se hallaban las tropas francesas a las puertas de Madrid. Los vecinos, enfervorizados en la defensa de la villa, se organizaron para resistir al invasor, pero al verificar los cartuchos recibidos para el ataque descubrieron que en lugar de pólvora contenían arena. La indignación popular se dirigió contra las autoridades y buscaron venganza. Capitaneados por Pepa la Naranjera irrumpieron en el palacio de la calle Magdalena dando muerte al regidor, el marqués de Perales, en sus habitaciones y sacaron el cadáver para arrastrarlo por las calles.
Otra residente palaciega, la marquesa de Tolosa, huyó subrepticiamente para no volver al edificio.
En el número 21 de esta calle vivió Cervantes. En la esquina con Lavapiés falleció el alcalde madrileño Alberto Aguilera.
En el número 40 estaba situado el famoso teatro de Variedades, construido en 1843 y destruido por un incendio en 1888. Era un coliseo pequeño y modesto, pero adquirió gran importancia en la historia artística de la ciudad. Allí se estrenó, con gran éxito, la célebre zarzuela El duende, una verdadera ópera cómica. En esa sala se destacaron Teodora Lamadrid, Julián Romea, Joaquín Arjona, Oltra y Emilio Mario. También se presentó la actriz italiana Carolina Civili, que se convirtió luego en comediante española.



Mallorca:

Su nombre se debe a la isla Mayórica de los Baleares. Fue recuperada transitoriamente a los musulmanes por el conde Ramón Berenguer y luego reconquistada por Jaime I.



Marqués de Toca:

Anteriormente era la legendaria calle de la Esperancilla, que acompañaba el paseo cortesano llamado de la Primavera. Allí vivía una hermosa mujer, Mari Esperanza, quien tuvo una hija que no le iba a la zaga en cuanto a belleza y que aportó su nombre para identificar ese trayecto. La muchacha fue centro de atención de numerosos galanes y la obsesión de varios miembros de la Corte.
Éste es otro de los casos en que se desplaza el nombre tradicional de una calle por el de un influyente hombre del poder, que sin mayor mérito que contar con amistades entre los que toman decisiones, logró, en 1899, que el Ayuntamiento avalase ese cambio de denominación. El beneficiado fue Melchor Sánchez de Toca, que nació en Vergara y murió en Madrid en 1880, un cirujano distinguido en los ámbitos académicos.



Mesón de Paredes:

Ese nombre se originó en un antiguo propietario de los terrenos aledaños, Simón Miguel Paredes, quien construyó allí un mesón que era el más espacioso de la zona.
Esta calle fue siempre una de las más típicas y pintorescas de los arrabales madrileños.
Allí coincidieron y se instalaron diversas agencias de amas de cría.
Al llegar a Cabestreros existía una plazoleta con una fuente de agua y frente a ella estaba el convento de las monjas dominicas de Santa Catalina de Sena, fundado en 1510, y que fue trasladado a diversos lugares en varias ocasiones.


Miguel Servet:

Fue un afamado médico que descubrió la circulación de la sangre humana. Nació en 1509, en Villanueva de Aragón. Estudió en París y tradujo La Geografía de Ptolomeo. Siguió a los calvinistas, luego los combatió y, en 1533, los seguidores del disidente cristiano lo atraparon y quemaron en Ginebra.
Éste era el famoso barranco de dos nombres, de un lado se llamaba de Lavapiés y del otro de Embajadores. Fue rellenado en 1822.


Ministriles:

Viene su nombre de que allí vivían acuartelados los alguaciles de la villa, a quienes se llamaba ministriles. Contaban, en las proximidades de sus viviendas, con calabozos y cepo; que era a donde iban a parar los que se negaban a satisfacer las multas fijadas.


Mira el Sol:

Su nombre se debe a que un año, después de varios meses con días nublados, lluviosos y nevados, un 2 de febrero amaneció con cielo claro y sol resplandeciente. Después de tanto tiempo sin ver el astro, los vecinos, entusiasmados, repetían sin cesar esa frase que luego quedaría como identificación de la calle.

Olivar:

En esta zona se hallaba el dilatado olivar en el que terminaba el calvario de la villa y que se extendía hasta más allá del santuario de Atocha. En este olivar estaba el humilladero en que se veneraba el crucifijo que robaron unos judíos en 1564 y que profanaron dañando su imagen.
Al enterarse Felipe II, hizo que la Corte vistiese luto y que uno de sus íntimos colaboradores se dedicara a juntar los pedazos para hacerlo reconstruir. Una procesión acompañó al crucifijo restaurado hasta su destino final en el convento de Atocha.
El olivar fue desapareciendo progresivamente, al ocuparse esas tierras para satisfacer la demanda de viviendas de la creciente población de la villa.
Olmo:

En este lugar existía un viejo olmo que se mantuvo en pie hasta el siglo XVIII. Bajo sus frondosas ramas, cuatro caballeros se enfrentaron en un desafío por decidir quién tenía los derechos sobre la hacienda del hospital de Atocha. La contienda se originó cuando Carlos V cedió el santuario y todas sus pertenencias a los frailes de Santo Domingo. Mientras dos de los caballeros aceptaban la decisión real, los otros manifestaron su disgusto y reclamaron una indemnización.
En el número 4 estaba el antiguo palacio de Molins, donde el marqués de ese título ofrecía famosas reuniones literarias a mediados del siglo XIX.



Oso:

Allí vivía el hidalgo Diego de Vera, que tenía en su portal un escudo cuyo blasón era un oso. A esa figura heráldica se debe el nombre de esta calle. Fue el fundador de la casa rectoral de San Cayetano, que se hallaba en ese lugar.
Anteriormente, había fundado un oratorio dedicado a San Marcos Evangelista, donde puso una imagen llamada de Nuestra Señora del Favor.
Su nombre también se atribuye a que unos niños fueron milagrosamente salvados de las garras de un oso, cuando penetraron en la jaula que lo encerraba para su exhibición.
En algunas de las viviendas de esta estrecha vía se refugiaron célebres personajes del hampa madrileña.
El famoso actor José Mata, uno de los más destacados de la escena española del último cuarto del siglo XIX, falleció en una humilde casa de esta calle.
Peña de Francia:

Dice la tradición que el capitán Juan Delgado, cuando volvió de la guerra que sostuvo Felipe II con Enrique III de Francia, trajo consigo una imagen de Nuestra Señora de la Peña de Francia y la colocó en su casa, que estaba situada en esta calle y que le dio su nombre.


Primavera:

Se la ha llamado también calle de las Damas y de Buenavista. En tiempos de Enrique IV, había un bello paseo que era conocido con esa primera denominación. Ése era el lugar donde se colocaba el árbol florido, en las fiestas de la Cruz de Mayo, delante del cual bailaban las mayas o majas.
Sobre esta acera se erigía el teatro Madrid, que luego cambio de nombre por Barbieri.



Provisiones:

Anteriormente era conocida como del Amor de Dios Baja y así aparece en el siglo XVII. Tomó el nombre actual por hallarse en esa vía un enorme edificio, construido en la época de Fernando VII, en el que se guardaban las vituallas para el Ejército, y después de otros usos, se convirtió en la fábrica de tabacos.


Ribera de Curtidores:

Este paraje también fue llamado de las Tenerías por haber estado allí las fábricas de curtidos.






Rodas:

Es una de las calles típicas de los barrios bajos, aparece en el plano de Pedro de Texeira con el nombre de Bodas.
Tomó su nombre del fabricante de curtidos más antiguo que allí hubo, Simón Rodas, que era dueño de todos los terrenos que daban a esa calle.
Falleció a los ciento seis años. Su entierro fue famoso por las muchas cofradías y comunidades que asistieron.


Rosa:

Allí existía un ventorrillo cuya dueña se llamaba Rosa. Cuando fueron expulsados los moros y las mujeres de mala reputación, el alcalde ordenó la demolición de esas propiedades y por ese lugar se trazó esta calle, que permanece con el nombre de la ventera.



Salitre:

También fue denominada como de San Bernardo, pero ya era conocida con su actual nombre en el siglo XVII y se debía a la existencia de una fábrica de salitre establecida en el postigo de Valencia para proveer la producción de pólvora.
En 1662, se fundó en esta calle la iglesia parroquial de San Lorenzo, como una subdivisión litigiosa de la de San Sebastián. Se erigió sobre la primitiva sinagoga que existía hasta la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos.




San Carlos:

Así se denomina porque en una de sus casas, propiedad de la princesa de Rebech, había una pintura con la efigie del santo milanés.
Antiguamente, el tramo de esta calle comprendido entre Lavapiés y Olivar era conocido como Campillo de Manuela.



San Cayetano:

Antes se la conocía como callejón de Embajadores y no tenía salida. En 1852, por la proximidad con la iglesia de ese nombre, se fijó su actual denominación.





San Cosme y San Damián:

En ocasiones su nombre se redujo sólo al primer santo, para recobrar luego el actual nombre en homenaje a los hermanos mártires.






San Eugenio:

Lleva ese nombre desde muy antiguos tiempos porque allí se encontraba el oratorio dedicado a ese santo. Cuando se construyó el Hospital General, ocupando esos terrenos, se decidió que esa calle conservase el nombre del oratorio.



San Ildefonso:

El origen de este nombre es análogo al de San Eugenio. En la quinta del cardenal Quiroga existía una imagen de ese santo, que luego se perpetuó en la denominación de la calle.



San Pedro Mártir:

Había allí una casa perteneciente al canónigo de Toledo, que decidió legarla al convento de San Pedro Mártir; esta comunidad toledana puso en su fachada una efigie del santo, de lo que derivó el nombre de esta vía.
En el número 2, en 1821, vivía el capellán de honor Matías Vinuesa, quien al ser acusado de un plan anticonstitucional fue detenido, pero una rebelión popular se tomó la justicia por su mano y lo ajustició al tomar por asalto la cárcel de Corona, que se hallaba en las proximidades de su domicilio, en la calle de la Cabeza.



San Simón:

Se le adjudicó este nombre porque en una de sus casas fue puesta la imagen de San Simón, en memoria del beato Simón de Rojas.
Éste alcanzó gran importancia en la Corte al promover eficazmente a la expulsión de los moriscos, por lo que fue homenajeado de esta forma.



Santa Inés:

En el plano de Espinosa ya aparece con este nombre, que le fue adjudicado por un retablillo que con la imagen de la mártir romana existía sobre la puerta de unas herrerías.



Santa Isabel:

Antiguamente era conocida con el nombre de Antonio Pérez, por haber tenido el ministro de Felipe II su casa de campo en el lugar, limitando con la parcela que ocupa actualmente el museo Reina Sofía.
Hasta 1882 esta calle carecía de salida por la existencia de los muros del colegio de San Carlos. En aquella fecha se procedió a la apertura del final de esa vía. En ese lugar existe una placa que lo registra.
Es una de las calles tradicionales más prolongadas.
En su trayecto, se fundo el colegio de Santa Isabel, en 1595, para proveer el sustento y educación a los niños y niñas desvalidos. Luego se limitó sólo a las niñas.
En su trayecto se encontraba antiguamente el cuartel con el mismo nombre que el colegio. En la esquina con San Cosme y San Damián, se erigió una de las mansiones señoriales con mayor abolengo de la Corte: el palacio condal de Cervellón, que servía de residencia a los duques de Fernán Nuñez, cuya familia estaba vinculada al señorío catalán. En sus suntuosas instalaciones se llevaron a cabo espléndidas fiestas y bailes, a los que más de una vez acudieron los reyes.
En el número 13, se recuerda un episodio memorable del romanticismo español. En su piso bajo de la izquierda murió, en 1839, Teresa Mancha, la musa de Espronceda, y asido a los hierros de una de aquellas rejas el poeta pasó la noche contemplando el doloroso final de la mujer que lo inspiró a escribir uno de sus más afamados cantos, El diablo mundo.



Santiago El Verde:

Toma su nombre de la antigua ermita donde se celebraba la famosa romería del 1 de mayo, que se hallaba ubicada en el Sotillo, muy célebre en las costumbres madrileñas del siglo XVII. Estaba ubicado entre la puerta de Toledo y el portillo de Embajadores.




Sombrerería:
Fue creada en 1872 y el nombre que lleva se debería a alguna fábrica de sombreros que allí existió y habría sido elegido por los propios vecinos.


Sombrerete:

El verdadero nombre de esta calle es el de Sombrerete del Ahorcado y su tradición está enlazada con el famoso proceso del pastor de Madrigal, condenado a muerte por haber fingido ser el desaparecido rey Sebastián de Portugal. La interesante figura de Gabriel de Espinosa, llevada más de una vez a la novela y al teatro, tiene su mejor tratamiento poético en el drama de Zorrilla Traidor, inconfeso y mártir.
En la realidad, los textos del proceso dejaron numerosas dudas, entre ellas que Felipe II efectivamente quiso eliminar al monarca portugués y fraguó la supuesta falsificación porque ya dominaba Lisboa y quería evitar cualquier molesta competencia.
Fray Miguel de los Santos era predicador de Sebastián y fue acusado de cómplice del supuesto sustituto real. Fue condenado a ser llevado por las calles de Madrid, con pregoneros delante, y ahorcado en la Plaza Mayor. El 19 de octubre de 1595 fue ejecutado con un sombrerete en su cabeza. Luego fue paseado en la punta de un palo y colocado junto a una montaña de estiércol en unos corrales, lugar conocido ahora como La Corrala, frente a las Escuelas Pías de San Fernando.
Por todo lo anterior, a esta calle se le dio el nombre que aún ostenta y que recuerda ese dramático episodio.


Toledo:

Su nombre se debe a la proximidad del puente, la puerta y el camino que llevaba a esa ciudad. Toda la población de las inmediaciones vivió al compás de las novedades que transitaban por esos lugares.



Torrecilla del Leal:

El nombre de esta calle corresponde a una leyenda originada en la disputa entre Pedro I y su hermano Enrique por el trono de Castilla, en 1366. El pueblo de Madrid tomó partido por el primero y se dispuso a resistir el sitio de la villa ejercido por el rival al trono.
En el lugar existía una granja con una torrecilla. La leyenda cuenta que Enrique se presentó una noche solicitando alojamiento, pero el dueño se lo negó increpándolo. Por esa razón, el aspirante a monarca lo mandó ahorcar en su torrecilla. En memoria del suceso, fue llamada del Leal.



Tres Peces:

Toma su nombre de una casa que tenía labrada en su fachada la imagen de tres peces. Al parecer, su propietario tenía la costumbre de donar al convento esa cantidad de pescados en determinadas fechas.
En esa calle hubo un mercado que fue construido hacia 1840.



Tribulete:

Se llamó así por un juego de tribulete que había allí establecido y que generaba una gran concurrencia.
En su trayecto estaba antiguamente el jardín y cementerio del primitivo hospital de la Corona de Aragón, donde fue enterrado el poeta Guillén de Castro.



Valencia:

En el siglo XVII se le dio este nombre porque comunicaba la plaza de Lavapiés con el portillo de Valencia.

Ronda de Valencia:

Forma parte del camino de circunvalación que rodeaba a Madrid siguiendo la cerca que fue derribada en 1869.


Ventorrillo:

En este lugar se encontraba el ventorrillo del Sol, muy frecuentado cuando por este lugar se bajaba al Sotillo y se celebraba la fiesta de Santiago el Verde.




Zurita:

Antiguamente se llamó del Cuervo y su nombre actual se debe a Jerónimo de Zurita, cronista de Aragón, cuyos descendientes tuvieron sus viviendas en esta vía.
El historiador vivió en Zaragoza entre 1512 y 1580. Fue coadjutor de la Secretaría de la Inquisición, fue nombrado primer cronista del reino de Aragón y escribió el libro Historia de Aragón.



































*Extractado del libro Las calles de Madrid, de Pedro de Répide; del libro Los nombres de las calles de Madrid de María Isabel Cea Ortigas y fuentes propias del autor.



FUENTES BIBLIOGRAFICAS:


(1) Mesonero Romanos, Ramón de. El antiguo Madrid. Al y Mar, SL, 1997.
(2) Cea Ortigas, María Isabel. Cercas, puertas y portillos. Ediciones La Librería, Madrid, 2003.
(3) Chueca Goitia, Fernando. Prólogo del libro Madrid, barrio a barrio. De villa a metrópoli, de Armando Vázquez. Fundación CEIM, Madrid, 2001.
(4) Vázquez, Armando. Madrid, barrio a barrio. De villa a metrópoli. Fundación CEIM, Madrid, 2001
(5) Jorrin, Emilio. Efemérides matritenses. Editorial El Avapiés. Madrid, 1992.
(6) Mesonero Romanos, Ramón de. Memorias de un sesentón; citado por Cea Ortigas, María Isabel. Cercas, puertas y portillos. Ediciones La Librería, Madrid, 2003.
(7) Madrid. Atlas histórico de la ciudad. 1850-1939 (dirigido por Virgilio Pinto Crespo); de la Real Academia de la Historia.
(8) Gutiérrez Solana, José. Madrid, escenas y costumbres. Citado en Madrid. Atlas histórico de la ciudad. 1850-1939; de la Real Academia de la Historia.
(9) de Répide, Pedro. Las calles de Madrid. Ediciones La Librería. Madrid, 1997.
(10) Mena Calvo, Antonio. El costumbrismo madrileño en la tonadilla escénica. Monografía.
(11) Osona Cepero, Pedro. Historia y curiosidades de la parroquia de San Lorenzo de Madrid y el barrio Lavapiés. Madrid, 1987.
(12) Cea Ortigas, María Isabel. El dos de mayo de 1808 en Madrid. Ediciones La Librería, Madrid, 2000.
(13) Cervera Javier. Madrid en guerra. La ciudad clandestina 1936-1939. Alianza Editorial. Madrid, 1998.
(14) Álvarez, Miguel. Personajes ilustres de la historia de Madrid. Ediciones La Librería. Madrid, 2000.
(15) Cea Ortigas, María Isabel. Los nombres de las calles de Madrid, Ediciones La Librería, Madrid, 1999.



FUENTES DE IMÁGENES Y FOTOGRAFÍAS:


1) Madrid, barrio a barrio. De villa a metrópoli. Armando Vázquez Crespo. Fundación CEIM, Madrid, 2001. (Facilitado por Bibliotecas de la Comunidad de Madrid).
2) Cercas, puertas y portillos. María Isabel Cea Ortigas. Ediciones La Librería, Madrid, 2003.
3) Imágenes del Madrid Antiguo. Atlas fotográfico 1857-1939. Ediciones La Librería. (Facilitado por Biblioteca Histórica Municipal)
4) Imágenes del Madrid Antiguo. Álbum fotográfico III Parte. (Facilitado por Biblioteca Histórica Municipal).
5) Madrid en la tarjeta postal. Roberto Sánchez Terreros, Luis Ancanin Eguidazu y Román Alonso de Miguel. (Facilitado por Biblioteca Histórica Municipal).
6) Madrid. Atlas histórico de la ciudad. 1850-1939. Luniverg Editores. Fundación Caja Madrid. 2001. (Facilitado por Bibliotecas de la Comunidad de Madrid).
7) Gentileza de Juan Miguel Medina López.
8) Historia y curiosidades de la parroquia de San Lorenzo de Madrid y el barrio Lavapiés de Pedro Osona Cepero. Madrid, 1987 (Gentileza de Juan Miguel Medina López)
9) Efemérides matritenses. Emilio Jorrin. Editorial El Avapiés. Madrid, 1992 (Gentileza de Isabel García de la Torre).
10) Lavapiés, recuérdame..., Carlos Guerrero.
11) Biblioteca Nacional. Archivo digital.
12) Guía de fiestas de la Comunidad de Madrid. Mary Martín Castillo y Ambrosio Aguado Bonet. Comunidad de Madrid, 1991.
13) Fotografías obtenidas por el autor.



El Autor

Bernardo Veksler nació en la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo XX. La Argentina convulsiva, plagada de contradicciones y conflictos, fue dotando a sus habitantes de una habilidad especial para superar dificultades y de un singular ingenio para encontrar caminos en medio de la aridez o la espesura.
Ese duro aprendizaje cotidiano le permitió dotarse de cierta agudeza para observar la realidad que fue forjando al hombre que abrazó al periodismo como profesión.
También fue universitario, militante político, dirigente sindical y de entidades de derechos humanos, obrero, empleado, docente y asesor de un diputado.
En los últimos veinticinco años pasó por las redacciones de diversos medios gráficos y condujo programas periodísticos en una docena de emisoras de radio.
En 1998 participó en la creación de la revista Ojo, especializada en investigaciones periodísticas, y fue su director durante cinco años.
Ha publicado dos libros, Rebeliones en el fin del mundo (2000), una suma de trabajos de investigación que permitieron conocer una parte oculta de la historia de la Patagonia Austral, y Alacrán. El otro lado del periodismo (2003), una recopilación de decenas de monólogos que ironizaban las conductas de los políticos argentinos, que fueron interpretados por un personaje de su autoría (Alacrán).
Ésta es su primera publicación en tierras españolas.

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